Città Nuova

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Superando el capitalismo - Ambos. Pero hay que cambiar el modelo económico y social

por Luigino Bruni

Publicado en: Città Nuova n.15-16/2010 del 10-25/08/2010

wall_streetEl debate público que se está produciendo en estos tiempos sobre trabajo, ocupación y crisis (con el correspondiente sufrimiento para las familias) puede ser una oportunidad para reflexionar, con mayor profundidad de cuanto se haya hecho en las últimas décadas, sobre la naturaleza de la empresa, del beneficio y, en consecuencia, del capitalismo.  No saldremos de verdad de las graves crisis que estamos viviendo – que abarcan aspectos tan dispares como el medio ambiente, las finanzas, el terrorismo y el empleo – mientras no pongamos seriamente en discusión el actual modelo económico y social. La forma que la economía de mercado ha asumido durante los dos últimos siglos, el capitalismo, debe evolucionar hacia algo distinto, sin perder su enorme carga de civilización y libertad, pero permitiendo que 8.000 millones de personas puedan crecer en humanidad.

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Uno de los hechos más graves de estos dos últimos años de crisis financiera ha sido la vulgaridad (no encuentro una palabra mejor) de los sueldos e incentivos millonarios que los bancos y las compañías de seguros, salvadas en el otoño de 2008 con dinero público, han vuelto a pagar a sus directivos a partir de los primeros meses de 2009. A pesar de que estamos viviendo tiempos de recortes y luchas sindicales, nadie pone seriamente en cuestión los altos beneficios de las empresas ni los sueldos de las superestrellas. Falta valor para poner en discusión el sistema capitalista. Nos limitamos a hablar de economía ética, de empresas responsables, de ongs y de filantropía como fenómenos funcionales y necesarios para el sistema económico existente.

Pero ¿está tan claro como parece que el objetivo de la actividad de una empresa tenga que ser la maximización del beneficio? Limitándonos al ámbito más positivo de la economía de mercado (sin entrar en la discusión sobre la naturaleza de los beneficios obtenidos por la especulación), podemos afirmar que el beneficio es la parte del valor añadido generado por la actividad de la empresa que se atribuye a los propietarios, a los antes llamados capitalistas. Así pues, el beneficio no es todo el valor añadido, sino solamente una parte. Pongamos un ejemplo: La empresa A fabrica automóviles transformando materias primas, que tienen un coste de 10, en un producto terminado que se llama “automóvil”. Si sumamos el coste del trabajo (8), los gastos financieros y las amortizaciones (3), el beneficio bruto (antes de impuestos) de un automóvil vendido a 30 sería 9. Si después la empresa paga impuestos por valor de 4, el beneficio neto quedaría en 5.

Aquí surgen dos preguntas. La primera es ¿de dónde nace y de qué depende este beneficio? La historia del pensamiento económico es también la historia de las distintas teorías sobre la naturaleza del beneficio. Por ejemplo, Schumpeter, hace cien años, sostenía que el beneficio es el “premio a la innovación” del emprendedor, es decir la remuneración de la capacidad innovadora del empresario. Marx, medio siglo antes que él, había afirmado que el beneficio no es más que un robo que los capitalistas hacen a los trabajadores, ya que la única fuente verdadera de valor añadido es el trabajo humano, sobre todo el de los trabajadores. Hoy sabemos que en el valor añadido hay muchas cosas. Entre ellas se encuentran la creatividad del emprendedor, el trabajo humano, las instituciones de la sociedad civil, la cultura implícita de un pueblo e incluso la calidad de las relaciones familiares en las que crecen los niños en sus 6 primeros años de vida (como nos enseña el Premio Nobel James Heckman). Ese “5” de valor añadido no incluye solo el papel creativo de los propietarios de los medios de producción de la empresa, sino algo más que tiene que ver con la vida de toda la colectividad. La constitución italiana es consciente de ello cuando proclama en su artículo 41 la “función social” de la empresa, función que es también de naturaleza social.

De todos modos, una cosa es cierta: si la empresa A vende el automóvil a 30 con un beneficio de 5, en un imaginario mundo “sin ánimo de lucro” (con beneficio igual a 0) los automóviles costarían 25 en lugar de 30. En otras palabras, los beneficios de las empresas son también una forma de impuesto sobre los bienes que pagamos los ciudadanos y que reduce el bienestar colectivo de la población. Por eso muchas veces se ha soñado con una “economía sin lucro” y en algunos momentos históricos incluso se ha llegado a realizar a pequeña o gran escala, aunque a veces creando daños mayores que los problemas que se querían resolver, como en el caso de los experimentos colectivistas del siglo XX. Estos experimentos no han funcionado por muchas razones, pero una de ellas es que cuando se quita ese “5”, socializándolo, quienes ponen en marcha las empresas (ya sea el estado o los particulares) dejan de comprometerse en la innovación y el trabajo. La riqueza no sólo económica de la nación disminuye, todos se hacen más pobres y el valor (5) que se quería socializar termina por desaparecer. Al mismo tiempo, la gran crisis que estamos viviendo nos enseña que una economía basada en el beneficio y la especulación es igualmente insostenible. Entonces ¿qué podemos hacer?

A la luz de lo que hemos dicho, lo que está ocurriendo hoy en el ámbito de la llamada economía civil o social y en concreto en la Economía de Comunión, puede leerse de dos maneras distintas. Una primera lectura, minimalista y conservadora, interpretaría la economía civil y social como el “tapagujeros” del sistema capitalista: la empresa normal no consigue hacerse cargo de los “vencidos” que quedan a lo largo del camino (dicho en términos de G. Verga) y es necesario que otros realicen la función que las familias y las iglesias desarrollaban en el pasado. Esta es la lógica del 2% (sin lucro), que deja intacto el 98% restante (economía lucrativa).

Pero hay otra lectura de este movimiento de economía civil: concebir, por ahora a pequeña escala, un sistema económico donde el valor añadido, económico y social, sea repartido entre muchos (no sólo entre los accionistas), pero sin que los empresarios ni los trabajadores dejen de comprometerse por falta de incentivo, evitando caer en los mismos problemas de las economías colectivistas y socialistas.

La verdadera apuesta de la nueva economía de mercado que nos espera consistirá en mostrar empresarios (ya sean individuos o comunidades) motivados por “razones más grandes que el beneficio”.

La última fase del capitalismo (que podríamos llamar financiero-individualista) nace de un pesimismo antropológico que se remonta por lo menos a Hobbes: los seres humanos serían demasiado oportunistas y auto-interesados como para pensar que puedan comprometerse con motivaciones altas (como la del bien común). No podemos dejar que esta “derrota antropológica” tenga la última palabra sobre la vida en común. Tenemos el deber ético de dejar a quienes vienen detrás de nosotros una visión positiva del mundo y del hombre.

Pero para que todo esto no quede únicamente en el papel sino que se convierta en vida, hace falta un nuevo humanismo, una nueva educación, esos “hombres nuevos” que están también en el centro del proyecto Economía de Comunión, capaces de esforzarse y trabajar no solo por el beneficio, sino también para hacer de su actividad laboral una obra de arte. Si es así, la nueva economía de mercado en la que están entrando nuevos y grandes protagonistas (como Africa, por ejemplo), podrá ser un lugar hermoso en el que habitar, vivir, amar.

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¿Beneficio o bien común?

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Hoy asistimos a un gran revival de la suerte. La felicidad cada vez se busca menos en la virtud.

por Luigino Bruni

Publicado en: Città Nuova n.12/2010 del 25/06/2010

Gratta_e_vinciUno de los elementos más importantes para el nacimiento de la civilización occidental fue la contraposición entre suerte y virtud. En el mundo mítico griego había una relación muy estrecha entre felicidad y suerte. A quien tenía de su parte un buen (eu) dios (daimon), se le consideraba feliz. Sócrates y la gran pléyade de filósofos griegos afirmaron que, por el contrario, la felicidad y el crecimiento humano dependían de las virtudes y no de la suerte. La virtud vence a la mala suerte. Sobre esto se construyó toda la ética personal y colectiva de Europa que, gracias al acontecimiento cristiano, afirmó que la vida buena, la felicidad, depende de la capacidad de cultivar las virtudes, de nuestro compromiso y de nuestra responsabilidad.

