Editoriales Avvenire

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Comentario – Escuelas populares de economía ya

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 24/07/2012

logo_avvenire Para ver claramente lo que está ocurriendo estos días en los mercados financieros, debemos dotarnos de unas gafas con las lentes adecuadas, mejor si son bifocales. Es necesario ver mejor de cerca lo que en estos días (meses) está desestabilizando y perturbando los mercados de las economías europeas más frágiles (en estas mismas páginas han aparecido muchos análisis, algunos de ellos verdaderamente originales). Pero también hay que corregir la miopía que muchas veces hace que veamos mal o no veamos en absoluto los grandes cambios de largo alcance, de los que se derivan estos del corto plazo. Nunca entenderemos, por ejemplo, lo que está ocurriendo en España si no vemos la grave crisis moral y social que atraviesa el país desde hace décadas, un país que ha crecido demasiado y mal, apostando por el turismo y los servicios y olvidando (también a causa de una política europea corta de miras) los sectores primario (agricultura) y secundario (industria).

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Las economías basadas en el sector terciario y en el comercio son y siempre serán más frágiles e inestables. Esta crisis debe hacernos reflexionar sobre la vocación económico-productiva de los países mediterráneos, si no queremos convertirnos simplemente en un enorme parque temático al que los ciudadanos de otros países, los verdaderamente ricos, vengan de vacaciones y a descansar.

Si viéramos mejor de lejos, entenderíamos que la operación euro – tal y como se ha llevado institucionalmente – ha acabado por debilitar a los estados europeos más débiles, que hoy no deberían esperar a que Alemania les ponga en una “Eurolandia de segunda división”, sino jugar por adelantado y pedir ya una revisión de los Tratados que impida ataques especulativos como los de estos días.

También entenderíamos – ya lo hemos dicho demasiadas veces – que Europa sólo salvará a sus países en crisis y por lo tanto a sí misma, invirtiendo sus energías políticas en una revisión de la arquitectura financiera mundial que, cinco años después de la crisis, sigue siendo prácticamente la misma. Y eso es demasiado grave.

Estoy convencido de que la opinión pública debe hacer más: el bombardeo de los índices bursátiles y la prima de riesgo, cifras que están dominando el horizonte de nuestra civilización, surte un efecto hipnótico que bloquea de raíz cualquier iniciativa ciudadana y popular tendente a pedir más participación en las decisiones y medidas, más democracia. Creo que uno de los motivos es la casi total ignorancia de los ciudadanos en materia económico-financiera, que crea inseguridad frente a la clásica respuesta del experto: "La cuestión es mucho más compleja". Pero la complejidad no hay que padecerla, sino afrontarla. Es cierto que en el mundo contemporáneo se ha producido un cambio radical, tal vez sustancial, de la economía y por lo tanto del mundo.

La vida económica tal y como la conocemos hoy es profundamente distinta de la que conocimos hasta los años setenta. El mercado se está convirtiendo cada vez más en la gramática principal de las relaciones sociales (para darnos cuenta de lo que supone hoy el mercado bastaría que comparásemos el lenguaje y la cultura en los colegios, en los hospitales y en la política).

Empeñarnos en interpretar el mundo sin entender la centralidad de esta nueva economía es algo simplemente equivocado y conduce a diagnósticos y tratamientos equivocados, como son la mayoría de los que escuchamos estos días. Seguimos considerando la economía, su lenguaje y sus técnicas, como un ámbito separado de la vida ciudadana, propio de expertos, para sumergirnos después diariamente en todo un cúmulo de informaciones económicas (y símbolos) que llena nuestros desayunos, comidas y cenas.

Tenemos una urgente necesidad de invertir en educación económico-financiera, porque la única manera de reducir la invasión de la economía y las finanzas en nuestras vidas y tal vez gobernarlas con más democracia, es conocerlas bien o, por lo menos, mejor. Deberíamos introducir el conocimiento de la economía y las finanzas en las escuelas de todo tipo y grado y transformar profundamente el que ya existe en las facultades de economía, donde se estudia demasiado sobre los negocios pero no se proporcionan instrumentos adecuados para orientarse en el mundo, para aprender a «hablar economía», como dice el economista americano Robert Frank. Nuestros graduados en economía hacen una experiencia parecida a la que hacía mi generación con el estudio del inglés: en la primera excursión escolar al extranjero descubríamos con horror que tras años de gramática y sintaxis, éramos totalmente incapaces de mantener un diálogo primitivo con los ingleses de verdad. Es muy amargo constatar que hoy es posible graduarse en economía sin haber oído hablar nunca, salvo alguna fugaz referencia, de las cosas más importantes de los últimos cuarenta años de investigación en esta ciencia: la asimetría informativa, las finanzas comportamentales, los bienes comunes, que son instrumentos esenciales, no sólo útiles, para entender lo que está ocurriendo hoy en el mundo y en Europa (¿qué está causando la escalada de la prima de riesgo estos días sino el uso de asimetrías informativas por parte de algunos grandes especuladores?).

Esta crisis debería llevarnos a reescribir completamente los manuales de economía y finanzas, actualizándolos, pero también borrando teoremas y dogmas equivocados que están en la base de la crisis de este tiempo. Pero no basta: es necesario poner en marcha escuelas populares de economía y finanzas (pero de las “buenas”, no de las viejas y equivocadas) en las comunidades, en las asociaciones, en las parroquias. La democracia empezó de verdad en los pupitres de los colegios, con la literatura, con la poesía y con las matemáticas, que nos transformaron de siervos en ciudadanos. Hoy la nueva democracia exige que nos formemos también en economía y en finanzas si queremos ser verdaderamente libres y no quedar al albur de técnicos, índices y “férreas leyes”. Nuestra libertad sustancial pasa hoy también por una mayor y mejor cultura económica y financiera, si no queremos volver a ser súbditos de nuevos reyes y nuevos príncipes, sin rostro pero no por ello menos despiadados.

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Comentario – Escuelas populares de economía ya

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 24/07/2012

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Gafas adecuadas

Gafas adecuadas

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Comentario – Ay de nosotros si triunfa de nuevo la renta (hay riqueza y riqueza)

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 17/07/2012

logo_avvenire Si queremos comprender y tal vez incluso gobernar este capitalismo en crisis, es urgente que volvamos a reflexionar sobre el significado de la riqueza, el mercado y las rentas. El juicio cívico y ético sobre la riqueza ha pasado por distintas fases a lo largo de la historia. En el mundo antiguo, la búsqueda individual de la riqueza se consideraba tanto un vicio privado (avaricia) como un vicio público del cuerpo social. En un mundo estático, sin movilidad social y sin mercados, la riqueza es esencialmente cuestión de rentas, de ventajas derivadas de estatus o posiciones de privilegio adquiridas, que no conducen ni directa ni indirectamente hacia el progreso económico y cívico.

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Desde este punto de vista, en todas las culturas tradicionales es unánime el juicio de condena sobre el amor al dinero, un juicio que sólo dejaba de ser tal cuando el rico era el Estado o la ciudad (no es casual que el primer tipo de interés legítimo fuera el de los títulos de deuda pública de las ciudades italianas).

La actitud hacia la riqueza comienza a cambiar cuando hacen su aparición las primeras proto-formas de economía de mercado en la Europa del segundo Medievo. Entonces comienza a ganar terreno la idea de que la búsqueda de la riqueza, aunque en general siga siendo un vicio individual, en determinadas circunstancias puede ser una especie de virtud pública.

Una alquimia debida sobre todo al mercado, que crea una nueva forma de riqueza no basada ya en las rentas de posición sino en los ingresos del comercio y, después, de la empresa. En efecto, cuando la riqueza nace de flujos (ingresos) y deja de estar vinculada únicamente a stocks (rentas), la búsqueda de la riqueza produce, indirectamente y sin que esté necesariamente en las intenciones de cada persona, efectos sociales positivos, puesto que hace que el dinero circule y crea trabajo y oportunidades para muchos, una característica de los mercados que los franciscanos intuyeron siglos antes de Adam Smith. En un mundo estático y feudal, por ejemplo, cuando un príncipe llevaba una vida lujosa (vicio individual), al consumir bienes no creaba ninguna economía inducida alrededor del palacio, porque tenía esclavos y siervos que le proporcionaban los bienes y servicios que necesitaba, personas que seguirían siendo esclavos y siervos para siempre. Por el contrario, cuando ese príncipe comenzaba a contratar, pagándoles, artistas, artesanos, cocineros, camareros…, ese mismo consumo de lujo empezaba a ser productivo y cívico, al menos en parte, porque la existencia de los mercados permite que la riqueza se extienda y se redistribuya mediante el trabajo.

La nueva ética del mercado legitimó entonces el intercambio económico por sus frutos económicos y cívicos de movilidad social y de extensión de las personas incluidas en el juego social, ya que quienes poseen riqueza para poderla consumir deben necesariamente compartir una parte con sus conciudadanos, no solo por los impuestos sino por la interdependencia social.

Los ricos siempre han necesitado pobres, pero en un mundo donde existe la división del trabajo, los ricos se sirven de los “pobres” a través del mercado y esto cambia profundamente el vínculo social y con ello puede dar comienzo verdaderamente la democracia. Cuando nuestros abuelos campesinos y semi-siervos del señor entraron por primera vez en una fábrica y comenzaron a percibir un sueldo, aquel día dieron un paso fundamental para sus vidas y para la democracia. Las motivaciones y las intenciones de aquellos empresarios y de aquellos comerciantes podían ser éticamente discutibles, pero lo importante, incluso moralmente, eran las consecuencias sociales de sus actos, una de las cuales era la posibilidad de que las hijas e hijos de aquellos trabajadores pudieran convertirse en ingenieros y políticos.

El capitalismo se ha mantenido en pie hasta hace pocos años precisamente gracias a este equilibrio dinámico entre ricos y pobres; se sabía que, dentro de un orden, el papel de rico y de pobre podían alternarse con el paso del tiempo, como entendió con claridad meridiana Antonio Genovesi en 1765 a propósito de los efectos del “juego” del mercado en la sociedad moderna: “Este juego, donde se protegen las artes y el tráfico es libre, genera tres efectos: I. Da la vuelta a la esclavitud feudal. II. Eleva la parte del género humano que sufre por la presión de la otra parte que está encima de ella. III. Arruina a las grandes y viejas familias y eleva a otras nuevas. No es posible burlar durante mucho tiempo a la naturaleza. El lujo viene para que los ricos devuelvan a los pobres lo que se habían llevado de más del patrimonio común”.

