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[introtext] => El autor del libro “Il capitalismo e il sacro” da la voz de alarma: la cultura dominante del beneficio y del consumismo ya se ha convertido en una forma de idolatría.
Luigino Bruni
Original italiano publicado en Agorà di Avvenire el 20/11/2019
Adelantamos una parte del primer capítulo del libro Il capitalismo e il sacro de Luigino Bruni, profesor de economía política en la Universidad Lumsa de Roma y uno de los editorialistas más leídos de Avvenire. En él propone un análisis original y provocador sobre los orígenes de la mentalidad actual. Echando mano del pensamiento de autores como Benjamin, Florenskij, Nietzsche, Marx, Agamben y Boltanski, Il capitalismo e il sacro invita a enfrentarse a la pretensión idolátrica de la economía contemporánea, en nombre de una renovada perspectiva basada en el compartir.
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Pocos años después de Marx, en 1905, Max Weber publica sus trabajos sobre la ética protestante y el espíritu del capitalismo, una de cuyas ideas clave es la desacralización del mundo occidental. Pasan unos años y llega 1921, uno de los años decisivos para la llamada “teología económica”. Ese año el filósofo alemán Walter Benjamin escribe un breve pero densísimo texto, conocido hoy como El capitalismo como religión. El mismo año, el teólogo y filósofo ruso Pavel Florenskij, en un contexto cultural muy distinto, imparte entre agosto y octubre, un curso en la Academia Teológica de Moscú sobre la dimensión sagrada del capitalismo.
Weber anunciaba un mundo desacralizado. Benjamin y, a su manera, también Florenskij dicen lo contrario: el capitalismo no ha eliminado lo sagrado del mundo porque él mismo se ha convertido en un culto, en una religión. Se trata de dos autores cercanos también en la muerte: Benjamin se suicida en 1940, mientras intenta huir de los nazis en los Pirineos, y Florenskij es fusilado en 1937 en un gulag cerca de Stalingrado.
El trabajo de Benjamin ha permanecido largo tiempo en el olvido, a pesar de que contiene un análisis, que todavía no ha sido superado, acerca de la relación que existe entre la economía capitalista y la religión. Benjamin, debido entre otras cosas a su cultura hebrea, había puesto el tema del mesianismo en el centro de su reflexión filosófica. El capitalismo le parece una (falsa) respuesta a la demanda de salvación que fundó Europa, en el humanismo judeocristiano. Según Benjamin «en el capitalismo hay que reconocer una religión; es decir, el capitalismo sirve esencialmente para colmar las mismas preocupaciones, tormentos e inquietudes a las que en el pasado daban respuesta las llamadas religiones».
Este incipit de Benjamin es claro y potente: el capitalismo no nace solo, como decía Weber, de un espíritu religioso. Para Benjamin, el capitalismo es una religión: «no solo, como sostiene Weber, una construcción determinada en sentido religioso, sino un fenómeno esencialmente religioso».
Por tanto, resume: «En Occidente, el capitalismo – como debe demostrarse no solo en el caso del calvinismo, sino también de las restantes orientaciones cristianas ortodoxas – se ha desarrollado parasitariamente sobre el cristianismo, hasta tal punto que, al final, la historia de este último es sustancialmente la de su parásito, el capitalismo». Y poco después añade: «El cristianismo en la época de la Reforma no ha favorecido el surgimiento del capitalismo, sino que se ha transformado en capitalismo».
Es muy fuerte y muy eficaz la metáfora biológica del parásito: el capitalismo no ha tomado del cristianismo solo el espíritu, sino que ha adquirido su sustancia y ha crecido hasta el punto de absorberlo por entero. El capitalismo es un cristianismo fagocitado y transformado, una metamorfosis del gusano en mariposa – y las mariposas no recuerdan que han sido gusanos.
Además, Benjamin sigue corrigiendo a Weber cuando extiende la metamorfosis del protestantismo a todo el cristianismo, adelantándose algunos años a Amintore Fanfani y sus análisis sobre el espíritu “católico” y medieval del capitalismo, un tema desarrollado también por Giuseppe Toniolo, si bien exponiendo una tesis distinta a la de Fanfani. Esta es la gran y potente tesis de su pequeño opúsculo de 1921, donde además encontramos muchas otras intuiciones de gran valor. En él se contiene una especie de profecía: «En seguida tendremos de él una visión de conjunto».