Hoy, en cambio, asistimos a un gran revival de la suerte. La búsqueda de la felicidad cada vez se relaciona menos con la virtud, sobre todo con el trabajo, y más con la suerte, el juego y la fortuna. Proliferan las transmisiones que se basan en promesas de enriquecimiento fácil, rasga y gana, lotería, tragaperras, bonoloto y telepóker..

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La crisis financiera y económica también es expresión de este revival de cultura arcaica y del alejamiento de las ideas de la virtud y el trabajo. Nuestra república, cuando nace, se fundamenta en el trabajo. Una tesis que encierra siglos de civilización en los que Occidente y el cristianismo afirmaron que la riqueza que no deriva del trabajo humano no conduce normalmente a la felicidad individual y colectiva. Hoy, en cambio, esta cultura de la suerte (que va de la mano con la magia y la astrología, otros ámbitos neopaganos en auge) nos ilusiona con la promesa de que nos podemos hacer ricos sin trabajar, simplemente encontrando la inversión adecuada o ganando la lotería. No hay una gran diferencia cultural entre quienes consumen lotería sistemáticamente y quienes especulan en bolsa. Es la cultura de la suerte que se toma la revancha sobre la cultura de la virtud. Saldremos de esta crisis si trabajamos, mejor y juntos, para relanzar una era de virtudes públicas, de bienes colectivos y de proyectos comunes. En caso contrario, seguiremos esperando que la salvación venga de fuera y seguiremos dilatando el tiempo de la responsabilidad individual y colectiva.

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La suerte y la virtud

La suerte y la virtud

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Tanto los precios demasiado altos como los demasiado bajos son un problema.

por Luigino Bruni
publicado en www.cittanuova.it el 5/05/2010

MoneyEn casi todos los aeropuertos del mundo hay un servicio de acceso a Internet de pago. En Zurich, 4 minutos de conexión costaban un euro y casi todos los puestos estaban libres. Hace unos días, en el aeropuerto de Oporto, encontré un servicio gratuito. Después de una hora de fila, tuve que dejarlo, ya que los que habían conseguido sitio, no lo dejaban. A lo mejor, con un coste un poco más bajo en Zurich y otro un poco superior a cero en Oporto, ambos sistemas serían más eficientes.

Tanto los precios demasiado altos como los demasiado bajos representan un problema. Un precio del petróleo demasiado bajo durante décadas no sólo ha acelerado el agotamiento de los yacimientos, sino que además ha frenado la búsqueda de energías alternativas. El precio de un bien, cuando los mercados son competitivos, debería expresar su escasez económica y social. Pero hay bienes, como el petróleo (y el medio ambiente en general), cuyo precio solo puede expresar de verdad su escasez si incluye también la disponibilidad de ese bien para las generaciones futuras.

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Hablando de precios demasiado altos, no he conseguido aun encontrar a ningún colega economista capaz de darme una justificación teórica de los sueldos millonarios de algunos directivos. Estoy convencido de que podría reducirse el coste de los bienes, de las pólizas y de las facturas que siguen subiendo, entre otras cosas, a causa de las rentas que se auto-asignan los miembros de estos clubs exclusivos, si pagáramos a los directivos públicos y privados en base a la escasez y al valor de su contribución a la empresa y a la sociedad. Unos sueldos más bajos, además, favorecerían la cohesión y la armonía social que las fuertes desigualdades siempre ponen en crisis. Estoy convencido de que también en el terreno de los directivos hay que desarrollar la investigación sobre “fuentes alternativas”. Pero mientras los sueldos de los directivos de las grandes empresas y de la administración pública sigan siendo tan escandalosamente altos, a la economía social y civil le resultará muy difícil atraer a los mejores directivos jóvenes. Sin embargo tengo la fortuna de conocer a muchos jóvenes que, rechazando otras alternativas, deciden emplear sus mejores años en ONGs o en empresas sociales y civiles, donde se encuentran esas “energías alternativas” de las que dependerá la sostenibilidad económica, social y espiritual de los próximos años.
 

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Tanto los precios demasiado altos como los demasiado bajos son un problema.

por Luigino Bruni
publicado en www.cittanuova.it el 5/05/2010

MoneyEn casi todos los aeropuertos del mundo hay un servicio de acceso a Internet de pago. En Zurich, 4 minutos de conexión costaban un euro y casi todos los puestos estaban libres. Hace unos días, en el aeropuerto de Oporto, encontré un servicio gratuito. Después de una hora de fila, tuve que dejarlo, ya que los que habían conseguido sitio, no lo dejaban. A lo mejor, con un coste un poco más bajo en Zurich y otro un poco superior a cero en Oporto, ambos sistemas serían más eficientes.

Tanto los precios demasiado altos como los demasiado bajos representan un problema. Un precio del petróleo demasiado bajo durante décadas no sólo ha acelerado el agotamiento de los yacimientos, sino que además ha frenado la búsqueda de energías alternativas. El precio de un bien, cuando los mercados son competitivos, debería expresar su escasez económica y social. Pero hay bienes, como el petróleo (y el medio ambiente en general), cuyo precio solo puede expresar de verdad su escasez si incluye también la disponibilidad de ese bien para las generaciones futuras.

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El precio y el valor

El precio y el valor

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El empresario de Brescia que ha pagado de su bolsillo el comedor escolar a los niños que no se lo podían permitir, ha recibido, junto a algunas alabanzas, también fuertes críticas. ¿Cuál es el valor de la gratuidad dentro de la comunidad? El economista Luigino Bruni responde a tres preguntas.

por Chiara Andreola
publicado en cittanuova.it el 16/04/2010

Luigino_Bruni_03Primero los dardos tuvieron como destinatario al alcalde de Adro (Brescia), que decidió dejar fuera del comedor escolar a los que no estaban al día con los pagos. Después, cuando un (inicialmente) anónimo empresario pagó la cuenta para evitar que los niños de primaria, que no tenían culpa alguna, se quedasen con el estómago vacío, los disparos se dirigieron hacia el autor del magnánimo gesto. El motivo es que ahora a los que son poco honestos les resultará demasiado fácil aprovecharse de la generosidad ajena. Así, unas 200 familias han anunciado que dejarán de pagar la cuota en señal de protesta. Por su parte, el alcalde ha declarado al Corriere della Sera que el gesto de Silvano Lancini – así se llama el empresario – es «una acción política», encaminada a favorecer a la oposición. Tanto si se trata de auténtica generosidad como si se trata de un movimiento calculado, este episodio trae al centro del debate la cuestión del valor y del papel de la gratuidad en la ciudadanía. Hablamos de ello con Luigino Bruni, profesor de economía en la Universidad Bicocca de Milán y autor de un libro que trata precisamente sobre este tema (El precio de la gratuidad, Ciudad Nueva).

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En cuanto se ha sabido el nombre del benefactor, han ido tomando cuerpo las suposiciones sobre posibles intereses ocultos. ¿Por qué nos cuesta tanto concebir un gesto de gratuidad?
 
«El ethos del mercado está tan centrado en el principio del interés personal, como dicen incluso los libros de textos de las escuelas de negocios en las que se forman las clases dirigentes, que incluso un acto altruista termina por entrar dentro de esta lógica y se convierte en “sospechoso”. Pero hay que decir que aquí hay también una reacción ante una idea de beneficencia que puede esconder relaciones de poder. El munus, el don, ha acompañado durante milenios a la vida en común, pero en algunos casos era expresión de dominio. Séneca ya afirmaba que cuando el beneficiario no consigue responder al don del benefactor, termina por odiarlo, porque cada día le recuerda su dependencia. Hay que crear las condiciones para que exista una cultura de la gratuidad. La economía civil y la Economía de Comunión van en esta dirección ».
 
¿En qué se diferencia la gratuidad de la beneficencia?
 