Pero casi un siglo después estamos volviendo a una situación demasiado parecida a la feudal, ya que en el centro del sistema vuelven a estar de nuevo las rentas. Y cuando el eje social se desplaza desde el trabajo y la empresa a las rentas, el enriquecimiento de algunos deja de producir ventajas sociales para muchos, porque es muy poco o nada lo que repercute de esa “riqueza” en el territorio y en la economía circundantes. En un mundo basado en las rentas, enriquecerse vuelve a ser un vicio privado y un vicio público. Hoy los nuevos ricos no necesitan a los “pobres” de su ciudad, porque viven en ciudades separadas, compran bienes en todo el mundo y pagan impuestos cuando quieren y donde quieren.

Se ha levantado un velo impermeable dentro de las nuevas ciudades del capitalismo financiero, que impide el paso de la riqueza y la movilidad social. Se está rompiendo la cadena de la interdependencia social, en la que se ha basado la economía de mercado de los últimos siglos, con consecuencias para la democracia que todavía no conseguimos ni intuir, pero que sin duda tendrán un enorme alcance.

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Comentario – Ay de nosotros si triunfa de nuevo la renta (hay riqueza y riqueza)

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 17/07/2012

logo_avvenire Si queremos comprender y tal vez incluso gobernar este capitalismo en crisis, es urgente que volvamos a reflexionar sobre el significado de la riqueza, el mercado y las rentas. El juicio cívico y ético sobre la riqueza ha pasado por distintas fases a lo largo de la historia. En el mundo antiguo, la búsqueda individual de la riqueza se consideraba tanto un vicio privado (avaricia) como un vicio público del cuerpo social. En un mundo estático, sin movilidad social y sin mercados, la riqueza es esencialmente cuestión de rentas, de ventajas derivadas de estatus o posiciones de privilegio adquiridas, que no conducen ni directa ni indirectamente hacia el progreso económico y cívico.

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La cadena y el velo

La cadena y el velo

Comentario – Ay de nosotros si triunfa de nuevo la renta (hay riqueza y riqueza) por Luigino Bruni publicado en Avvenire el 17/07/2012  Si queremos comprender y tal vez incluso gobernar este capitalismo en crisis, es urgente que volvamos a reflexionar sobre el significado de la riqueza, el...
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Comentario – El rechazo total de la vulnerabilidad, la extensión de los contratos y la crisis de los pactos

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 24/06/2012

logo_avvenire La principal dificultad para salir de la crisis no está en las decisiones de las instituciones ni en la política ni en Europa, sino en nuestro estilo de vida que,  en los últimos años, ha sufrido un cambio radical. Por eso es tan difícil encontrar el camino de salida: mientras nos quejamos con las palabras, con nuestros comportamientos seguimos alimentando día a día el modelo de desarrollo del que nos quejamos y que causa tantos sufrimientos a muchas personas (no a todas). Tal vez sea esta la principal paradoja de esta fase del capitalismo.

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Tomemos como ejemplo significativo los seguros. Es evidente que los seguros desempeñan una importante función en orden al bien común: la posibilidad de asegurarnos frente a determinados riesgos e incertidumbres generalmente mejora el bienestar de las personas y el bien común.

Un hipotético mundo sin seguros sería peor, desde todos los puntos de vista y, sobre todo, sería peor para los más frágiles. Pero, como en todas las cosas buenas de la vida, es crucial encontrar la justa medida, reconocer el umbral o el punto crítico que no hay que superar para que el bien no se transforme en mal.

A este respecto, deberíamos reflexionar más acerca del creciente fenómeno que podríamos llamar ‘aseguramiento del mundo’, es decir: la progresiva y rápida ampliación de la parte de vida social cubierta por los contratos de seguro. Esto lo vemos no sólo en las pólizas de vehículos, que en pocos años han pasado de cubrir simplemente la RC a cubrir actos vandálicos, situaciones atmosféricas anormales o la necesidad de un “técnico” para poner las cadenas en caso de una nevada imprevista. Pero lo vemos cada vez más en los profesores que tienen que asegurarse contra posibles accidentes de los estudiantes durante una excursión escolar y en muchas otras situaciones. Alguien podría decir que eso es bueno porque con estos nuevos seguros podemos hacer cosas que no haríamos si no existieran estos nuevos contratos. Yo digo que hay que tener cuidado, porque este proceso, además de aumentar no poco el gasto de las familias, tiende a deteriorar las relaciones interpersonales y a crear nuevas inseguridades para las que nos propondrán nuevos contratos y así sucesivamente.

Más aún. Si el ciudadano sabe que un determinado lugar de la vida social está cubierto por un seguro, tenderá, al menos eso nos dicen los datos (y nuestra experiencia), a aumentar las peticiones de indemnización, los litigios y los conflictos. Mientras no salgamos del ámbito de los vehículos, todo eso, aunque grave (bien lo saben las aseguradoras), no siempre es central y crucial para nuestra vida. Pero si estos fenómenos (litigios, reclamaciones de daños, azar moral…) empiezan a extenderse a la sanidad, la educación y la vida civil, sus efectos pueden empezar a ser muy preocupantes, como ya está sucediendo, si queremos verlo. Por no hablar de la lógica que hay detrás de los títulos derivados (una de las principales causas de inestabilidad financiera), que son formas sofisticadas de seguro (o, mejor dicho, de apuesta) donde se obtienen ganancias de las desgracias ajenas.

La hiper-cobertura del seguro produce otro efecto que tiene que ver con el corazón de la vida social y relacional. Hace años, un amigo mío sufrió el incendio de una parte de su casa. Empezaron a llegar amigos y a ofrecerle ayuda, pero en cuanto supieron que estaba asegurado volvieron tranquilamente a casa puesto que ‘alguien’ se ocuparía del asunto. Pero el tiempo que se pasa con los amigos para reconstruir un trozo de casa es una inversión en un capital relacional que después da frutos en muchos otros ámbitos de la vida, un capital que la hipertrofia aseguradora tiende hoy a dañar y reducir. Así, nuestro capital social (y financiero) disminuye, la soledad aumenta y el mercado nos ofrece nuevos contratos para nuevos acontecimientos inciertos (¿llegará el día en que nos aseguremos contra el riesgo de no ser queridos, amados, por nuestros familiares y compañeros?), cayendo en una trampa social cuyos efectos son mucho más graves para los más pobres, que sufren como todos el deterioro del patrimonio cívico, pero sin tener la posibilidad financiera de asegurarse.

¿Qué podemos hacer? Yo veo dos caminos: uno dentro y otro fuera del mundo de los seguros. No debemos olvidar que los seguros nacieron como instrumentos en garantía sobre todo de los más frágiles y de los más vulnerables. Al principio fue así. Hoy es necesario relanzar una nueva etapa del seguro ético, siguiendo la estela del Nobel M. Yunus, que está inventando seguros para los pobres, con primas de unos pocos dólares. Las sociedades de seguros deberían ser por naturaleza empresas civiles, es decir sin ánimo de lucro, precisamente porque los contratos que venden tienen que ver con un bien primario: protegerse contra la vulnerabilidad negativa y devastadora y hacerla más sostenible. Un bien que es un derecho fundamental de toda persona. Y no debería especularse con los derechos fundamentales del hombre. Esto no es ciencia ficción (como podría pensarse viendo a quienes dirigen las grandes aseguradoras), sino democracia y libertad.

El segundo camino es más cultural y ético: debemos reaccionar ante el peligroso sueño de querer construir una vida en común ‘con riesgo relacional cero’, porque este sueño pronto se transforma en pesadilla. La vida civil está hecha de contratos (incluidos los seguros), pero también y sobre todo de pactos (en la familia, en la ciudadanía, pero también en la empresa) y el pacto no puede evitar una cierta vulnerabilidad, porque los pactos implican confianza y la confianza auténtica siempre está abierta al riesgo y a la traición. En caso contrario no sirve para nada o para muy poco. Pero la cultura dominante ha dejado de entender el sentido del riesgo y del inevitable dolor asociado a la vida con los demás (como bien saben las familias) y persigue el sueño ingenuo y monstruoso de un mundo con vulnerabilidad cero, una ilusión que nos hace verdaderamente vulnerables ante las grandes heridas de la vida.

Solo acogiendo y dando espacio a las pequeñas vulnerabilidades de la vida en común, seremos (como ocurre en la medicina homeopática) capaces de protegernos de las grandes vulnerabilidades de la existencia. Por el contrario, cuando rechazamos acoger las pequeñas vulnerabilidades y las heridas ‘buenas’, nos encontramos muy indefensos frente a las grandes vulnerabilidades que, cuando llegan, destruyen. Los buenos contratos de seguros son subsidiarios de los pactos, los malos contratos los sustituyen, los deterioran y, a la larga, los destruyen. De esta crisis saldremos con más pactos, con menos contratos malos y con más contratos buenos, también en los seguros.

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Comentario – El rechazo total de la vulnerabilidad, la extensión de los contratos y la crisis de los pactos

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 24/06/2012

logo_avvenire La principal dificultad para salir de la crisis no está en las decisiones de las instituciones ni en la política ni en Europa, sino en nuestro estilo de vida que,  en los últimos años, ha sufrido un cambio radical. Por eso es tan difícil encontrar el camino de salida: mientras nos quejamos con las palabras, con nuestros comportamientos seguimos alimentando día a día el modelo de desarrollo del que nos quejamos y que causa tantos sufrimientos a muchas personas (no a todas). Tal vez sea esta la principal paradoja de esta fase del capitalismo.

