Editoriales Avvenire

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Comentarios – Lo que Europa necesita

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 04/11/2011

logo_avvenireEn marzo de 1993, en un momento en el que Europa y el mundo entero vivían una situación parecida a la actual (habían pasado poco más de tres años de la gran crisis de 1929),John M. Keynes, tal vez el economista más importante del siglo XX, escribía lo siguiente en el Times, a propósito de la crisis: «Estamos en una situación parecida a la que viven dos camioneros cuando se cruzan en medio de una calle estrecha; a menos que conozcan las reglas sobre quién tiene prioridad, seguirán parados uno frente a otro. Sus músculos no sirven; un ingeniero tampoco podría ayudarles; pensar en una calle más ancha no serviría para nada a la hora de salir del impasse.

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No haria falta más que una pequeña, pequeñísima, claridad de pensamiento. De igual manera, hoy no tenemos un problema de músculos ni de fuerza. Tampoco es un problema de ingeniería ni de negocios, empresas o bancos. Nuestro problema es, stricto sensu, económico o, mejor dicho, de Economía Política».

Son palabras grandes y muy actuales, aunque hoy hay más de dos camiones bloqueados. Estamos en medio de un atasco de horas, donde todos gritan, algunos han obstruido incluso el carril de emergencia provocando la ira de muchos y otros comienzan a sentirse mal por la falta de alimentos y de agua. Pero incluso ahora es necesario pensar más y mejor y ojalá lo hagamos juntos. También en esta ocasión «el mundo sufre por falta de pensamiento» (Pablo VI).

¿Qué debería decir hoy una ciencia económica que, como decía Keynes,  quiera ser Economía Política, es decir una economía fiel a su vocación original, como cuando en Italia se la llamaba "ciencia de la felicidad pública" o "ciencia de la buena vida social"? En primer lugar, debería decirles a los políticos que uno de los problemas concretos está en la concepción y creación de un banco central europeo (BCE) inadecuado e insuficiente para gestionar una crisis seria, estructural y larga.

Los bancos centrales han desempeñado y siguen desempeñando sobre todo una función de “prestamistas de última instancia”, es decir: intervienen en los momentos de crisis rápida y eficazmente. El BCE no se creó para desempeñar esta función, sobre todo debido a la falta de confianza entre los estados miembros de la zona euro y, más concretamente, de los más fuertes con respecto a los más débiles.

Cualquier comunidad, también la europea, para durar en el tiempo necesita pactos o alianzas; los contratos no son suficientes. Cuando nació Europa, quiso fundarse en un pacto. Sin embargo la Europa del euro ha sido fruto de un contrato-sin-pacto, que ha estado en vigor hasta la primera gran crisis. Pero la reforma del BCE exige una refundación de Europa sobre bases más sólidas que las del frágil cash-nexus del euro, para que las soluciones planteadas no sigan siendo parciales e ineficaces.

El "pensamiento claro" de Keynes condujo a la creación de nuevas instituciones financieras en Bretton Woods, en 1946. Hoy estas instituciones necesitan una revisión urgente a causa de los grandes cambios producidos por la globalización de los mercados. Pero todo eso exige una confianza verdadera entre estados, concretamente en Europa, que todavía no asoma por el horizonte.

Una buena Economía Política diría, además, que en esta crisis hay también un problema con Italia y su gobierno que, a pesar de los esfuerzos realizados, no dispone de los recursos necesarios para gestionar eficazmente esta crisis. Carece de fuerza política y de teoría económica para acometer con carácter inmediato las pocas reformas que el “pensamiento claro”, entre otros, lleva tiempo proponiendo. Para terminar, el “pensamiento claro” diría que hay que redimensionar y frenar las finanzas especulativas. No pueden ser los financieros ni las agencias de rating quienes dicten las reglas del juego democrático, quienes hagan caer gobiernos (haciendo apuestas sobre su caída), ni quienes decidan si hay que convocar o no un referéndum.

La política debe mostrarse hoy más fuerte que los mercados financieros y debe aprobar medidas urgentes aunque no les gusten a los mercados, como la Tobin Tax o algo parecido. Cuando se anuncia la introducción de estas nuevas reglas, las bolsas bajan, pero en estos casos los mercados son como Pinocho, que necesita la medicina aunque no quiera tomársela.

Si del G20 sale, como es de desear, una propuesta seria de regulación de los mercados financieros y de reforma del BCE, los mercados no estarán felices. Pero la política sólo podrá aguantar el golpe y gobernar los mercados si tiene detrás un verdadero proyecto político, en el que basar las nuevas reglas y los nuevos mercados. También Keynes escribió aquel artículo en vísperas de una Conferencia Mundial sobre la crisis y lo terminaba con estas palabras: «Esta conferencia puede llegar en el momento justo, a pesar de su retraso. El mundo cada vez está menos dispuesto a esperar un milagro, a creer que las cosas irán bien por sí mismas sin que nosotros hagamos nuestra parte».

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Comentarios – Lo que Europa necesita

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 04/11/2011

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Un pacto necesario

Un pacto necesario

Comentarios – Lo que Europa necesita por Luigino Bruni publicado en Avvenire el 04/11/2011 En marzo de 1993, en un momento en el que Europa y el mundo entero vivían una situación parecida a la actual (habían pasado poco más de tres años de la gran crisis de 1929),John M. Keynes, tal vez el economist...
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Comentarios - La primera riqueza de las empresas y de la sociedad

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 30/10/2011

logo_avvenireEl trabajo siempre está en el centro de cualquier pacto social. A su alrededor se dan cita desafíos y dimensiones de la vida en común mucho más grandes que los que entran en juego en cualquier otro mercado. Por eso siempre deberíamos hablar del “mercado de trabajo” con mucha prudencia, ya que si bien es cierto que, como en cualquier otro mercado, existe una oferta y una demanda de trabajo, no es menos cierto que el trabajo es mucho más que una mercancía. Cuando falta no solo dejamos de comprar cosas en el mercado sino que tampoco podemos soñar y realizar la vida que deseamos vivir.

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Por estas razones el derecho al trabajo es uno de los nuevos derechos sociales que hay que reconocer y proclamar, aunque sea incompleto por no tener contrapartida en los deberes de otras personas o instituciones. Así pues, deberíamos desconfiar de quienes ven el paro y la inflación como dos variables con el mismo peso, puesto que los daños que produce el paro son mucho mayores que los de la  inflación.

El trabajar o la actividad laboral es una de las dimensiones más fundamentales y típicas de la persona. Cuando trabajamos les decimos a los demás y a nosotros mismos quiénes somos y no solo qué hacemos. En una civilización cada vez más pobre en lenguajes por ser cada vez más pobre en relaciones sociales, la ocupación es el principal lenguaje, si no el único, para contarles a los demás y a nosotros mismos nuestra historia y nuestra identidad. Entonces, trabajar bien es algo intrínseco a la persona, mucho antes que una respuesta a los incentivos del empleador.

En cambio, en estos días, cuando se habla del trabajo todo el énfasis recae sobre la mayor libertad que deben tener las empresas para despedir a los trabajadores “vagos”, sin que nadie se pregunte por qué existen trabajadores vagos, si es cierto que el trabajo es sobre todo una expresión de nuestra humanidad e identidad y que cuando no trabajamos bien nos encontramos mal, dentro y fuera de la empresa. A este propósito hay una serie de estudios recientes, muy interesantes, procedentes de las ciencias económicas y sociales, que muestran algunos fenómenos de los que no se habla en los debates públicos. Para empezar, los datos sobre trabajadores de todas las profesiones (desde trabajadores de la limpieza a profesores universitarios) dicen que el trabajo produce frutos buenos para las empresas cuando es un don, cuando excede la letra del contrato.

Con los instrumentos del contrato de trabajo podemos definir cuándo el trabajador entra y sale de la fábrica o de la oficina y con controles y sanciones a lo mejor podemos comprobar si trabaja o si chatea en Facebook. Pero ningún contrato ni ningún control podrá nunca conseguir que el trabajador-persona ponga toda su creatividad, pasión y entusiasmo en lo que está haciendo. Creatividad, pasión y entusiasmo son las cosas más importantes que una empresa busca en un trabajador, pero no puede comprarlas con un contrato ni obtenerlas con controles y sanciones, porque estas dimensiones esenciales para el éxito de la empresa sólo pueden ser donadas libremente por el trabajador. El mundo de la economía y de la empresa no son capaces de ver este don y cuando lo intuyen tienen miedo y lo rechazan, porque el don crea vínculos y deudas emocionales entre las personas, que no pueden compensarse monetariamente. Todo el esquema organizativo de nuestras empresas está concebido para impedir que los trabajadores practiquen el exceso del don y para inmunizarse de él: se definen hasta en los más mínimos detalles las funciones, tareas y prohibiciones que terminan por dar rigidez a nuestras organizaciones e impedir la colaboración verdadera que no es sólo una suma de intereses sino un encuentro de dones.

Por otra parte, la empresa capitalista, cada vez más centrada en la maximización de los beneficios a corto plazo, aunque quisiera, carece de las categorías y del lenguaje para reconocer el don, por mucha necesidad que tenga de él. Algunos estudiosos franceses, entre los que se encuentran Norbert Alter y Anouk Grevin, están mostrando que los comportamientos oportunistas de los trabajadores “vagos” muchas veces son respuestas frustradas ante la falta de reconocimiento por parte de los directivos, que no ven el don que existe en el trabajo. Este es un tema que puede extenderse fácilmente de las empresas a la política y del trabajo a las virtudes civiles y a los impuestos. La mayor parte de los ciudadanos y trabajadores, creo que casi todos, si se les pone en las condiciones adecuadas, tratan de hacer las cosas bien. Cuando no lo hacen, antes de condenarles y despedirles, debemos preguntarnos por qué. Tal vez nos daríamos cuenta de que algunos trabajadores son efectivamente vagos, pero probablemente muchos menos de los que pensamos. Además, deberíamos conseguir que la dirección y las instituciones creen las condiciones para poder conocer y reconocer el trabajo, porque los trabajadores son, mucho antes que las finanzas o la tecnología, la principal riqueza de cualquier empresa y de cualquier sociedad.