«La gratuidad está radicada en la reciprocidad. Es un proceso que comienza, como por ejemplo en este caso, con una donación, pero después se desarrolla y dura en el tiempo dentro de la comunidad. No es sólo el acto de una persona. En este sentido, la cultura europea es distinta de la americana, donde se considera normal que un empresario haga una donación incluso importante. Al no estar acostumbrados al modelo filantrópico, sino al comunitario, no tenemos la idea de que el individuo asuma de su bolsillo una obligación que atribuimos al Estado o a la comunidad. Es en la comunidad donde la reciprocidad encuentra su expresión plena, precisamente porque no es simple beneficencia, sino un modelo de relaciones. La pobreza misma es una relación, no un status».
 
Uno de los motivos por los que se ha criticado el gesto del empresario de Brescia es el peligro de que algunos, pudiendo hacerlo, se aprovechen y dejen de pagar la cuota del comedor. ¿La gratuidad tiene limitaciones?
 
«El acto de generosidad es frágil por naturaleza y está expuesto al oportunismo. El peligro es inevitable, pero eso no es un buen motivo para dejar de hacerlo. Construir comunidades solidarias con dinámicas más sostenibles funciona como una garantía en este sentido, porque una vez que el proceso de gratuidad entra en la dimensión comunitaria se puede ejercer una especie de control».

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El empresario de Brescia que ha pagado de su bolsillo el comedor escolar a los niños que no se lo podían permitir, ha recibido, junto a algunas alabanzas, también fuertes críticas. ¿Cuál es el valor de la gratuidad dentro de la comunidad? El economista Luigino Bruni responde a tres preguntas.

por Chiara Andreola
publicado en cittanuova.it el 16/04/2010

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La gratuidad, un proceso comunitario

La gratuidad, un proceso comunitario

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Según la teoría económica, si examinamos los costes y beneficios del voto, los ciudadanos deberían desertar de las urnas. ¿Es esta la única causa de la alta abstención en las últimas elecciones o hay otros motivos?

por Luigino Bruni

publicado en: www.cittanuova.it el 01/04/2010

Scheda_elettorale¿Por qué vota la gente?

La ciencia económica no es todavía capaz de darnos una respuesta totalmente convincente a esta pregunta. Siguiendo únicamente los criterios de la pura racionalidad económica, la que nos lleva a decidir en función de los costes y beneficios individuales, ningún ciudadano racional debería acudir a las urnas. El impacto que un solo voto tiene sobre el resultado final de una votación política está muy cerca de cero, mientras que el coste (sobre todo en tiempo) cae enteramente sobre el individuo. En otras palabras, si todos nos preguntáramos “qué aporta nuestro voto a la política nacional” y actuáramos en consecuencia, muchos escaños deberían quedar desiertos.

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¿Por qué entonces, haciendo caso omiso de la teoría económica y de los economistas, mucha gente sigue yendo a votar? Tal vez porque cuando participamos en la vida política y ciudadana no miramos únicamente los beneficios y costes individuales, sino que atribuimos un valor intrínseco o ético a la participación política en sí misma. Cuando María tiene que decidir si va a ir a votar o no, siendo el coste material de su voto igual a 2 (tiempo, gasolina…) y el beneficio igual a 0,1 (la influencia de su voto en el resultado electoral), si no tuviera en cuenta otro tipo de beneficio, se quedaría tranquilamente en su casa o iría a dar un paseo. Si, por el contrario, la participación política le produce algún tipo de  bienestar o felicidad, es como si a ese 0,1 se le añadiera un valor inmaterial que, siempre que sea suficientemente alto, le hace ir a las urnas en lugar de disfrutar del descanso dominical. ¿Qué sentido tiene, desde este punto de vista, el descenso de la afluencia a las urnas? En primer lugar se deduce que este descenso es resultado de que cada vez más personas razonan en términos puramente individualistas y “económicos”.

Pero hay algo más que decir. Cuando la calidad del debate público y la moralidad de los políticos disminuyen, se reduce también el valor intrínseco y simbólico de la participación para las personas. Y cuando se supera determinado umbral (para María es el 1,9 pero cada uno tiene su propio umbral), entonces puede que ya no se vaya a votar. “Ya no merece la pena”, se dice en apretada síntesis. Y aunque María ignore cuál es su umbral, si este año no ha ido a votar, esta decisión nos revela que el valor intrínseco de la participación política para ella ha bajado. En ese caso, la ausencia del voto es signo de un malestar y quizá de una deseo de mayor calidad en la vida política. Ciertamente hay ciudadanos para los cuales el valor ético de la participación política es muy alto, pero muchos otros gravitan alrededor del valor más cercano al umbral crítico y la crisis moral de la política puede haber llevado a muchos de ellos a renunciar al voto.

Entonces ¿qué conclusión podemos sacar? Si queremos que la gente siga votando, ejercitando el principal derecho-deber de una democracia, hay que llenar la política de ideales y de moralidad, haciendo que su valor, simbólico pero muy real, permanezca alto, haciendo que “merezca la pena”. 

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Según la teoría económica, si examinamos los costes y beneficios del voto, los ciudadanos deberían desertar de las urnas. ¿Es esta la única causa de la alta abstención en las últimas elecciones o hay otros motivos?

por Luigino Bruni

publicado en: www.cittanuova.it el 01/04/2010

Scheda_elettorale¿Por qué vota la gente?

La ciencia económica no es todavía capaz de darnos una respuesta totalmente convincente a esta pregunta. Siguiendo únicamente los criterios de la pura racionalidad económica, la que nos lleva a decidir en función de los costes y beneficios individuales, ningún ciudadano racional debería acudir a las urnas. El impacto que un solo voto tiene sobre el resultado final de una votación política está muy cerca de cero, mientras que el coste (sobre todo en tiempo) cae enteramente sobre el individuo. En otras palabras, si todos nos preguntáramos “qué aporta nuestro voto a la política nacional” y actuáramos en consecuencia, muchos escaños deberían quedar desiertos.

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¿Cuánto vale un voto?

¿Cuánto vale un voto?

Según la teoría económica, si examinamos los costes y beneficios del voto, los ciudadanos deberían desertar de las urnas. ¿Es esta la única causa de la alta abstención en las últimas elecciones o hay otros motivos? por Luigino Bruni publicado en: www.cittanuova.it el 01/04/2010 ¿Por qué vota la gent...
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Impuestos y justicia

por Luigino Bruni

publicado en Cittanuova.it el 18/03/2010

Puntualmente vuelve a la palestra el tema de la reforma fiscal y la lucha contra la evasión fiscal, una enfermedad que no afecta solo al sistema fiscal sino a toda la vida cívica, ya que mina de raíz el “pacto social” que existe entre los ciudadanos. Cada cierto tiempo deberíamos recordarnos cuál es la lógica de los impuestos en una democracia moderna. Los impuestos tienen tres objetivos: tienen una función de redistribución de la riqueza de los más ricos hacia los más pobres; además son un instrumento para animar el consumo de bienes meritorios (arte, educación, cultura…) y desincentivar el de los no meritorios (tabaco, licores…); finalmente sirven para financiar los bienes públicos como las carreteras, la seguridad o la sanidad.

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Estas tres funciones tienen sentido para las sociedades que se sienten unidas por un pacto, que tienen una dimensión colectiva que es más que una suma de contratos y de acciones individuales y privadas. Pensemos, por ejemplo, en los bienes públicos: Si su costo es de 1.000 y somos 100 los que pagamos impuestos, cada uno contribuye con una media de 10. Pero si somos 100 ciudadanos y sólo 50 pagan impuestos, la media de los que contribuyen es de 20. Pagan por ellos mismos y por los tramposos. Por eso, cuando la evasión fiscal supera un umbral crítico, mina los cimientos del pacto social, puesto que rompe la confianza que mantiene unidos a los pueblos y a cualquier comunidad política.

Cuando se habla del escándalo de los paraísos fiscales – “lugares” por donde transita muchas veces el dinero blanqueado de violencia y de sangre –, hay que tener en cuenta que también existen muchos purgatorios fiscales. Los de aquellos que, a causa del paraíso de los tramposos, tienen que sostener una presión fiscal demasiado alta, injusta y muchas veces insostenible. Un purgatorio que se transforma en infierno cuando un empresario que vive la legalidad en sectores de alta evasión fiscal se ve obligado a cerrar las puertas de su empresa. La cultura fiscal solo se puede cambiar a largo plazo, realizando diariamente actos virtuosos, empezando por el colegio. Cuando un muchacho pregunta «¿por qué hay paraísos fiscales?», la respuesta no es fácil, pero siempre podemos desearle que su generación sea la primera en eliminar esta vergüenza colectiva.