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«Asegurados» pero no seguros

«Asegurados» pero no seguros

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Comentario – Mercaderes y monjes: la lección del pasado para la crisis de hoy

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 10/06/2012

logo_avvenireA Europa le falta un proyecto grande porque le falta espíritu. Cuando nació la primera comunidad europea, después de la segunda guerra mundial, las tragedias y el enorme dolor que acompañaron y precedieron a las dos guerras mundiales habían creado las precondiciones ideales y espirituales para poder concebir y después intentar hacer realidad una tierra común de paz y prosperidad. Aquel gran proyecto europeo hoy se está alejando cada vez más de nuestro horizonte. Para entender por qué, hoy debemos hacer el ejercicio, muy difícil, de liberarnos de las crónicas cotidianas y de la lógica del corto plazo, para volver al origen y así comprender hoy nuestra naturaleza, nuestra vocación y nuestro destino. Quienes hicieron Europa fueron sobre todo los mercaderes y los monjes y la hicieron juntos. Los mercaderes, las grandes ferias, los intercambios y los tratados comerciales medievales no hubieran dado lugar a ninguna idea de Europa sin la acción conjunta, complementaria y coesencial de los monjes y, después, de Francisco y Domingo.

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El cristianismo y sus carismas (que heredaron, reelaborándola, una parte de la cultura clásica y judía) facilitaron el soplo vital y el respiro que generó y nutrió a Europa, incluyendo su economía de mercado, su sistema de bienestar (que fue inventado por los carismas religiosos, no por el Estado) y sus bancos.

En la modernidad, a este espíritu cristiano se le añadieron, en parte como brotes suyos, otras tradiciones ideales, que siguieron nutriendo y desarrollando Europa y su civilización. El nuevo proyecto europeo de la posguerra tenía raíces muy profundas: católica, socialista y liberal, tres tradiciones que aparecen, aunque en distinta proporción, en la visión económico-social en la que se apoya la Constitución italiana, que nació a la vez que el proyecto europeo y que no debe ser interpretada sin él.

Este espíritu, uno y triple, de la economía europea, fue capaz de alimentarla y vivificarla, haciéndole alcanzar resultados extraordinarios. Europa hoy está en crisis, pero no sólo por la falta de una política fiscal común y por la deuda pública, sino sobre todo por la caída de estas tres tradiciones ideales que alimentaron su espíritu durante siglos. Tradiciones que siguen vivas en el subsuelo, aunque con distinta vitalidad, pero las faldas han perdido contacto con sus canales y acuíferos y ya no sacian la sed de la tierra ni de sus habitantes. Su espíritu original es cada vez más débil y no se ven aparecer por el horizonte otros “espíritus” capaces de desempeñar la misma función vital y vivificante.

La gestión de la crisis griega es un claro signo de que el espíritu europeo es demasiado débil. Pero, como nos enseñó hace cien años MaxWeber y hoy Luc Boltanski y Mauro Magatti, también la economía de mercado moderna y postmoderna tienen una necesidad esencial de un espíritu para poder vivir y crecer. El espíritu, como nos recuerda la cultura bíblica, es el soplo vital, es lo que nos hace vivir y lo que nos dice que seguimos vivos. Por eso, cuando una cultura pierde su espíritu, su desarrollo cívico y económico se interrumpe. La carestía de espíritu es hoy la primera forma de miseria que está bloqueando Europa, apagando en sus ciudadanos el sueño y la idea misma de Europa. Hoy a Europa hoy le faltan sobre todo “nuevos monjes” y “nuevos monasterios”; le falta orar para recrear las precondiciones del trabajar. Y al faltar monjes y espíritu, el vacío dejado por ellos en el alma de las personas y de los pueblos (que hoy no son menos animales espirituales que ayer), lo llenan los magos, los horóscopos, los juegos y las apuestas; es decir la nada, pero no la nada de Juan de la Cruz, sino la nada mortal del vacío.

Sin embargo, estoy convencido de que estos nuevos monjes y monasterios existen, conozco muchos de ellos, pero ya no somos capaces de verlos ni escucharlos colectiva y políticamente, buscándolos en los lugares tradicionales (muchos monasterios y conventos siguen vivificando hoy como ayer el mundo y la vida civil) y en los muchos lugares nuevos que, desde abajo, generan y regeneran cada día también la vida civil y económica.

Nunca hubiéramos salido de la gran crisis que marcó la caída del imperio romano sin el monacato, que transformó aquella gran herida en bendición. Europa no saldrá fortalecida de esta gran crisis sin una nueva etapa espiritual, si no es capaz de encontrar ese espíritu que ayer la fundó y hoy puede refundarla: «Pero esta vez los bárbaros no esperan al otro lado de las fronteras; hace tiempo que nos gobiernan. No estamos esperando a Godot, sino a un nuevo San Benito›› (A. Mclntyre).

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Comentario – Mercaderes y monjes: la lección del pasado para la crisis de hoy

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 10/06/2012

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A Europa le falta espíritu

A Europa le falta espíritu

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Comentario – Esas cuatro muertes, nuestra vida

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 26/05/2012

logo_avvenireCuatro de las personas fallecidas en el terremoto de la región de Emilia (Italia) se encontraban trabajando. Eran las cuatro de la mañana de un domingo. Morir en el lugar de trabajo tiene connotaciones distintas. En estos tiempos de crisis y sufrimiento para el trabajo, la muerte de estos obreros nos dice muchas cosas, nos lanza varios mensajes. En primer lugar, nos dice, con la fuerza de la tragedia, que en este tiempo nuestro, tan centrado en el consumo y las finanzas, sigue habiendo fábricas y obreros que trabajan a turnos, aunque esos turnos sean cada día más duros debido a la crisis; turnos de ciudadanos y empresas que, con el esfuerzo del trabajo mantienen en pie nuestro país y nos dan buenos motivos para esperar que saldremos de esta. Esos trabajadores murieron un domingo a las cuatro de la mañana. Morir trabajando de noche y en domingo, en lugar de profanar o comprometer el valor y el significado del domingo y de la fiesta, paradójicamente los enaltece y ennoblece.

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Nuestras palabras y nuestros sentimientos habrían sido distintos, igualmente trágicos pero distintos, si estos trabajadores, italianos o extranjeros, hubieran muerto sepultados bajo los escombros de una discoteca o de un hipermercado de esos que abren 24 horas al día. Alguien hubiera puesto peros y dudas a esas muertes; pero morir trabajando en domingo y por la noche sólo aumenta el dolor y el valor de esas vidas, de esas muertes, de esa noche y de ese domingo.

En nuestra sociedad, los enemigos de la fiesta y del domingo no son el esfuerzo y el trabajo humano, nunca lo han sido. Sus verdaderos adversarios son los hábitos de vida basados cada vez más en el consumo y en la búsqueda del beneficio y la renta, que además esclavizan a los trabajadores, a quienes les roban el domingo y la fiesta. Las personas que viven y aman el trabajo también viven y aman la fiesta y sus tiempos. No en vano la palabra fiesta viene de fesia, que es también la raíz de feria, es decir de los días laborables. Una sociedad que niega el trabajo o lo hace demasiado frágil, termina por negar también la fiesta y el domingo. No olvidemos que el primer ladrón del domingo y de la fiesta no es el trabajo, sino la falta de trabajo. Cuando uno está desempleado o subempleado, no pierde solo el trabajo sino también la fiesta. La fiesta sin trabajo no es verdadera y completa fiesta. Y viceversa.

Si quien trabaja no conoce la fiesta, deja de trabajar para convertirse en esclavo, por muy bien pagado que esté. Sin embargo, cada vez es más normal que las grandes empresas capitalistas contraten a jóvenes, con buenos sueldos, automóviles de lujo y promesas de una fulgurante carrera, pero a un precio (invisible pero muy real) demasiado alto: renunciar a los tiempos de la fiesta y, a la larga, de la vida. Cuando no hay tiempo para la fiesta y con ella para la familia y para la vida, y tal vez sólo queda algún espacio para la diversión y la distracción, en estos trabajadores poco a poco se van secando los pozos de los que se extrae la energía para el trabajo para encontrarse, después de algunos años, agotados y exprimidos como personas y como trabajadores.

La vida individual y colectiva solo funciona cuando la fiesta y el trabajo son aliados, cuando los tiempos de uno marcan y preparan los tiempos de la otra, incluso en los mismos lugares, como bien sabía la cultura agrícola y artesana. Hoy en cambio hay demasiada poca fiesta en la sociedad y en los lugares de trabajo, que, carentes de su fuerza simbólica, no saben crear ese sentido de pertenencia a un destino común y esos lazos que mantienen unidad a toda comunidad humana. Y cuando más falta hace la fiesta es cuando se sufre y los tiempos son difíciles. Por eso todo debemos volver a aprender a hacer fiesta en la sociedad y en la economía tardo-moderna, también dentro del lugar de trabajo. Si no somos capaces de “perder” de vez en cuando un poco de tiempo en la fiesta, es todo el tiempo de trabajo el que se empobrece y se pierde de verdad. Quienes trabajan saben, por ejemplo, que cuando dejan de celebrarse los nacimientos o las bodas de los compañeros, es señal de que esa comunidad laboral se está entristeciendo.

Si en estos tiempos de crisis queremos superar el cinismo y el pesimismo, que son las verdaderas enfermedades de toda crisis, debemos redescubrir, también políticamente, la gran fuerza simbólica y relacional de la verdadera fiesta, también en los lugares de trabajo, en las escuelas, en las oficinas, en los altos hornos y con la ropa manchada: «El trabajo no ensucia. Nunca digas de un obrero que viene del trabajo: "está sucio". Lo que debes decir es: ’lleva en su ropa las señales, las huellas, de su trabajo’. No lo olvides». (Edmondo De Amicis, "Corazón").

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Comentario – Esas cuatro muertes, nuestra vida

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 26/05/2012

logo_avvenireCuatro de las personas fallecidas en el terremoto de la región de Emilia (Italia) se encontraban trabajando. Eran las cuatro de la mañana de un domingo. Morir en el lugar de trabajo tiene connotaciones distintas. En estos tiempos de crisis y sufrimiento para el trabajo, la muerte de estos obreros nos dice muchas cosas, nos lanza varios mensajes. En primer lugar, nos dice, con la fuerza de la tragedia, que en este tiempo nuestro, tan centrado en el consumo y las finanzas, sigue habiendo fábricas y obreros que trabajan a turnos, aunque esos turnos sean cada día más duros debido a la crisis; turnos de ciudadanos y empresas que, con el esfuerzo del trabajo mantienen en pie nuestro país y nos dan buenos motivos para esperar que saldremos de esta. Esos trabajadores murieron un domingo a las cuatro de la mañana. Morir trabajando de noche y en domingo, en lugar de profanar o comprometer el valor y el significado del domingo y de la fiesta, paradójicamente los enaltece y ennoblece.