Benjamin conocía demasiado bien a Marx como para usar la palabra “estructura” en sentido genérico. Para él la religión, el cristianismo en particular, es la estructura del capitalismo, y por tanto la economía capitalista, que debería ser la estructura de la sociedad capitalista, es a su vez una especie de superestructura de una estructura religiosa más radical. Nosotros vemos economía, pero debajo, escondida «por el envoltorio de las cosas», está la religión: ¿qué religión? y ¿cuáles son los rasgos característicos de la mariposa-capitalismo nacida del gusano-cristianismo?
Benjamin escribe: «En el presente podemos reconocer tres rasgos de esta estructura religiosa. En primer lugar, el capitalismo es una religión puramente de culto, probablemente la más extrema de todas. Todo en él tiene significado solamente en relación inmediata con el culto; no conoce ninguna dogmática particular, ninguna teología. Así es como el utilitarismo adquiere su coloración religiosa».
Se trata de tesis fuertes y densas que todavía están sin explorar, hoy aún más fuertes y densas que ayer. En primer lugar, el capitalismo es definido por el filósofo alemán como una «religión puramente de culto», de puro culto, sin teología, sin dogmas. Benjamin era judío, filósofo y alemán. La Alemania de su generación (Taubes, Buber, Bonhoeffer, Bloch y muchos otros) era un lugar extraordinario e inigualable para las reflexiones acerca del alma colectiva de Europa, y el destino y el “ocaso” de Occidente y del capitalismo.
Benjamin sabe que las religiones de puro culto, sin dogmas ni teología, tienen un nombre preciso en la Biblia: idolatrías. Son los cultos contra los que el pueblo hebreo en Canaán, en Babilonia y antes en Egipto, emprendió una batalla campal, la lucha más radical y extensa de toda la Biblia.
¿Qué significa una religión/idolatría de puro culto? El gran filósofo y teólogo ruso Pavel Florenskij escribe también cosas importantes sobre el capitalismo como religión/idolatría de puro culto. En 1921, Florenskij dedica su atención a la relación entre el capitalismo, lo sagrado y el culto. Su texto sigue teniendo un enorme interés por las intuiciones que contiene acerca de la naturaleza sagrada del capitalismo. El teólogo ortodoxo escribe: «La misma teoría de lo sagrado dice que el culto está en el origen tanto de la economía como de la ideología».
El culto, para Florenskij, es «una especie de prius. El culto viene antes de los instrumentos y los conceptos». Y añade: «El punto de partida de la cultura es el culto», jugando con la raíz común de las palabras cultura y culto: «En su favor se sitúa también el análisis filológico». Por eso añade: «Es equivocado pensar que la teoría de lo sagrado se haya perdido para siempre. Esta está unida a la conciencia medieval. En la vida histórica hay periodos de laicización y periodos en los que toda la vida es introducida en el seno del culto».
Así pues, para Benjamin y Florenskij el capitalismo es una religión de solo culto, de sola praxis. En realidad, hoy sabemos que en el siglo que ha transcurrido desde que Benjamin escribió estas cosas, la religión capitalista se ha sofisticado y ha producido algunos dogmas y una teología propia, en buena parte con la ayuda de la teoría económica y la teoría de la dirección de empresas. Debido a la necesidad de tener un culto para poder crear una cultura, el capitalismo se ha convertido en la verdadera cultura (o religión) popular de este siglo.
La fuerza cultural del capitalismo radica precisamente en el hecho de haberse convertido en una experiencia global, holística y omnicomprensiva, que todo lo envuelve. El primer populismo moderno lo ha inventado el capitalismo. El capitalismo, como un nuevo Anteo, encuentra su fuerza en su dimensión de sola praxis cotidiana.
El capitalismo crea y fortalece su cultura alimentándose en el culto diario de miles de millones de personas. Por eso se ha convertido en el culto universal y global, que en las próximas décadas solo puede crecer y fortalecerse – hasta que otros cultos y otras culturas ocupen su puesto: ¡esperemos que no sean las antiguas artes de la guerra! Pero de aquí se deriva también un corolario interesante: para superar la idolatría capitalista hacen falta nuevas praxis, nuevas experiencias.
Escribir teorías no basta, porque toda cultura nace del culto y del pan de cada día. Estamos inmersos en prácticas cotidianas, repetidas, reiteradas, de cultos de compra, venta e inversión. También dentro de las empresas, que en el siglo XX eran generalmente pensadas y vividas según el modelo de la comunidad, está creciendo la misma cultura comercial.
