Città Nuova

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A renacer se aprende/3 - ¿Qué nos dice hoy la metáfora evangélica del vino nuevo? En los tiempos nuevos hace falta tener el coraje de entonar la marcha fúnebre, agradecer al pasado y creer más en el presente y en el futuro: creer más en los hijos de hoy que en los padres de ayer. Hay que tener el coraje de cambiar casi todo para no perderlo todo.

Luigino Bruni

publicado en Città Nuova el 12/03/2024 - De la revista Città Nuova n. 11/2023

Las comunidades hacen grandes esfuerzos por entender cuándo acabó un mundo y cuándo empezó uno nuevo. Las causas de este esfuerzo colectivo son muchas, y en general poco estudiadas, sobre todo en las comunidades religiosas y espirituales donde los varios niveles de problemas (económicos, organizacionales, carismáticos…) se mezclan y se confunden.

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Sobre uno de los errores nos puede inspirar un famoso fragmento del Evangelio de Lucas – la Biblia es también un precioso mapa para orientarse en los caminos elevados e inaccesibles. Aquí está: “Les dijo también una parábola: Nadie corta un pedazo de un vestido nuevo y lo pone en un vestido viejo; porque entonces romperá el nuevo, y el retazo nuevo no hará juego con el vestido viejo; y nadie echa vino nuevo en odres viejos, porque entonces el vino nuevo romperá los odres y se derramará, y los odres se perderán. Más bien, el vino nuevo debe echarse en odres nuevos” (Lucas 5:36-38).

Los odres y el vino son excelentes parábolas para comprender las realidades colectivas nacidas de un carisma. Estas viven de un espíritu que las ha creado, que podemos llamar “carisma”, y también de estructuras, prácticas, organizaciones, normas y estatutos nacidos para conservar, proteger y cuidar el carisma mismo: los odres. En el contexto del Evangelio, los odres eran la Ley y las instituciones mosaicas, mientras que el vino era el espíritu, el advenimiento del Reino de los cielos. Algo había ocurrido, la vigna de YHWH había producido un vino nuevo, y los odres viejos debían ser cambiados. Los odres no estaban malos: simplemente no estaban adaptados (unfit) para contener un vino nuevo, y si los contenedores no se cambiaban rápido el contenido se derramaría.

La metáfora del vino nuevo puede indicar hoy muchas cosas distintas.

Cuando llega un carisma a la tierra, es un vino nuevísimo, fruto de una cepa nunca antes vista, aunque de injertos de las cepas de la misma gran viña de la Iglesia y de la humanidad. Todos entienden, al principio, que ese nuevo vino necesita nuevos odres: y he aquí que la comunidad da vida a instituciones, estatutos, normas, lenguajes inéditos que son capaces de contener y cuidar esa novedad. A ningún franciscano se le ocurría en el siglo XIII vivir el espíritu de Francisco quedándose en las hermosas abadías benedictinas: nació algo nuevo, los conventos, y una nueva regla fue escrita para contener aquella novedad. Y nadie pensaba en readaptar el Statuto Albertino para escribir la Constitución italiana después del fascismo.

Mucho más difícil es comprender cuándo en la historia de una comunidad los odres deben ser renovados ya que hay un vino nuevo. Es difícil de entender porque la cepa ahora existe, y muchos piensan que los odres estarán siempre, que no llegará más vino nuevo. La muerte del fundador, en general, es uno de esos momentos en que el vino se hace nuevo y los odres envejecen.

El problema decisivo viene del hecho de que los odres que hay que cambiar son los que construyó el fundador. Y así, estructuras, prácticas, normas, palabras, estatutos y constituciones se convirtieron, con los años, en algo muy importante y querido. Son herencia, son patrimonio (o sea patres-munus: don de los padres), son una parte lindísima del mobiliario y de la riqueza de la casa comunitaria, al punto de amar los odres casi más que el vino. Pero si uno se apega a los odres de ayer, las comunidades envejecen junto con sus barriles, porque creen más en los recipientes que en el vino, y pronto asistirán, inertes, a la descomposición de los odres y del vino.

Hay otro detalle al final de la parábola de Lucas: “Y nadie, después de beber vino añejo, desea vino nuevo, porque dice: ‘el añejo es mejor’” (5:39). A muchos les gustaba más el vino viejo, y no quieren el nuevo: y los problemas crecen. Otros buscaban acuerdos, probaban combinar viejo y nuevo, poniendo trozos de tela nueva en un vestido viejo. No: en los tiempos nuevos es necesario tener el coraje de entonar la marcha fúnebre, agradecer por el pasado y luego creer más en el presente y en el futuro: creer más en los hijos de hoy que en los padres de ayer.

Hay un día en que los odres que durante “miles de años” contuvieron el espíritu del carisma se vuelven de repente obsoletos, porque una guardia de noche ha sido más larga que mil años. La vid del carisma no ha cambiado, sólo ha llegado el vino nuevo de una nueva cosecha, en las mismas viñas y cepas de ayer. Y aquí se necesita el coraje de cambiar casi todo para no perderlo todo.

Credits foto: © Makalu su Pixabay

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Luigino Bruni

publicado en Città Nuova el 12/03/2024 - De la revista Città Nuova n. 11/2023

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El esencial coraje de cambiar

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A renacer se aprende/1 - ¿Por qué muchas reformas comunitarias comienzan con los mejores augurios y luego se estancan?

Luigino Bruni

publicado en Città Nuova el 20/12/2023 - De la revista Città Nuova n. 9/2023

El arte más precioso y raro de aprender cuando empieza la reforma de una comunidad es lograr llegar hasta el fondo del proceso. La primera etapa de una reforma casi siempre está acompañada de consensos, aplausos y alientos, porque en general los movimientos y las comunidades empiezan con las reformas demasiado tarde, cuando ya es (casi) evidente para todos que toca cambiar mucho para no morir. Y por tanto, el nuevo gobierno que se encarga de esta tarea reformadora es saludado como si se saludara a un salvador. Pocas personas son conscientes de que esa reforma necesaria había que hacerla desde hacía varios años, cuando todavía los síntomas de la enfermedad colectiva eran casi invisibles y todo mostraba éxito y salud.

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Por esta razón, los primeros momentos de un proceso de renovación, como en cualquier renovación de un cuerpo que sufre, fluyen lisa y rápidamente, acompañados de satisfacciones y de ese gran alivio típico de cada comienzo de una necesaria cura. Los reformadores se sienten sostenidos por toda la comunidad y todo viene acompañado de un clima de optimismo y de nueva primavera. Se entiende, por lo tanto, que los momentos más y decisivos en las reformas son los segundos, no los primeros, sino aquel “segundo tiempo”, cuando se reduce y se agota la apertura de crédito casi infinita del comienzo.

Muchas reformas se bloquean, se empantanan en esta segunda fase y no alcanzan la tercera, que es esencial para la verdadera y concreta implementación de la reforma, cuando los anuncios deberían haberse transformado en grandes cambios de gobernanza. Sucede como con aquellos jóvenes que se sumergen sólo con la máscara porque saben que en 10 metros se llega a una cueva emergida de bellos colores: después de los primeros metros sienten que disminuye el oxígeno, se asustan, pegan la vuelta y salen de nuevo a la superficie. Si hubieran resistido todavía unos segundos más hubieran llegado al área maravillosa de la cueva, pero se quedaron a mitad de camino.

¿Por qué se detiene? ¿Qué ocurre en la fase intermedia que bloquea las reformas necesarias y anheladas por (casi) todos? Un indicio sobre las razones del fracaso de la segunda fase nos lo sugiere el filósofo francés De Tocqueville (La democracia en América) con su famosa “paradoja”. Estudiando las revoluciones y las transformaciones sociales de los pueblos, Tocqueville había entendido algo importante: apenas los miembros de una comunidad empezaban a ver muchos afiebrados primeros signos de cambio, de nueva participación y de democracia, empezaban a pedir cada vez más, mucho más de lo que los reformadores pueden hacer concretamente en esta primera fase.

El apetito de reforma crece más rápido que sus primeros resultados. Y entonces aquellos reformistas apreciados, alabados y animados al momento del anuncio de la reforma, una vez que empiezan a hacer los primeros actos reformadores ven la estima original transformarse en crítica e insatisfacción, porque los primeros cambios aparecen demasiado tímidos, lentos e insuficientes. Al mismo tiempo, este descontento que proviene hoy de los mismos entusiastas de ayer, genera desilusión y desaliento en los reformistas porque consideran esas críticas injustas e ingratas. Este “efecto tenaza” – crítica por parte de la comunidad y desánimo en el gobierno – puede bloquear la exploración en apnea por una veloz marcha atrás.