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La ropa de trabajo

La ropa de trabajo

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Comentario – Más democracia, menos finanzas

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 19/05/2012

logo_avvenireSólo saldremos de esta crisis con más democracia y menos finanzas. Nos lo ha recordado Amartya Sen, el economista-filósofo tal vez más influyente en esta etapa de la vida del mundo, en varias conferencias pronunciadas estos días en Italia. En algunos momentos nos ha dirigido palabras duras (a Italia, Grecia y España), al afirmar con fuerza: «vosotros inventasteis la democracia y ahora estáis abdicando de ella bajo la dictadura de las finanzas, los mercados y la prima de riesgo». Citando a John Stuart Mill, Sen nos recuerda que la democracia es antes que nada: government by discussion (gobierno por discusión). Así pues, no se trata sólo del gobierno de la mayoría, ni de las cifras del PIB (como ocurre en las sociedades de capitales donde no cuentan las personas ni las palabras, sino el número de acciones), ni mucho menos del gobierno de los mercados financieros. Palabras certeras, si pensamos en la poca democracia que hay en la gestión de esta crisis hoy en Europa y en el mundo.

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Estamos en pleno G8, un acontecimiento que puede ser importante en este momento crucial del capitalismo, también para los Estados Unidos, que, aunque estén en una situación económica privada y pública sustancialmente distinta de la nuestra, no pueden ni deben  olvidar que la crisis financiera global tuvo allí su epicentro, en un estilo de vida basado en el consumo a crédito y en unas finanzas especulativas hipertróficas. Por ello ni Obama ni los americanos pueden ni deben eximirse de su corresponsabilidad en el origen de la crisis y por ello también en su gestión y superación.

De esta reunión de los grandes debería salir por fin una propuesta de reforma de la arquitectura financiera. Mientras la suerte de la economía mundial esté en manos de los centros de poder financiero que buscan el beneficio a corto plazo, ya sea directamente o a través de muchas de las grandes empresas que ya controlan sin que nadie se lo impida, no se darán las condiciones necesarias para relanzar la economía y el empleo. Aquí es donde se comprende la importancia de la democracia. Hoy la democracia política y civil depende sobre todo de la democracia económica: la riqueza está cada vez más concentrada en manos de unos pocos, cada vez más alejados de los lugares del trabajo y de la vida, pero que determinan con sus humores e intereses la suerte de familias, comunidades y estados.

De vez en cuando hay que recordar que los famosos “índices bursátiles” que llevan años dominando la crónica, ocupando espacios que habría que dedicar a otros temas no menos urgentes como la crisis medioambiental y moral de nuestro tiempo, representan la preocupación de una parte muy pequeña de la población. Las sociedades cotizadas en Bolsa no son más que un pequeño porcentaje del número total de sociedades (en Italia el 0,01 y en Alemania el 0,06), cuyos propietarios son a su vez un porcentaje irrisorio de la población de esos países. Evidentemente, esto no quiere decir que esos índices no digan algo importante, pero no hablan de democracia y por lo tanto no deben decir demasiado acerca de estos tiempos, que es lo que, por el contrario, está ocurriendo cuando los mercados financieros con sus altibajos condicionan las elecciones políticas, la confianza de los gobiernos y el destino de los pueblos. Necesitamos con urgencia un decrecimiento de las finanzas y de sus índices y un crecimiento de la democracia y de sus indicadores (el primero de ellos: la cantidad y calidad del empleo), índices que nunca transitarán por los mercados financieros. 

Así se comprende que no podemos dejar únicamente en manos de las finanzas, de los bancos y de los técnicos “expertos” la suerte de los pueblos. Grecia y España, que en estos momentos están viviendo días dramáticos, han llegado a esta situación no sólo por un evidente mal gobierno político y por su propia responsabilidad. También han sido víctimas de una tormenta financiera y económica mundial en la que se ven envueltos sin tener una responsabilidad específica en ella. Más aún: la forma en que Europa y las instituciones internacionales han gestionado la crisis griega ha sido más que escandalosa desde el punto de vista ético y estúpida e irresponsable desde el punto de vista económico, cívico y social. El PIB de Grecia es el 2% del PIB europeo. De haberse intervenido inmediatamente con decisión y con verdadera solidaridad, esa crisis se hubiera reabsorbido con poco sacrificio. Si hoy Grecia se viera obligada a salir del euro, los daños más graves los sufriría Europa, no Grecia. A Grecia y también a España no las salvarán los mercados, sino la política, la democracia. Los mercados saben resolver y gestionar cosas sencillas, pero cuando está en juego el destino de los pueblos y la suerte de las instituciones políticas ganadas con sangre, ideales y sacrificios, como en el caso de la Europa unida, sólo la política puede encontrar y ofrecer soluciones sostenibles y debe esforzarse en lograrlo.

Así pues, más democracia, más discusión y más escucha por parte de quienes hablan y también de quienes en estos momentos gritan. Una escucha que nunca llegará de los mercados financieros, que no tienen oídos para ello, pero que tampoco está llegando de la política. Este es el problema: los pueblos que quieren “vivir antes que economizar” se verán impulsados a rebelarse, tal vez simplemente saliendo del euro, con graves consecuencias para los propios estados, para Europa y para el orden económico mundial.

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Comentario – Más democracia, menos finanzas

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 19/05/2012

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La respuesta es política

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Comentario – Más democracia, menos finanzas por Luigino Bruni publicado en Avvenire el 19/05/2012 Sólo saldremos de esta crisis con más democracia y menos finanzas. Nos lo ha recordado Amartya Sen, el economista-filósofo tal vez más influyente en esta etapa de la vida del mundo, en varias confe...
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Comentario - Una gramática por redescubrir

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 13/05/2012

logo_avvenireHay un rasgo común a muchos de los fenómenos que expresan una sana desazón ante el fisco y la política: la intolerancia creciente y la aversión hacia la injusticia. Cuando los seres humanos tomamos decisiones, incluso las que son más típicamente económicas, no seguimos un frío cálculo monetario de coste-beneficio, sino que ponemos en juego muchos otros recursos emocionales, simbólicos y éticos, que nos llevan, por ejemplo, a ‘castigar’ los comportamientos que nos parecen injustos. Todo esto es muy evidente en el tema fiscal. Aunque toda la comunicación política (anuncios incluidos) intenta convencernos de que el objetivo esencial de la recaudación de impuestos es la producción de bienes públicos (sanidad, infraestructuras, seguridad…) y de bienes meritorios (educación, cultura, arte…) que después consumimos todos, la verdad es que sólo una parte de la recaudación fiscal se usa para la realización de estos bienes públicos y meritorios que por otra parte deberían gratificarnos.

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Para entender correcta y sustancialmente la naturaleza de los impuestos hay que recurrir, además de al contrato, a la categoría y a la gramática del ‘don’, una palabra que hoy está por desgracia totalmente ausente del debate público, entre otras cosas porque la hemos maltratado durante estos últimos años.

En este caso, el don es importante por distintas razones y no sólo porque una parte de la recaudación fiscal vaya destinada a finalidades redistributivas (tomar de quien tiene más para dar a quien tiene menos). Basta pensar en el hecho, que aparece en las primeras páginas de todos los (buenos) manuales de ciencia financiera, que el tipo impositivo medio es siempre más alto que el que sería justo, ya que siempre hay una parte de los ciudadanos que defrauda o evade impuestos y una parte de la administración pública que despilfarra recursos. Con todo, hay que recordar que la decencia de una sociedad se mide por lo pequeña que sea esta cuota de evasión y despilfarro y por lo sostenible que sea el impuesto extra que por su culpa deben pagar los demás. Pero precisamente debido a la naturaleza de los impuestos, en la que también está el don, la relación de un ciudadano con otros ciudadanos y con las instituciones es muy compleja.

Quienes practican y conocen el don, o sea todos nosotros, saben que el verdadero don es un sólido entramado de interés y desinterés. Cuando una persona da algo, se sale de la lógica de la equivalencia y la garantía: es desinteresado. Al mismo tiempo, quien da espera un acto de reciprocidad hacia sí mismo o hacia otros, aunque no lo exija; puede tratarse de un simple ‘gracias’. Así pues, está interesado en la relación, puesto que no es indiferente a lo que su don produce. Cuando no se da esta relación de reciprocidad, el circuito del don se interrumpe. El verdadero don siempre tiene lugar dentro de una forma de pacto y por ello de reciprocidad.

Volviendo al fisco, cuando una persona que quiere de verdad pagar sus impuestos tiene la impresión o la certeza de que muchos conciudadanos suyos no los pagan (se habla mucho, incluso demasiado, de evasión) o el Estado no cumple con su parte del pacto, entonces o siente la tentación de dejar de pagar (evasión) o de hacer lo que sea para pagar lo menos posible (elusión) o, en el peor de los casos, tiene reacciones incluso fuertes de desprecio. Dado que la evasión es un asunto de don y reciprocidad traicionados, nos comportamos de una manera muy parecida a cuando nos sentimos engañados por un amigo importante. Resulta emblemático que antes, y tal vez ahora, cuando dos novios se dejaban, se devolvían los regalos. Hoy los italianos honrados, es decir la mayoría, advierten con fuerza esa falta de reciprocidad por parte del sector público (nacional o europeo). Esto es algo que debemos tomarnos mucho más en serio que hasta ahora.

Es grave que sigamos asistiendo inermes al espectáculo de unos parlamentarios que anuncian recortes de salarios, privilegios y poltronas que nunca llegan o que, cuando llegan, son tan irrisorios que se convierten en ofensivos. Como humillante y frustrante es seguir aumentando los impuestos indirectos a las familias o los impuestos sobre la primera vivienda, sin poner en marcha un debate sobre la imposición de los grandes patrimonios y las finanzas.