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Impuestos y justicia

por Luigino Bruni

publicado en Cittanuova.it el 18/03/2010

Puntualmente vuelve a la palestra el tema de la reforma fiscal y la lucha contra la evasión fiscal, una enfermedad que no afecta solo al sistema fiscal sino a toda la vida cívica, ya que mina de raíz el “pacto social” que existe entre los ciudadanos. Cada cierto tiempo deberíamos recordarnos cuál es la lógica de los impuestos en una democracia moderna. Los impuestos tienen tres objetivos: tienen una función de redistribución de la riqueza de los más ricos hacia los más pobres; además son un instrumento para animar el consumo de bienes meritorios (arte, educación, cultura…) y desincentivar el de los no meritorios (tabaco, licores…); finalmente sirven para financiar los bienes públicos como las carreteras, la seguridad o la sanidad.

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Purgatorio fiscal

Purgatorio fiscal

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Ante la grave crisis del empleo, hay que moverse.

por Luigino Bruni

publicado en Città Nuova n.4 - 2010

Benedicto XVI ha dicho reciente e insistentemente que es necesario «hacer todo lo posible para tutelar y aumentar el empleo ». Hoy más que nunca el centro del sistema económico debe estar ocupado por las personas. El capital tecnológico, financiero y social es por supuesto importante, pero el “capital humano”, los trabajadores, siguen siendo el factor clave de cualquier economía que quiera estar a la altura del hombre. Sin embargo, la crisis financiera y económica global muestra con gran fuerza que el trabajo humano ha quedado relegado en nuestro modelo de desarrollo capitalista. Un modelo que, al ser cada vez más dependiente de las finanzas, ha ido perdiendo contacto con la fatiga del trabajo.

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El trabajo ahora está al servicio del consumo. Ha dado lugar a uno de los fenómenos más preocupantes de nuestro tiempo, que es la carrera por el consumo. La historia nos enseña que los pueblos se desarrollan no cuando la tendencia “competitiva” de los seres humanos se expresa en primer lugar en el consumo (competición por tener el auto o el teléfono móvil más caro que el de los demás), sino mediante el trabajo y la producción. Además podríamos haber aprendido de esta crisis que la única riqueza que produce auténtico bienestar es la que surge del trabajo humano. La promesa de hacerse rico sin trabajar siempre es sospechosa y muchas veces se basa en el engaño individual y social.

¿Qué podemos hacer en estos tiempos de profunda crisis del trabajo? En primer lugar hay que tener muy en cuenta que el trabajo no es una mercancía que puede dejarse exclusivamente en manos de la demanda (empresas) y de la oferta (trabajadores). El trabajo, o, mejor dicho, trabajar es un bien de primera necesidad, ya que de él dependen la dignidad e identidad de las personas, sus sueños y la posibilidad de adquirir otros bienes, moviendo así la rueda de la economía. Por eso la presencia de los sindicatos será siempre un gran signo de civilización y humanización plena de la vida civil.

Saldremos de esta crisis si sabemos encontrar una nueva organización del empleo. La globalización y la entrada de nuevos continentes en la escena económica están cambiando radicalmente el modelo económico dominante en occidente durante el siglo XX, basado en el binomio estado-mercado. Según este modelo, que ha producido resultados extraordinarios en términos de crecimiento económico, el mercado capitalista debe producir y dar trabajo y el estado debe rellenar los huecos del mercado, incluso desde el punto de vista del empleo. Todo lo que tenía que ver con la vida privada y asociativa y por ello con los valores ideales y políticos, no correspondía ni al mercado ni al estado. Todo eso era un “tercer sector” y cuando creaba empleo era algo marginal, ya que su naturaleza no era económica.

Hoy este modelo está entrando en crisis mortal, porque ni el mercado tradicional ni el estado se sostienen ya. Entonces el tercer sector debe evolucionar hacia lo que llamamos “economía civil”, es decir hacia un nuevo modelo económico y social donde la sociedad civil no es un elemento residual (tercero), sino el punto de apoyo de la creatividad de toda la economía. Hoy es necesaria una nueva era de la innovación donde los ciudadanos no dejen el trabajo solo en manos de las grandes empresas tradicionales y del Estado, sino que sean protagonistas de nuevas empresas en sectores de alta innovación.

Hoy no sólo hay que “salvar” el trabajo o “buscarlo”. También hay que “crearlo”. Hay que concebir un sistema donde las cooperativas y las asociaciones no se ocupen solo del cuidado de las personas, sino también de los bienes de alto valor añadido. Hay que inventar un nuevo pacto social para que la economía civil no tenga únicamente la función de redistribuir recursos, sino también de crearlos.

Si queremos que Italia siga ocupando un puesto significativo en el nuevo escenario económico mundial, hay que relanzar una fase de nueva creatividad para imaginar nuevos escenarios y nuevos mercados, con bienes que hoy son cada vez más escasos y por ello preciados: los bienes relacionales, culturales y medioambientales.

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por Luigino Bruni

publicado en Città Nuova n.4 - 2010

Benedicto XVI ha dicho reciente e insistentemente que es necesario «hacer todo lo posible para tutelar y aumentar el empleo ». Hoy más que nunca el centro del sistema económico debe estar ocupado por las personas. El capital tecnológico, financiero y social es por supuesto importante, pero el “capital humano”, los trabajadores, siguen siendo el factor clave de cualquier economía que quiera estar a la altura del hombre. Sin embargo, la crisis financiera y económica global muestra con gran fuerza que el trabajo humano ha quedado relegado en nuestro modelo de desarrollo capitalista. Un modelo que, al ser cada vez más dependiente de las finanzas, ha ido perdiendo contacto con la fatiga del trabajo.

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Salvar, buscar y crear trabajo

Salvar, buscar y crear trabajo

Ante la grave crisis del empleo, hay que moverse. por Luigino Bruni publicado en Città Nuova n.4 - 2010 Benedicto XVI ha dicho reciente e insistentemente que es necesario «hacer todo lo posible para tutelar y aumentar el empleo ». Hoy más que nunca el centro del sistema económico debe estar ocupad...
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Editoriales - Sociedades evolucionadas

por Luigino Bruni

publicado en Città Nuova n.3 - 2010

Algunas empresas, organizaciones y asociaciones dan publicidad a los eventos que organizan enviando un email a miles de personas. Con un solo clic consiguen llegar a miles de personas,regalo_ridahorrando tiempo y dinero en relación a los métodos arcaicos de hace años (teléfono, correo …). Sin embargo después muchas veces estos eventos se desarrollan en salas medio vacías, a las que sólo asisten algunos de los miles de contactos. ¿Por qué ocurre esto?  Reducir costes no siempre es positivo desde el punto de vista social. Cuando recibimos la misma invitación a una conferencia que cientos de personas, a veces con un encabezamiento anónimo: “distinguido / estimado señor”, somos muy conscientes de que esa invitación apenas ha costado unos segundos de tiempo y esa es una de las razones por la que nos deja indiferentes. En cambio, si recibimos un email personal o, mejor aún, una carta o una llamada telefónica, sabemos que ese mayor coste y esfuerzo que exige esa forma de comunicación es también un signo de un mayor interés por nosotros.

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Esto es expresión de una tendencia más general en las relaciones humanas. Pensemos, por ejemplo, en la gramática relacional de los regalos. Si cuando recibimos un regalo sabemos que no ha costado mucho (en términos de tiempo y/o dinero), tendemos a no apreciarlo. Este es el principal motivo que explica la existencia de una norma social de alcance universal: no hay que reciclar los regalos para hacer otros “regalos”. Si queremos alcanzar objetivos hay que hacer inversiones. Si queremos que alguien supere la fuerza de inercia que ejerce la televisión de plasma que, “gracias” a mercado nos ofrece cada vez más programas, y salga de noche para participar en un encuentro cultural o espiritual, tenemos que invertir tiempo y esfuerzo. En caso contrario no superaremos la barrera del sonido de nuestra sociedad de consumo y nuestras señales se perderán en el magma de tantas señales que nos llegan superficialmente cada día.