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Comentarios - La primera riqueza de las empresas y de la sociedad

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 30/10/2011

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A propósito del trabajo, el don y los “vagos”

A propósito del trabajo, el don y los “vagos”

Comentarios - La primera riqueza de las empresas y de la sociedad por Luigino Bruni publicado en Avvenire el 30/10/2011 El trabajo siempre está en el centro de cualquier pacto social. A su alrededor se dan cita desafíos y dimensiones de la vida en común mucho más grandes que los que entran en juego ...
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Comentarios – En las operaciones de salvamento distinguir las funciones

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 22/10/2011

logo_avvenireEn la crisis financiera y económica que estamos viviendo hay una responsabilidad específicadel sistema bancario internacional y nacional. Los grandes bancos están llenos de activos, privados y públicos, cuyos valores son más nominales (en el papel) que reales y por lo tanto son cada vez menos fiables y seguros. Además, los grandes bancos controlan directa o indirectamente muchas grandes y pequeñas empresas, a las que a veces imponen su dirección y sus estrategias. Por no hablar del ahorro de las familias. Una crisis del sistema bancario no es sólo una crisis financiera, sino que directamente es también una crisis económica (empresas), social (familias) y política (estados).

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Evidentemente también existe y es relevante la dirección inversa de este mecanismo crítico: el estilo de vida consumista de las familias occidentales, los comportamientos especulativos de las empresas y el despilfarro de los Estados han empeorado la “trampa de la pobreza” en la que hemos caído. Sigue siendo cierto, aunque no se dice mucho en los debates públicos, que los acontecimientos de estos últimos años están mostrando que el sistema bancario está gravemente enfermo y con él todo el sistema social.

En todo esto existe una precisa responsabilidad ideológica y legislativa que se remonta a la década de los 90, al entusiasmo ideológico por el "laissez faire, laissez passer" posterior a la caída del muro de Berlín. Efectivamente, en 1993 se cambió la ley bancaria italiana de 1936 que, tras la gran crisis de 1929, había introducido la distinción entre bancos comerciales y bancos de crédito especial, modificando la legislación anterior que se basaba en la “banca universal”.

La experiencia de la crisis había mostrado que los bancos comerciales, es decir los bancos que captan el ahorro y lo prestan a las empresas, deben estar sometidos a una tutela específica por parte de las leyes y controles, puesto que desempeñan una función esencial de interés general. La ley de 1993 volvió a introducir en la práctica la banca universal, en base al presupuesto ideológico de que los bancos son unas empresas como cualquier otra y por ello deben ser libres de operar en los mercados sin cortapisas, maximizando, como cualquier empresa, sus beneficios. No digo que no hubiera que reformar la ley bancaria de 1936; es más, en aquella ley había un énfasis estatal excesivo que necesariamente había que corregir y redimensionar.

Pero la eliminación de la antigua distinción entre bancos comerciales y bancos especiales, con la ideología económica subyacente, es una de las principales causas de la crisis que vivimos en Italia y en las restantes economías avanzadas (donde más o menos hemos seguido la misma tendencia). Así, los bancos han operado como las empresas y han ganado dinero, mucho dinero, demasiado. Antes de la crisis el sector bancario era uno de los que tenían tasas más altas de beneficio de toda la economía. Eso es una anomalía grave, si es cierto que la banca, al menos la comercial o tradicional, debería ser por naturaleza una empresa civil, es decir una institución cuyo objetivo no debe ser la maximización del beneficio sino garantizar el acceso al crédito y gestionar eficientemente los ahorros, que son intereses generales demasiado delicados y cruciales como para dejarlos al albur de los valores trimestrales de los beneficios.

Cuando hoy Europa o un estado deciden salvar a un banco están salvando dos realidades bien distintas entre sí pero que coexisten dentro de la misma institución bancaria. Quiero insistir en este punto: al salvar a los bancos comerciales, cosa que hay que hacer porque administran nuestros ahorros y financian a nuestras empresas, estamos salvando también a los bancos de inversión especulativos que, en caso de insolvencía, deberían quebrar por el bien del mercado y de la sociedad. No es económico ni ético que los estados, cada vez más endeudados, usen los impuestos de los trabajadores para salvar a los especuladores.

Dentro de nuestros grandes bancos (no de todos ellos evidentemente) conviven estas dos almas: la de la sucursal del barrio con el empleado humano y amigo y la de la oficina en Mónaco del mismo banco que gestiona operaciones especulativas off-shore. El problema crucial y de momento parece que insoluble, es que hoy parece que ya no somos capaces de separar el trigo de la cizaña, pero al menos de vez en cuando deberíamos decir en voz alta que el trigo no es cizaña y darnos nuevas leyes para que el día de mañana esta separación pueda realizarse.

Las finanzas y los bancos son demasiado importantes como para dejarlos en manos de los expertos. Durante demasiado tiempo así ha sido, pero ya es hora de que los ciudadanos volvamos a “habitar” estos lugares.

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Comentarios – En las operaciones de salvamento distinguir las funciones

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 22/10/2011

logo_avvenireEn la crisis financiera y económica que estamos viviendo hay una responsabilidad específicadel sistema bancario internacional y nacional. Los grandes bancos están llenos de activos, privados y públicos, cuyos valores son más nominales (en el papel) que reales y por lo tanto son cada vez menos fiables y seguros. Además, los grandes bancos controlan directa o indirectamente muchas grandes y pequeñas empresas, a las que a veces imponen su dirección y sus estrategias. Por no hablar del ahorro de las familias. Una crisis del sistema bancario no es sólo una crisis financiera, sino que directamente es también una crisis económica (empresas), social (familias) y política (estados).

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El trigo y la cizaña que crecen en la banca

El trigo y la cizaña que crecen en la banca

Comentarios – En las operaciones de salvamento distinguir las funciones por Luigino Bruni publicado en Avvenire el 22/10/2011 En la crisis financiera y económica que estamos viviendo hay una responsabilidad específicadel sistema bancario internacional y nacional. Los grandes bancos están llenos de a...
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Comentario - Premia a los tramposos y desanima a los honrados; está demostrado

Los invisibles efectos de la amnistía fiscal: el pacto social se convierte en mercancía

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 12/10/2011

logo_avvenireUna amnistía fiscal produce efectos visibles, pero también algunos invisibles sobre los que merece la pena reflexionar. Además, muchas veces las cosas más profundas son precisamente las que no se ven con los ojos. Para tratar de ver con un poco más de profundidad la dinámica social, relacional y ética que subyace en cualquiera amnistía fiscal, puede ser útil partir de uno de los experimentos económicos más famosos. Hace algunos años en Haifa se realizó un estudio experimental sobre el retraso de los padres en recoger a sus hijos de la guardería a la hora de cierre. En seis guarderías se impuso una multa a los padres que se retrasaban, mientras que en las restantes no se introdujo cambio alguno.

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El resultado de la introducción de la multa supuso una sorpresa para casi todos, ya que en las guarderías con multa los retrasos aumentaron casi en un 100%. Además, lo que es aún más interesante, una vez que se retiró la multa los retrasos no diminuyeron, no se regresó a la situación anterior. ¿Cómo se explican estos dos datos en parte sorprendentes?

El aumento de los retrasos lo explica el título del artículo en el que se publicaron los datos del experimento de Haifa: «La multa es un precio» (A fine is a price). Antes de multar los retrasos, para la mayor parte de los padres intentar llegar puntuales antes del cierre de la guardería formaba parte de la ética o de las normas de buena ciudadanía. Cuando las guarderías introdujeron la multa, lanzaron una señal clara a los padres: ahora nace el «mercado de los retrasos». Los padres (o al menos una parte significativa de ellos) comenzaron a considerar el retraso como una mercancía que podía comprarse pagando, como cualquier otro bien de mercado. ¿Y por qué el retraso no disminuyó después de que desapareció la multa? La explicación que dan los economistas del experimento es interesante: una vez que un bien se convierte en mercancía, es mercancía para siempre (once commodity, ever commodity).

La introducción de la moneda y de la lógica del mercado en un ámbito humano anteriormente regulado por otras normas sociales (respeto, amistad, amor, don...) cambia la naturaleza de esa relación y normalmente la cambia de forma irreversible. No es difícil, entonces, extender los resultados de ese experimento al tema de la amnistía fiscal. Ya hemos dicho varias veces que una ley es, antes que nada, un mensaje dirigido a las instituciones y a los ciudadanos. La mayor parte de las personas, cuando pagan sus impuestos, cuando no se llevan el dinero a un paraíso fiscal o cuando no construyen un balcón ilegal en sus casas, no lo hacen en base a un razonamiento típicamente económico. Existen otros valores no monetarios que entran en juego cuando nos movemos en estos ámbitos; o por lo menos hay muchas personas que no realizan en primer lugar cálculos económicos o mercantiles cuando cumplen con sus deberes como ciudadanos. Esta parte significativa de la población (sigo creyendo que todavía son mayoría en nuestro país) es el núcleo sano, la mejor parte de un pueblo, la que hace prosperar la economía y la vida civil de nuestras ciudades, de Sur a Norte.