Muchas reformas fallidas son esas reformas “abortadas” en la segunda fase, no aquellas nunca iniciadas. Sin embargo, una reforma empezada y no llevada a término es peor que la falta de reforma. Porque mientras una comunidad no haya intentado nunca una reforma necesaria, puede siempre empezar una; cuando una comunidad fracasó con una primera reforma, se vuelve muy difícil, si no imposible, tener una segunda, ya que la gestión de aquel primero fracaso consume mucho de las energías disponibles, y aquel primer entusiasmo colectivo, necesario para empezar una eventual segunda reforma será muy reducido, por no decir inexistente. En las reformas de las comunidades carismáticas solo “la primera es la buena”, la segunda posibilidad, que siempre hay, es (fácilmente) ineficaz.

Cuando entonces el gobierno de una comunidad echa mano a una reforma, debe ser consciente de que llegará la segunda fase de críticas y desaliento. Debe tenerlo en cuenta, no dejarse sorprender por su llegada. Y así, cuando nos quedemos sin aire, seguiremos buceando con confianza, en busca del nuevo arco iris.

 

Credits foto: © 14578371 da Pixabay

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A renacer se aprende/1 - ¿Por qué muchas reformas comunitarias comienzan con los mejores augurios y luego se estancan?

Luigino Bruni

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Ese nuevo arco iris

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En este momento de pandemia de coronavirus, hemos visto que la economía vive y no se derrumba gracias sobre todo a los trabajadores que desempeñan los trabajos más sencillos. Hay un amor distinto pero esencial en aquellos que van a trabajar cada día por nosotros, con mascarillas y guantes.

Luigino Bruni

Original italiano publicado en Città Nuova el 11/04/2020.

Esta inédita y grave crisis colectiva nos está enseñando algunas lecciones acerca de la naturaleza profunda de la economía y de los mercados. En primer lugar, nos está mostrando la diferencia entre capitalismos. Ya sabíamos que el espíritu del capitalismo del Norte y el del Sur de Europa eran distintos. Pero hoy esta diferencia se está manifestando en aspectos nuevos, (en parte) insospechados y, a fin de cuentas, tristes para todos. 

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La visión del trabajo como vocación (beruf, en alemán), que, como nos mostró Max Weber, ha caracterizado la visión protestante del trabajo y del capitalismo y ha producido frutos extraordinarios, hoy muestra su lado oscuro. Las razones del trabajo y de la economía son tan importantes que pueden convertirse en absolutas y “sagradas”; pueden convertirse en las razones primeras también frente a una crisis tan grave como esta. Las frases que hemos escuchado en boca de algunos primeros ministros o ministros de los países del Norte de Europa y del Reino Unido acerca del imperativo de evitar a toda costa la recesión económica, no las hemos oído de los líderes de los países de cultura católica (Italia, España, Portugal); no porque sean más altruistas que sus colegas, sino porque en el Sur la economía no ha sido nunca la palabra más importante de la vida civil.

En estos últimos años, aquí había empezado a ocurrir lo mismo (en algunas zonas más que en otras, como hemos visto), pero esta crisis, inesperadamente, nos ha hecho descubrir la vocación económica distinta y específica de los países latinos y católicos. Hemos crecido menos, tenemos grandes deudas públicas, una corrupción extendida, altas tasas de paro y baja productividad; pero hacemos todo lo que podemos, y un poco más, para salvar a los ancianos, a toda costa. El familismo no siempre es amoral. No porque seamos mejores o más éticos, sino sencillamente porque somos distintos, en las sombras y en las luces. Quizá, por una vez, el Norte de Europa habría podido recibir una lección del Sur, y habría sido mejor para todos, nos habríamos ahorrado muertos y dolor.

Hay un segundo aspecto. Hemos visto que la economía vive y no se derrumba gracias, sobre todo, a los trabajadores que desempeñan los trabajos más sencillos y humildes. Si detrás y al lado de los médicos y enfermeros no hubieran estado los auxiliares, los trabajadores de la limpieza en los hospitales, los conductores de camiones, los barrenderos de las ciudades, los mantenedores de la energía eléctrica y de las redes de Internet, los empleados de los supermercados, los bomberos… esta crisis nos habría afectado mucho más y de una forma más destructiva, quizá insostenible. Improvisamente hemos visto cuánto amor cívico e implícito nos rodea.

Muchos de nosotros buscamos el amor en los lugares equivocados o demasiado pequeños. Nos hemos dado cuenta de que hay un amor distinto pero esencial en las personas que van a trabajar cada día por nosotros, con mascarillas y guantes; personas que se arriesgan a contagiar a sus padres e hijos solo para cumplir con su deber.

También este trabajo es vocación, aunque sea duro, agotador y e implique mucho riesgo. Mucha gente, estoy seguro, se ha reconciliado con la parte más profunda y verdadera de su trabajo y de su vida precisamente estos días tremendos y difíciles. En la tragedia y en el dolor han vuelto a ver, o han visto por primera vez, la dignidad y el honor de su trabajo.

Que pase pronto el virus, pero que no pase esta gran lección.

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En este momento de pandemia de coronavirus, hemos visto que la economía vive y no se derrumba gracias sobre todo a los trabajadores que desempeñan los trabajos más sencillos. Hay un amor distinto pero esencial en aquellos que van a trabajar cada día por nosotros, con mascarillas y guantes.

Luigino Bruni

Original italiano publicado en Città Nuova el 11/04/2020.

Esta inédita y grave crisis colectiva nos está enseñando algunas lecciones acerca de la naturaleza profunda de la economía y de los mercados. En primer lugar, nos está mostrando la diferencia entre capitalismos. Ya sabíamos que el espíritu del capitalismo del Norte y el del Sur de Europa eran distintos. Pero hoy esta diferencia se está manifestando en aspectos nuevos, (en parte) insospechados y, a fin de cuentas, tristes para todos. 

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La naturaleza imprevista de la economía

La naturaleza imprevista de la economía

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Algunos empresarios y empresarias nacen por vocación, porque un día, quizá dentro de una crisis, una enfermedad o una depresión, escuchan una voz buena que pronuncia su nombre.

Luigino Bruni.

Original italiano publicado en Città Nuova el 12/02/2020.

«Un día, siendo yo niño, mi padre llegó a la fábrica 20 minutos tarde por acompañarme al hospital debido a una crisis asmática. Aquel retraso le costó un descuento de cuatro horas de salario. En aquel momento, dentro de mí surgió “algo” nuevo, que con el tiempo fue madurando. No sé qué era exactamente: tal vez rabia, tal vez dolor. Lo que sé es que aquel día fue decisivo para la decisión que tomé muchos años después de fundar mi propia empresa, donde ese “algo” que yo vi y viví, no debería existir, ni para los padres ni para los hijos». Este episodio, narrado por Francisco, un joven empresario, nos dice muchas cosas acerca de lo que han vivido muchos empresarios de verdad.

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Si leemos atentamente las historias de muchos empresarios, a menudo encontramos vivencias parecidas a la de Francisco. Muchos han creado una empresa después de una experiencia especial, de un dolor. A lo mejor lo han hecho para evitar la muerte de la empresa familiar en la que han crecido de niños, donde hacían los deberes mientras sus padres pasaban los mejores años de su vida en una tienda, un restaurante o una fábrica.

Es posible que los vieran luchar para no cerrar en los momentos difíciles, para no despedir a un padre de familia. Es posible que los vieran llorar, pelear y hacer las paces. En la empresa vieron carne y sangre, vieron solo vida. Y al crecer siguieron en la empresa como sigue la vida. En el origen de estas empresas de segunda o tercera generación no siempre hay una “vocación”, porque en la tierra hay cosas maravillosas hechas por personas que no han sentido la llamada de una voz interior. Tal vez solo han oído la voz de un padre, un amigo o el dolor de los pobres, y han dicho: “aquí estoy”.

No han vivido la experiencia del profeta Isaías, pero se le parecen mucho, porque, a veces, la llamada llega después y no antes de la creación de la empresa.

Otras veces, la empresa nace por un encuentro, para aprovechar una oportunidad, sin que, tampoco en este caso, haya una vocación concreta. A veces estas empresas-oportunidad también pueden ser buenas y pueden generar auténticas experiencias humanas, creando bienes, puestos de trabajo, salarios y riqueza para muchos. Muchas empresas reales nacen así, y algunas nacen o se hacen preciosas.

Otras empresas nacen por revancha, por un desafío, incluso por una forma de venganza, para mostrar a un patrón que no nos valoraba que somos capaces de hacer las cosas al menos tan bien como él, si no mejor. Pero estas empresas raramente tienen éxito, porque estos sentimientos negativos (muy frecuentes) no son los más adecuados para el mercado y para la economía. El empresario que crece bien debe ver el mundo con positividad, debe ver la riqueza y los talentos de los demás como oportunidades para su propio crecimiento y para su futura riqueza. La envidia nunca es una virtud, mucho menos una virtud del mercado.