Igual de infeliz, aunque las intenciones fueran buenas, ha sido el debate suscitado en la Agencia Tributaria (que inmediatamente se ha hecho de dominio público) sobre la oportunidad de incentivar a quienes denuncien a sus conciudadanos. Las formas de corrección cívica que fortalecen el pacto social siempre cuestan y conllevan riesgo para quienes las practican, ya que ese coste expresa la voluntad de reconstruir una relación de amistad cívica estropeada. Cuando las denuncias no cuestan nada e incluso proporcionan algún dinerillo, no sirven más que para malear y envenenar las relaciones de ciudadanía; ya que no se premia la virtud, como habría que empezar a hacer con urgencia, sino que se incentiva a quienes denuncian los vicios. Dos operaciones que son, desde el punto de vista cívico, inversamente proporcionales.

Por eso, habría que celebrar la idea de algunos municipios de encargarse directamente de recaudar los impuestos, para que este momento de la vida cívica, en el que el ‘cómo’ es tan importante como el ‘qué’, sea más subsidiario y comunitario.

No se construirá una nueva relación con el fisco y en general con la cosa pública, únicamente poniendo en marcha sanciones e incentivos, sino colocando el don en el lugar que le corresponde, es decir en el centro del pacto social y de la esfera pública y liberándolo de los lugares privados demasiado estrechos en los que lo hemos confinado, ya que siempre es el don el que funda y refunda las comunidades. La communitas: ese don (munus) recíproco (cum) que está también en la raíz de la decisión cívica fundamental de pagar los impuestos.

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Comentario - Una gramática por redescubrir

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 13/05/2012

logo_avvenireHay un rasgo común a muchos de los fenómenos que expresan una sana desazón ante el fisco y la política: la intolerancia creciente y la aversión hacia la injusticia. Cuando los seres humanos tomamos decisiones, incluso las que son más típicamente económicas, no seguimos un frío cálculo monetario de coste-beneficio, sino que ponemos en juego muchos otros recursos emocionales, simbólicos y éticos, que nos llevan, por ejemplo, a ‘castigar’ los comportamientos que nos parecen injustos. Todo esto es muy evidente en el tema fiscal. Aunque toda la comunicación política (anuncios incluidos) intenta convencernos de que el objetivo esencial de la recaudación de impuestos es la producción de bienes públicos (sanidad, infraestructuras, seguridad…) y de bienes meritorios (educación, cultura, arte…) que después consumimos todos, la verdad es que sólo una parte de la recaudación fiscal se usa para la realización de estos bienes públicos y meritorios que por otra parte deberían gratificarnos.

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Los impuestos también se dan

Los impuestos también se dan

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Comentario – El capital cívico, más allá del PIB

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 29/04/2012

logo_avvenireMario Draghi también se ha sumado al grupo de quienes piden un «pacto por el crecimiento» y hasta Angela Merkel se está convenciendo de que es necesario. Para muchas personas – y también para muchos de los que deciden – cada vez está más claro que no es gran cosa basarse sólo en un «pacto fiscal» que, además, hace peligrar la situación económica y social de los países europeos más frágiles. Pero la pregunta es: ¿de qué tipo de crecimiento hablamos? Sin abrazar las tesis más radicales y a veces ingenuas (sobre todo en las recetas) del llamado decrecimiento, tenemos que ser conscientes de la importancia de la respuesta que demos a la pregunta sobre qué es lo que debe crecer. Cuando pensamos en el crecimiento, habitualmente pensamos en el crecimiento del PIB.

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Pero nos equivocamos, ya que, aunque no se diga nunca, esta crisis se ha generado también por un crecimiento equivocado del PIB. En estas últimas décadas, el PIB ha crecido demasiado y mal, puesto que ha crecido – y sigue creciendo – a costa del medio ambiente natural, social, relacional y espiritual, alimentando la hipertrofia de las finanzas especulativas. Además, en Italia y en esta Europa en crisis, el PIB ha crecido también gracias a un ingente aumento de la deuda pública. Pero es demasiado cómodo e irresponsable hacer que crezca el PIB aumentando el gasto de la administración pública.

Hoy no tenemos ninguna garantía de que relanzando el PIB consigamos aumentar los puestos de trabajo y el bienestar de las personas, ya que mientras el crecimiento siga estando guiado y drogado por la especulación financiera y por las rentas, la vida de los italianos seguirá empeorando, incluso con algún punto más de PIB. Tal y como lo conocemos hoy, el PIB no es un indicador de bienestar humano en general (esto es sabido), pero tampoco es un buen indicador de bienestar económico en la era de las finanzas (esto es menos sabido). Si queremos medir bien el buen crecimiento, hay que reformar el PIB y sobre todo complementarlo con otros indicadores, siempre que sean indicadores de stock y no de flujos (como es el PIB).

¿En qué sentido? El concepto de «Producto Interior Bruto» nace en el siglo XVIII en Francia (con los fisiocráticos), a partir de la genial y revolucionaria intuición de que la fuerza económica de un país no la miden los capitales ni los stocks, sino la renta anual (un flujo), puesto que un país no es más rico por tener minas, petróleo o bosques, sino por hacer que estos capitales produzcan renta, lo que depende de muchos factores (personas, tecnología, cultura…) Desde ahí llegamos al siglo XX y al nacimiento del PIB, pensando que lo que importa para la riqueza de las naciones son los flujos y no los stocks. Una bonita idea de ayer que hoy puede llevar a confusión.

 

Para relanzar el crecimiento debemos concentrarnos en el mantenimiento y en el aumento de estas formas de capital. Si éstas no se fortalecieran, mantuvieran e incluso recrearan en muchos casos, los flujos económicos no podrían reactivarse; o, aunque se reactivaran, drogados por las finanzas o los fondos europeos, seguirían alimentando las crisis de nuestro tiempo.

Baste pensar en el empobrecimiento de los antiguos capitales cívicos que se llaman relaciones de buena vecindad y proximidad y en el empobrecimiento de la “productividad colectiva” en zonas que han generado hasta nuestros días muchas experiencias de cooperación y los distritos industriales del “Made in Italy”. El deterioro de estos capitales está determinando la progresiva esterilidad de nuestro tejido civil, que no es capaz de generar ningún flujo cultural, espiritual ni económico.

PPara poder reconstruir rápidamente estos indispensables capitales, lo primero que hace falta es saber verlos y después medirlos, creando nuevas medidas de stock o, mejor aún, de patrimonio, palabra más sugerente porque, entendida como patrum-munus, es decir como el don de los padres, nos recuerda simbólicamente que estos patrimonios nos los han regalado las generaciones pasadas y debemos guardarlos y desarrollarlos si no queremos que se nos recuerde como la primera generación ingrata de la historia, que interrumpió la gran cadena de la solidaridad intergeneracional.

Esto no nos lo podemos permitir, aunque sólo fuera para relanzar hoy el buen crecimiento económico.

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Comentario – El capital cívico, más allá del PIB

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 29/04/2012

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Cambiar para crecer

Cambiar para crecer

Comentario – El capital cívico, más allá del PIB por Luigino Bruni publicado en Avvenire el 29/04/2012 Mario Draghi también se ha sumado al grupo de quienes piden un «pacto por el crecimiento» y hasta Angela Merkel se está convenciendo de que es necesario. Para muchas personas – y también ...
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Comentario - Como en 1951 pero con las finanzas

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire  el 15/04/2012

logo_avvenireLa inestabilidad y la incertidumbre económica y financiera que están caracterizando (y seguirán haciéndolo durante algún tiempo) el momento actual que atraviesan los mercados y la sociedad, depende, entre otras cosas, de la respuesta que se de un gran interrogante sobre el presente y el futuro de Europa, de la Europa económica, civil y política. En 1951 se creó la CECA (Comunidad del carbón y del acero); detrás de este paso fundamental para llegar al “Tratado de Roma” y con él a la Comunidad Europea, había una intuición genial y profética, de enorme alcance político, cultural y espiritual: la creación de un pacto de comunidad basado precisamente en los recursos estratégicos que estuvieron en el centro de los dos grandes conflictos mundiales, el carbón y el acero que alimentaron las guerras.

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Europa lleva algunos años inmersa en la crisis civil más grave desde la posguerra. La globalización de los mercados y un estilo de vida insostenible en el plano del consumo individual y colectivo (deuda pública), han desestabilizado, tal vez incluso minado, el equilibrio sobre el que se fundó la Comunidad Europea en los primeros tratados. Si Europa quiere salir hoy de esta crisis y construir una nueva etapa de bienestar y civilización, está llamada a hacer algo parecido a lo que hicieron en 1951 nuestros padres y abuelos: debe poner verdaderamente en común el principal recurso estratégico que está provocando en estos años una nueva forma de guerra entre los pueblos no sólo del Viejo Continente sino de todo el mundo: las finanzas. Es evidente que lo que se ha hecho hasta ahora con el euro, el BCE y el fondo de rescate no es suficiente. Un pacto de comunidad implicaría, entre otras cosas, la creación de los eurobonos y de un auténtico Banco Central Europeo, pero para ello es necesario un elemento fundamental, tan esencial como evidentemente ausente o al menos insuficiente, que es la confianza entre estados e instituciones europeas.

Las finanzas europeas y mundiales necesitan con urgencia una verdadera reforma estructural. Este capitalismo financiero que tiene en jaque a las grandes empresas, a las instituciones y a la política, se está convirtiendo en un “mal común global” que hace insostenible nuestro desarrollo.  Se basa en el dogma de la maximización del beneficio a corto plazo, un dogma que antes estaba implícito y apenas se hablaba de él, pero que ahora se proclama sin vergüenza alguna como el único camino posible para el crecimiento y la eficiencia.

Un verdadero pacto europeo “sobre las finanzas” y “para las finanzas” podría suponer un primer y decisivo paso hacia la necesaria y urgente regulación de la especulación financiera, recordando a los bancos cuáles son sus funciones fundamentales en orden al bien común (acceso al crédito, gestión prudente del ahorro, apoyo a los inversores de empresas productivas); funciones todas ellas que han sido traicionadas durante los últimos años por los grandes de las finanzas especulativas y que están desnaturalizando todo el sector financiero y con él la economía y la sociedad.