Del modelo comunitario típico del siglo XIX y XX hemos pasado progresivamente a la empresa-mercado, que hoy domina sin oposición la escena. Hasta hace pocas décadas, sobre todo en Europa (aunque no solo aquí), el registro relacional que fundaba empresas y/o cooperativas era el del pacto y no el del contrato. También el “contrato” de trabajo era sobre todo un pacto, donde el do-ut-des era solo uno de los componentes de la relación fundamental para el trabajador y su familia (el trabajo no era una mercancía porque ese contrato era esencialmente un pacto).
Hoy, sin embargo, la cultura que se respira en las empresas, en sus cultos y en sus liturgias, es la misma que se respira en los grandes centros comerciales, en los bancos y cada vez más en las redes sociales. La cultura-religión-idolatría del capitalismo se alimenta de estos cultos y de estas prácticas, más que de las escuelas de negocios y las universidades.
Siempre según Florenskij, «el contenido místico-religioso de los conceptos no se revela en el pensamiento abstracto sino en la experiencia». Así pues, para el pensador ruso, al principio está la praxis del culto y de esta praxis nacen los conceptos abstractos (la cultura): «Todas las concepciones científicas – económicas y similares – se desarrollan a través de la secularización: por una parte se definen los conceptos utilitaristas y por otra los científicos».
Por este mismo motivo, «el mito nace del culto… El mito es el intento teórico de explicar un determinado culto». Efectivamente, la «realidad originaria, en la religión, non son los dogmas y tanto menos los mitos, sino el culto, o sea una realidad concreta. Mito y dogma son abstracciones, teorías».
La analogía histórica más cercana a la cultura capitalista es, según Florenskij, la christianitas medieval: «Solo puede ser convincente para nosotros la idea medieval de la unidad eclesial, de la penetración de lo sagrado en toda la cultura … No hay fenómeno que no tenga un claro aspecto eclesial. Todos los fenómenos, positivos o negativos, están orientados a la eclesialidad».
El cristianismo premoderno en Europa era praxis, nuestro capitalismo es praxis: he aquí su fuerza y su cercanía. Estas palabras de Florenskij son importantes. Debido a esta naturaleza práctico-cultural, por ejemplo, a los filósofos y a los teólogos les cuesta mucho comprender el capitalismo de nuestro tiempo.
El segundo rasgo del capitalismo, unido al primero (religión de puro culto), es para W. Benjamin «la duración permanente del culto». Hace cien años aún no existían las tiendas abiertas 24 horas, 7 días a la semana, ni el comercio online, pero el filósofo judío ya había intuido proféticamente (la gran filosofía tiene una dimensión profética intrínseca y a menudo no intencional) una dimensión que con el tiempo ha mostrado toda su fuerza: «El capitalismo es la celebración de un culto “sin tregua y sin piedad”. No hay “días de labor”; no hay día que no sea festivo, en el sentido espantoso del despliegue de toda la pompa sagrada, del esfuerzo extremo del venerador».
No hay que leer el conflicto entre el capitalismo y el domingo (posible día de tiendas cerradas) solo en el plano pragmático de los negocios sino en el religioso del choque entre cultos. Este es uno de los motivos por los que tiene sentido, si se entiende bien, reivindicar por parte de los cristianos el domingo como día del Señor y por tanto protegerlo del culto capitalista, aunque la batalla es demasiado desigual. El hebraísmo podrá salvarse de este capitalismo (que en parte es hijo suyo) si sigue siendo fiel al shabbat.
Luego está el que Benjamin considera tercer rasgo del capitalismo-culto y que más ha llamado la atención de los estudiosos (Giorgio Agamben en particular): «Este culto culpabiliza. El capitalismo es presumiblemente el primer caso de un culto que no permite expiación, pero sí produce culpa». Se trata de una tesis fuerte y siempre sugerente, que abre reflexiones apasionantes y relevantes.
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Si a alguien le quedan dudas de que nuestro capitalismo se ha convertido en algo muy parecido a una religión, solo tiene que darse una vuelta hoy por la web y por los principales centros comerciales, mirar bien a su alrededor y tratar de entender qué es lo que está ocurriendo verdaderamente. Lo que está ocurriendo en los lugares donde se celebra el Black Friday se parece mucho a un fenómeno religioso, que nos recuerda a las funciones de las religiones tradicionales.