Finalmente, hay empresarios y empresarias que nacen por vocación, por una llamada, porque un día, a lo mejor en medio de una crisis, una enfermedad, una depresión, un luto o una inquietud en el trabajo que muchos envidiaban pero él o ella sentía como una jaula, escucharon una voz buena que pronunciaba su nombre. La escucharon con claridad, aunque no tuvieran una fe religiosa para llamar “Dios” al autor de esa voz. En el mundo hay muchas más personas llamadas que personas religiosas.

Sintieron que su puesto en el mundo pasaba por crear una cooperativa una asociación o una empresa. Sintieron que esa economía no era solo economía: era también economía de la salvación, para ellos mismos y para los demás. Sintieron que, si no decían “aquí estoy”, su vida se marchitaría. Y respondieron.

La economía necesita todas estas formas de empresarios, toda esta biodiversidad típicamente suya. Pero sin economía por vocación faltaría la levadura, y el pan del mercado sería siempre ácimo. La buena noticia es que cada mañana la voz sigue llamando nuevos empresarios. Y cuando los conocemos y los reconocemos siempre es un día de fiesta, para nosotros y para todos. No hay bien común sin santos, sin artistas y sin empresarios.

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Algunos empresarios y empresarias nacen por vocación, porque un día, quizá dentro de una crisis, una enfermedad o una depresión, escuchan una voz buena que pronuncia su nombre.

Luigino Bruni.

Original italiano publicado en Città Nuova el 12/02/2020.

«Un día, siendo yo niño, mi padre llegó a la fábrica 20 minutos tarde por acompañarme al hospital debido a una crisis asmática. Aquel retraso le costó un descuento de cuatro horas de salario. En aquel momento, dentro de mí surgió “algo” nuevo, que con el tiempo fue madurando. No sé qué era exactamente: tal vez rabia, tal vez dolor. Lo que sé es que aquel día fue decisivo para la decisión que tomé muchos años después de fundar mi propia empresa, donde ese “algo” que yo vi y viví, no debería existir, ni para los padres ni para los hijos». Este episodio, narrado por Francisco, un joven empresario, nos dice muchas cosas acerca de lo que han vivido muchos empresarios de verdad.

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Economía y vocación

Economía y vocación

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Los jóvenes, las mujeres y los hombres de nuestro tiempo no han dejado en absoluto de buscar espiritualidad y el sentido de la vida. 

Luigino Bruni

Original italiano publicado en Città Nuova el 31/12/2019.

«Aquel viaje en bicicleta por Francia me cambió la vida», me decía un joven colega polaco durante una cena en un congreso en Cracovia. «Llegué a un antiguo monasterio en un momento de crisis. Un monje me contó que en aquel convento, antiquísimo, se acogía en la Edad Media a los monjes benedictinos que huían de Italia».

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¿Por qué ese encuentro cambió su vida? «Porque estaba pasando por un periodo de crisis en mi compromiso político y ciudadano en favor de los jóvenes de mi país. Estaba cansado y desmoralizado. Al saber que aquel convento había sido un refugio para aquellos antiguos monjes, entendí que yo también tenía que ser ‘refugio y protección’ para los jóvenes de mi país». Y concluía: «En aquel monasterio francés redescubrí mi vocación».

Los jóvenes, las mujeres y los hombres de nuestro tiempo no han dejado en absoluto de buscar espiritualidad y el sentido de la vida. Lo buscan tanto como ayer o incluso más. Pero, a diferencia de lo que ocurría en siglos pasados, ahora no lo buscan solo dentro de las iglesias y en los lugares sagrados. Lo buscan en todos lados: en el estudio, en el deporte, en el consumo, en las redes sociales, en las fiestas y en la diversión. Aquel joven, buscando un albergue para dormir, recuperó su vocación perdida gracias a que un viejo monje encontró unos minutos para estar con él y contarle su historia. A los jóvenes, y a todos, les gustan muchas cosas, pero lo que más les gustan son las historias grandes.

El gran peligro de nuestro mundo, el peligro que corren quienes aman la espiritualidad y la fe, consiste en quedarse en los lugares de lo sagrado esperando a que vengan las personas, que cada vez serán menos. Y, como ocurre en la novela El desierto de los tártaros, pueden pasar décadas en grandes fuertes militares vacíos, rodeados por el desierto, esperando a alguien que no viene. Pero mientras se espera, el tiempo pasa y comienzan los conflictos y las muertes dentro del fuerte.

Nunca como en esta generación las empresas han pedido espiritualidad y religión. Se multiplican los retiros espirituales empresariales en monasterios antiguos, nacen nuevas figuras profesionales (consejeros espirituales, coaches, directores de meditación, mentalistas espirituales …), y cada vez se invita a más expertos en religión para hablar del espíritu y el alma en las convenciones empresariales.

Las empresas anticipan las tendencias de la gente, por naturaleza, antes que otros ámbitos, y se están dando cuenta de que está comenzando una gran carestía de sentido, un hambre de interioridad, que no es menos devastadora que las carestías de alimentos y las sequías.

Hay un ‘efecto invernadero del alma’ que está comenzando a quitarnos el aire, la alegría de vivir y el deseo de ir a trabajar al despertarnos por la mañana. Es una carestía grave que, si no se entiende y afronta, convertirá la depresión en la peste del siglo XXI.

Así pues, las iglesias, las religiones, las personas que tienen experiencias milenarias de espíritu y de alma, deben habitar hoy los lugares del vivir, salir de sus fortines e ir al encuentro de la gente donde se desarrolla su vida corriente. Las empresas no pueden satisfacer por sí solas las peticiones de sentido de sus trabajadores. 

No bastan unos cuantos fines de semana de formación psicológica, a veces online, para que alguien pueda convertirse en coach espiritual y aconsejar a personas. Se necesitan figuras mucho más preparadas que desempeñen estas actividades por vocación. Si las grandes tradiciones religiosas y espirituales no salen al encuentro de las necesidades, latentes pero reales, de la gente, las empresas y las organizaciones se llenarán de falsos expertos en espiritualidad, que solo aumentarán el malestar, el hambre y la sed.

Vivimos un tiempo favorable de grandes oportunidades para el espíritu: “Mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?” (Isaías 43,19).

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Los jóvenes, las mujeres y los hombres de nuestro tiempo no han dejado en absoluto de buscar espiritualidad y el sentido de la vida. 

Luigino Bruni

Original italiano publicado en Città Nuova el 31/12/2019.

«Aquel viaje en bicicleta por Francia me cambió la vida», me decía un joven colega polaco durante una cena en un congreso en Cracovia. «Llegué a un antiguo monasterio en un momento de crisis. Un monje me contó que en aquel convento, antiquísimo, se acogía en la Edad Media a los monjes benedictinos que huían de Italia».

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Una gran carestía de sentido

Una gran carestía de sentido

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Sobre la naturaleza sacral del capitalismo.

di Luigino Bruni

Original italiano publicado en Città Nuova el 26/11/2019.

La economía nació de un espíritu, y renace cada vez que encuentra un espíritu (bueno o malo). El dinero por sí solo es demasiado poco para crear una empresa. Las razones, más profundas, que mueven a los empresarios de ayer, de hoy y de siempre pueden ser salvar una empresa familiar, sentirse orgulloso, adquirir estima social, seguir el instinto de crear y construir, dejar a los hijos algo que merezca la pena...

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Cuando el dinero es lo único que mueve a las empresas, no deberíamos hablar de empresarios, sino dee especuladores, que hoy son muy abundantes.

También las economías antiguas estaban vinculadas a un espíritu, generalmente religioso, que remitía a lo divino y a lo invisible. Los bienes eran una bendición de Dios, y la pobreza una maldición. El capitalismo está profundamente unido al espíritu judeocristiano, tan unido que algunos autores (W. Benjamin) hablan de “parasitismo”, es decir ven el capitalismo como un “parásito” del cristianismo. Pero hay algunas novedades recientes.

En siglos pasados, el espíritu del capitalismo estaba asociado sobre todo al empresario, y al espíritu “calvinista”, a la idea de la salvación vinculada al éxito en los negocios. ¿Y hoy? ¿Cuál es el espíritu del capitalismo del siglo XXI? Si miramos el mundo y los mercados con atención, nos daremos cuenta de que hoy el “bendecido por Dios” ya no es el empresario sino el consumidor, que es elogiado y envidiado porque dispone de medios para consumir. Cuanto más consumo, más bendición. De este modo, la figura sagrada del empresario-constructor ha dado paso al consumidor. La soberanía del consumidor es la única que reconoce el mono-culto consumista, y esto está minando seriamente la ciudadanía política, porque la democracia no funciona cuando el único soberano es el consumidor.