Cuando llega una amnistía fiscal o simplemente se anuncia, este mensaje tiene el mismo efecto que la introducción de la multa en Haifa: los comportamientos civilmente reprobables tienden a aumentar. En efecto, mientras que los individuos que razonaban en términos de coste-beneficio monetario antes de la amnistía fiscal siguen actuando en base a la misma lógica e incluso la ven reforzada, después de cada amnistía fiscal hay una parte de los ciudadanos honrados pero decepcionados que cambia de comportamiento, puesto que deja de incluir esos comportamientos ilícitos condonados en el ámbito de la ética pública y los deberes cívicos, para incluirlos en el ámbito del mercado, de los precios y de las mercancías. Una señal inequívoca para comprender si una persona cambia de lógica después de la enésima amnistía fiscal es la triste frase: «ya no merece la pena». Y, como nos recuerda una vez más el experimento de Israel, la cuota de personas que se pasan de las virtudes civiles a la partida doble dar-recibir ya no se recupera, sino que aumentará en la próxima amnistía fiscal. Es más, hay otros estudios experimentales que demuestran que el aumento de la cuota de decepcionados “conversos” no se queda solo en el ámbito fiscal, sino que se traslada a ámbitos contiguos (medio ambiente, construcción…). Estos son los efectos no inmediatamente visibles de una amnistía fiscal, pero son bien reales y tal vez más relevantes que el aumento de la tesorería a corto plazo, porque deterioran el pacto social entre los ciudadanos, premiando a los tramposos y desanimando a los ciudadanos honrados.

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Comentario - Premia a los tramposos y desanima a los honrados; está demostrado

Los invisibles efectos de la amnistía fiscal: el pacto social se convierte en mercancía

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 12/10/2011

logo_avvenireUna amnistía fiscal produce efectos visibles, pero también algunos invisibles sobre los que merece la pena reflexionar. Además, muchas veces las cosas más profundas son precisamente las que no se ven con los ojos. Para tratar de ver con un poco más de profundidad la dinámica social, relacional y ética que subyace en cualquiera amnistía fiscal, puede ser útil partir de uno de los experimentos económicos más famosos. Hace algunos años en Haifa se realizó un estudio experimental sobre el retraso de los padres en recoger a sus hijos de la guardería a la hora de cierre. En seis guarderías se impuso una multa a los padres que se retrasaban, mientras que en las restantes no se introdujo cambio alguno.

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Los invisibles efectos de la amnistía fiscal: el pacto social se convierte en mercancía

Los invisibles efectos de la amnistía fiscal: el pacto social se convierte en mercancía

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Comentarios – Calificaciones incómodas, realidad global apremiante

No minimicemos, no perdamos tiempo

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 06/10/2011

logo_avvenireLa confianza ha sido siempre un factor decisivo para la economía y el mercado. La novedad en estos tiempos de crisis es el papel crucial que representa la confianza no sólo para las empresas o para los bancos, sino también para los Estados. Cuando las agencias de calificación se pronuncian sobre la solvencia de la deuda pública de un país, la relación entre economía y política entra en crisis y nos obliga a replantearnos la naturaleza de la soberanía y de la democracia. Este está destinado a ser el tema central del debate público de los próximos años.

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Así pues, no debe sorprendernos que las instituciones europeas hayan querido anunciar inmediatamente que la rebaja de Moody’s no afecta a la solvencia económico-financiera de Italia. Pero lo que de verdad importa es saber si los mercados creerán más en la política europea o en las agencias de calificación. Por ahora esta última rebaja no ha tenido efectos en los mercados, pero no creo que las declaraciones de las instituciones europeas sean capaces de tranquilizar a los mercados durante mucho tiempo. Estamos viviendo una fase de espera que no durará mucho.

Por eso no debemos seguir cometiendo el error de menospreciar, tanto en Italia como en Europa, el valor de estas rebajas, que hay que tomarse en serio y no devolvérselas al remitente. Es incluso demasiado evidente que Moody’s y las demás agencias de calificación están a medio camino entre ser árbitros y jugadores, ya que sus propietarios son a la vez importantes protagonistas del mundo de las finanzas y la especulación. Por supuesto que lo mejor sería -ojala ocurra cuanto antes- crear agencias de calificación que fueran expresión de la sociedad civil internacional. Estas agencias no tendrían que responder ante accionistas con ánimo de lucro sino que tenderían institucionalmente a la promoción del bien común. Pero por el momento estas nuevas agencias civiles de calificación no existen ni se las ve aparecer por el horizonte y no nos conviene deslegitimar los mensajes que nos envían Moody’s y sus hermanas, sobre todo cuando son más de una y están de acuerdo entre ellas.

Salvo en situaciones verdaderamente extremas, nunca es lo más acertado ni útil para el crecimiento individual y colectivo desacreditar a quienes expresan una opinión crítica con respecto a nosotros. Normalmente no es convenientes que los padres critiquen al profesor de sus hijos cuando les da una calificación baja, no es conveniente que un equipo de fútbol atribuya la derrota al árbitro, no es conveniente que un empresario acuse a sus clientes de no ser lo suficientemente inteligentes como para entender y adquirir sus productos. Aunque tuviéramos elementos objetivos para criticar a los profesores, árbitros y clientes, seguiría siendo cierto que deslegitimar su comportamiento no ayuda a que nuestros hijos estudien más, a jugar mejor o a innovar en nuestras empresas. Los partidos de la vida no se ganan lamentándose y llorando. Eso lo hacen los niños y cuando lo hacen les reñimos. No existe ningún complot de los enemigos de Italia para atacarnos y desacreditarnos.

La realidad de los hechos es que a pesar de las tímidas señales de este largo verano, la situación de la deuda pública italiana y, más en general, del sistema económico, industrial y productivo sigue siendo seria y grave. Así lo dice también el enorme diferencial (374 puntos) con el bono alemán, que sigue siendo demasiado alto a pesar de las tranquilizadoras palabras de Europa. Este diferencial es mucho más que un número: expresa cuánto le cuesta a nuestro país su baja solvencia. Entonces, ¿qué podemos hacer si queremos tomarnos en serio estas señales? La compra de nuestras emisiones de deuda por parte del Banco Europeo no puede seguir mucho tiempo. Puesto que estas compras cumplen una función sustitutiva de nuestra solvencia, como país debemos indudable y rápidamente recuperar la credibilidad, dando pronto señales de sacrificio y compromiso. Ningún protagonista de la economía, de las finanzas y de la política internacional cree que podamos alcanzar unas cuentas equilibradas solo luchando contra la evasión fiscal. Hacen falta instrumentos más certeros y eficaces, que poseen nombres conocidos. Al final, el camino es sencillo: quien más tiene debe dar más (patrimonial) y a quien más de, más debe reconocérsele (factor familia). Así pues, debemos tener en cuenta que salir de esta crisis nos llevará años, lustros o tal vez décadas, porque es fruto de un modelo económico insostenible. Es necesario evolucionar hacia un sistema económico con menos finanzas especulativas y más empresarios civiles, con menos estado y más sociedad, con menos individuos y más relaciones.

Un elemento que puede parecer lejano es la importancia de mejorar nuestra cultura y nuestra educación económica. La globalización ha cambiado verdaderamente el funcionamiento del mundo, dando a la economía y a los mercados un papel nuevo y crucial. Es necesaria una nueva fase de formación ciudadana, en la que se pueda estudiar a fondo la nueva economía. Para cambiar este sistema económico lo primero que hace falta es entenderlo y para entenderlo es necesario comprender el lenguaje y las leyes de la casa, el oikos-nomos de la aldea global.

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Comentarios – Calificaciones incómodas, realidad global apremiante

No minimicemos, no perdamos tiempo

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 06/10/2011

logo_avvenireLa confianza ha sido siempre un factor decisivo para la economía y el mercado. La novedad en estos tiempos de crisis es el papel crucial que representa la confianza no sólo para las empresas o para los bancos, sino también para los Estados. Cuando las agencias de calificación se pronuncian sobre la solvencia de la deuda pública de un país, la relación entre economía y política entra en crisis y nos obliga a replantearnos la naturaleza de la soberanía y de la democracia. Este está destinado a ser el tema central del debate público de los próximos años.

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No minimicemos, no perdamos tiempo

No minimicemos, no perdamos tiempo

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Editorial – Emprendedores, no especuladores

Crear tartas

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 02/10/2011

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De ninguna crisis se sale con reducciones, recortes e impuestos. Tenemos urgente necesidad de que vuelva a ponerse en marcha la fábrica de la ciudadana, política y económica. Por eso la pregunta más seria y auténtica que podemos hacernos es: ¿qué debemos hacer? La operación es compleja, pero Italia (y todo Occidente) tiene  sobre todo necesidad de nuevos empresarios y de empresarios nuevos. Se ha abusado mucho de la palabra empresario y se ha tergiversado su sentido. En los medios de comunicación, los empresarios están muchas veces en el centro de la crónica, pero con frecuencia el sustantivo ‘empresario’ se usa de manera inadecuada y ofensiva para los empresarios de verdad. Para definir a muchos individuos a los que comúnmente se les llama empresarios, se deberían usar otras palabras como negociante o especulador.

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La diferencia entre un empresario y un especulador radica en el papel que representa el beneficio para cada uno de ellos. El especulador es el sujeto, individuo o institución que tiene como finalidad la búsqueda del beneficio. No es necesariamente un delincuente o un enemigo del bien común, pero sí es alguien para quien la actividad de la empresa es simplemente instrumental, un medio como tantos otros para ganar dinero. Un especulador abre hoy una fábrica de zapatos, mañana una constructora y pasado mañana un hospital, con el único propósito de ganar dinero con esas actividades. El empresario, como nos enseña la vida auténtica de cada día y algunos grandes economistas como Schumpeter, Einaudi o Becattini, es distinto, porque el primer objetivo de su actividad es realizar un proyecto. El beneficio es un elemento más de su proyecto, es sobre todo una señal importante y fundamental de que el proyecto funciona, es innovador y crece con el tiempo. Así pues el empresario nunca “instrumentaliza” totalmente su empresa, porque le atribuye un valor intrínseco, al ser esa empresa expresión de un proyecto de vida individual y colectivo. Tan cierto es esto que muchos emprendedores, sobre todo en estos tiempos, ganarían mucho más dinero vendiendo la empresa e invirtiendo el dinero en fondos especulativos. Pero no lo hacen porque en esa empresa ven algo más que una máquina de hacer dinero, ven su identidad y su historia.