El primer problema, radical, que tienen aquellos que se dedican a estudiar, a escribir o a legislar sobre la pobreza es la incompetencia. Dado que no somos generalmente pobres, no poseemos ese conocimiento específico que solo tienen quienes viven en condiciones de pobreza. Los discursos y las acciones sobre la pobreza son a menudo ineficaces, cuando no dañinos, porque son abstractos precisamente por falta de competencia. No es casualidad que dos de los mayores estudiosos de la pobreza, Muhammad Yunus (premio Nobel de la paz) y Amartya Sen (premio Nobel de economía) sean originarios de Bangladesh e India, respectivamente. Ambos proceden de experiencias de contacto con la pobreza de verdad y no han dudado en “mojarse” contribuyendo a crear instituciones y proyectos para aliviar la pobreza (Grameen Bank y el Índice de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas). Para entender la pobreza e intervenir en ella no basta el sentido común, que con frecuencia causa muchos daños. Por el contrario, hay que trabajar mucho, haciendo todo lo posible para adquirir, con el estudio y el contacto frecuente con las personas a las que se quiere ayudar, las competencias que faltan y son necesarias.
La palabra economía tiene su origen en un término griego que hace referencia directamente a la casa y por tanto a la familia (oikos nomos = normas para gestionar la casa). Sin embargo, la economía moderna, y la contemporánea más aún, fue pensada como un ámbito regido por otros principios distintos, en buena parte opuestos, a los principios y valores que siempre han regido la familia y lo siguen haciendo. Un principio fundamental para la familia, tal vez el primero en el que se sustentan todos los demás, es la gratuidad. Es un principio que se sitúa en las antípodas de la economía capitalista, que solo conoce sucedáneos de la gratuidad (descuentos, filantropía, rebajas) que tienen la función de inmunizar a los mercados de la gratuidad verdadera.
«Las cuestiones económicas y financieras, nunca como hoy, atraen nuestra atención, debido a la creciente influencia de los mercados sobre el bienestar material de la mayor parte de la humanidad». Así comienza el documento ”
Hoy es la fiesta de los trabajadores, de todos los trabajadores. Es también la fiesta del trabajo. Pero no de todo el trabajo, porque no todo el trabajo ni todos los trabajos merecen ser celebrados. El trabajo sin adjetivos calificativos no nos da suficiente información para saber si merece o no ser celebrado.
Mercado, moneda, deuda, beneficios: en el gran relato bíblico están presentes la mayor parte de las categorías que han fundado nuestra civilización, también las económicas. De este código simbólico, a lo largo de milenios, han bebido la poesía, la literatura y el arte, por no hablar de la filosofía o de la teoría política. Incluso el psicoanálisis, en tiempos recientes, se ha servido de la potencia generativa de los arquetipos veterotestamentarios, ampliando el terreno de la sabiduría griega, como diría Charles Moeller, gracias a la paradoja cristiana. Pero la economía no. Hace demasiado tiempo que la Biblia y la economía no se encuentran. Por este motivo Luigino Bruni ha decidido dedicar una parte relevante de su investigación más reciente al tema. En 2018 la experiencia que comenzó en junio en el Polo Lionello Bonfanti con la “Semana de Economía Bíblica” tendrá continuidad:
El mercado es uno, pero mercados hay muchos. Cuando hablamos y debatimos seriamente acerca del mercado y del estado – polos de un debate que vuelve a la actualidad aunque a veces usando lentes de antiguo foco – antes deberíamos especificar de qué mercado y de qué estado estamos hablando. Pues solamente el Mercado con mayúscula, creación irreal y abstracta de las ideologías, es uno solo. Pero si queremos entender qué está ocurriendo en la economía mundial y en la de nuestros países, para intentar mejorarla, debemos salir fuera del mundo encantado de los mercados y los estados irreales.
«El capitalismo es una religión… En el futuro lo veremos con más claridad», escribía en 1922 el filósofo Walter Benjamin. Sus palabras pueden considerarse proféticas, pues hoy más que nunca el capitalismo de las finanzas y el consumo “24 horas 7 días a la semana” está revelando su naturaleza religiosa o, mejor dicho, idolátrica. Una idea tan relevante como infravalorada por los pensadores de nuestro tiempo. Aunque este no es el caso de John Milbank, anglicano, uno de los teólogos contemporáneos más profundos e influyentes. En noviembre de 2017 ha visitado la Universidad Lumsa de Roma para participar en el congreso internacional “La herencia de Martin Lutero en las modernas ciencias económicas y sociales”.
Èsbozar escenarios sombríos acerca del trabajo de mañana se ha convertido en algo muy común. Es urgente hablar de ellos y, si es posible, enriquecerlos y rectificarlos, porque hoy el trabajo necesita sobre todo miradas generosas y palabras realistas pero llenas de esperanza.