Si seguimos fijándonos bien, comprenderemos también que el primer ídolo, el jefe del panteón de la religión-idolatría capitalista no es el empresario, ni tampoco las mercancías con su fetichismo (en expresión de K. Marx), sino que es precisamente el consumidor. Es él quien recibe adoración, alabanza y veneración.

Pensemos en un aspecto que puede parecer secundario: los descuentos, que son el centro a cuyo alrededor giran las liturgias colectivas como las rebajas de fin de temporada o, aún más claramente, el nuevo culto del Black friday. Aunque cada año se plantean dudas acerca de su “autenticidad”, en realidad asumimos que los descuentos son y deben ser “verdaderos” Lo son porque el descuento verdadero es un elemento esencial de este nuevo culto.

Los descuentos “deben” ser reales, porque no existe religión sin alguna forma de don, de gracia y de sacrificio. Pero hay una diferencia fundamental con respecto a las religiones tradicionales, que nos revela buena parte de la naturaleza sacral del capitalismo. En las religiones del pasado, era el fiel quien llevaba dones a su Dios, para mostrarle su devoción o para “lucrar” la salvación.

En cambio, en la idolatría capitalista es la empresa la que hace regalos a su ídolo, que es el consumidor. La dirección cambia porque el sentido del culto es el opuesto. En la religión del consumo, la divinidad es el consumidor, al que las empresas tratan de fidelizar (otra palabra religiosa) con su sacrificio-descuento. Los descuentos, los regalos e incluso la filantropía son formas de don sin gratuidad. Debido, entre otras cosas, a esta ausencia de gratuidad, la religión capitalista más que religión es simple idolatría.

Durante el siglo XX, el cristianismo luchó mucho contra el comunismo y el ateísmo, pero no se dio cuenta de que, mientras estaba ocupado en estas batallas, otro enemigo se estaba colando dentro de las murallas. No era reconocido como tal porque, en su condición de parásito, tenía mucho en común con el cristianismo, incluso su “espíritu”. De este modo, pudo ocupar tranquilamente la ciudad, imponiendo sus cultos paganos. Nosotros lo hemos acogido con aclamaciones y cantos. ¿Hasta cuándo?

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El fiel consumidor

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De las trampas de la pobreza se sale cuando se consigue dar, cuando dentro de una relación se dan las condiciones para poder dar algo a alguien.

Luigino Bruni.

Original italiano publicado en Città Nuova n.10/2019

Este verano tuve la oportunidad de visitar la bellísima catedral de Salerno. A la entrada me encontré con un joven que estaba pidiendo limosna. Espontáneamente le dije: «¿Por qué no cuentas a los turistas algo sobre la iglesia, ya que estás aquí todos los días?». En el momento no me respondió. Cuanto terminé la visita (un poco apresurada) pasé de nuevo junto al muchacho y este me dijo: «Pero si no has visto la cripta... Si no la ves, te pierdes lo más bonito de la iglesia». Después de mi pregunta, él me había seguido con la mirada, había observado mis pasos. 

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Le di las gracias, volví a entrar y visité la cripta, que me dejó sin aliento por su belleza. Cuando salí, le di de nuevo las gracias y una propina. Mientras me despedía, él seguía diciéndome: «En la entrada hay una escultura importante»; «fíjate bien en el portón, fue construido en Constantinopla», y otras cosas acerca de la iglesia que había aprendido escuchando en silencio a los guías que pasaban por el lugar.

Después empecé a pensar: a lo mejor yo he sido la primera persona que le ha pedido algo distinto a este joven, que le ha tomado en serio y le ha invitado a entrar en una lógica de reciprocidad. Imaginaba sus razonamientos: «Este señor desconocido me ha pedido que le informara, no me ha visto solo como un “descarte”, como alguien que solo sabe extender la mano; me ha hecho una pregunta como si fuera una “persona”». En realidad, lo único que yo había hecho era mirar al ser humano que tenía delante, estar atento a la vida que discurría a mi lado y reconocerla tal y como se me presentaba: en el rostro de un joven inmigrante, que yo sentía que era muy diferente a como se mostraba. Comprendí que ese joven era más grande que su petición de limosna. Pero a lo mejor ni siquiera él se acordaba, acostumbrado solo a pedir monedas.

Después pensé en toda la reciprocidad no expresada que hay en nuestras ciudades, y en general en el gran tema de la pobreza y la marginalidad. Lo primero que necesitan las personas para activarse es ser vistas, ser miradas a los ojos. Sin esa mirada de reconocimiento, las personas no se levantan, sobre todo cuando llevan años “sentadas”. Raramente nos levantamos solos. Nos levantamos si, en la relación con alguien, nos damos cuenta de que nosotros también tenemos algo que dar.

Uno de los problemas de la pobreza consiste en pensar que la solución pasa por recibir. Sin embargo, de las trampas de pobreza se sale cuando se consigue dar, cuando dentro de una relación se dan las condiciones para poder dar algo a alguien. La verdadera ayuda que podemos dar a una persona pobre es la posibilidad de sentirse digna de dar algo. Pero nosotros seguimos mirando la mano de quien pide como una mano que solo sabe recibir y nos olvidamos de que esa mano puede dar mucho más de lo que puede recibir.

El esfuerzo de los gobiernos y de las asociaciones en relación con las personas que se encuentran en situación de indigencia debe concentrarse sobre todo en ayudar a estas personas a levantarse para que puedan volver a dar dentro de unas relaciones de reciprocidad. Pero, antes que nada, deben verlas como personas que tienen algo que dar, que no son tan pobres como para no poder dar nada.

Si no hubiera encontrado a ese hombre a la puerta de la iglesia, si entrando en el lugar sagrado no hubiera entendido que en la puerta había algo más sagrado que el templo que iba a visitar (nada hay en la tierra más sagrado que un ser hombre), no habría visto el tesoro de aquella iglesia (la cripta), no habría encontrado a esa persona y no habría escrito este artículo. Pero antes he tenido que verlo. La primera pobreza de los pobres consiste en no ser vistos, en volverse invisibles o en ser vistos solo superficialmente. Nos detenemos ante el envoltorio de su alma. ¡¿Quién sabe cuántas “criptas” preciosas nos perdemos cada día?!

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De las trampas de la pobreza se sale cuando se consigue dar, cuando dentro de una relación se dan las condiciones para poder dar algo a alguien.

Luigino Bruni.

Original italiano publicado en Città Nuova n.10/2019

Este verano tuve la oportunidad de visitar la bellísima catedral de Salerno. A la entrada me encontré con un joven que estaba pidiendo limosna. Espontáneamente le dije: «¿Por qué no cuentas a los turistas algo sobre la iglesia, ya que estás aquí todos los días?». En el momento no me respondió. Cuanto terminé la visita (un poco apresurada) pasé de nuevo junto al muchacho y este me dijo: «Pero si no has visto la cripta... Si no la ves, te pierdes lo más bonito de la iglesia». Después de mi pregunta, él me había seguido con la mirada, había observado mis pasos. 

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La fuerza de la mirada

La fuerza de la mirada

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Más allá del mercado - Keynes comprendió que el mundo había cambiado y cambió con él, algo que no sucede con la crisis económica de nuestra generación, ya que todos seguimos enseñando la misma teoría de antes del 2008.

Luigino Bruni

Original italiano publicado en Città Nuova el 28/08/2019

Hoy son muchos los que propugnan una vuelta a la economía de Keynes. La actualidad de Keynes se debe, entre otras cosas, a que fue capaz de darle la vuelta completamente a su teoría económica, cuando la realidad cambió tras la crisis de 1929. Esta gran honestidad intelectual es, ya de por sí, un mensaje muy actual, puesto que cuando se alcanza cierto éxito en determinado ámbito profesional (Keynes en 1930 ya era un economista reconocido) es muy difícil hacer autosubversión y volver a empezar desde cero. 

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En 1930 John Maynard Keynes aún no era “keynesiano”. La crisis económica de 1929 y de los años siguientes hizo volar por los aires toda la construcción teórica anterior. Keynes comprendió que el mundo había cambiado y cambió con él. Eso es algo que no ha sucedido en la crisis económica de nuestra generación, puesto que todos seguimos enseñando la misma teoría de antes del 2008.