La crisis que estamos viviendo es también fruto de un proceso cultural que ha llevado a muchos emprendedores, demasiados, a transformarse en especuladores, perdiendo la relación con el territorio, con la gente de carne y hueso, con los trabajadores-personas y contribuyendo de este modo a agrandar unas finanzas que hoy gobiernan no sólo las empresas, sino el mundo entero. Pero sin empresarios auténticos no hay bien común. El empresario-innovador, a diferencia del especulador, ve el mundo como un lugar plagado de oportunidades; no se preocupa simplemente por aumentar su trozo de la “tarta”, sino que por vocación le gusta crear nuevas tartas. Desde el humanismo civil del siglo XV hasta los distritos industriales del made in Italy y desde los artesanos-artistas hastas los cooperativistas, Italia ha sido capaz de crear desarrollo económico y cívico cuando se han creado las condiciones culturales e institucionales que permiten cultivar las virtudes de la creatividad y la innovación. Por el contrario, hemos dejado de crecer como país cuando ha prevalecido la lógica del lloriqueo y la búsqueda y mantenimiento de rentas de posición, como en este último cuarto de siglo. Cuando la economía y la sociedad funcionan, las personas son el patrimonio más importante, mucho más que los capitales, las finanzas o la tecnología, porque solo las personas saben ser creativas y dar vida a las grandes innovaciones indispensables en tiempos difíciles. También hoy, tras décadas de borrachera por el crecimiento de los capitales tecnológicos y financieros, nos estamos dando cuenta de que las empresas que consiguen crecer y ser líderes en la economía globalizada son aquellas en las que hay una o varias personas capaces de ver la realidad de una manera distinta.

La inteligencia de las personas es la clave de toda innovación verdadera y de todo valor económico auténtico, como bien sabía el economista y político milanés Carlo Cattaneo: “No hay trabajo ni capital que no comience con un acto de inteligencia. Antes de cualquier trabajo y antes de cualquier capital, es la inteligencia la que comienza la obra e imprime en ellos por vez primera el carácter de riqueza”.

Hoy Italia no se hunde (todavía) porque, a pesar de todo, hay millones de personas, hombres y mujeres, trabajadores y empresarios, que todas las mañanas se levantan para cumplir con su deber, que tratan de resolver sus problemas y los de los demás, de ser innovadores echando mano de su creatividad. Si queremos salir de esta crisis, antes que nada debemos hacer posible la vida a estas personas y suscitar, sobre todo entre los jóvenes, un nuevo entusiasmo y nuevas vocaciones empresariales. Pero todo eso no sucederá mientras no pongamos en el centro de la escena a la sociedad civil, incluido ese pedazo de vida civil al que llamamos empresa.

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Editorial – Emprendedores, no especuladores

Crear tartas

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 02/10/2011

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De ninguna crisis se sale con reducciones, recortes e impuestos. Tenemos urgente necesidad de que vuelva a ponerse en marcha la fábrica de la ciudadana, política y económica. Por eso la pregunta más seria y auténtica que podemos hacernos es: ¿qué debemos hacer? La operación es compleja, pero Italia (y todo Occidente) tiene  sobre todo necesidad de nuevos empresarios y de empresarios nuevos. Se ha abusado mucho de la palabra empresario y se ha tergiversado su sentido. En los medios de comunicación, los empresarios están muchas veces en el centro de la crónica, pero con frecuencia el sustantivo ‘empresario’ se usa de manera inadecuada y ofensiva para los empresarios de verdad. Para definir a muchos individuos a los que comúnmente se les llama empresarios, se deberían usar otras palabras como negociante o especulador.

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Crear tartas

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Comentarios – Ejemplos de altura y nuevos recursos

Deseos de política

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 18/09/2011

logo_avvenireEsta crisis esconde un nuevo deseo de política. En estos años estamos comprendiendo mejor que nunca, por experiencia propia, que el mito del mercado auto-organizado y auto-regulado es un modelo que sólo funciona en los libros de texto de economía. Pero fuera de los libros, los mercados tienen una necesidad imperiosa de instituciones, normas y gobiernos.

Por ejemplo, la competencia de mercado, cuando no va acompañada de otros principios coesenciales, no premia el mérito. A diferencia de lo que ocurre en el deporte, que muchas veces se utiliza erróneamente como metáfora del mercado, en la competición del mercado los competidores casi nunca salen de la misma línea, puesto que el vencedor de hoy mantiene su ventaja para la competición de mañana. Por eso debe haber alguna otra agencia que se ocupe de alinear de vez en cuando el punto de partida, si es que queremos que el mercado sea moral y un factor de civilización. Tradicionalmente esa “agencia” ha sido la política, que no debería competir en la carrera sino más bien ser un agente externo orientado al bien común.

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En esta crisis echamos de menos gobernantes que sean nuevamente capaces de bien común. Por eso la gente demanda con fuerza una nueva política. Pero esta nueva “demanda” no encuentra “oferta”. ¿Por qué motivos? Ciertamente el mundo ha cambiado a gran velocidad, tal vez a demasiada velocidad. Los tiempos de la democracia no son comparables a los nanosegundos de la especulación financiera ni los espacios de la política son los del nuevo capitalismo de dimensión mundial. Pero no hay que olvidar que existe también un fenómeno interno de la clase política, no sólo la italiana, sobre el que no se reflexiona lo suficiente. Es la conocida teoría de la "selección adversa", introducida por el premio Noble de economía George Akerlof  en 1970. Este economista norteamericano demostró que en muchas situaciones reales el mercado no premia el mérito ni recompensa a los mejores, sino que el mercado, cuando es abandonado a su merced, tiende a atraer y a seleccionar a los peores o, dicho con sus palabras, a los lemons (fiascos).

El mensaje de esta teoría es sencillo pero importante: en un mundo real y por ello imperfecto, las instituciones y las organizaciones atraen a un tipo u otro de personas en base a las señales que emiten. Por ejemplo, las empresas que ofrecen sueldos altos y bonus a los directivos tienden a seleccionar a los candidatos más interesados por el dinero y los pluses, pero no necesariamente por el bien de la empresa. Una orden religiosa, para atraer vocaciones auténticas, debe dar señales claras de que ofrecerá a sus miembros gratuidad e ideales elevados; si, recurriendo al absurdo, prometiera pluses y confort atraería sin duda a las personas equivocadas. En resumen, cualquier organización, a la hora de seleccionar a su personal, debe ser muy cuidadosa con las señales que emite, ya que el primer instrumento de selección es la propia señal. Cuando una sociedad como la nuestra ve todos los días que sus clases dirigentes, ya sean de derechas o de izquierdas, se caracterizan por los privilegios, el dinero y las ventajas, inevitablemente tiende a atraer hacia la política a los individuos más interesados que la media en los privilegios y prebendas y menos motivados hacia el bien común.

Si la política quiere renovarse y estar a la altura de los nuevos desafíos, debe empezar a dar señales distintas, sobre todo a los jóvenes. Un pueblo, como cualquier persona o comunidad, para desarrollarse y crecer bien necesita de vez en cuando momentos de auténtico renacimiento ético e ideal. En el siglo XX estos momentos estuvieron provocados por “heridas” profundas (guerras, fascismo) que, como efecto indirecto, seleccionaron gobernantes de alta calidad moral y humana.

El milagro económico y civil de la Italia de la posguerra fue fruto, entre otros, de unos políticos que estuvieron a la altura de los tiempos, porque procedían de la parte más viva e ideal de la sociedad civil y de la comunidad eclesial. Casi 70 años después, los partidos y en general la clase dirigente occidental (sindicatos, asociaciones…) se han institucionalizado inevitablemente, perdiendo así gran parte de su capacidad de innovación civil; al igual que en buena medida se ha perdido en los lugares donde se formaron.

Si hoy alguien busca innovación auténtica en Italia, debe buscarla fuera de esos lugares. Por eso las razones del bien común conducen a una decrecimiento de esta política, para liberar las fuerzas innovadoras de la sociedad y de la economía civil, llamando con fuerza a un nuevo protagonismo y compromiso de las asociaciones y movimientos generativos que hoy siguen tal vez incluso más vivos que ayer en nuestra sociedad, cuyo capital más importante está constituido por las personas y sus “carismas” (dones).

Las innovaciones más importantes son cuestión de mirada, de visión y por lo tanto de personas: «No les llaméis problemas, llamadles dones», le gustaba repetir a la madre Teresa, porque sabía ver algo distinto y hermoso en los marginados de Calcuta. Nosotros no saldremos bien de esta crisis sin un nuevo protagonismo de la ciudadanía, de las personas.

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Comentarios – Ejemplos de altura y nuevos recursos

Deseos de política

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 18/09/2011

logo_avvenireEsta crisis esconde un nuevo deseo de política. En estos años estamos comprendiendo mejor que nunca, por experiencia propia, que el mito del mercado auto-organizado y auto-regulado es un modelo que sólo funciona en los libros de texto de economía. Pero fuera de los libros, los mercados tienen una necesidad imperiosa de instituciones, normas y gobiernos.

Por ejemplo, la competencia de mercado, cuando no va acompañada de otros principios coesenciales, no premia el mérito. A diferencia de lo que ocurre en el deporte, que muchas veces se utiliza erróneamente como metáfora del mercado, en la competición del mercado los competidores casi nunca salen de la misma línea, puesto que el vencedor de hoy mantiene su ventaja para la competición de mañana. Por eso debe haber alguna otra agencia que se ocupe de alinear de vez en cuando el punto de partida, si es que queremos que el mercado sea moral y un factor de civilización. Tradicionalmente esa “agencia” ha sido la política, que no debería competir en la carrera sino más bien ser un agente externo orientado al bien común.