Luigi Einaudi recordaba con frecuencia que la ciencia económica debería estudiar sobre todo los “puntos críticos”, es decir los umbrales que, una vez superados, hacen que una realidad positiva se convierta en negativa (y viceversa). En la actualidad las finanzas han superado ese umbral y están pasando de servidoras fundamentales de la economía y de las familias a ser tiranas del mundo. En estos momentos es cuando la alta política  debería recuperar su papel y crear procesos institucionales que vuelva n a situar en el centro de la vida civil el bien común, un bien común que hoy es tan evidente que no debería suscitar ninguna disputa teológica o filosófica sobre su naturaleza. En estos años se está jugando un partido decisivo para la democracia.

El fuerte terremoto provocado por la globalización de los mercados y de la ideología capitalista-financiera ha supuesto una fuerte sacudida para todo el edificio democrático. Las medidas que estamos adoptando en estos años no son más que puntales para evitar que el edificio se derrumbe definitivamente, pero sin que se adivine ninguna operación de reconstrucción de sus pilares.

Un primer y fundamental pilar podría ser ese pacto europeo “sobre las finanzas” y “para las finanzas”, pero en los actuales líderes políticos no se aprecia ni la fuerza de ideas ni la valentía civil para abordar tal empresa, dejando a las jóvenes generaciones una casa común que amenaza ruina y en constante peligro de derrumbe ante una nueva sacudida. Es necesario hablar cada vez más de estos temas fundamentales y ausentes del debate público, ya que para que Europa resurja y para lograr un nuevo orden económico mundial, esta vez no basta la esfera política, que es demasiado débil después del final de las ideologías. Toda la esperanza está en la sociedad civil, en la voluntad de vivir y en las ganas de futuro de la gente.   

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Comentario - Como en 1951 pero con las finanzas

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire  el 15/04/2012

logo_avvenireLa inestabilidad y la incertidumbre económica y financiera que están caracterizando (y seguirán haciéndolo durante algún tiempo) el momento actual que atraviesan los mercados y la sociedad, depende, entre otras cosas, de la respuesta que se de un gran interrogante sobre el presente y el futuro de Europa, de la Europa económica, civil y política. En 1951 se creó la CECA (Comunidad del carbón y del acero); detrás de este paso fundamental para llegar al “Tratado de Roma” y con él a la Comunidad Europea, había una intuición genial y profética, de enorme alcance político, cultural y espiritual: la creación de un pacto de comunidad basado precisamente en los recursos estratégicos que estuvieron en el centro de los dos grandes conflictos mundiales, el carbón y el acero que alimentaron las guerras.

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Nuevo pacto para Europa

Nuevo pacto para Europa

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Comentario – Valores que nos unen y nos sirven

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 16/03/2012

logo_avvenireIEl informe del CENSIS sobre los “valores de los italianos” trae buenas noticias para el país. De él se desprende que existe un “familismo moral” que es mucho menos famoso que el “familismo amoral” del que tanto se ha hablado para describir el modelo italiano. Las relaciones familiares y comunitarias están en los primeros puestos. Otra investigación, realizada con un compañero de la Universidad Bicocca de Milán (Luca Stanca), pone de relieve que las personas que dan importancia a la familia y a las relaciones son por término medio también las más felices. Después de algunos años de hipertrofia de las finanzas y del consumismo, estos primeros años de crisis están haciendo que despierte una vocación nacional que no había muerto, pero sí se había quedado dormida, aunque se seguía manteniendo viva y encendida bajo las cenizas.

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Italia tiene una historia de relaciones que dura ya más de 2.000 años. La cultura mediterránea, el cristianismo, el intercambio, el comercio y la cultura ciudadana y burguesa han ido creando durante siglos una identidad, en el centro de cuyo ADN se encuentra el valor de la relación. Esta red de ‘relaciones entre distintos’ es la que hizo grande a Italia cuando fue grande (humanismo civil, reformas del siglo XVIII, risorgimento, reconstrucción…); pero también sus patologías (como determinados facilismos amorales y algunas formas de mafia), pueden interpretarse como enfermedades o degeneraciones de esta misma vocación relacional. Hoy, en estos tiempos de crisis y en estos días difíciles, nos estamos dando cuenta de que es mucho más interesante y satisfactorio invertir tiempo en las relaciones que consumir dinero en los hipermercados. Hay un segundo dato del informe que encaja perfectamente con el primero: el 57% de los italianos considera que en su familia el deseo de consumir es menos intenso ahora que hace años. Y además – esto es muy importante – lo cree con independencia de la disminución o no de sus propios ingresos.

Es como si nos estuviéramos dando cuenta del fracaso de un modelo de economía basado en el consumo. El juego de creer que era posible relanzar la economía, afectada por una crisis de confianza y de entusiasmo civil, simplemente relanzando el consumo, ha durado poco y nos ha dejado a todos descontentos y decepcionados. Resulta extravagante, cuando no ofensivo, pensar que en estos tiempos de seria disminución de los ingresos reales de las familias, alguien pueda pensar en relanzar la economía manteniendo las tiendas abiertas 24 horas 7 días a la semana.

No hay que olvidar que el consumismo, apoyado en el endeudamiento, es la enfermedad de la crisis. ¿Cómo puede convertirse ahora en la cura? Es cierto que hace falta más crecimiento económico, pero sobre todo lo que hace falta es que volvamos a reencontrar el entusiasmo de las relaciones, que volvamos a unir nuestra creatividad para crear puestos de trabajo. No hace falta que la gente se pase las tardes y los fines de semana en los centros comerciales, frustrada y cada vez con menos dinero en el bolsillo, soñando con un estilo de vida triste e irreal. Hoy hay que dirigir los sueños hacia la producción y la capacidad de generar y no sólo hacia el consumo, para poder esperar lo mejor. Deberíamos recordar de vez en cuando que una economía no dura mucho cuando descuida los sectores primario (agricultura) y secundario (industria) y se basa demasiado en el terciario (comercio y servicios). Una de las causas de la grave crisis que padecen hoy algunos países está en las políticas europeas, a veces cortas de miras, que han abandonado durante años los sectores tradicionales en los que residían los saberes y las competencias de siempre (por ejemplo, la pesca y la agricultura en Portugal), para lanzarse a los servicios y al comercio, sectores que con frecuencia son mucho más frágiles y con un valor añadido real mucho más bajo. Las relaciones familiares y comunitarias no se sostienen si no se apoyan en relaciones laborales serias, que creen riqueza y reduzcan la incertidumbre de la gente, recursos éstos de los que luego se alimentan las restantes relaciones de la vida.

El gran economista Albert Hirschman nos enseñó que los países no pasan sólo por ciclos económicos (recesión-expansión), sino también por «ciclos de felicidad»: fases históricas en las cuales prevalece la búsqueda de la felicidad privada (individuo) que se alternan con otras en las que prevalece el deseo de felicidad pública (relaciones). Al igual que ocurre en los ciclos económicos, una fase prepara la siguiente y cuando se llega al culmen de la felicidad privada, se crean las premisas para su superación por una etapa de felicidad pública. Para Hirschman, el principal mecanismo que produce el cambio de fase es la decepción.

Hoy nos encontramos en mitad de uno de esos momentos de inflexión del ciclo, pero para que este deseo de “felicidad pública” sea sostenible e influya también en el ciclo económico, es urgente una nueva política. Detrás de su aparente anti-política, los italianos no están pidiendo menos política, sino otra política distinta, subsidiaria y más ligera. Sin relaciones políticas adecuadas, las relaciones civiles, comunitarias y familiares nunca llegarán a ser motor de ese desarrollo económico y cívico del que tenemos una necesidad vital.

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Comentario – Valores que nos unen y nos sirven

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 16/03/2012

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Familismo moral

Familismo moral

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Comentario - Grecia, sus gentes, Europa

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 26/02/2012

logo_avvenireLo que está ocurriendo en Grecia es muy importante y todos deberíamos prestar mucha más atención. Esta crisis nos está gritando muchas cosas, todas ellas muy serias. Desde siempre sabemos que cuando una persona cae en desgracia económica, su libertad está en peligro. En el mundo antiguo, no pagar las deudas podía convertir a uno en esclavo del acreedor. El derecho de quiebra no se introdujo sólo como una garantía para los acreedores, sino también y sobre todo para evitar la esclavitud o la tragedia global de quien se veía abocado a la quiebra o a la inestabilidad económica.

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En los sistemas democráticos modernos existe también un derecho individual a la quiebra, cuando la empresa de la que uno es propietario deja de tener esperanzas de poder salir adelante. Los acreedores cobran con lo que queda del patrimonio, en base a determinadas reglas y garantías; de esta forma se evita el dominio de los más fuertes y no es necesario convertirse en esclavos de nadie. Hoy no debemos bajar la guardia, porque hay peligro de que lo que hemos conquistado en el terreno de los derechos individuales sea desmentido en las relaciones entre estados. Al no poder quebrar en la práctica, los estados pueden terminar cayendo en nuevas formas de esclavitud (ya lo vimos hace años con la deuda de los países en vías de desarrollo, cuya condonación pidió la Iglesia católica – ante la amplia indiferencia de los poderosos, aun con alguna valerosa excepción -  con ocasión del Gran Jubileo del 2000).

Pocos parecen oír (y entender) este ruido de cadenas. Hay una pregunta que está en el centro del debate griego, pero no tanto en el europeo e internacional: ¿es justo que los ciudadanos griegos estén obligados a no poder quebrar, máxime cuando los que más sufren y sufrirán por el régimen impuesto a Grecia son los pobres y los frágiles y no los expolíticos ni los banqueros? ¿Qué pesa más en la balanza de nuestra civilización?