Keynes cambió sobre todo su teoría monetaria, en la que era un maestro. Según la teoría de la moneda de Keynes y compañeros, la moneda era una especie de Jano bifronte. Por una parte, se la consideraba como un velo de las transacciones reales, un mero medidor de precios, una reserva de valor y un medio de pago, bien distinto de la producción real. Pero al mismo tiempo, se atribuía a las políticas monetarias y a los tipos de interés sobre el ahorro un gran poder y una gran confianza para superar las crisis. El aumento de la moneda en circulación y la variación de los tipos de interés deberían asegurar el equilibrio automático del sistema económico sin intervenciones externas. Pero la crisis se alargaba y el sistema no resolvía sus problemas. Los mecanismos monetarios no devolvían el equilibrio al empleo y no relanzaban el crecimiento, como tendría que haber ocurrido si hubieran seguido las leyes económicas.

Entonces Keynes tiró a la basura sus teorías anteriores y reescribió una nueva teoría económica a partir de cero, con innovaciones enormes sobre todo en el terreno monetario. Así nació la Teoría General, publicada en 1936. Un gran mensaje de la teoría general de Keynes es la desconfianza en la política monetaria y en la moneda en general, sobre todo en tiempos de verdadera crisis.

Cuando las “expectativas” (gran novedad keynesiana) son pesimistas, la política monetaria es ineficaz. Y cuando son muy negativas – es decir, cuando se cae en la famosa “trampa de la liquidez” – llega a ser incluso nula: los bancos pueden elevar hasta el infinito los tipos de interés, que la gente retiene toda la liquidez que recibe por falta de confianza en el futuro. De ahí su famoso aforisma: «Puedes llevar el caballo a la fuente, pero no puedes obligarlo a beber».

Precisamente sobre la muerte de la confianza en la política monetaria Keynes inventó la política fiscal: si no es posible depender de la liquidez y de la moneda, para salir de la crisis el gobierno debe invertir en gasto público, en carreteras y puentes reales, que no dependen (salvo en mínima parte) de las expectativas de la gente, y de este modo desbloquear el sistema y aumentar el empleo y el PIB.

Con el segundo Keynes, en la macroeconomía y en la política económica entra la incertidumbre en la base de todo el sistema. Esta es la verdadera modernidad: el mundo se ha vuelto muy complejo, las personas con sus emociones y sus vísceras importan mucho; el mundo sencillo y ordenado que conocíamos antes ya no existe, y debemos lidiar verdaderamente con la complejidad.

Cuando se abordan sistemas complejos, siempre es necesario desconfiar de las soluciones simples, como muchas de las ideas que circulan en estos últimos tiempos. Muchos piensan que es posible salir de la crisis económica maniobrando sobre monedas reales o imaginarias: una ilusión contra la que Keynes reaccionó con éxito.

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En el sistema económico que hemos producido durante este último siglo, algo está claramente muriendo y algo nuevo asoma por el horizonte.

por Luigino Bruni

publicado en Città Nuova n.7/2012 del 10/4/2012

Ragazzi_al_lavoro_ridLa economía tiene una enorme necesidad de resurrección. Toda resurrección es precedida y preparada por una crisis, por un cambio. No se puede resucitar sin haber muerto antes de algún modo. En el sistema económico que hemos producido durante este último siglo, algo está claramente muriendo y algo nuevo asoma por el horizonte. Pero es necesario tener “ojos de resurrección” para poder verlo y reconocerlo como lo que verdaderamente es: el alba de un nuevo día.

Si tuviéramos ojos de resurrección veríamos, por ejemplo, que Italia y el mundo siguen adelante a pesar de las crisis y las muertes de nuestro tiempo, porque la mayor parte de las personas buscan el bien y lo realizan en la familia, en el trabajo, en las instituciones públicas y siguen realizándolo a pesar de todo. Claro que hay tramposos y malvados, pero son muchos menos de lo que la cultura dominante nos hace creer porque ve mal el mundo.

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Veríamos también a muchos empresarios que aprecian y respetan a sus trabajadores y que, lejos de considerarlos como un coste, los ven como recursos valiosos y socios esenciales para la vida y el desarrollo de sus empresas. También veríamos a muchos trabajadores que trabajan bien porque están convencidos de que el trabajo hay que hacerlo bien con independencia del dinero que se recibe por él y que, por ello, trabajan bien incluso cuando no se les controla, ni se les castiga ni se les aplaude.

Veríamos toda la economía civil, social, ética, justa, de comunión, que, al igual que la sal, da sabor a la masa y, al igual que la levadura, no deja que el pan de nuestros mercados sea ácimo. Pero para poder ver el bien que ya existe en la vida civil y económica, hay que ver las cosas y pensarlas desde una cultura de la resurrección, que sepa ver lo que la cultura que está muriendo hoy no es todavía capaz de ver.

Hoy necesitamos personas que sepan ver y reconocer los signos de vida nueva que están realmente presentes en nuestra vida diaria y no sólo los que imaginamos o soñamos. Esta es una forma elevada de caridad civil y, cuando falta, el mundo se convierte en un lugar triste y gris. Cuando es de noche, necesitamos centinelas de la aurora que anuncien la resurrección que todos anhelamos pero no reconocemos, tal vez porque no escuchamos con atención la voz de quien nos llama por nuestro nombre en los jardines de nuestras ciudades.

Necesitamos que sea Pascua en nuestro trabajo; necesitamos dejar de ver el trabajo como un problema para redescubrirlo como una responsabilidad y un trozo de vida. El trabajo humano en las últimas décadas ha sido marginado por un modelo económico centrado en las finanzas especulativas, que prometía riqueza sin trabajo y sin trabajadores y que por ello ha implosionado.

Nunca saldremos de esta crisis sin una resurrección del mundo del trabajo y de los trabajadores. Sobre todo de los jóvenes, que tienen derecho a una cultura de la vida, de la esperanza, de la confianza. Si no hay Pascua para los jóvenes, no puede haber verdadera Pascua para nadie.

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En el sistema económico que hemos producido durante este último siglo, algo está claramente muriendo y algo nuevo asoma por el horizonte.

por Luigino Bruni

publicado en Città Nuova n.7/2012 del 10/4/2012

Ragazzi_al_lavoro_ridLa economía tiene una enorme necesidad de resurrección. Toda resurrección es precedida y preparada por una crisis, por un cambio. No se puede resucitar sin haber muerto antes de algún modo. En el sistema económico que hemos producido durante este último siglo, algo está claramente muriendo y algo nuevo asoma por el horizonte. Pero es necesario tener “ojos de resurrección” para poder verlo y reconocerlo como lo que verdaderamente es: el alba de un nuevo día.

Si tuviéramos ojos de resurrección veríamos, por ejemplo, que Italia y el mundo siguen adelante a pesar de las crisis y las muertes de nuestro tiempo, porque la mayor parte de las personas buscan el bien y lo realizan en la familia, en el trabajo, en las instituciones públicas y siguen realizándolo a pesar de todo. Claro que hay tramposos y malvados, pero son muchos menos de lo que la cultura dominante nos hace creer porque ve mal el mundo.

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Crisis económica y ojos de resurrección

Crisis económica y ojos de resurrección

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Más allá del mercado – Sorprendente encuentro con una asociación que ha hecho suyo uno de los sueños de Chiara Lubich: la Economía de Comunión

Luigino Bruni

Original italiano publicado en Città Nuova - Agosto 2018

Costruttori di pace ridFlorencia, 28 de junio, iglesia de San Lorenzo. En los locales del sótano de la iglesia, la asociación Constructores de Paz presenta ante unas 40 personas su recién creada empresa de “comida de calle”. Yo les conocí unos meses antes, cuando me convocaron para hablarme de su interés o más bien de su “pasión” (como les gusta llamarla) por la Economía de Comunión (EdC). Se trata de una asociación creada por jóvenes para responder a las necesidades de otros jóvenes inmigrantes que, una vez que cumplen los 18 años de edad, se encuentran en una situación de grave vulnerabilidad. Primero empezaron acogiéndolos en sus casas, después alquilaron un apartamento y ahora han creado una estructura de acogida en los locales de la parroquia.

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Los miembros de la asociación son trabajadores, dependientes, estudiantes. El presidente, Emmanuel, es un joven italiano de padres africanos. «Encontramos la EdC por casualidad, buscando en Internet economías distintas, -me dice Mauro, uno de ellos- Y de ahí llegamos a Chiara Lubich. La vimos y la escuchamos en algunos vídeos de encuentros de formación. Después, una noche, algunos soñamos con ella a la vez. A uno Chiara le abrazó sin decir nada; a otro le dio respuestas a preguntas sobre Dios y sobre la fe; y a mí - continúa un poco emocionado - me dijo una frase que aún no he comprendido: "tened siempre a Jesús en medio’’».