Debemos aprender a recuperar la comunicación cara a cara: reducir el número de llamadas, de emails y de SMS y usar ese tiempo para llamar a la puerta de alguien. Los frutos de esta inversión de tiempo son muy abundantes, entre otras cosas porque en una sociedad cada vez más virtual, el encuentro humano de corazón a corazón se está convirtiendo en un bien escaso y por ello de mayor valor.

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Editoriales - Sociedades evolucionadas

por Luigino Bruni

publicado en Città Nuova n.3 - 2010

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De corazón a corazón: costes y beneficios

De corazón a corazón: costes y beneficios

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Economia civil y de comunión

por Luigino Bruni
publicado en Città Nuova n.1/2010

La economía civil es una tradición de pensamiento que considera el mercado y la empresa no son el reino del interés individual sino un asunto de reciprocidad y de fraternidad. Solo interpretando así la economía podemos decir que la Economía de Comunión (EdC) es verdadera economía y no una experiencia marginal promovida por algunos empresarios buenos para tapar los agujeros de la economía que cuenta. Es una novedad que no puede encuadrarse en el esquema dualista “con ánimo de lucro” y “sin ánimo de lucro” típico de la tradición capitalista.

Cuando leemos la EdC desde la perspectiva cultural de la economía civil, ésta se convierte en el paradigma de las empresas “proyecto” (que no están a favor ni en contra del beneficio), típicas de la economía civil, en las que los empresarios son constructores de proyectos compartidos, en los que el beneficio es un elemento más.

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Al mismo tiempo, la EdC y la espiritualidad de la que nació, nos ofrecen también las categorías teóricas para dar contenido a la economía civil: reciprocidad, gratuidad, fraternidad, bienes relaciones. Palabras todas ellas “aprendidas” observando la vida de los empresarios, trabajadores y pobres del proyecto EdC. Así pues, sin la experiencia y la espiritualidad de la EdC probablemente (al menos por mi parte) el contenido teórico de la economía civil sería hoy más pobre y desde luego distinto; sin la elaboración de la economía civil, la EdC tendría menos dignidad científica, sería considerada como una anómala excepción y le faltaría el carácter universal que le da la perspectiva de la economía civil.

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Economia civil y de comunión

por Luigino Bruni
publicado en Città Nuova n.1/2010

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Cuando leemos la EdC desde la perspectiva cultural de la economía civil, ésta se convierte en el paradigma de las empresas “proyecto” (que no están a favor ni en contra del beneficio), típicas de la economía civil, en las que los empresarios son constructores de proyectos compartidos, en los que el beneficio es un elemento más.

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Economía civil y de comunión. ¿En qué se diferencian?

Economía civil y de comunión. ¿En qué se diferencian?

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por Luigino Bruni

publicado en cittanuova.it el 30-11-2009

Si vamos a visitar a un amigo que ha tenido un accidente y le preguntamos «Qué tal estás?», tal vez nos conteste: «La pierna se está curando, la costilla todavía me duele y el hematoma todavía no se ha absorbido, pero el brazo está bien ». Estas son las condiciones en las que se encuentra la economía, que está tratando de salir de un (grave) accidente. Las partes del “cuerpo” heridas en la caída de septiembre de 2008 fueron sobre todo tres: la estructura financiera, la producción y el empleo. Los datos sobre la crisis y la recuperación son contradictorios, ya que hoy se habla de la pierna, ayer de las costillas y mañana del hematoma.

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Metáforas aparte, podemos decir que la grave crisis del sector financiero está superada. Hoy ya no existe riesgo de hundimiento del sistema (al menos en el futuro inmediato). La producción real se está activando y dentro de algunos meses es probable que se vuelva a producir con un PIB de signo positivo. El que todavía no se ha curado es el mundo del trabajo y creo que, en términos globales, ya no volveremos a alcanzar los niveles de ocupación anteriores a la crisis. ¿Por qué? En primer lugar porque en las crisis siempre se destruyen activos industriales, algunos de ellos obsoletos, y surgen otros nuevos, en una especie de “destrucción creadora”. Además, con la entrada de nuevos grandes actores en el mercado, los sectores industrialmente maduros del norte del mundo tendrán necesariamente que redimensionarse.

Según algunas estimaciones, en los próximos años la economía tradicional no podrá dar ocupación a más de 2/3 de los trabajadores. ¿Qué se puede hacer? Hay un camino, poco explorado hasta el momento, que consiste en potenciar y desarrollar la capacidad y la vocación productiva de la sociedad civil, la llamada economía civil. Una parte de la sociedad civil y de las familias ya no podrá “buscar” trabajo en las grandes empresas o en el estado, “creadores” de empleo en el modelo tradicional anterior a 2008. Es necesario que la sociedad civil cada vez sea más capaz de crear trabajo por sí misma y no solo en los servicios a las personas sino también en sectores de alto valor añadido y es necesario que lo haga en sinergia con las empresas tradicionales y con las instituciones.

Hay que superar la idea que concibe la economía social o no lucrativa como un sector financiado en gran parte con subvenciones públicas, porque este modelo no puede ser sostenible si es cierto que el estado obtiene riqueza sobre todo mediante los impuestos que gravan la producción de las empresas tradicionales (que cada vez serán menos). Así pues es urgente que la economía civil active con capacidad innovadora riqueza privada y sea capaz de producir ella misma valor añadido.

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publicado en cittanuova.it el 30-11-2009

Si vamos a visitar a un amigo que ha tenido un accidente y le preguntamos «Qué tal estás?», tal vez nos conteste: «La pierna se está curando, la costilla todavía me duele y el hematoma todavía no se ha absorbido, pero el brazo está bien ». Estas son las condiciones en las que se encuentra la economía, que está tratando de salir de un (grave) accidente. Las partes del “cuerpo” heridas en la caída de septiembre de 2008 fueron sobre todo tres: la estructura financiera, la producción y el empleo. Los datos sobre la crisis y la recuperación son contradictorios, ya que hoy se habla de la pierna, ayer de las costillas y mañana del hematoma.

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Desempleo y creatividad civil

Desempleo y creatividad civil

por Luigino Bruni publicado en cittanuova.it el 30-11-2009 Si vamos a visitar a un amigo que ha tenido un accidente y le preguntamos «Qué tal estás?», tal vez nos conteste: «La pierna se está curando, la costilla todavía me duele y el hematoma todavía no se ha absorbido, pero el brazo está bien »...
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La economía italiana en el contexto de la incertidumbre internacional. Instrucciones para evitar el "ahogo".

por Luigino Bruni

publicado el 08/10/2009 en www.cittanuova.it

La economía es una ciencia social que usa con profusión metáforas e imágenes. La primera y una de las más famosa es la de la “mano invisible”, una metáfora con la que el economista Adam Smith explicaba el mercado en el siglo XVIII como un mecanismo que transforma los intereses privados en bien común. Hoy la economía sigue tomando prestadas imágenes del deporte (la competencia como competición deportiva), de la música (el ejecutivo como director de orquesta) y de muchos otros ámbitos. Estas imágenes permiten a los economistas explicar dimensiones de la realidad que no son accesibles al lenguaje de las fórmulas matemáticas y de los balances. Sin embargo, lo cierto es que las metáforas no siempre ayudan, sobre todo cuando la imagen tomada se usa con fines ideológicos y con una excesiva simplificación.

Últimamente aparece, cada vez con mayor frecuencia, la comparación entre el mercado y el tráfico. Una persona sale de casa y se mete en el tráfico porque tiene motivos e intereses personales que le impulsan a hacerlo (trabajo, amigos, ocio…), no por amor a su ciudad o a los demás automovilistas. Pero si el tráfico está bien regulado por instrumentos (semáforos, rotondas y velocímetros), instituciones (policía), infraestructuras y buenas normas, todos consiguen alcanzar su objetivo. Pero para que la viabilidad funcione bien no es suficiente con tener instituciones, instrumentos, controles y normas. Hace falta también una cierta ética del automovilista y un mantenimiento de las carreteras. Cuando este mecanismo se para (como ocurre, por ejemplo, en un atasco), no es conveniente intervenir en los automovilistas para que sean más “buenos”, sino que hay que mejorar las carreteras o sustituir los semáforos por rotondas. Lo mismo ocurre con el mercado: si hay buenos instrumentos e instituciones, reglas y “policías”, “carreteras” amplias y cómodas y respeto de las leyes,  todos consiguen alcanzar sus objetivos, dando lugar a un “orden espontáneo” que no necesita ningún plan regulador que fije los precios desde arriba o que regule la oferta y la demanda.