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Deseos de política

Deseos de política

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Comentario - El 2% de las remesas de los inmigrantes irregulares

Una «Tobin Tax» al revés

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 10/09/2011

logo_avvenireLa última versión de las medidas económicas del gobierno contiene un punto concreto que introduce un impuesto del 2% sobre las transferencias efectuadas por personas extracomunitarias que no estén dadas de alta en la Seguridad Social y que carezcan de NIF, es decir, por trabajadores irregulares. Perfecto, dirán algunos, ya que así se combate el trabajo sumergido y se estimula a los empleadores a declarar a sus cuidadoras y asistentas, un 20-30% de las cuales se estima que no están declaradas. Pero como ocurre muchas veces, lo más importante no es lo que se ve a primera vista. Hay en efecto algunos aspectos civil y éticamente muy relevantes detrás de este pequeño apartado de las medidas, que ha pasado inadvertido para la mayoría. Estos aspectos tienen que ver con los nuevos retos del estado del bienestar, con la cura de nuestras fragilidades y vulnerabilidades y con la equidad y la justicia, las dos grandes palabras que están en la base de cualquier pacto social.

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Preguntémonos entonces: ¿quiénes forman este pueblo de trabajadores regulares e irregulares? ¿por qué han venido y siguen viniendo en gran número a nuestras ciudades, sobre todo a las del centro-norte? ¿y por qué una parte significativa de estos trabajadores son todavía irregulares? Empecemos con algunos datos. En Italia hay más de un millón de cuidadoras y su facturación total (sumergida y no sumergida) es probablemente más alta que la de toda la cooperación social italiana. Este pueblo de cuidadoras (sin contar a las asistentas y otros empleados del hogar) ha dado vida a la mayor operación de cooperación internacional de Italia, ya que gracias a estas trabajadoras y trabajadores Italia ha transferido riqueza privada (de las familias, no del Estado) a Rumanía, a Ucrania y a muchos países asiáticos. Para hacernos una idea, las remesas de los trabajadores filipinos en el extranjero a su patria representan el 10% de su PIB nacional (de los cuales casi 1.000 millones de dólares proceden de Italia).

¿Cómo es que el Estado y las instituciones no han sabido responder a esta enorme necesidad de cuidados que estaba surgiendo en la sociedad italiana? ¿Y por qué (salvo en una pequeña parte) la sociedad civil y la economía social no han sabido responder a esta nueva emergencia? En los últimos años hemos perdido una gran oportunidad para innovar de verdad. La familia y la longevidad estaban cambiando drástica y velozmente, pero la tasa de innovación de la sociedad italiana ha sido demasiado baja para responder a estos nuevos desafíos. Entonces, un pueblo de mujeres venidas del Este ha desempeñado una función supletoria y subsidiaria, tratando de satisfacer una profunda y radical necesidad: la de los cuidados, ya que la sociedad italiana no consigue hacerlo por sí misma. «Para educar a un niño hace falta todo un poblado», reza un hermoso proverbio africano. Hoy, en la aldea global, para hacer que crezcan los niños y cuidar a los ancianos necesitamos también de estos nuevos aliados. En cambio, con este pequeño punto de las medidas económicas estamos lanzando un mensaje que va en una dirección muy distinta.

Las leyes siempre incorporan mensajes culturales y simbólicos que cambian las relaciones sociales: o las hacen más fraternas o las malean. Es evidente que hay que hacer todo lo posible para que la economía sumergida salga a la luz y para que estos trabajadores sean regularizados con todos sus derechos y garantías, pero no hay que olvidar demasiado pronto que hace pocos años hicimos una ley que no permitió que estas mujeres se asociaran, favoreciendo la contratación de cada cuidadora por parte de la familia. Fue una decisión infeliz y miope, que no vio en estas posibles cooperativas de cuidadoras una oportunidad de crecimiento también económico, una decisión política que explica en parte por qué esta actividad sigue estando sumergida. Además, el mejor instrumento para regularizar a trabajadores irregulares (y muy valiosos) no es una medida financiera adoptada ante una grave emergencia. Gravar con un impuesto el trabajo de estas personas producirá sin duda algunos efectos previsibles: aumento de las remesas informales y en metálico a través de amigos y parientes e ingresos muy bajos para el Estado, sin excluir un aumento de la facturación de las mafias que, en los países de origen y en el nuestro, prometerán alternativas a los canales oficiales de transferencia.
No cometamos el grave error económico, ético y cultural de no gravar seriamente las transacciones financieras de los especuladores e introducir una Tobin Tax al revés para los más pobres
. La cuestión no es el 2%, sino el 98% restante, es decir, la tasa de civilización de nuestra sociedad italiana. La Unión Europea está viviendo momentos muy delicados y entre el BCE y nuestras cuidadoras la distancia podría parecer astronómica. Pero la realidad es que saldremos de esta crisis cuando seamos capaces de dar vida a nuevas relaciones sociales, ya que lo que está ocurriendo, antes que una crisis financiera y económica, es un grito sobre la necesidad de aprender un nuevo arte de las relaciones humanas, a todos los niveles.

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Comentario - El 2% de las remesas de los inmigrantes irregulares

Una «Tobin Tax» al revés

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 10/09/2011

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Una «Tobin Tax» al revés

Una «Tobin Tax» al revés

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Comentario – Triple fragilidad y demasiados titubeos

El camino correcto es difícil

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 06/09/2011

logo_avvenireComo italianos y como europeos debemos tener la valentía de enfrentarnos a la realidad. Detrás de la crisis de las bolsas y de los mercados de todo el mundo hay una triple fragilidad: la del capitalismo financiero (demasiado endeudado), la de la política europea y la de Italia. Esta era del capitalismo globalizado que durante 20 o 30 años ha generado crecimiento gracias a la deuda privada y pública y a unas finanzas creativas y de alto riesgo (más para el sistema y menos para sus actores) está llegando a su fin. Es una pena que los mercados todavía no sean capaces de decidirse a tomar un nuevo camino y que esa misma operación no llegue, a pesar de las cada vez más explícitas llamadas del Quirinale, a los líderes ni a sectores clave de nuestra política y de nuestros sindicatos, ni a partes significativas de nuestra sociedad civil.

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La invitación que nos dirigen los acontecimientos es elocuente y fuerte, pero por desgracia es sistemáticamente desatendida, incomprendida y a veces tergiversada. La incertidumbre y la desconfianza reinan soberanas y después de unas bocanadas de oxígeno volvemos al agua, esperando la siguiente tempestad.

Hace ya dos meses que la crisis se ha agudizado y todavía no hemos visto ninguna cumbre del G20, únicamente llamadas telefónicas semi-privadas, encuentros a dos bandas y declaraciones con intenciones reconfortantes (que sólo producen efectos adversos). La política está mostrando su incapacidad para gobernar la primera crisis importante de la globalización. La economía y el mundo han cambiado, pero las categorías con las que la política nacional y global lo interpreta y actúa (o se abstiene de actuar) son obsoletas y por ello ineficaces. Europa, que está viviendo la primera gran fibrilación de la era del euro, atraviesa una crisis específica. Los operadores de los mercados ya no están seguros de que Eurolandia sea capaz de futuro. Las inútiles y vacías declaraciones sobre la Tobin Tax, la devolución al remitente de la propuesta de los Eurobonos (que no son realistas porque detrás del euro falta una política europea unitaria fuerte) y las reiteradas incertidumbres del Banco Central Europeo son, cada vez más, expresión de ideas confusas e inadecuadas.

Pero a estas alturas basta echar un vistazo a los titulares de los principales periódicos y webs internacionales para convencerse, por si aún fuera necesario, de que, en esta crisis de las bolsas europeas y mundiales, sobre Italia cuelga un gran signo de interrogación. Las incertidumbres y los continuos cambios de contenido de la maniobra-bis están aumentando las expectativas negativas de los operadores financieros que, tras un par de semanas de espera, comienzan a manifestar de forma devastadora serias dudas de que nuestro país cuente verdaderamente con los recursos, en primer lugar morales y después económicos, para hacer por sí mismo lo que hay que hacer. Es verdaderamente triste ver el titubeo de nuestra clase dirigente para compartir u no dilatar más esas pocas reformas, tal vez impopulares pero indispensables, que transmitirían confianza a los mercados y a los ciudadanos honrados. Nadie puede pensar que es posible corregir la enorme deuda pública sin meter mano seriamente a las pensiones (cuestión primariamente de justicia intra e inter generacional); sin pedir una equitativa y bien modulada contribución extraordinaria a quienes puedan darla, puesto que tienen la posibilidad y la oportunidad de hacerlo (en lugar de concebir la alternativa de poner un impuesto a las remesas de las cuidadoras y asistentas; es un golpe genial pedir sacrificios a quienes no han originado nuestra deuda y con su trabajo mejoran la vida de millones de ancianos y niños); sin una drástica reducción de los costes no tanto “de la política” (la política es cosa alta y seria), como de la burocracia política. Por no hablar de la cuestión fiscal, a favor de la familia y en contra de la evasión, de la que tanto hemos hablado.

Llevamos mucho retraso, tal vez demasiado, y hay pocas señales y además débiles de que se esté haciendo lo que hay que hacer. Pero es precisamente en tiempos difíciles cuando cada uno debe demostrar que sabe actuar dentro de los límites del poder y de la responsabilidad que tenga. Entre estos actores inciertos se encuentran también las instituciones europeas, nuestros parientes más cercanos. Aunque Italia sea un país demasiado grande como para declarar su quiebra, no basta con una palmada en el hombro y una frase de consuelo a la cabecera del enfermo. Pero, como ocurre en cualquier buena familia, los familiares no intervienen si quien tiene dificultades no demuestra en primer lugar seriedad y compromiso para resolver sus problemas. «Solo tú puedes lograrlo, pero no puedes lograrlo solo», reza una bonita declinación del principio de subsidiariedad, uno de los pilares éticos y políticos de Europa.

Hace falta más Europa, pero – antes – hace falta más Italia, más gobierno, más política, más sociedad civil y económica, empezando por quienes más se preocupan por el bien común. Pero también hace falta más fuerza en las ideas. No podemos vivir este tiempo de crisis esperando que pase. No pasará si no sabemos reconocer e incluso gritar la necesidad de una “nueva economía” que, precisamente para salvar ese efecto de la civilización que se llama “mercado”, sea capaz de articularse de manera justa y solidaria, superando este capitalismo.