El encuentro con los Constructores de paz es uno de los acontecimientos más fuertes y verdaderos de estos años. Un grupo de jóvenes, que se ponen a trabajar concretamente para acoger en sus casas a otros jóvenes en una situación difícil, encuentran por su cuenta la EdC y después sueñan juntos con Chiara la misma noche, y ella les dice cosas muy bellas, las mismas que nos ha dicho muchas veces a nosotros pero estamos olvidando, porque estamos olvidando el deseo de cambiar el mundo. La economía de comunión renace hoy (pienso en el Congo, en América Latina y también en Europa) donde hay personas como Emmanuel, Mauro y sus amigos y amigas. Donde hay personas que se ponen de nuevo a acoger a los pobres en sus casas. El primer “mito fundacional” de la EdC es el Trento de la posguerra, cuando en el primer focolar muchas veces comían en la misma mesa “una focolarina y un pobre, una focoloraina y un pobre”. Chiara y sus primeras compañeras nos lo han contado muchas veces. Y en esas ocasiones – contaba – ponían los manteles y los cubiertos mejores, expresando con este gesto sencillo la dignidad y el valor de estos invitados.

Hoy la EdC vive y renace donde hay empresarios y otras personas que siguen acogiendo “en su casa” a las personas que pasan por dificultades, aunque la mesa dispuesta para la fiesta sean los bancos de trabajo de los talleres y los comedores de las empresas. La inclusión comunitaria y productiva sigue siendo el primer paso de toda nueva experiencia de comunión, en cualquier lugar del mundo. «He ido a vivir con los chicos que hemos acogido», me ha contado Emmanuel, porque «no podía decir que somos una familia si no iba a vivir con ellos. La vida renace de la vida, cuando alguien deja el calor de los encuentros y del consumo de espiritualidad, y se pone a caminar al encuentro del otro que espera».

La hospitalidad es una virtud hoy muy amenazada, en una fase en que Occidente ha olvidado sus valores fundacionales y ya no se acuerda de que Isaac, el hijo de la promesa, fue anunciado por tres huéspedes a los que Abraham y Sara acogieron en su tienda nómada.

La nueva empresa de EdC que está naciendo en Florencia creará trabajo para estos huéspedes venidos del mar, porque mientras un joven no trabaje no habrá sido verdaderamente acogido. Pero el trabajo no nace del gobierno ni de las burocracias, sino de aquellos que deciden convertirse en empresarios para responder al grito de las personas de su ciudad. Personas como Emmanuel y Mauro son las que mantendrán viva la EdC. Si nosotros seguimos cómodamente instalados en el confort de nuestras comunidades, los ángeles les visitarán y les llamarán en sueños.

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Luigino Bruni

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El Movimiento de los Focolares, diez años después de la muerte de Chiara Lubich, se ha hecho más consciente de sus límites. Aurora Nicosia habla de ello con el economista Luigino Bruni.

Aurora Nicosia

Publicado en el número Extra de Marzo 2018 de Città Nuova

Movimento dei Focolari CN ridComo experto conocedor de las Organizaciones con Motivación Ideal, ¿cree que hay elementos que puedan llevar a pensar en una crisis del Movimiento de los Focolares?

La crisis es la condición normal de los movimientos y realidades humanas ideales colectivas, porque están en continua evolución, crecen, y la “ropa” que ayer sentaba bien pronto se queda pequeña. Todo depende de cómo se gestione la crisis. Una imagen eficaz para las crisis es la de la semilla, que dentro de la tierra quiere convertirse en planta: fuerza el suelo, empuja, lo agrieta. Pero esto es señal de que la semilla está viva y crece. El Movimiento de los Focolares tiene una fundadora con un talento espiritual y humano enorme, que lo ha guiado con sus primeras compañeras y compañeros durante 60 años, y una espiritualidad desarrollada antes del Concilio y del 68. Es inevitable que tenga que gestionar distintas crisis. Nos lo enseña la historia y el sentido común.

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¿En qué resorte habría que apoyarse para que la crisis se convierta en una oportunidad para crecer?

Las crisis principales son de tipo narrativo, como he tratado de explicar en una reciente serie de artículos que he escrito para el diario italiano Avvenire. También el Movimiento de los Focolares ha sido fundado y han vivido todos estos años gracias a un patrimonio de relatos, historias, florecillas, cantos, que han convertido y alimentado a las generaciones anteriores. Bastaba nombrar algunos de estos relatos para encantar y renovar el encanto de los narradores (“Eran tiempos de guerra y todo se derrumbaba…”). Pero, como ocurre con todos los capitales, también el capital narrativo conoce la obsolescencia en el lenguaje, en las categorías y en los interlocutores. Debemos ser conscientes de que el mensaje del carisma no se agota con sus narraciones. Hoy hacen falta artistas, intelectuales, jóvenes y personas de toda edad y extracción que se atrevan a intentar actualizar el primer capital narrativo, al que hoy le cuesta mucho seguir “encantando” como en los tiempos de Chiara. Cuando la historia que contamos deja de encantar a otros, el primero que se desanima y se desencanta es el narrador.

Hay que tomar como punto de partida las historias fundacionales intentando añadir otras nuevas y contar las mismas historias de una forma un poco distinta. La historia de la Iglesia nos dice que sin la fuerza narrativa de Pablo y de muchos Padres y Doctores después de él, habríamos perdido por el camino las categorías para comprender correctamente los Evangelios. Estas operaciones narrativas esconden algunos peligros. Es posible equivocarse a la hora de elegir qué partes de las primeras historias hay que salvar como núcleo portante del carisma y conservar tal vez las narraciones menos generativas, o las más sensacionales (los franciscanos no “salvaron” la historia de Francisco centrándose en los relatos de los estigmas, sino mediante la fidelidad al Evangelio sine glossa y a la Señora pobreza, y no dejando de besar a los leprosos). ¿O es que alguien piensa que no hace falta actualizar las narraciones y que basta con seguir insistiendo en las antiguas historias?

Para terminar, otro error muy común y probable consiste en pensar que se está actualizando el capital narrativo cuando en realidad se está escribiendo una historia distinta, más moderna y atractiva, pero que no lleva el ADN del carisma original. En general, este error se manifiesta en la eliminación de las partes más “difíciles” de la primera historia, que son las que más se resienten por el paso del tiempo. Por ejemplo: antes se quería anunciar el Evangelio a los no creyentes y a los fieles de otras religiones, y después se vuelve a dar catequesis en la parroquia. O bien se reduce el carisma a prácticas sencillas y populares – cenas, excursiones, encuentros de autoayuda – que tienen siempre cierto éxito porque responden a necesidades primarias de nuestra dimensión social, pero reducen mucho la originalidad y la novedad del carisma. Todos lo entienden, pero entienden “otra cosa”. Para evitar este error, que ya se está produciendo en parte, habría que monitorizar lo que ocurre hoy, por ejemplo, en la autogestión de las comunidades locales, donde los focolarinos “consagrados” son pocos y delegan aspectos concretos de la gestión, y entender si nos empezamos a parecer demasiado a los grupos parroquiales de oración o asistencia y cada vez menos a las comunidades proféticas de los primeros tiempos. En la Economía de Comunión, que sigo más de cerca, el peligro es real y consiste en convertirla en un grupo de empresarios que quieren realizar una gestión ética y un poco de filantropía. Todos lo entienden, pero la relación con el “sueño” de Chiara es demasiado tenue.

Usted habla con frecuencia del papel de las minorías creativas. ¿Qué tipo de personas las componen y qué pueden hacer en este caso concreto?

El Evangelio y la Biblia hablan muchas veces, tal vez todas, de pequeños grupos que tienen la función de salvar a todos. Noé estaba solo, los profetas no falsos eran muy pocos. Tenemos también las imágenes del pequeño rebaño, la levadura o la sal. Toda la teología bíblica está informada por la imagen del “resto fiel”, que volverá y podrá salvar a todo el pueblo. En los movimientos carismáticos hay una dificultad concreta para reconocer y dar espacio a estas minorías proféticas y en general a los reformadores. Como se identifican plenamente con la dimensión carismática de la sociedad y de la Iglesia, a los movimientos les cuesta entender que como organizaciones son también instituciones (y no solo carismas). Si no hay espacio para la voz carismática interna, se pierde profecía. Pero no faltan, aquí y allá, señales de esperanza, también en los Focolares.

En su opinión, ¿qué parte del carisma que Dios dio a Chiara todavía no se ha expresado y habría que desarrollar?

Hay una fuerte laicidad y una gran universalidad que afloraban de vez en cuando durante la vida de Chiara, pero hoy corren peligro de no expresarse hasta el fondo. El de los Focolares es un movimiento aprobado por la Iglesia católica, donde nació y se desarrolló. Pero no es solo un movimiento católico: en su seno han tenido un papel protagonista también cristianos de otras iglesias, no cristianos y no creyentes. Jesús era hebreo y Lutero al principio era católico. Pero después hemos comprendido que eran también algo más, y sus “movimientos” se han convertido en algo nuevo y distinto de sus comunidades de procedencia. Hay un potencial inmenso por desarrollar. El carisma tiene fuerza para contar de forma distinta y más laica la fe, el cristianismo, la religión y al mismo Dios, si tenemos la fuerza de arriesgar más, de ser más proféticos. Pero aún estamos a tiempo de intentarlo.