Pero la cosa no acaba aquí. En el tráfico no es oportuno, es incluso desaconsejable, mirar a los ojos a los demás conductores al adelantarles o cuando nos paramos en un semáforo. Para conducir no se exige altruismo, que a veces incluso resulta peligroso (por imprevisible), como ocurre cuando una automovilista “altruista” se queda clavada al ver a una persona anciana cruzar la calle en una zona sin paso de cebra, y es embestida por el coche que viene detrás. Las únicas ocasiones para el altruismo y para mirar a los ojos que el tráfico parece permitir son las que surgen en los momentos de crisis (una maniobra equivocada, un imprevisto) o cuando se hace un favor a quien desea incorporarse al tráfico urbano desde una calle secundaria. En el mercado sucede lo mismo: el anonimato y la impersonalidad funcionan mejor que las relaciones amistosas o familiares. En los negocios no se mira a nadie a la cara: respetar las normas, con el añadido de alguna donación, es lo máximo que se puede pedir a la ética económica en tiempos normales. Solo en tiempos de crisis es necesario hacer algo más.

Pero ¿es eso de lo que se trata en realidad? Me parece que no. La analogía entre mercado y tráfico es oportuna para algunos aspectos pero puede dejar fuera otros muy importantes. Antes que nada, en el tráfico la ética se concreta en otros aspectos mucho más relevantes, que van desde el tipo de coche que compramos (si es o no ecológico) hasta un estilo de conducción responsable y prudente (que no reduce la velocidad solo cuando ve el radar), pasando por la templanza con la que reaccionamos ante una maniobra equivocada de los demás. Y el papel de las instituciones no se agota con el mantenimiento de los semáforos y de los radares, sino que debe promover sistemas de transporte más ecológicos (como el tren), medios públicos o la nueva modalidad de alquiler del vehículo llamada car-sharing en lugar del coche en propiedad.

De igual manera en el mercado, la ética no está principalmente en sonreír al cliente o al compañero, sino en actualizarse profesionalmente, en prepararse antes de mantener una reunión, en no vender la dignidad por la carrera, en la seguridad en el trabajo, en indignarse ante las injusticias.

«Yo quiero a mis pacientes estudiando su ficha clínica antes de la visita », me decía un anciano médico de atención primaria de Milán. Hoy el desafío para aquellos a quienes les importa la ética y los valores consiste en rescatarlos del papel marginal al que están quedando reducidos, como la sonrisa desde la ventanilla del coche, el sms solidario o el 5 por mil en la declaración de la renta. Todas estas cosas son positivas, pero la calidad ética de la vida pública se juega en el uso del 99,5% de la renta, en la solidaridad con el territorio de Abruzzo seis meses después de los sms de emergencia o en la justicia en las relaciones laborales.

Estas crisis que estamos viviendo y las muchas que nos esperan nos muestran que la dimensión ética de las empresas y de los bancos no se mide por el importe que destinan a donaciones filantrópicas, sino por la cultura de su actividad completa. No nos resignemos a una cultura que está transformando los valores en el licor que se toma al final de una opípara cena, que es agradable pero no esencial para la vida.

La ética no es el licor, pero tampoco es el primer plato. Consiste más bien en la forma de preparar y servir la comida. Consiste en la calidad de las relaciones durante la comida, en la atención que se presta a quienes no comen con nosotros, o simplemente no comen porque están excluidos de nuestros opulentos banquetes. Si olvidamos todo esto, pronto los valores se convertirán en simples mercancías, que cada uno podrá comprar a buen precio y consumir según sus preferencias, en una especie de “ética por puntos”, con sus correspondientes academias donde recuperarlos.

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publicado el 08/10/2009 en www.cittanuova.it

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Últimamente aparece, cada vez con mayor frecuencia, la comparación entre el mercado y el tráfico. Una persona sale de casa y se mete en el tráfico porque tiene motivos e intereses personales que le impulsan a hacerlo (trabajo, amigos, ocio…), no por amor a su ciudad o a los demás automovilistas. Pero si el tráfico está bien regulado por instrumentos (semáforos, rotondas y velocímetros), instituciones (policía), infraestructuras y buenas normas, todos consiguen alcanzar su objetivo. Pero para que la viabilidad funcione bien no es suficiente con tener instituciones, instrumentos, controles y normas. Hace falta también una cierta ética del automovilista y un mantenimiento de las carreteras. Cuando este mecanismo se para (como ocurre, por ejemplo, en un atasco), no es conveniente intervenir en los automovilistas para que sean más “buenos”, sino que hay que mejorar las carreteras o sustituir los semáforos por rotondas. Lo mismo ocurre con el mercado: si hay buenos instrumentos e instituciones, reglas y “policías”, “carreteras” amplias y cómodas y respeto de las leyes,  todos consiguen alcanzar sus objetivos, dando lugar a un “orden espontáneo” que no necesita ningún plan regulador que fije los precios desde arriba o que regule la oferta y la demanda.

Pero la cosa no acaba aquí. En el tráfico no es oportuno, es incluso desaconsejable, mirar a los ojos a los demás conductores al adelantarles o cuando nos paramos en un semáforo. Para conducir no se exige altruismo, que a veces incluso resulta peligroso (por imprevisible), como ocurre cuando una automovilista “altruista” se queda clavada al ver a una persona anciana cruzar la calle en una zona sin paso de cebra, y es embestida por el coche que viene detrás. Las únicas ocasiones para el altruismo y para mirar a los ojos que el tráfico parece permitir son las que surgen en los momentos de crisis (una maniobra equivocada, un imprevisto) o cuando se hace un favor a quien desea incorporarse al tráfico urbano desde una calle secundaria. En el mercado sucede lo mismo: el anonimato y la impersonalidad funcionan mejor que las relaciones amistosas o familiares. En los negocios no se mira a nadie a la cara: respetar las normas, con el añadido de alguna donación, es lo máximo que se puede pedir a la ética económica en tiempos normales. Solo en tiempos de crisis es necesario hacer algo más.

Pero ¿es eso de lo que se trata en realidad? Me parece que no. La analogía entre mercado y tráfico es oportuna para algunos aspectos pero puede dejar fuera otros muy importantes. Antes que nada, en el tráfico la ética se concreta en otros aspectos mucho más relevantes, que van desde el tipo de coche que compramos (si es o no ecológico) hasta un estilo de conducción responsable y prudente (que no reduce la velocidad solo cuando ve el radar), pasando por la templanza con la que reaccionamos ante una maniobra equivocada de los demás. Y el papel de las instituciones no se agota con el mantenimiento de los semáforos y de los radares, sino que debe promover sistemas de transporte más ecológicos (como el tren), medios públicos o la nueva modalidad de alquiler del vehículo llamada car-sharing en lugar del coche en propiedad.

De igual manera en el mercado, la ética no está principalmente en sonreír al cliente o al compañero, sino en actualizarse profesionalmente, en prepararse antes de mantener una reunión, en no vender la dignidad por la carrera, en la seguridad en el trabajo, en indignarse ante las injusticias.

«Yo quiero a mis pacientes estudiando su ficha clínica antes de la visita », me decía un anciano médico de atención primaria de Milán. Hoy el desafío para aquellos a quienes les importa la ética y los valores consiste en rescatarlos del papel marginal al que están quedando reducidos, como la sonrisa desde la ventanilla del coche, el sms solidario o el 5 por mil en la declaración de la renta. Todas estas cosas son positivas, pero la calidad ética de la vida pública se juega en el uso del 99,5% de la renta, en la solidaridad con el territorio de Abruzzo seis meses después de los sms de emergencia o en la justicia en las relaciones laborales.

Estas crisis que estamos viviendo y las muchas que nos esperan nos muestran que la dimensión ética de las empresas y de los bancos no se mide por el importe que destinan a donaciones filantrópicas, sino por la cultura de su actividad completa. No nos resignemos a una cultura que está transformando los valores en el licor que se toma al final de una opípara cena, que es agradable pero no esencial para la vida.