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Comentario – Triple fragilidad y demasiados titubeos

El camino correcto es difícil

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 06/09/2011

logo_avvenireComo italianos y como europeos debemos tener la valentía de enfrentarnos a la realidad. Detrás de la crisis de las bolsas y de los mercados de todo el mundo hay una triple fragilidad: la del capitalismo financiero (demasiado endeudado), la de la política europea y la de Italia. Esta era del capitalismo globalizado que durante 20 o 30 años ha generado crecimiento gracias a la deuda privada y pública y a unas finanzas creativas y de alto riesgo (más para el sistema y menos para sus actores) está llegando a su fin. Es una pena que los mercados todavía no sean capaces de decidirse a tomar un nuevo camino y que esa misma operación no llegue, a pesar de las cada vez más explícitas llamadas del Quirinale, a los líderes ni a sectores clave de nuestra política y de nuestros sindicatos, ni a partes significativas de nuestra sociedad civil.

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El camino correcto es difícil

El camino correcto es difícil

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Comentarios – Un arma más contra la evasión

Premiar a los honrados

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 28/08/2011

logo_avvenirePara los profesores, los exámenes escritos son una triste liturgia de búsqueda de papelitos ocultos y de los trucos de última generación para intentar superar la prueba sin estudiar. Cuando llega un curso particularmente dado a estas prácticas deshonestas, la primera reacción del claustro de profesores es natural que consista en aumentar los controles y endurecer las sanciones. Yo también he caído en esta tentación, pero he aprendido que el principal efecto que se obtiene, si no el único, es un doble fracaso: en las aulas se crea un ambiente policial, los estudiantes trabajan mal y los “profesionales de la copia” siempre encuentran un sistema más sofisticado para eludir el control y el estudiante medio, por su parte, cae en las redes de los controles, más tupidas que antes, puesto que una inocente mirada al compañero de pupitre puede ser objeto de sanción.

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El año pasado tuve que enseñar economía en una prestigiosa universidad extranjera y descubrí que el examen se realizaba “open book”, es decir con el libro abierto. Evidentemente tuve que elaborar un examen más articulado, pero eso me convenció aún más de que el mejor instrumento para aumentar la eficiencia y la equidad en cualquier sistema consiste en diseñar adecuados mecanismos institucionales. Al endurecer los controles y las sanciones en mis exámenes, sin querer y con la mejor intención, había enviado una fuerte señal a mis estudiantes: “sois proclives a la incorrección y a la falta de honradez”; una señal que frustraba las motivaciones intrínsecas de los buenos estudiantes y ponía en marcha la imaginación de un pequeño grupo dispuesto a demostrarme que era más listo que yo.

Creo que hay relación entre esta experiencia y el debate sobre la lucha contra la evasión fiscal que está produciendo hoy en Italia. El primer paso para una auténtica reforma fiscal debería ser rediseñar la lógica global de la fiscalidad: pasar, volviendo a la metáfora estudiantil, de la “caza de chuletas” a los “exámenes a libro abierto”, donde reciban oportunos incentivos los ciudadanos dispuestos a la transparencia en las transacciones propias y ajenas, por ejemplo permitiendo que las familias se deduzcan más gastos y paguen una cuota más adecuada que la actual.

Un segundo elemento para una reforma fiscal seria debería partir de la toma de conciencia de que aunque consiguiéramos sancionar a todos los panaderos, hosteleros, autónomos y profesionales que no emiten facturas ni recibos (algo que es evidentemente necesario), existe una mega cuestión fiscal y ética de grandes empresas e individuos que tienen su sede legal o su residencia en paraísos fiscales y que manejan tranquilamente en los mercados financieros internacionales riquezas enormes sin pagar impuestos (basta ver las reacciones a la propuesta de la Tobin Tax o de un impuesto sobre los Credit Default Swaps (CDS)), tal vez esperando una nueva amnistía fiscal. Sin una lucha seria contra estos macroescándalos fiscales, tal vez consigamos cerrar alguna actividad en la que no se emitan facturas (eso tamién hay que hacerlo, sobre todo cuando se trata de profesionales libres o médicos con chalet y 4x4), pero cometeremos el grave error de quien cura la caries de un paciente y se olvida de curar el tumor. Bien está curar la caries (que duele mucho cuando se inflama, la metáfora dental es puramente casual), pero no nos olvidemos del tumor.

Hay más. En 1766 Giacinto Dragonetti, jurista de L’Aquila, publicó un libro que se titulaba “De las virtudes y de los premios”, no por casualidad dos años después de la publicación de otro libro más conocido: “De los delitos y de las penas”, de Cesare Beccaria. En la introducción, Dragonetti escribe: “Los hombres han hecho millones de leyes para castigar los delitos y no han establecido ni siquiera una para premiar las virtudes” y por ello proponía que en su Reino de Nápoles se creara un auténtico “Código premial” junto al “Código penal”, en base a la extraordinaria intuición de que un país no se puede desarrollar si mientras castiga a los deshonestos no premia a los ciudadanos virtuosos. Es cierto que una forma indirecta de premiar a los honrados es castigar adecuadamente a los oportunistas y a los “listos” y hoy Italia tiene necesidad también de esto. Pero debemos tener presente una de las lecciones de la ciencia económica: las leyes son sobre todo señales y mensajes simbólicos y las leyes que se basan en la hipótesis antropológica de que los seres humanos son por naturaleza oportunistas y deshonestos terminar por producir ciudadanos oportunistas y deshonestos. Una reforma fiscal que quiera ser eficiente y justa debe confiar en primer lugar en los ciudadanos honrados y virtuosos que, no lo debemos olvidar en estos tiempos difíciles, son siempre la inmensa mayoría de la población, también en Italia, ya que si fuese cierto lo contrario, la vida en común implosionaría en una sola mañana. Así pues, lo que hay que activar para la reforma fiscal es la base sana de todo un pueblo, con señales creíbles de confianza, aprecio y reconocimiento. El mayor fracaso de una reforma fiscal sería malear aún más las relaciones entre los ciudadanos, hacerles que vean a sus compañeros y a sus vecinos como deshonestos y potenciales evasores y no como valiosos aliados en la común construcción de la ciudad.
Escuchar a los jóvenes, elegir bien 10 años perdidos para la Tobin Tax

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Comentarios – Un arma más contra la evasión

Premiar a los honrados

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 28/08/2011

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Premiar a los honrados

Premiar a los honrados

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Comentario – Lo que nos deja la JMJ

Mucho futuro y mucho presente. Tal vez haya llegado la hora de las cuotas juveniles

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 23/08/2011

logo_avvenireEra impresionante ver estos días el fuerte contraste entre lo que acontecía en la JMJ de Madrid y las turbulencias, incertidumbres y temores de los mercados y de la política. El escenario era el mismo: Europa y el mundo, pero ¡qué distintos los sentimientos, el entusiasmo, el ambiente, los colores, la alegría…!. Por una parte se celebraba la debilidad de la política, los superpoderes de los poderosos de las finanzas, la falta de crecimiento y desarrollo, el gran endeudamiento fruto también de la falta de esperanza y de confianza. Por la otra se celebraba festivamente la vida, la esperanza-fe-confianza (fides), el entusiasmo y la alegría de vivir. En realidad esos jóvenes y esta Iglesia no viven en otro planeta, no están menos preocupados e involucrados en las vicisitudes económico-financieras de estos tiempos difíciles. Lo que sí es profundamente distinto es “la mirada”, el punto de vista desde el que vemos la realidad.

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Los jóvenes, en contra de lo que muchas veces se dice (con un poco de paternalismo), no son solamente el futuro de nuestra sociedad. Sobre todo son una forma distinta de vivir e interpretar el presente, el hoy, la historia. Los jóvenes son una perspectiva sobre el mundo, tienen ojos capaces de ver cosas distintas de quienes ya no son jóvenes o no han llegado todavía. Los jóvenes han estado al frente de los más importantes movimientos de cambio de época: jóvenes eran los padres del “risorgimento” y los protagonistas del 68 y jóvenes han sido los millones de ciudadanos que desde hace treinta años con las JMJ están cambiando el mundo a su manera. 

Hoy existe una gran “cuestión juvenil” a nivel mundial, que es también una de las causas de la crisis, ética además de económica, que estamos viviendo. Los jóvenes se quedan fuera del mundo del trabajo (cada vez es más frecuente encontrar trabajo cuando ya se ha dejado de ser joven), sino que además están fuera de los lugares que cuentan, de los lugares de la economía, de la política y de las instituciones, hasta tal punto que hemos tenido que inventar asociaciones de jóvenes empresarios, de jóvenes industriales, las juventudes de los partidos… como haciendo ver que la economía y la política normales son asuntos de viejos. Les estamos cargando con una deuda pública que no es sostenible, estamos depredando el medio ambiente, pero sobre todo, con nuestro cinismo, les estamos privando de la esperanza, que es la gasolina que alimenta la vida, sobre todo en la juventud.

Hemos establecido (¡por fin!) cuotas femeninas en los Consejos de Administración de las grandes empresas, entre otras cosas porque nos hemos dado cuenta, con los datos en la mano, que en las empresas donde actúa el genio femenino no sólo hay más humanidad sino también más eficiencia y más riqueza. ¿Cuándo instituiremos “cuotas juveniles” en las empresas, en la economía y en la política? Los jóvenes aportan entusiasmo, gratuidad, profecía, valentía, todos ellos alimentos esenciales para cualquier sociedad buena y cuando faltan se oscurece y se nubla todo. Ciertamente, en una sociedad decente no deberían ser necesarias ni las cuotas femeninas ni las cuotas juveniles, pero hoy en Italia y en buena parte del viejo occidente, todavía estamos lejos de esta decencia y este tipo de mecanismos artificiales podrían resultar útiles para la democracia y el desarrollo.