¿Qué consejos daría a una persona que ha invertido las mejores energías de su vida creyendo en la “utopía” de Chiara y ahora vive en una fase de desilusión o al menos de reflexión?

Seguir creyendo en la promesa. No ceder al desánimo, al pesimismo, a la melancolía, a la apatía individual y colectiva, tentaciones muy fuertes en estos tiempos de cambio de época. Moisés, el libertador, no entró en la tierra prometida. La vio desde el Monte Nebo y solo vio entrar a los hijos. Toda vocación, si es auténtica, se detiene antes de cruzar el Jordán. La tierra prometida es la tierra de los hijos. Ninguna vida adulta es la realización de las promesas de juventud, porque, si lo fuera, las promesas serían demasiado pequeñas. Del mismo modo que ningún hijo libre es la realización de las esperanzas de los padres. Al mismo tiempo, es necesario entender que el lenguaje, las formas y los modos de esa “utopía” de juventud deben necesariamente “morir” para resucitar. Solo lo que muere puede resucitar. La crisis de la primera utopía es la crisis del paso a la vida adulta. Muchos identifican la infancia con la primera promesa, y dejan la promesa para hacerse adultos. Otros no consiguen o no quieren hacerse adultos por miedo a perder el encanto del primer amor, y permanecen adolescentes toda la vida, donde se encuentran felices y cómodos. Otros – conozco algunos – están intentando, en este tiempo de cambio, hacerse adultos llevando consigo las esperanzas y las utopías de la juventud. Es difícil, pero quien lo logra comienza la fase más bella de la vida, de la vida individual y de la vida de la comunidad.

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El Movimiento de los Focolares, diez años después de la muerte de Chiara Lubich, se ha hecho más consciente de sus límites. Aurora Nicosia habla de ello con el economista Luigino Bruni.

Aurora Nicosia

Publicado en el número Extra de Marzo 2018 de Città Nuova

Movimento dei Focolari CN ridComo experto conocedor de las Organizaciones con Motivación Ideal, ¿cree que hay elementos que puedan llevar a pensar en una crisis del Movimiento de los Focolares?

La crisis es la condición normal de los movimientos y realidades humanas ideales colectivas, porque están en continua evolución, crecen, y la “ropa” que ayer sentaba bien pronto se queda pequeña. Todo depende de cómo se gestione la crisis. Una imagen eficaz para las crisis es la de la semilla, que dentro de la tierra quiere convertirse en planta: fuerza el suelo, empuja, lo agrieta. Pero esto es señal de que la semilla está viva y crece. El Movimiento de los Focolares tiene una fundadora con un talento espiritual y humano enorme, que lo ha guiado con sus primeras compañeras y compañeros durante 60 años, y una espiritualidad desarrollada antes del Concilio y del 68. Es inevitable que tenga que gestionar distintas crisis. Nos lo enseña la historia y el sentido común.

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Bruni: Focolares en busca de nuevas narraciones

Bruni: Focolares en busca de nuevas narraciones

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En estos tiempos de grandes y nuevas migraciones, todos debemos aprender a leer estos fenómenos con las categorías adecuadas y actuar en consecuencia.

Luigino Bruni

Publicado en pdf Città Nuova (76 KB) nº 11/2017

Cooperazione CN ridEn estos tiempos de grandes y nuevas migraciones, todos debemos aprender a leer estos fenómenos con las categorías adecuadas y actuar en consecuencia. Por lo general, incluso las personas predispuestas hacia el gran valor de la acogida se quedan en la superficie y se detienen demasiado pronto.

Por ejemplo, haciendo referencia a la experiencia de la emigración de nuestros abuelos a Europa o América, decimos que debemos acoger a los inmigrantes porque no hace mucho nosotros también fuimos emigrantes. Citamos la acogida al forastero como un principio de todas las grandes civilizaciones del pasado, escrito en los libros sagrados de las religiones. El huésped es sagrado y hay que acogerle y hacerle los honores.

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Polifemo es condenado por la cultura mítica griega porque en lugar de acoger a sus huéspedes, los devora. En la Biblia, Abraham y Sara acogen en el encinar de Mambré a tres hombres que les anuncian la llegada de Isaac, hijo de la promesa. Esos mismos tres hombres continúan su viaje y llegan a Sodoma, donde en lugar de acogida encuentran muerte y por eso la ciudad se hace maldita. En la Carta a los Hebreos, culmen del Nuevo Testamento, encontramos una de las frases más bellas al respecto: «No os olvidéis de la hospitalidad; gracias a ella hospedaron algunos, sin saberlo, a ángeles».

Otras veces, se activan los registros de la compasión y la pietas humana. Nuestro corazón se compadece y se conmueve con las escenas de sufrimiento que rodean muchas experiencias de los inmigrantes. Estos valores, principios y sentimientos son nobles y buenos, pero no son suficientes para crear una cultura compartida y sostenible de la acogida. Las emociones, los recuerdos, los antiguos principios que invocamos son demasiado frágiles y manipulables por la opinión pública, hoy más agresiva, ideológica y miope que nunca. ¿Qué le falta a nuestra narrativa de las migraciones? Le falta el gran principio de la reciprocidad y el mutuo provecho.

Cuando nuestros abuelos llegaron a América o a Bélgica, enriquecieron a aquellos países y, al mismo tiempo, mejoraron ellos mismos y sus familias. No había grandes asociaciones de acogida, pero aquellos emigrantes realizaron auténticos milagros cívicos y económicos simplemente trabajando, haciendo empresas, cooperando con las gentes del lugar por mutuo provecho. Si no vemos a las personas que llegan hasta nosotros como potenciales aliados en el trabajo y en la vida civil, los sentimientos, por buenos que sean, no producirán un vínculo suficientemente robusto ante las inevitables dificultades de toda acogida verdadera. Porque la cuerda de la reciprocidad y el mutuo provecho, además de ser más digna y respetuosa para todos, es mucho más fuerte que la cuerda de los sentimientos, los recuerdos y las emociones.

No deberíamos sentirnos generosos o mejores que las personas que acogemos. Tan solo deberíamos descubrir en el rostro del otro los rasgos de un aliado que puede ayudarnos también a nosotros. Entre otras cosas, el principio de acogida de las sociedades pasadas se basaba también en la racionalidad y el interés a largo plazo: en sociedades que eran en parte nobles y en parte emigrantes, todos podían encontrarse en condiciones de tener que emigrar. Por tanto, poner la ley de la acogida al forastero como piedra angular era “conveniente” para todos: para los otros, para nosotros, para sus hijos y para nuestros hijos. La cooperación da frutos si las personas que cooperan son distintas: sin biodiversidad, la cooperación civil y comercial es pequeña. En un mundo de personas demasiado parecidas, el mercado es de poca ayuda.

En la Biblia encontramos también palabras importantes para las comunidades emigrantes, que tienen que vivir en otro país. El profeta Jeremías escribió una espléndida carta a los deportados en Babilonia. El contexto era muy distinto, pero sus palabras parecen escritas para los emigrantes que van a otro país. Escribía: «Edificad casas y habitadlas; plantad huertos y comed su fruto; tomad mujeres y engendrad hijos e hijas: casad a vuestros hijos y dad vuestras hijas a maridos… Multiplicaos allí y no mengüéis» (29, 1-6).

Estas palabras nos siguen aturdiendo por su fuerza y su belleza. Edificar casas. Casarse, tener hijos, plantar huertos. En definitiva: amar y trabajar.

Al trabajar florece esa solidaridad-fraternidad verdadera entre trabajadores que hablan lenguas distintas pero saben que pueden entenderse con las manos, con las lágrimas y con el sudor del trabajo.

La amistad con los nuevos inmigrantes puede nacer y renacer si somos capaces de trabajar juntos.

 

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Firmas – Más allá del mercado.
Cuanto más nos adentramos por los senderos de la insaciabilidad, más sentimos la nostalgia de una vida más sostenible, verdadera y solidaria.

Luigino Bruni

Publicado en  pdf Città Nuova n.10/2017 (191 KB) - Octubre 2017

Diamanti CN ridDurante un reciente viaje a la India, conocí a un economista del Sur de la India que me explicó una de las leyes fundamentales de la economía gandhiana.