La ética no es el licor, pero tampoco es el primer plato. Consiste más bien en la forma de preparar y servir la comida. Consiste en la calidad de las relaciones durante la comida, en la atención que se presta a quienes no comen con nosotros, o simplemente no comen porque están excluidos de nuestros opulentos banquetes. Si olvidamos todo esto, pronto los valores se convertirán en simples mercancías, que cada uno podrá comprar a buen precio y consumir según sus preferencias, en una especie de “ética por puntos”, con sus correspondientes academias donde recuperarlos.

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El mercado, el tráfico y la “ética por puntos”

El mercado, el tráfico y la “ética por puntos”

La economía italiana en el contexto de la incertidumbre internacional. Instrucciones para evitar el "ahogo". por Luigino Bruni publicado el 08/10/2009 en www.cittanuova.it La economía es una ciencia social que usa con profusión metáforas e imágenes. La primera y una de las más famosa es la de la “...
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Entrevista de Chiara Andreola a Luigino Bruni

publicado el 15/09/2009 en www.cittanuova.it

Un año después de la quiebra de Lehman Brothers, el acontecimiento que desencadenó la crisis financiera, Luigino_Brunivuelven las viejas malas costumbres de los grandes bancos. El mismo Obama lanzaba ayer una dura advertencia al mundo financiero. Sin embargo, a nivel local, algo se mueve. Entrevista al profesor Luigino Bruni, economista en la Universidad Bicocca de Milán.

Una alta ejecutiva de Wells Fargo ha celebrado el primer aniversario de la caída de Lehman Brothers con una suntuosa fiesta en Malibú; los instrumentos financieros “creativos” y los sueldos galácticos de los grandes de las finanzas están de vuelta. ¿Verdaderamente no hemos aprendido nada de todo lo que ha ocurrido?

«Buena pregunta. Parece que no. Por ejemplo Stanley Morgan, un banco rescatado con dinero público, ha dicho que ahora, que vuelve a tener beneficios, ofrece un premio de un millón de dólares a cada uno de sus directivos. Personalmente me parece ofensivo. La manera de llevar las finanzas es parecida a la que existía antes de la crisis. La moraleja ha sido captada a nivel político, pero no ha habido ningún cambio real. Tanto es así que las mismas agencias de rating que tuvieron su parte de responsabilidad en el derrumbe siguen trabajando igual que antes. A este paso el riesgo de otra crisis es concreto ».

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Sin embargo parece que hay alguna señal de un cambio de mentalidad. En el informe de la comisión Stieglitz-Sen-Fitoussi presentado ayer se sostiene que el Producto Interior Bruto no puede ser el único parámetro para medir el bienestar de un país, sino que hay que considerar también otros como la situación de las familias y la igualdad. Las personas de a pie prestan mayor atención a cómo gastan su dinero… ¿Esto no significa nada?

«Así estaban las cosas al menos al principio, pero ahora ya no. Aunque sí ha cambiado la percepción de la relación entre los ciudadanos y la banca. Hemos asistido a un regreso al territorio, con el crecimiento del crédito cooperativo y de la Banca Etica. Se ha abierto paso la necesidad de tener una relación de confianza, aunque esto signifique dirigirse a una banca más pequeña que tal vez ofrezca condiciones menos ventajosas. Por otra parte, en Italia tenemos una larga tradición en este campo: las cooperativas las inventamos nosotros, extienden sus raíces hasta la Edad Media y hoy cuentan con una difusión capilar sobre todo en el norte. De hecho, el sur ha sufrido más la crisis ».

Esta es una de las grandes diferencias con respecto a los Estados Unidos …

«Dicho de una manera muy sencilla: Europa tiene mil años de historia de capitalismo y los Estados Unidos solo doscientos. La economía es un instinto, como el hambre o el sexo y como tal hay que controlarlo con normas concretas. El modelo europeo es más robusto porque se ha ido formando desde la Edad Media y se ha mostrado más resistente a la caída. Se trata de un modelo distinto de mercado basado en el concepto de economía civil, o sea introducido en la ciudad, en la vida diaria. En cambio, el modelo anglosajón es menos cercano a las personas. Recordemos que Gran Bretaña ha sido el país europeo más golpeado por la caída de los bancos ».

La OCSE ve señales de recuperación en Italia y Obama afirmaba hace unos días que, aunque todavía no está libre de problemas, la economía americana está lejos del abismo. ¿Podemos ser optimistas?

«Los jefes de estado hacen su tarea, que consiste, entre otras cosas, en evitar alarmismos. Sobre todo en economía, el pánico se autorrealiza. Si ellos hacen bien en ser optimistas, yo no lo sería tanto. Todavía no sabemos con certeza cuánto incidirán en las finanzas, por ejemplo, las cantidades impagadas a los bancos por todas las empresas que han cerrado. No creo que sea posible decir cuánto durará todavía la recesión ».

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Entrevista de Chiara Andreola a Luigino Bruni

publicado el 15/09/2009 en www.cittanuova.it

Un año después de la quiebra de Lehman Brothers, el acontecimiento que desencadenó la crisis financiera, Luigino_Brunivuelven las viejas malas costumbres de los grandes bancos. El mismo Obama lanzaba ayer una dura advertencia al mundo financiero. Sin embargo, a nivel local, algo se mueve. Entrevista al profesor Luigino Bruni, economista en la Universidad Bicocca de Milán.

Una alta ejecutiva de Wells Fargo ha celebrado el primer aniversario de la caída de Lehman Brothers con una suntuosa fiesta en Malibú; los instrumentos financieros “creativos” y los sueldos galácticos de los grandes de las finanzas están de vuelta. ¿Verdaderamente no hemos aprendido nada de todo lo que ha ocurrido?

«Buena pregunta. Parece que no. Por ejemplo Stanley Morgan, un banco rescatado con dinero público, ha dicho que ahora, que vuelve a tener beneficios, ofrece un premio de un millón de dólares a cada uno de sus directivos. Personalmente me parece ofensivo. La manera de llevar las finanzas es parecida a la que existía antes de la crisis. La moraleja ha sido captada a nivel político, pero no ha habido ningún cambio real. Tanto es así que las mismas agencias de rating que tuvieron su parte de responsabilidad en el derrumbe siguen trabajando igual que antes. A este paso el riesgo de otra crisis es concreto ».

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Algo no ha cambiado

Algo no ha cambiado

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Luigino Bruni

publicado el 12/08/2009 en www.cittanuova.it

Acabemos de una vez con la visión de Italia como la suma de Norte y Sur. Somos un país complejo, y para interpretarlo hay que tener en cuenta varias dimensiones que nos permiten entenderlo y cuidarlo:

El debate político veraniego en Italia, tal vez debido al clima, a veces asume rasgos originales e incluso paradójicos. A cualquier observador imparcial, por ejemplo, le parecería cuanto menos chocante el contraste que se da entre la reacción preocupada y unánime de la clase política ante los datos del ISTAT sobre la significativa pobreza del sur de Italia y la propuesta, conocida pocos días después, de las “jaulas salariales”, justificada en base al hecho de que la vida en el sur es menos cara. Como si entre la mayor pobreza del sur y los precios más bajos no existiese un vínculo fuerte (no hay que ser profesor de economía para entenderlo, sería suficiente con darse una vuelta por las calles de nuestras ciudades y hablar de verdad con la gente).

Tengo que confesar que estos y otros hechos políticos no menos graves de estos meses veraniegos dejan sin respiración sobre todo a quienes, honestamente, tratan de entender los problemas reales de nuestro país y de resolverlos. La “cuestión meridional” vuelve puntualmente desde hace 150 años al debate político y lo hace siempre como un “problema” que el Norte relaciona con alguna dimensión del “Sur” del país. Las “soluciones” que se proponen son siempre las mismas: el país, y con él el Norte, debe hacer algo más y algo distinto por el Sur, sobre todo destinando con generosidad dinero y recursos.