La economía es parte de la vida y por ello tiene todos sus vicios pero también todas sus virtudes y pasiones. Por eso ni la economía ni la sociedad funcionan sin el protagonismo de los jóvenes. Tal vez sea este uno de los mensajes de lo ocurrido estos días en Madrid.

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Comentario – Lo que nos deja la JMJ

Mucho futuro y mucho presente. Tal vez haya llegado la hora de las cuotas juveniles

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 23/08/2011

logo_avvenireEra impresionante ver estos días el fuerte contraste entre lo que acontecía en la JMJ de Madrid y las turbulencias, incertidumbres y temores de los mercados y de la política. El escenario era el mismo: Europa y el mundo, pero ¡qué distintos los sentimientos, el entusiasmo, el ambiente, los colores, la alegría…!. Por una parte se celebraba la debilidad de la política, los superpoderes de los poderosos de las finanzas, la falta de crecimiento y desarrollo, el gran endeudamiento fruto también de la falta de esperanza y de confianza. Por la otra se celebraba festivamente la vida, la esperanza-fe-confianza (fides), el entusiasmo y la alegría de vivir. En realidad esos jóvenes y esta Iglesia no viven en otro planeta, no están menos preocupados e involucrados en las vicisitudes económico-financieras de estos tiempos difíciles. Lo que sí es profundamente distinto es “la mirada”, el punto de vista desde el que vemos la realidad.

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Mucho futuro y mucho presente. Tal vez haya llegado la hora de las cuotas juveniles

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Los Editoriales de Avvenire - Europa, hoy en una encrucijada, debe encontrar el camino

Escuchar a los jóvenes, elegir bien

10 años perdidos para la Tobin Tax

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 19/08/2011

logo_avvenireLa Tobin Tax no es una idea nueva, pero es una idea significativa y relevante cuyo único defecto es que llega tarde. Pero también en este caso se puede aplicar el antiguo proverbio africano: “El mejor momento para plantar un árbol era hace veinte años, pero si no lo hiciste, el momento mejor es ahora”.

Alrededor del año 2000 se desencadenó una fase dinámica en el debate sobre este impuesto, dentro del movimiento juvenil que arrancó en Johannesburgo y culminó en Génova en julio de 2001. Dos meses después de los tristes acontecimientos de Génova, se produjo el atentado a las Torres Gemelas, que desvió por completo la atención de la opinión pública internacional y de la política, pasando de la Tobin Tax y del gobierno de la globalización financiera al terrorismo y a las guerras. Así comenzó un periodo de “distracción” de los temas de la especulación financiera, del que nos despertamos trágicamente con la crisis del 2008, cuando nos dimos cuenta de que durante nuestra distracción global en realidad las finanzas especulativas sin reglas ni controles habían crecido y se habían hecho hipertróficas, hasta llegar al borde del abismo.

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Así pues, la primera lección que debemos aprender de la historia de estos últimos años es inmediata pero importante: cuando los jóvenes protestan juntos, en gran número y a escala mundial, muchas veces detrás de esa protesta, tal vez desorganizada y mal articulada, se esconde una pregunta importante a la que hay que prestar oídos más allá de que las respuestas sean parciales o erróneas. Si hubiéramos escuchado, comprendido y asumido las demandas que aquellos jóvenes lanzaban al mundo de la economía y de las finanzas de finales de siglo, es decir un gobierno más atento a las nuevas dinámicas de la globalización de los mercados financieros, tal vez la grave crisis que nos sigue afectando pudiera haberse evitado.

Pero para entender el significado y la finalidad de una tasa propuesta en su tiempo por el premio Nobel James Tobin  (uno de los mayores investigadores de las finanzas de todos los tiempos; este es un dato que debería decirnos algo), puede ser de utilidad recordar cuáles son las tres funciones principales de las tasas (o de los impuestos) en las democracias modernas.

La primera es la más evidente y menos controvertida desde el punto de vista ideológico: la financiación y la construcción de bienes públicos. Esta primera función de los impuestos no exige necesariamente altruismo ni virtudes cívicas especiales, sino únicamente la confianza y la esperanza en que la gran mayoría de los demás conciudadanos no sean evasores (una confianza que hoy en Italia podría llamarse también virtud), pero es esencialmente un costo coordinado para producir bienes que requieren la contribución de todos (seguridad, infraestructuras…).

La segunda función es clásica: la redistribución de la renta. Los impuestos se convierten en instrumentos de solidaridad y fraternidad social y dicen con los hechos que un pueblo es también una comunidad con un bien común que hay que garantizar y salvaguardar, y pueden apoyarse también en una forma de racionalidad auto-interesada (como nos ha explicado el filósofo J. Rawls), como cuando pensamos que las personas desfavorecidas de mañana podríamos ser nosotros o nuestros hijos.

La tercera función, la más olvidada, es incentivar los bienes llamados “meritorios” (de mérito) y desincentivar los bienes “demeritorios”. Se gravan con menos impuestos los bienes considerados útiles para el bien común (cultura, educación...) y con más impuestos los bienes que en realidad son “males” (tabaco, alcoholes...). En este último caso, los impuestos desempeñan la función de orientar el consumo de la gente hacia sectores éticamente sensibles, donde entran en juego valores de interés colectivo.

Normalmente los impuestos desempeñan alguna de estas tres funciones y es muy raro que se den todas juntas. La Tobin Tax es precisamente uno de ellos. En efecto, contribuir a dar orden y estabilidad a los mercados financieros significa hoy generar una especie de bien público de gran valor incluso económico. El efecto redistributivo es evidente, si se utilizan, como parece obvio, los ingresos para construir infraestructuras, sanidad y educación en los países en vías de desarrollo. Por su parte, la especulación financiera presenta aspectos de bien demeritorio, ya que los sujetos privados descargan en el sistema los riesgos excesivos que estos instrumentos originan, creando las típicas “tragedias de los bienes colectivos”.

El reto crucial consiste en adoptar un impuesto parecido, a un nivel lo más global posible, ya que el ámbito de las finanzas es el mundo y, como ya se ha dicho en otras intervenciones, la normativa sólo puede ser global si quiere ser eficaz y no desviar recursos a otros mercados. Además es necesario asociar la aplicación del impuesto con una seria lucha contra el escándalo de los paraísos fiscales, una realidad que nos costará mucho explicar a nuestros hijos sin enrojecer de vergüenza.

Pero aunque únicamente la adoptara Europa, estoy convencido de que la Tobin Tax representaría una gran señal de civilización, que no sólo favorecería a la sociedad civil sino también a los propios mercados, que necesitan democracia y reglas para durar en el tiempo. Europa ha sido la patria de la economía moderna y de las finanzas, ha sido capaz de inventar estas instituciones y estos instrumentos que la han hecho grande y que han hecho posible el desarrollo y la democracia para millones de personas, faro para la humanidad de los últimos siglos. Hoy Europa está en una encrucijada: seguir la lógica del corto plazo y los intereses de los poderes fuertes, sin tocar el status quo del mercado financiero que no es libre sino rehén de los grandes fondos; o dar una señal de civilización con una decisión valiente en línea con su gran historia y con sus profundas y todavía vivas raíces humanistas y cristianas.

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Los Editoriales de Avvenire - Europa, hoy en una encrucijada, debe encontrar el camino

Escuchar a los jóvenes, elegir bien

10 años perdidos para la Tobin Tax

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 19/08/2011

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10 años perdidos para la Tobin Tax

10 años perdidos para la Tobin Tax

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Comentarios – Para recuperar la confianza (y su sentido). Por un nuevo mercado, justo.

Un camino largo y bueno

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 12/08/2011

logo_avvenireDetrás de la crisis que estamos atravesando hay sobre todo una grave crisis de confianza. Ya no sabemos dónde encontrar inversiones fiables y vendemos títulos a cambio de liquidez (o de oro u otros bienes refugio). Hoy es más cierto que nunca que crédito viene de “creer”, de fiarse. El gran economista inglés J. M. Keynes en 1936 describió sustancialmente lo que está ocurriendo ahora: un fenómeno que depende poco de sofisticados instrumentos financieros y mucho de sencillos mecanismos psicológicos. Hemos caído en la «trampa de las expectativas negativas», una situación en la cual, por una grave crisis de confianza (en este caso en la deuda pública de los estados “soberanos”), los operadores sienten una fortísima preferencia por la liquidez y una gran desconfianza hacia los títulos financieros. Cuando se cae en estas trampas, la única política eficaz consiste en volver a crear la confianza que falta, en generar expectativas positivas. El sistema económico capitalista no cuenta – esto es lo más importante – con los recursos antropológicos y éticos, antes aún que técnicos, para poder relanzar estas expectativas, porque faltan perspectivas culturales que estén a la altura de los retos que se plantean.

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En los momentos de crisis, la memoria siempre es un recurso importante para imaginar y trazar escenarios de esperanza. La palabra confianza viene del latín fides, que significa a la vez confianza, fiabilidad, vínculo (cuerda) y fe religiosa. Me fío de ti, te doy crédito (eres creíble), porque compartimos la misma fides, la fe que era la principal garantía de fiabilidad y de devolución del préstamo, sobre todo cuando se intercambiaba con forasteros. Sobre esta fides-confianza-fiabilidad-credibilidad-vínculo-fe nació el primer mercado único europeo entre el siglo XIV y la Modernidad. Con la reforma protestante esta fides entró en crisis, la cuerda se rompió (la fides cristiana dejó de ser suficiente para el comercio y para la paz) y Europa encontró entonces nuevas formas de confianza para poder sostener los mercados nacientes. En el siglo XVII es cuando nacen los bancos centrales y las bolsas de valores, que se convierten en las nuevas garantías “laicas” del nuevo mercado sin-fides. En paralelo con estas nuevas instituciones económicas surgen también los estados nacionales, que se convierten en los nuevos “lugares de la confianza”, las grandes garantías para los mercados y las monedas, como lo fueron las ciudades en la Edad Media. Este breve excurso histórico sirve para decir que la economía moderna laica nace de una relación muy estrecha entre la economía y la política nacional, entre las finanzas y los estados-nación. Detrás de los intercambios y de las finanzas estaban los estados, los pueblos, las comunidades nacionales, los territorios, la pertenencia. También la democracia política y económica que conocemos se basa en mercados e instituciones económicas sustancialmente nacionales. Este capitalismo nacional, en sus dos grandes versiones anglosajona y europea, ha estado vigente hasta hace unas pocas décadas, cuando entramos cada vez con mayor aceleración en la era de la globalización y del capitalismo financiero.