Según Mahatma Gandhi, cuando una persona se encuentra ante dos cestos que contienen diferentes cantidades de la misma cosa - el primero 5 unidades y el segundo 4 - por lo general lo mejor es elegir el segundo. Su regla general se basa en preferir menos a más. Cuando se puede, es más inteligente tener menos cosas, vaciarse en lugar de llenarse, utilizar lo esencial y no lo superfluo.

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¿Por qué debo tener 5 cosas si me bastan 4? Para el humanismo gandhiano (es impresionante hasta qué punto Gandhi es el padre de la India y sigue presente en su corazón: en las grandes ciudades, la calle principal está dedicada a él), más no es signo de abundancia sino de desperdicio y por tanto de irracionalidad, de estupidez. Su primera ley económica, que ejerce cierta fascinación sobre nosotros, es exactamente opuesta a la ley que hemos colocado como fundamento del capitalismo occidental y de su teoría económica.

La primera hipótesis de los libros de economía es: “más es mejor que menos”. Se la conoce como “axioma de la no-saciedad” y se corresponde con lo que consideramos una simple e inocua regla de sentido común. Nunca saciados, siempre buscando algo más, siempre insaciables. Todo el sistema comercial y publicitario se basa exactamente en la insaciabilidad de los consumidores. Es mejor llevarse tres y pagar dos. El crecimiento, el PIB y los mercados son el fruto y el desarrollo de este sencillo axioma.

Pero mientras escuchaba a este economista, me preguntaba: ¿cómo sería nuestra economía, nuestro mundo, nuestro planeta, nuestro bienestar, si en lugar de la regla de la no-saciedad hubiéramos seguido la idea gandhiana? ¿Si hubiéramos elegido la sobriedad en lugar del consumismo, reducir en lugar de aumentar, disminuir en lugar de crecer? Habríamos producido menos, habríamos corrido menos rápidamente, tendríamos un planeta menos contaminado. Nos habríamos parecido más a las plantas y a otras criaturas de la tierra, que no conocen la ley de lo superfluo sino únicamente la de lo necesario.

Pero si nos fijamos bien, nos daremos cuenta de que la intuición de Gandhi no está tan alejada de nuestra cultura. Las civilizaciones y las economías pre-capitalistas se parecían más a la economía gandhiana que a nuestra economía actual. Se basaban en pocas leyes pero claras: conformarse con los bienes que se poseían, vivir con templanza (gran virtud cardinal olvidada) y compartir lo superfluo con quien carecía de lo necesario.

Después, en un momento determinado, nació en Europa y más tarde en los Estados Unidos un nuevo espíritu, al que se llamó espíritu del capitalismo, que comenzó a elogiar la acumulación de bienes, la insaciabilidad, la no templanza en el consumo y en la acumulación de dinero. Este espíritu de la economía moderna durante algunos siglos (XVII-XX) estuvo equilibrado por otros espíritus no económicos bien presentes en la sociedad (desde la religión a la escuela y a la política). De este modo, permaneció mucho tiempo sin salir de su ámbito, produciendo incluso buenos frutos, entre otras cosas porque la idea de la abundancia como bendición ya estaba presente en la Biblia.

Mucho más recientemente, el espíritu de la economía y de la empresa ha salido de su seno para ocupar totalmente la política y la escuela, y ahora está entrando incluso en la religión, convirtiéndose en el único espíritu de toda la vida social. La distancia con Gandhi se ha hecho insalvable. Pero precisamente la enorme distancia entre la economía gandhiana y la nuestra la hace especialmente útil y valiosa, porque cuanto más nos adentramos en los senderos de la insaciabilidad, más sentimos la nostalgia de una vida más sostenible, verdadera y solidaria. Cuanto más nos llenamos de cosas, más sentimos la nostalgia de otros bienes. Cuanto más rodeados estamos del desperdicio de alimentos y de todo, más sentimos el grito de quienes no tienen lo necesario y viven, como nuevos Lázaros, buscando en la basura las migajas que caen de nuestras mesas.  

Mientras sintamos nostalgia y, sobre todo, dolor por estos gritos, aún podemos esperar cambiar. En cambio, si la abundancia y la comodidad obturan para siempre el oído del alma, nos convenceremos de que ya no hay pobres, únicamente porque estamos demasiado alejados de ellos para verlos. Y ese será el día más triste.

 

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Luigino Bruni

Publicado en  pdf Città Nuova n.10/2017 (191 KB) - Octubre 2017

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Los senderos de la insaciabilidad

Los senderos de la insaciabilidad

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Firmas – Más allá del mercado

Luigino Bruni

Publicado en Città Nuova nº 09/2017 - Septiembre 2017

Antonio Genovesi ritratto ridEste año se cumplen 250 años de la publicación de las Lecciones de Economía Civil de Antonio Genovesi, el tratado más importante de Economía Civil. Los aniversarios son útiles si permiten mirar hacia atrás para ir adelante, como en el rubgy. Volver a Genovesi le podría permitir a la Europa de hoy ir verdaderamente hacia delante y en la dirección correcta.

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Antonio Genovesi nació el 1 de noviembre de 1713 en Castiglione (hoy Castiglione del Genovesi), un pequeño pueblo a pocos kilómetros de Salerno (Italia), y murió en Nápoles en 1769. En 1736 fue ordenado sacerdote y al año siguiente se mudó a Nápoles, donde poco después comenzó a enseñar metafísica en la misma universidad donde daba clases Vico.

Debido a algunas acusaciones de herejía, tuvo problemas con las autoridades eclesiásticas de su tiempo y con los teólogos napolitanos, y por eso tuvo que pasar primero a la enseñanza de la lógica (disciplina teológicamente menos controvertida) y después, en 1974, a la economía, convirtiéndose en el primer catedrático de economía de Europa, con una cátedra privada, cerca de Nápoles.

Con respecto a la persona de Genovesi, su ilustre alumno y primer biógrafo, Galanti, escribe: «La Naturaleza, que le había destinado a cosas grandes, además de haberle hecho grande físicamente, guapo de cuerpo y de amable y atractiva figura, le había concedido una salud recia, maneras corteses y elegantes, y un talento tan valioso como singular para comunicar con claridad y gracia sus pensamientos. A estos afortunados atributos hay que añadir una vasta memoria, recto entendimiento y un alma grande; y, lo que es más raro, un genio elevado y distinto al de los sabios corrientes, que no piensan ni razonan si no es sobre las ideas de otros».

El idioma que Genovesi eligió para sus clases fue el italiano, porque, según decía, «escribiré como pienso, y hablaré como se habla entre nosotros, porque quiero que se me entienda, no que se me admire». Fue un incansable educador, difusor entre su pueblo de la técnica y las ciencias modernas, reformador del sistema educativo y un gran profesor. En uno de sus libros escritos “para jóvenes” – los destinatarios de sus tratados – escribía: «Las escuelas tienen que servir para formar cabezas para la República, no gramáticos ni polemistas para los cafés; para formar hombres llenos del sentido de una verdadera y sólida piedad, sentido de la justicia, la honradez y la amistad, para instruir y regir a la ignorante multitud».

Las dificultades que Genovesi encontró en el terreno teológico supusieron un obstáculo para su aluvión de ideas, que tuvo que desviarse hacia un cauce menos controvertido que el de la teología: el de la economía, donde las referencias a Locke y Hume eran menos sospechosas y menos importantes para la salvación de las almas. En sus últimos 15 años de vida, Genovesi se dedicó casi exclusivamente a las materias económicas, donde fue brillante y encontró reconocimiento universal. En el culmen de su actividad de estudioso y profesor, escribió las Lecciones, que son una summa de su pensamiento y de toda la economía civil. Escribía en una carta a un amigo: «Estoy a punto de llevar a la imprenta mis Lecciones de comercio en dos tomos. Encomiendo esta obra a la Divina Providencia. Ya soy viejo y no espero ni pretendo nada de la tierra. Mi finalidad es ver si puedo dejar a mis italianos un poco más iluminados que como los encontré cuando vine, y también un poco más afectos a la virtud, la única que puede ser verdadera madre de todo bien. Es inútil pensar en el arte, el comercio o el gobierno, si no se piensa en reformar la moral. Mientras a los hombres les salga a cuenta ser granujas, no hay que esperar gran cosa de los trabajos metódicos. Tengo ya demasiada experiencia». Muchos son los mensajes de Genovesi y sus Lecciones válidos para la Italia y a la Europa de hoy. Genovesi no temió innovar con respecto a la tradición: lo hizo y asumió su coste.

Pero también tenía una idea clara de la vocación de la tradición italiana: fue capaz de innovar porque conocía bien el genio de su cultura. La encrucijada que hoy tenemos ante nosotros también es clara: podemos seguir siendo “granujas” o hacernos finalmente cívicos.

 

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