Evidentemente en la balanza hay que poner también, son muchos los que lo dicen, la poca seriedad (por usar un eufemismo) de los gobiernos griegos que han consumido demasiado y han falseado las cuentas, cometiendo un delito de quiebra fraudulenta del que tienen que responder sus responsables. Pero en la misma balanza hay que poner también – y esto ya no se dice tanto – la extraordinaria ligereza de las instituciones europeas que en su día hicieron que Grecia entrara en el euro cuando era evidente que no estaba preparada, entre otras cosas porque el tejido cultural tradicional y comunitario de muchos países del Mediterráneo no estaba – y sigue sin estarlo – orientado a abrazar el ethos individualista que domina en los mercados financieros. Finalmente, también hay que poner en la balanza la ligereza culpable de los bancos europeos e internacionales (especuladores) que han invertido masivamente en títulos de deuda griega, muy rentables pero evidentemente de alto riesgo: la oferta delictiva de títulos públicos tóxicos ha encontrado correspondencia en la demanda igualmente delictiva de los especuladores.

Si se quiere evitar de verdad la quiebra de Grecia, hay que dar vida a un proyecto sostenible y solidario, sin matar al enfermo con el tratamiento. Pero para hacerlo es necesario que Europa esté más presente y sobre todo que empiece a hablar. Cuando un país pasa por un momento difícil y grave es necesario que la política desempeñe su función simbólica y sepa hablar a la gente para que puedan comprenderse y realizarse incluso grandes sacrificios. Algunos líderes políticos del pasado, como Churchill, De Gasperi o Mandela, supieron hacerlo. Fueron estadistas que supieron hablar al corazón de su gente, en momentos de gran sufrimiento individual y colectivo. Pero ¿quién habla ahora a los griegos en nombre de Europa? No puede ni debe ser el BCE quien hable, tampoco consigue hacerlo el débil Parlamento de Estrasburgo ni la Comisión de Bruselas, cuyos líderes están totalmente ausentes de los debates y de los medios de comunicación en estos meses cruciales, mientras descabezan a los gobiernos nacionales. Cuando sólo hablan las instituciones económicas y financieras, muchas veces sus palabras son las del “siervo despiadado” del que habla el Evangelio.

Lo que más llama la atención cuando se observa lo que ocurre en Grecia es la soledad de ese pueblo. ¿Dónde están los estados hermanos? ¿Dónde los con-ciudadanos europeos?

Haría falta más solidaridad horizontal entre los ciudadanos europeos, como expresión concreta del principio de fraternidad sobre el que se construyó la Europa moderna. Sería impensable que ante la bancarrota de una región italiana las instituciones y los ciudadanos italianos abandonaran a otros ciudadanos italianos a su destino y a sus acreedores. Pero en Europa este abandono parece natural, sencillamente porque la Europa de los pueblos y de las gentes todavía está por construir.

Si viviéramos Europa como la tierra común de un mismo pueblo, sería evidente la fuerza de los pactos y no sólo la de los contratos. Decir pacto significa también decir palabras como perdón, una palabra demasiado ausente (per-don, en muchos idiomas remite al don), una palabra que hoy ha desaparecido del debate y ha sido borrada de contratos, préstamos y deudas. Las instituciones y los ciudadanos europeos tienen una gran oportunidad en esta grave crisis: reactivar el pacto fundacional que se encuentra en el origen de Europa y que hoy parece haberse convertido en una utopía, en tierra de nadie. Para que Grecia no quiebre hoy y otros países europeos frágiles mañana y para no masacrar la vida de los pueblos, no hacen falta a medio plazo préstamos despiadados y por lo tanto insostenibles. Debemos realizar pactos al lado de los contratos, per-dones al lado de los intereses y usar de forma apropiada y sensata el verbo restablecer. Debemos tratar de transformar la actual utopía europea en eutopia: la buena tierra común.

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Comentario - Grecia, sus gentes, Europa

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 26/02/2012

logo_avvenireLo que está ocurriendo en Grecia es muy importante y todos deberíamos prestar mucha más atención. Esta crisis nos está gritando muchas cosas, todas ellas muy serias. Desde siempre sabemos que cuando una persona cae en desgracia económica, su libertad está en peligro. En el mundo antiguo, no pagar las deudas podía convertir a uno en esclavo del acreedor. El derecho de quiebra no se introdujo sólo como una garantía para los acreedores, sino también y sobre todo para evitar la esclavitud o la tragedia global de quien se veía abocado a la quiebra o a la inestabilidad económica.

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Ruido de cadenas

Ruido de cadenas

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Comentario – Los jóvenes y la importancia fundamental de la fraternidad

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 21/02/2012

logo_avvenireEl año que tenemos por delante puede ser crucial para empezar a reescribir algunos capítulos importantes del pacto social entre los italianos, tales como la ley electoral, el “mercado” de trabajo, las liberalizaciones y la reforma de los partidos, pero también la lucha contra la corrupción y la evasión y el nuevo y viejo estado del bienestar. En las últimas décadas hemos vivido una fase demasiado larga de enemistad civil y esta es una de las razones que explican la gravedad con que la crisis se ha abatido sobre nuestro país.

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La Italia que salga de las elecciones del 2013, que inevitablemente serán el comienzo de algo nuevo (y esperemos que mejor), dependerá en buena medida de la calidad del compromiso cívico que todos y cada uno de nosotros pongamos a la hora de reescribir estos nuevos párrafos del pacto social.

Estos momentos fuertes (y fundacionales) pueden ser los más favorables para hacer operativa y concreta la teoría política más importante del siglo XX, la del filósofo americano John Rawls. En su tratado "Una teoría de la justicia" (1971), Rawls introdujo, entre otras cosas, una regla general para orientar las decisiones políticas cuando se quiere crear una sociedad justa. Su propuesta para los ciudadanos que elaboren el pacto social consistía en hacerles razonar como si estuvieran bajo «un velo di ignorancia». Se trata de un recurso teórico cuyo objetivo es ocultar, o no dejar ver claramente, el puesto (en términos de renta, recursos, oportunidades…) que esos ciudadanos ocuparán en la sociedad del mañana. En un contexto artificial y real como este (verosímil en muchas experiencias históricas de fundación de una nueva empresa o comunidad), el filósofo americano demuestra que existe una regla general, que él llama maximin, para elaborar las reglas del juego.

Esta regla consiste en prever el mejor trato posible (max) en la futura sociedad para los que se encuentran en los últimos lugares de la sociedad (min). Esta regla es, para Rawls, una declinación directa del principio de fraternidad, el más olvidado del tríptico de la modernidad. Una regla que es expresión de justicia social pero también de racionalidad individual, porque el día de mañana ese mínimo podría ser yo, un hijo mío o un nieto. De ahí deriva el corolario de que la justicia de una sociedad se mide principalmente en base a cómo se trata a los últimos.

Esta gran lección ético-racional debería estar hoy en el centro de nuestros debates. Debería llevarnos a preguntarnos quiénes son, aquí y ahora, los mínimos de nuestra sociedad. En este mundo que hemos construido, los últimos son cada vez más numerosos y vulnerables y los primeros son cada vez menos en número pero más ricos y fuertes. No hay duda de que los pobres en recursos y los desfavorecidos son mínimos. Pero hoy, tal vez más que nunca, también habría que incluir a los jóvenes. La cuestión juvenil tiene que estar en el centro del nuevo pacto social. Basta pensar en el tema del trabajo, sobre el que tanto se insiste desde estas páginas, no por casualidad. Pero el tema es más amplio y general. Debemos hacer, por ejemplo, que la nueva ola de entusiasmo liberal (que se olvida, entre otras cosas, de que esta crisis financiera estalló en América y en Inglaterra no por un mercado financiero demasiado regulado, sino demasiado libre) no acabe por extender también a Italia la reforma de los estudios universitarios que se realizó en Gran Bretaña.

En aquel país, como consecuencia también de una nueva fase ideológica, se pensó que sería bueno eliminar las aportaciones públicas a fondo perdido a las universidades, transformándolas – con la lógica del mercado – en préstamos a los estudiantes, reembolsables a largo plazo (hasta treinta años). Las tasas de los estudios universitarios de cualquier tipo y grado subieron enormemente y hoy un estudiante inglés no paga menos de 10.000 o 12.000 euros al año. Esto quiere decir que cuando ese joven adulto entre en el mundo laboral comenzará su carrera con una carga de al menos 50.000 euros, a los que habrá que sumar los de su joven esposa y los del préstamo para la vivienda (y alguien debería volver a recordar cómo nacieron las tristemente célebres hipotecas sub-prime…).

Además, deberíamos revisar la política de descuentos y ventajas económicas asociadas a la edad en muchos países. Un compañero mío, de 60 años, gran deportista y con excelente salud, acaba de recibir la tarjeta de plata, que le haría mucha más falta a sus hijos que rondan los 30 años y tienen trabajos precarios y familia. Sin castigar más a la mayoría de los pensionistas (porque, entre otras cosas, un país que ponga en competencia a los jóvenes con los ancianos no tiene futuro, ya que ambos son mínimos), sin embargo sí deberíamos entender que la revolución de la longevidad tiene cosas importantes y nuevas que decir sobre cómo repartir las “cartas” del juego de la vida y de las oportunidades de futuro. Este también es otro aspecto del pacto social.

Dentro de pocos meses, volverá a ponerse en marcha la competición política. Si no queremos que también esta vez sea una hobbesiana “guerra de todos contra todos”, debemos crear pronto una unidad y una amistad civil sobre la cual se pueda apoyar la com-petición política, si queremos que tienda al «bien común», al bien de todos y cada uno y por lo tanto también al bien de los jóvenes. De nuestros hijos y nietos.

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Comentario – Los jóvenes y la importancia fundamental de la fraternidad

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 21/02/2012

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De parte de los “mínimos”

De parte de los “mínimos”

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Comentario – Jóvenes, formación, puesto fijo

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el  03/02/2012

logo_avvenireEn el debate que se ha reabierto en torno al mundo del trabajo, hay algo equivocado o, al menos, desenfocado. No les falta sabiduría a las tesis del primer ministro Mario Monti, expuestas tanto en sus declaraciones oficiales como en sus apariciones televisivas. Un signo de sabiduría será también hacer que esas tesis fueran ampliamente compartidas. Por ejemplo: la que pone de relieve la grave asimetría que existe hoy en Italia entre quienes están dentro del mundo laboral y quienes están fuera y no consiguen entrar. Un signo de sabiduría es poner el acento en la urgencia de conseguir que el “mercado de trabajo” (no olvidemos nunca las comillas cuando ponemos la palabra mercado al lado del trabajo humano y de los trabajadores) sea más eficiente y ágil, con menos rentas de posición, más moderno y capaz de responder a los nuevos retos que plantea la globalización. Por el contrario, el tema del empleo juvenil y del «puesto fijo» requeriría menos prisas y más meditación social: una valoración más profundad y meditada.

