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[introtext] => Tanto los precios demasiado altos como los demasiado bajos son un problema.
por Luigino Bruni
publicado en www.cittanuova.it el 5/05/2010
En casi todos los aeropuertos del mundo hay un servicio de acceso a Internet de pago. En Zurich, 4 minutos de conexión costaban un euro y casi todos los puestos estaban libres. Hace unos días, en el aeropuerto de Oporto, encontré un servicio gratuito. Después de una hora de fila, tuve que dejarlo, ya que los que habían conseguido sitio, no lo dejaban. A lo mejor, con un coste un poco más bajo en Zurich y otro un poco superior a cero en Oporto, ambos sistemas serían más eficientes.
Tanto los precios demasiado altos como los demasiado bajos representan un problema. Un precio del petróleo demasiado bajo durante décadas no sólo ha acelerado el agotamiento de los yacimientos, sino que además ha frenado la búsqueda de energías alternativas. El precio de un bien, cuando los mercados son competitivos, debería expresar su escasez económica y social. Pero hay bienes, como el petróleo (y el medio ambiente en general), cuyo precio solo puede expresar de verdad su escasez si incluye también la disponibilidad de ese bien para las generaciones futuras.
[fulltext] => Hablando de precios demasiado altos, no he conseguido aun encontrar a ningún colega economista capaz de darme una justificación teórica de los sueldos millonarios de algunos directivos. Estoy convencido de que podría reducirse el coste de los bienes, de las pólizas y de las facturas que siguen subiendo, entre otras cosas, a causa de las rentas que se auto-asignan los miembros de estos clubs exclusivos, si pagáramos a los directivos públicos y privados en base a la escasez y al valor de su contribución a la empresa y a la sociedad. Unos sueldos más bajos, además, favorecerían la cohesión y la armonía social que las fuertes desigualdades siempre ponen en crisis. Estoy convencido de que también en el terreno de los directivos hay que desarrollar la investigación sobre “fuentes alternativas”. Pero mientras los sueldos de los directivos de las grandes empresas y de la administración pública sigan siendo tan escandalosamente altos, a la economía social y civil le resultará muy difícil atraer a los mejores directivos jóvenes. Sin embargo tengo la fortuna de conocer a muchos jóvenes que, rechazando otras alternativas, deciden emplear sus mejores años en ONGs o en empresas sociales y civiles, donde se encuentran esas “energías alternativas” de las que dependerá la sostenibilidad económica, social y espiritual de los próximos años.
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Primero los dardos tuvieron como destinatario al alcalde de Adro (Brescia), que decidió dejar fuera del comedor escolar a los que no estaban al día con los pagos. Después, cuando un (inicialmente) anónimo empresario pagó la cuenta para evitar que los niños de primaria, que no tenían culpa alguna, se quedasen con el estómago vacío, los disparos se dirigieron hacia el autor del magnánimo gesto. El motivo es que ahora a los que son poco honestos les resultará demasiado fácil aprovecharse de la generosidad ajena. Así, unas 200 familias han anunciado que dejarán de pagar la cuota en señal de protesta. Por su parte, el alcalde ha declarado al Corriere della Sera que el gesto de Silvano Lancini – así se llama el empresario – es «una acción política», encaminada a favorecer a la oposición. Tanto si se trata de auténtica generosidad como si se trata de un movimiento calculado, este episodio trae al centro del debate la cuestión del valor y del papel de la gratuidad en la ciudadanía. Hablamos de ello con Luigino Bruni, profesor de economía en la Universidad Bicocca de Milán y autor de un libro que trata precisamente sobre este tema (El precio de la gratuidad, Ciudad Nueva).
¿Por qué vota la gente?
ahorrando tiempo y dinero en relación a los métodos arcaicos de hace años (teléfono, correo …). Sin embargo después muchas veces estos eventos se desarrollan en salas medio vacías, a las que sólo asisten algunos de los miles de contactos. ¿Por qué ocurre esto? Reducir costes no siempre es positivo desde el punto de vista social. Cuando recibimos la misma invitación a una conferencia que cientos de personas, a veces con un encabezamiento anónimo: “distinguido / estimado señor”, somos muy conscientes de que esa invitación apenas ha costado unos segundos de tiempo y esa es una de las razones por la que nos deja indiferentes. En cambio, si recibimos un email personal o, mejor aún, una carta o una llamada telefónica, sabemos que ese mayor coste y esfuerzo que exige esa forma de comunicación es también un signo de un mayor interés por nosotros.
vuelven las viejas malas costumbres de los grandes bancos. El mismo Obama lanzaba ayer una dura advertencia al mundo financiero. Sin embargo, a nivel local, algo se mueve. Entrevista al profesor Luigino Bruni, economista en la Universidad Bicocca de Milán.