Mientras sigamos planteando la cuestión Norte-Sur en estos términos, nunca encontraremos una solución eficaz a este problema. Entonces, ¿qué hay que hacer? En primer lugar acabar de una vez con la visión de Italia como la suma de Norte y Sur. Italia es un país complejo y para interpretarlo hay que tener en cuenta varias dimensiones, que nos permiten entenderlo y cuidarlo. Norte y Sur son categorías demasiado gastadas y genéricas como para que resulten hoy de ayuda. Cada región y a veces cada ciudad del “Sur” es distinta. Los problemas de Sicilia son parecidos en algunos aspectos a los de Puglia, pero en otros aspectos se parecen más a los de Cerdeña y en otros a los de Lacio. Si el criterio principal para leer los problemas de la gente del país es estar encima o debajo de Roma, estamos en el camino equivocado. Los análisis tienen que ser más profundos y más serios.

En segundo lugar, el “Sur” de Italia no es un problema, sino un recurso extraordinario de cultura, vida buena, relaciones y también economía. Un recurso –esto es lo importante- que Italia y sus gobiernos no valoran, sobre todo porque no lo entienden y no lo entienden porque no lo aman ni lo aprecian adecuadamente. Mientras los políticos que quieren “ayudar” al Sur no aprendan a conocer y a apreciar de verdad el Sur, cualquier ayuda o maniobra “para” el Sur resultará ineficaz, como saben bien quienes han tratado de ayudar verdaderamente a una persona o a una comunidad. Sin reciprocidad y sin aprecio recíproco no hay desarrollo integral, sino que se alimentan viejas y nuevas enfermedades sociales.

Solamente apreciando y comprendiendo profundamente la vocación de las regiones meridionales, que nunca será una vocación industrial como es (o era) la de Lombardía o Piemonte, Italia encontrará su puesto en el nuevo equilibrio mundial. El desarrollo económico y civil de Italia en el siglo XXI deberá necesariamente pasar por los grandes bienes que se custodian en los pliegues de la cultura mediterránea, bienes que se llaman medio ambiente, calidad de vida, alimentación, relaciones, historia; bienes que son valores y recursos, no problemas. Únicamente cuando seamos conscientes de todo esto, podrán llegar las inversiones en infraestructuras al Sur, inversiones que son de una urgencia extrema. Pero solo después. Si no es así seguiremos equivocándonos y dividiendo a nuestro país.

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Luigino Bruni

publicado el 12/08/2009 en www.cittanuova.it

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El Sur de Italia no es un problema

El Sur de Italia no es un problema

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Luigino Bruni

publicado en Città Nuova n.14/2009

Algunas encíclicas de los Papas han marcado diferentes cambios de etapa a lo largo de la historia. La Rerum Novarum dio voz a todo un movimiento cultural y social que buscaba respuestas a la crisis planteada por la cuestión social que generó el primer capitalismo industrial. La Quadragesimo Anno supuso, en momentos oscuros para Italia y para Europa, un grito de libertad y fraternidad. Su símbolo, el principio de subsidiaridad, resonó como un programa de liberación ciudadana en aquellos momentos oscuros. La Populorum Progressio, surgida en una fase de protesta social y cultural que denunciaba las limitaciones del capitalismo de segunda generación, representó para toda una generación, la del post-concilio, dentro y fuera de la Iglesia, un manifiesto para el compromiso social, económico y político.

La Caritas in Veritate es otro acontecimiento que jalona la historia actual. La última encíclica de Benedicto XVI debe ser recibida con alegría y esperanza por quienes operan en el ámbito civil, económico o político. La encíclica supone, al mismo tiempo, una continuidad con las enseñanzas sociales de la Iglesia y una importante innovación (sobre la que habrá que reflexionar mucho durante los próximos años).

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Antes que nada, el papa invita ya desde las primeras líneas de la carta, a superar una de las contraposiciones más radicales de nuestra sociedad: la que se supone que existe entre el ámbito o la lógica del don y de la gratuidad y el ámbito o la lógica del mercado. Esta necesidad de unidad es el corazón del mensaje de la Caritas in veritate y representa un punto de extraordinaria fuerza profética. Nada hay más ausente hoy del debate económico, de los mercados y de las empresas, que la gratuidad. Quienes hablan de gratuidad en economía son tomados por ingenuos, impostores («¿qué habrá detrás?»), y en todo caso peligrosos para el funcionamiento de los mercados y las empresas.

En efecto, por una parte a la gratuidad se la confunde (desnaturalizándola) con lo que no cuesta dinero o con la filantropía. Por la otra, el don se equipara con el regalo o con los artículos promocionales de las empresas. En realidad, tal y como nos recuerda el papa, la gratuidad tiene que ver con la charis, con la gracia y con el ágape, la palabra griega que los latinos tradujeron como caritas para poner aun más de relieve el estrecho vínculo que existe entre el amor cristiano y la charis, la gracia.

La gratuidad es gracia, puesto que es un don no sólo para los destinatarios de los actos de gratuidad, sino también para quienes los realizan, ya que la capacidad de amar gratuitamente siempre es algo que sucede dentro de nosotros y nos sorprende siempre, como cuando somos capaces de volver a empezar después de un gran fracaso o de perdonar verdaderamente errores graves de los demás. Esta es la gratuidad que el mercado capitalista no conoce y que esta encíclica, en cambio, nos invita a poner en el centro de nuestras relaciones económicas, políticas y sociales, allí donde parece imposible, pero donde ya hay muchas personas que la viven, en la economía «civil y de comunión» (n. 46).

Así se comprende la fuerte invitación del papa a superar la distinción entre profit (beneficio) y non-profit (sin ánimo de lucro). No existen ámbitos o sectores para la gratuidad, sino que todas las empresas, cualquiera que sea su forma, están llamadas a la gratuidad, que es la clave de lectura de lo humano. Si una empresa, con o sin ánimo de lucro, no está abierta a la gratuidad no es una actividad humana y por ello no puede dar frutos de humanidad. Y se comprende también el porqué. Benedicto XVI nos recuerda que el beneficio no puede ni debe ser el fin de la empresa, sino solo un elemento más, que ni siquiera es el más importante.

Al relanzar la gratuidad en el ámbito de la economía, la encíclica llama al mercado a descubrir su vocación de encuentro entre personas libres e iguales y lanza una crítica radical al capitalismo (precisamente por ello este término ni siquiera se cita en el texto). Solo salvaremos el mercado y la civilización que conlleva si superamos este capitalismo, hacia una economía civil y de comunión.

Tras la primera encíclica sobre la caridad y la segunda sobre la esperanza, cabría esperar que la tercera tratase de la fe. Y efectivamente así ha sido, ya que solo una visión del hombre, una antropología que cree en la persona hecha a imagen de un Dios comunión, con el made in trinity impreso en su ser, puede recoger la invitación a la gratuidad también en este mundo, en esta economía. En esta apuesta antropológica reside también la esperanza de que la economía que se anuncia deje de ser una utopía (un no lugar), para ser una eutopía (un buen lugar), el lugar de lo humano.

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Luigino Bruni

publicado en Città Nuova n.14/2009

Algunas encíclicas de los Papas han marcado diferentes cambios de etapa a lo largo de la historia. La Rerum Novarum dio voz a todo un movimiento cultural y social que buscaba respuestas a la crisis planteada por la cuestión social que generó el primer capitalismo industrial. La Quadragesimo Anno supuso, en momentos oscuros para Italia y para Europa, un grito de libertad y fraternidad. Su símbolo, el principio de subsidiaridad, resonó como un programa de liberación ciudadana en aquellos momentos oscuros. La Populorum Progressio, surgida en una fase de protesta social y cultural que denunciaba las limitaciones del capitalismo de segunda generación, representó para toda una generación, la del post-concilio, dentro y fuera de la Iglesia, un manifiesto para el compromiso social, económico y político.

La Caritas in Veritate es otro acontecimiento que jalona la historia actual. La última encíclica de Benedicto XVI debe ser recibida con alegría y esperanza por quienes operan en el ámbito civil, económico o político. La encíclica supone, al mismo tiempo, una continuidad con las enseñanzas sociales de la Iglesia y una importante innovación (sobre la que habrá que reflexionar mucho durante los próximos años).

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La novedad: gratuidad y mercado

La novedad: gratuidad y mercado

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