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El trabajo que realiza una persona es mucho más que un medio para procurarse el sustento: el trabajo también nos dice a nosotros mismos y a los demás quiénes somos y no sólo qué hacemos. En una cultura en la que los lugares tradicionales de identidad están en crisis (comunidad, familia), el trabajo sigue siendo uno de los pocos lenguajes sociales para encontrar y expresar nuestro lugar en el mundo. Esto vale para todas las circunstancias, incluso para la jubilación; pero vale, sobre todo y de forma muy especial, para los jóvenes. Cuando se observa el mundo de los jóvenes, se descubre que hay un gran sufrimiento también en este campo de la identidad, debido a que la escuela y la universidad cada vez son menos capaces de formar trabajadores y debido a las políticas miopes que multiplican los contratos de trabajo precario y fragmentario característicos de esta fase del capitalismo. Es muy triste ver la dificultad que experimentan muchos diplomados y licenciados a la hora de contarles a sus amigos y familiares e incluso a sí mismos, diez años después de obtener su grado, cuál es su trabajo, cuáles son sus competencias, cuál es su oficio.

La sociedad tradicional fue capaz de crear una fuerte ética del trabajo basada en los oficios, que ha regido durante siglos nuestra civilización: herreros, panaderos, maestros, obreros y doctores han dado seriedad y orden no sólo a la economía sino también al humanismo occidental. El del oficio es el gran tema que hay que poner en el centro del debate sobre el trabajo, sin mirar atrás con nostalgia, sino con la conciencia de que sin oficios, antiguos, nuevos o novísimos, no hay desarrollo. Pero ¿qué oficio tiene hoy un licenciado en economía que se ha pasado dos años de prácticas, un año en la administración de una empresa, dos años en una consultora y tres en una aseguradora? ¿Cuál es el oficio de un perito (es decir un experto diplomado) que no encuentra ni siquiera un puesto de aprendiz? ¿Qué sabe hacer y en qué es competente? Si cuando un joven se asoma al mundo laboral no tiene ante sí algunos años en los que aprender un oficio, ya sea carpintero o profesor universitario, el peligro es que llegue a la edad madura sin tener ningún oficio, sin ser competente en nada. Gracias a los estudios sobre el bienestar en el trabajo sabemos que sentirnos competentes es lo que más peso tiene en la felicidad de una persona, por encima del salario. El hecho de no adquirir un oficio de jóvenes tiene efectos enormes sobre la identidad de las personas y sobre la calidad de la vida.

Por eso, en esta fase crítica de nuestro tiempo, es fundamental que los jóvenes sepan que una empresa o una institución invierte en ellos y ellos en ella, dándoles tiempo para que puedan aprender un oficio y ser de este modo verdaderamente útiles para la empresa y para la sociedad civil. La precariedad y la falta de competencia de jóvenes se agrava en la edad adulta, cuando perder el trabajo se convierte en un drama, debido, entre otras cosas, a que el valor del propio capital humano es muy bajo. Hay que recordar que nuestro valor en cuanto trabajadores, lo que la economía llama el “capital humano” (que no es más que un subconjunto del valor global de una persona), se adquiere un poco en la escuela y la mayor parte trabajando.

Un universitario que, cinco años después de terminar la carrera, siga siendo precario, por muy excelente que haya sido en sus estudios, se encuentra con un capital humano deteriorado, inferior al que tenía el día de su graduación. Este es un grave fracaso para la persona, pero sobre todo para un sistema-país que cuando no aprecia (también en el sentido de aumentar su valor) a sus jóvenes, está dilapidando su riqueza más grande. Los jóvenes hoy necesitan confianza, sobre todo en estos tiempos de crisis, una crisis que ellos no han causado pero cuyas consecuencias sufren gravemente. El primer acto de confianza hacia un joven es darle la posibilidad de cultivar su vocación laboral, de la que depende la felicidad (eu-daimonia) individual y pública.

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Comentario – Jóvenes, formación, puesto fijo

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el  03/02/2012

logo_avvenireEn el debate que se ha reabierto en torno al mundo del trabajo, hay algo equivocado o, al menos, desenfocado. No les falta sabiduría a las tesis del primer ministro Mario Monti, expuestas tanto en sus declaraciones oficiales como en sus apariciones televisivas. Un signo de sabiduría será también hacer que esas tesis fueran ampliamente compartidas. Por ejemplo: la que pone de relieve la grave asimetría que existe hoy en Italia entre quienes están dentro del mundo laboral y quienes están fuera y no consiguen entrar. Un signo de sabiduría es poner el acento en la urgencia de conseguir que el “mercado de trabajo” (no olvidemos nunca las comillas cuando ponemos la palabra mercado al lado del trabajo humano y de los trabajadores) sea más eficiente y ágil, con menos rentas de posición, más moderno y capaz de responder a los nuevos retos que plantea la globalización. Por el contrario, el tema del empleo juvenil y del «puesto fijo» requeriría menos prisas y más meditación social: una valoración más profundad y meditada.

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Pues sí: hace falta oficio

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Comentario – Más allá de la «cultura» de las apuestas

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el  04/01/2012

logo_avvenire«Vicios privados, públicas virtudes» es el subtítulo de la conocida Fábula de las abejas (1714), de Bernard de Mandeville, que abrió un debate entre economía y ética en el que participaron las mejores mentes europeas del siglo XVIII. La idea de que de los vicios de los ciudadanos puede salir algo bueno para la colectividad sigue estando muy presente en la cultura contemporánea y en muchas ocasiones inspira la acción de los gobiernos (impuesto sobre los juegos y loterías). Ayer el cardenal Bagnasco llamaba la atención sobre la «llaga» de los juegos de azar e invitaba con fuerza a emprender una acción urgente «a todos los niveles».

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Existe una relación evidente, para quien la quiera ver, entre las apuestas deportivas, el negocio de las tragaperras, determinada especulación financiera, los horóscopos y videntes, los juegos de azar online y los “inocuos” rascas.

El primer factor que tienen en común todos estos fenómenos, distantes sólo en apariencia, se llama adicción. Donde hay adicción, surge un problema ético enorme, puesto que si se deja la gestión de estos ámbitos únicamente en manos del mercado, el resultado es la explotación de los más débiles y frágiles por el lucro, con gravísimas consecuencias individuales, familiares y sociales. La adrenalina que experimenta el jugador de tragaperras al oír el tintineo de la cascada de monedas es muy parecida a la de quien trasnocha especulando con los tipos de cambio de las monedas o con el precio del trigo. Lo segundo que tienen en común es que mueven una enorme cantidad de dinero: en Italia este sector mueve más de 75.000 millones de euros y crece exponencialmente. El tercer denominador común es la fuerte infiltración del crimen organizado en todo este ambiguo territorio.

La proliferación de los juegos de azar es un auténtico escándalo y desde demasiados puntos de vista una llaga mucho más extensa y grave de lo que habitualmente se piensa, con raíces profundas y serias. Estamos asistiendo pasivamente al crecimiento imponente de una auténtica “cultura” de las apuestas y la fortuna. Pensemos por ejemplo en las apuestas deportivas, profundamente relacionadas con una visión mercantil que está transformando el fútbol de un “bien relacional” (un encuentro no comercial) en un bien de mercado altamente especulativo. Gracias sobre todo a la dictadura sin oposición de las televisiones comerciales, que hoy dominan el fútbol profesional determinando quién vive y quién muere, la dimensión de la gratuidad ha desaparecido del juego (y en cambio debería constituir su esencia). Los partidos de fútbol invaden los restantes programas todos los días de la semana, vaciando los estadios para llenar los hogares de individuos cada vez más solitarios delante de televisores cada vez más grandes.

Además, en un deporte reducido a simple mercancía terminamos por considerar éticamente menos reprobables unos comportamientos que de por sí son muy graves, ya que son las propias sociedades de apuestas las que patrocinan a los equipos y esto es lo que ven los aficionados. Además, estas empresas especulativas han ido ocupando poco a poco el lugar que antes ocupaban en las camisetas algunos productos de la economía real italiana. El mercado es un invento maravilloso, mientras no pase de ser un principio más junto a otros en la vida en común y en sus espacios, pero se convierte en una gran enfermedad civil cuando es el único criterio que domina todas las relaciones sociales.

¿Qué podemos hacer? En primer lugar es necesario actuar  “a todos los niveles”.Primero a nivel político: ¿por qué no hacer extensiva a los juegos de azar (poker tv, apuestas online…) la prohibición de hacer publicidad que ya existe para el tabaco? Las adicciones son parecidas y los efectos de estas nuevas dependencias son tal vez más graves. ¿Por qué no pensar, además, en una forma de “objeción de conciencia” para los campeones que quieran rechazar su aparición en este tipo de publicidad? Por otra parte está la dimensión educativa, familiar y escolar, pero como siempre el nivel cívico es el más crucial. Por ejemplo, los ciudadanos podrían premiar con una marca de calidad ética a los locales y bares que eliminen las tragaperras renunciando a unos ingresos seguros. Esa misma marca atraería hacia los mismos locales más consumidores cívicamente responsables.

Se trata de la recurrente idea de «premiar a los honrados», en paralelo al no menos esencial castigo de los deshonestos. Es un gran reto. Occidente comenzó su extraordinaria historia cuando afirmó que la «virtud supera a la fortuna», que la vida buena (eudaimonia) no depende del destino sino de nuestras decisiones orientadas a la virtud, que son la única respuesta auténtica ante las incertidumbres de la vida. La invasión de la cultura de la fortuna es una fuerte expresión de la profunda crisis de la cultura occidental y un fuerte retorno a la irracionalidad y a la creencia en el destino. Las virtudes públicas, hoy como ayer, sólo nacen de las virtudes privadas,  más aún en tiempos de crisis.

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La virtud supera a la fortuna

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