Esta crisis nos dice que todavía no sabemos comprender ni gobernar el capitalismo globalizado, porque mientras que la economía y las finanzas han cambiado radicalmente, la política y sus instrumentos siguen siendo los del primer capitalismo, incluida la creación sin controles ni garantías de enormes deudas públicas, expresión de la vieja idea de soberanía y señorío de los estados-nación. Por no hablar del tema fiscal: para combatir seriamente la evasión fiscal deberíamos reconocer por lo menos que existe una importante y gran “cuestión fiscal” y de justicia que se juega en los mercados financieros globales, donde se crean enormes ganancias y rentas que de hecho escapan a los sistemas fiscales, demasiado anclados todavía en la dimensión nacional que, como mucho, puedne recurrir ex post al peligroso e inmoral truco de la condonación.

En Europa, el euro está en crisis profunda porque todavía no hemos encontrado una relación entre el euro y Europa. Sigue habiendo un efecto de credibilidad de cada país (no será casualidad que Piazza Affari [sede de la Bolsa de Milán] sea casi siempre la peor), pero no es decisivo para entender y afrontar la crisis. Basta observar lo inadecuadas que han sido las garantías ofrecidas por los Estados Unidos de Obama, ya que lo que realmente haría falta es una política a medida de la globalización, una política que aún no existe ni tampoco se deja entrever. Haría falta un nuevo Bretton Woods mundial, para dar vida a una economía de mercado post-capitalista, donde las finanzas estén reguladas y paguen impuestos igual (o tal vez más) que todas las actividades que producen rentas, donde se creen autoridades independientes de control de las deudas públicas, donde se regule también el gobierno de las grandes empresas multinacionales (algunas de ellas hoy más ricas e influyentes que muchos pequeños estados-nación), y mucho más. Por eso, lo que nos jugamos en esta crisis es la nueva economía de mercado en la era de la globalización, que deberá ser distinta de la que hemos conocido hasta ahora. La economía financiera globalizada necesita confianza pero, como ocurre con la energía, ésta se consume sin que seamos capaces de regenerarla, porque sus instrumentos crean reputación (que es un bien más de mercado), que tiende a desplazar la confianza (que es, en cambio, un bien relacional).

Lo que a fecha de hoy está fuera de dudas es que la vieja política basada en los gobiernos nacionales, en el equilibrio de los partidos y en la soberanía, ya no funciona. No sabemos qué es lo que surgirá de este fracaso. Únicamente podemos prever algunos años de fragilidad, de riesgo sistémico y de incertidumbre, que implicarán sacrificios para todos, esperemos que repartidos con un poco de justicia. Pero sobre todo debemos relanzar la esperanza, que es la gran virtud para todos los tiempos de crisis y el terreno fértil en el cual puede volver a florecer también la confianza.

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Comentarios – Para recuperar la confianza (y su sentido). Por un nuevo mercado, justo.

Un camino largo y bueno

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 12/08/2011

logo_avvenireDetrás de la crisis que estamos atravesando hay sobre todo una grave crisis de confianza. Ya no sabemos dónde encontrar inversiones fiables y vendemos títulos a cambio de liquidez (o de oro u otros bienes refugio). Hoy es más cierto que nunca que crédito viene de “creer”, de fiarse. El gran economista inglés J. M. Keynes en 1936 describió sustancialmente lo que está ocurriendo ahora: un fenómeno que depende poco de sofisticados instrumentos financieros y mucho de sencillos mecanismos psicológicos. Hemos caído en la «trampa de las expectativas negativas», una situación en la cual, por una grave crisis de confianza (en este caso en la deuda pública de los estados “soberanos”), los operadores sienten una fortísima preferencia por la liquidez y una gran desconfianza hacia los títulos financieros. Cuando se cae en estas trampas, la única política eficaz consiste en volver a crear la confianza que falta, en generar expectativas positivas. El sistema económico capitalista no cuenta – esto es lo más importante – con los recursos antropológicos y éticos, antes aún que técnicos, para poder relanzar estas expectativas, porque faltan perspectivas culturales que estén a la altura de los retos que se plantean.

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Editorial – Deuda y finanzas hipertróficas

El abrazo mortal

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 7/08/2011

logo_avvenireLa esperada rebaja de la calificación de los Estados Unidos por parte de Standard & Poor’s, de AAA ad AA+ (por primera vez en la historia), añade una nueva tesela al mosaico que se está componiendo estos días. Todavía no tenemos una idea clara de lo que le está ocurriendo a nuestro sistema económico, pero lo que sí podemos intuir es que nos encontramos ante la más grave crisis del sistema capitalista, una crisis que comenzó en otoño de 2008 y se encuentra en pleno desarrollo, sin que sepamos cuándo y cómo terminará, si es que termina.

El crac de otoño de 2008 nos reveló una primera novedad: que ya no era posible separar la economía real de las finanzas, puesto que en la era de la globalización la economía real es también financiera y una crisis en los mercados financieros se convierte inmediatamente en una crisis real (paro, PIB) y viceversa. Por eso esta crisis implica también un fracaso de la ciencia económica y un fracaso nuestro, de los economistas (incluidos los consejeros de Obama), que usamos instrumentos obsoletos para descibir el mundo y sugerir recetas.

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Pero el temporal de estos días nos trae otra novedad: ya no es posible separa la economía de la geopolítica ni de las políticas de cada uno de los estados. Entre la caída de los mercados financieros, los problemas políticos de Obama, las vicisitudes del gobierno italiano y la debilidad del sistema político europeo existe una relación tan estrecha que ya no es posible saber dónde termina el Mercado y dónde comienza la Política. Sólo conseguiremos salir de esta crisis, que marca una época, si sabemos ver conjuntamente y de manera sistémica las finanzas, la economía y la politica, con una mirada global, pero sin perder de vista la dimenión regional (véase Grecia). Las finanzas han crecido como una buena planta que, cuando le faltan cuidados y la necesaria poda, termina por invadir el jardín entero.

Hoy el volumen anual de los títulos que se intercambian en los mercados financieros supera con creces (entre 8 y 10 veces) la cifra del PIB mundial, un volumen que durante los últimos 15 años ha aumentado más de 40 veces. Deberíamos preguntarnos, también los expertos, cómo es que hemos asistido inertes a este crecimiento hipertrófico y elefantiásico de las finanzas especulativas, sin pararnos de vez en cuando a valorar, a distintos niveles (económico, político, civil, ético) si el camino que iniciamos en los años 90 no nos conduciría por senderos impracticables y muy peligrosos.

Esta hipertrofia financiera se funde en un abrazo mortal con la desorbitada deuda, privada y pública, de la economía mundial económicamente avanzada. No debemos cansarnos nunca de repetir que el problema de esta crisis es el excesivo endeudamiento privado (en 1998) y público (ahora), debido a las grandes operaciones de salvamento de bancos y a la financiación de carísimas guerras.

Si no reducimos el endeudamiento medio de Occidente (y de Japón, también enfermo) no saldremos de esta crisis. Entre otras cosas, porque en estos días en los que todo el mundo habla de crecimiento debemos tener muy en cuenta que la economía capitalista ha crecido mucho y mal durante estos últimos veinte años (gracias también a las innovaciones financieras), con graves consecuencias medioambientales y sociales: las tasas de crecimiento de los años anteriores a 2008 no se pueden volver a plantear, tanto por razones económicas (falta de demanda) como sobre todo por razones medioambientales y éticas. En caso contrario, cometeremos el error de quienes descubren que tienen diabetes y para curarla intentan aumentar un poco la actividad física, pero siguen comiendo dulces como antes del diagnóstico. Para curarse seriamente hay que cambiar globalmente el estilo de vida, haciendo sacrificios, una palabra antigua e impopular pero que sigue siendo crucial cuando la historia se pone seria.

Las crisis, individuales y colectivas, siempre son ambivalentes: podemos salir de ellas siendo peores o siendo mejores; el resultado depende sobre todo de nosotros y de nuestra visión del mundo. Un error mortal que hay que evitar durante las crisis es no tomarse en serio las señales que nos llegan de fuera. No hay que demonizar a los mercados financieros. Nos enseñan algo importante. En primer lugar que todos hemos infravalorado las crisis de estados como Grecia, Portugal e Irlanda. Las crisis financieras estructurales y globales son algo muy serio, aunque afecten a estados pequeños, ya que puede ser un niño quien señale que el rey (el euro) está desnudo.

Una segunda señal o mensaje que nos llega de esta crisis es la urgencia de realizar reformas serias y profundas, sobre todo en pensiones y en la reducción del despilfarro de la administración pública, reformas que requieren una unidad política nacional que aún no se ve más allá de las diversidades partidistas. Esta falta de responsabilidad es grave, porque el momento que estamos viviendo es tal vez el más grave desde la época del terrorismo. Finalmente, esta crisis será una felix culpa si nos hace dar vida a una economía de mercado que supere el capitalismo hiperfinanciero que hemos creado, ya que estamos pagando el aumento de bienestar económico con la moneda de la fragilidad y la inseguridad de todos pero, de manera especial, de los más débiles (ya sean personas o estados).

Por eso debemos seguir todos con mucha atención y responsabilidad lo que acontece estos días. Lo que está en juego no es únicamente la suerte del mercado financiero y de los poseedores de títulos, sino la calidad de la economía de mercado que surja de esta crisis y por ello la calidad de la libertad, de los derechos y de la democracia.

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El abrazo mortal

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