El Black Friday: ídolos y culpa en el carrito de compras

El Black Friday: ídolos y culpa en el carrito de compras

Editorial – Nuevos cultos y resistencia civil

Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 28/11/2025

Este año se celebran los cincuenta años de la muerte de Pierpaolo Pasolini. Viendo la preparación del ‘black friday’, ahora transformado en ‘black week’ o en 'black month’, me preguntaba qué hubiera dicho Pasolini acerca de eso en lo que se ha convertido este capitalismo consumista, que el escritor friulano había visto en una etapa todavía híbrida e incipiente. En realidad, medio siglo antes de él, Walter Banjanim y Pavel Florenskji ya habían anunciado profeticamente que el capitalismo se convertiría rápido en una verdadera religión que sustituiría al cristianismo: “En Occidente el capitalismo se ha desarrollado parasitariamente en el cristianismo” (W. Benjamin). Estos tres grandes autores habían intuído la naturaleza del capitalismo, y sobre todo habían captado la gran metamorfosis que se estaba produciendo: el primer espíritu del capitalismo del siglo XIX, asociado al trabajo, a la fábrica y a los empresarios, se estaba transformando en el espíritu del consumo total, un nuevo culto global que estaba generando una nueva cultura global.

La naturaleza consumista del capitalismo global es particularmente relevante y decisiva en las llamadas ‘culturas de la vergüenza’ (en la definición de la socióloga Ruth Benedict en 1946), diferentes a las ‘culturas de la culpa’ que son, por el contrario, típicas de los países nórdicos y de matriz protestante. En los países de la ‘cultura de la vergüenza’, la pobreza y la riqueza se miden y se valoran con la mirada de los demás. En el siglo XXI, con la difusión de la meritocracia, llevada adelante por el business de tipo norteamericano, a la pobreza como vergüenza se le sumó la pobreza como culpa (demérito). De manera simétrica, también la riqueza tiene valor y produce satisfacción solo si es vista por los demás. En los países católicos, ser rico sin que nadie lo vea, lo sepa y lo envidie, vale poco. La riqueza es riqueza solo si es ostentada y admirada por los demás.

Se entiende entonces que el capitalismo centrado en el consumo ejerza en las culturas de la vergüenza una seducción invencible: aunque seamos pobres de renta y de trabajo, en el consumo podemos parecer ricos – los mismos autos, los mismos sofás, las mismas vacaciones. Un consumo alimentado y drogado por los préstamos fáciles y por las ilusiones de los juegos de azar y de televisión.

Es en este contexto religioso que hay que entender y evaluar el fenómeno del black friday, una de las nuevas fiestas de la religión capitalista. Cada año la fiesta es más imponente, las adhesiones a los descuentos son más amplias y las colas para comprar son más largas. Cuando el cristianismo era la religión que predominaba, las fiestas religiosas eran las que dictaban los momentos de descuentos (Navidad). Ahora la nueva religión consumista crea las propias fiestas, y decide por tanto cuándo los vendedores deben hacer descuentos y cuándo los consumidores comprar – cualquier religión nueva debe crear nuevas fiestas.

La invasión de esta nueva religión global debería preocupar a los que creen que la espiritualidad y la fe son cosas serias, y que buscan cuidar quizás lo que queda vivo en el cristianismo y en otras religiones. Pero no es así ni en la iglesia ni, todavía menos, en el mundo de la izquierda, que en el siglo XX quería combatir al capitalismo de las fábricas y de los patrones. El papa Francisco invitó a toda la Iglesia a crear una crítica concreta del capitalismo. Le dedicó a la economía gran parte de sus escritos y de sus palabras. Aún así, hoy asistimos a un entusiasmo creciente por el black friday en el mundo católico, tanto del lado del consumo como de la producción. Preguntémonos cuántos católicos hicieron ‘objeción de conciencia’ sobre este nuevo culto, cuántos negocios, librerías, bancos… Creo que muy pocos. Al contrario, hay un gran entusiasmo por estas nuevas liturgias paganas, que se suman a la exultación por las nuevas teorías religiosas del paradigma vencedor, desde los cursos de liderazgo hasta la invasión de consultorías empresariales en las parroquias, las diócesis, los sínodos, los movimientos y las comunidades religiosas. Una religión que apunta a la satisfacción de los fieles que se sienten contentos porque sacan ganancias con precios más bajos en los días y en los modos escogidos por el imperio. El descuento debe ser real, porque el sacrificio es un elemento esencial en cualquier religión pagana – que nos dice que el ídolo es el consumidor, no el objeto.

Y como pasó con todos los imperios religiosos mundiales, la libertad de elección individual se reduce y se vuelve muy costosa. No se puede no hacer descuentos en el black friday, no se puede no comprar. Los consumidores complacidos terminan así legitimando y reforzando el sistema; y ese consumidor que compró el mismo producto un día antes de los descuentos se sentirá culpable y estúpido. El sentido de culpa es, de hecho, un mecanismo esencial de esta religión: “este culto es culpabilizante. El capitalismo es presumiblemente el primer caso de un culto que no permite expiación, sino que produce culpa” (W. Benjamin). Eso por no hablar de los aspectos macroscópidos más inmediatos, como los denunciados por la WWF Italia: el viernes ‘negro’ para el medioambiente, el crecimiento exponencial de la celebración online del black friday que descarga sus descuentos sobre la colectividad y sobre el planeta (Co2, tráfico, cierre de pequeños negocios locales…).

Justamente hoy, en una coincidencia providencial, está empezando en Castelgandolfo el congreso internacional de The Economy of Francesco, jóvenes economistas y empresarios que tienen por objetivo resistir al nuevo imperio nihilista del consumo para dar vida a una economía de las relaciones, de la sobriedad y de la paz, en el nombre de los dos Franciscos (de Asís y del papa Bergoglio). El cristianismo puede tener alguna chance de superar su profunda y mundial crisis actual cuando pronto vea que no hay ninguna tierra prometida a la que llegar, ningún evangelio que anunciar a los ciudadanos reducidos a consumidores, vaciados del alma por las mercancías cada vez más sofisticadas y metafísicas. Sin esta conciencia y sin su consecuente resistencia moral, seguiremos lamentándonos por las iglesias vacías, sin ver que hay otras iglesias que se están llenando de nuevos ‘fieles’ fidelizados.

Hoy una comunidad espiritual está en el poder constituirse como un lugar de resistencia ante el imperio que confía la salvación a las mercancías. Hoy solo una profecía que sea también profecía económica puede ser sal de la tierra: “Ningún centralismo fascista pudo hacer lo que hizo el centralismo de la civilización de los consumidores… La tolerancia de la ideología hedonista querida por el nuevo poder, es la peor de las represiones de la historia humana” (P. Pasolini, 9 de diciembre de 1973).


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