El clamor de la Tierra y de los pobres requiere sueños y nueva profecía

El clamor de la Tierra y de los pobres requiere sueños y nueva profecía

El humanismo de los jóvenes y el desafío para el año entrante de conjugar una ecología y una economía integrales

di Luigino Bruni

Original italiano publicado en Avvenire el 31/12/2019.

50 años después del 68 y tras el fin de las ideologías, los jóvenes han vuelto a ser el primer elemento de cambio y de innovación social y política.

El año 2019 será recordado por dos novedades importantes, íntimamente conectadas: el nuevo protagonismo de los jóvenes y adolescentes y la toma de conciencia global acerca de la envergadura e irreversibilidad de la crisis ambiental. Cincuenta años después del 1968, los jóvenes han vuelto a ser el primer elemento de cambio y de verdadera innovación social y política. Han tenido que pasar unas cuantas décadas para que los jóvenes hayan encontrado su lugar en el “nuevo mundo”. Tras el fin de las ideologías, vivieron un eclipse civil y cultural. Se quedaron mudos y aplastados, como en un largo “sábado santo”, entre un mundo que terminaba y otro que tardaba demasiado en llegar. El luto de los padres y abuelos les dejó en la sombra, y se volcaron en las pequeñas cosas – videojuegos o smartphones – por la muerte de las grandes. Todos hemos salidos del siglo XX desorientados y decepcionados, pero los jóvenes más. Sufren más profundamente por el fin de las narraciones colectivas, de las utopías, de los sueños grandes. Los adultos podemos aguantar mucho tiempo sin soñar juntos, pero cuando somos jóvenes la resistencia es menor, porque la utopía es el primer alimento de la juventud. 

No obstante, el final de la utopía – el no lugar – ha (re)generado un nuevo lugar, el lugar por excelencia, el lugar de todos: la Tierra. Después de un largo descentramiento, la Tierra se ha convertido en la nueva eu-topia – el buen lugar – para escribir de nuevo un gran relato colectivo. A la cabecera de la madre Tierra enferma, muchos han encontrado un nuevo vínculo, una nueva fraternidad e incluso una nueva religio, un nuevo sentido de lo sagrado. Lo sagrado nació en el alba de las civilizaciones, a partir de la experiencia del mysterium tremendum, junto al descubrimiento de la existencia de algo cuyo límite no se podía traspasar ni violar. Para muchos de estos jóvenes y adolescentes, la enfermedad de la Tierra ha sido un nuevo mysterium tremendum y un nuevo límite infranqueable. Por consiguiente, ha sido una nueva hierofanía (manifestación de lo sagrado), la epifanía de una experiencia originaria y fundante, un nuevo mito de los orígenes que les ha unido a la Tierra y entre sí. Hay mucho de religioso y de sagrado en estos movimientos ambientalistas, aunque a ellos (y a todos) les falten las categorías para comprenderlo. Cuando han sentido que les faltaba la “tierra ideológica” bajo sus pies, en lugar de hundirse, han encontrado una tierra nueva, que han sentido y vivido como la tierra prometida por la cual merece la pena seguir caminando en el desierto sin rendirse. Han descubierto la tierra prometida en la Tierra de todos. Todo nuevo comienzo es polivalente y ambiguo. 

Esta mañana, todavía informe, podría generar una nueva época de espiritualidad verdadera, heredera y continuadora de las grandes narrativas religiosas y del humanismo bíblico judeocristiano. Pero también podría conducir a una tierra llena de totems y tabús posmodernos, gestionados por chamanes y arúspices con ánimo de lucro. Ahora no podemos decirlo. Lo que es seguro es que el final de las ideologías no ha completado el proceso de “desencanto del mundo”. El mundo sigue encantado, si sabemos verlo con los ojos de los jóvenes. El sentido religioso de los años venideros dependerá, entre otras cosas, de la lectura que hagan las religiones tradicionales de esta nueva primavera espiritual: si prevalece el miedo o la confianza.

En este sentido, no debe sorprendernos la alianza que se ha creado entre estos jóvenes y un papa Francisco de ochenta y tres años, a quien la mayoría siente como amigo y punto de referencia ético. Mientras en el 68 la Iglesia formaba parte del mundo viejo que se pretendía derribar, hoy la iglesia de Francisco es parte esencial del nuevo mundo que está emergiendo. La Laudato si’ ha anticipado estos movimientos juveniles y ha proporcionado a muchos el marco cultural y espiritual de referencia para la novedad que está aconteciendo. En esta Tierra, desolada por el fin de las ideologías, muchos han pretendido llenar este vacío enorme ofreciendo a los jóvenes inglés, informática y empresa. Ellos nos han dicho que esos objetivos son demasiado pequeños y han inventado el humanismo de los FridaysForFuture

Este no es el único mensaje que nos están dejando los jóvenes del 2019. Es cierto que las señales que emiten son todavía débiles, pero no es menos cierto que las señales débiles son las más importantes. Lo que está aconteciendo en Chile, en Líbano, en Francia o en Italia nos dice, entre otras cosas, que la desigualdad es otra forma de CO2 que deja de ser tolerable cuando supera un determinado “grado”. Aunque se pone menos énfasis en la dimensión económica que en la ecológica de este variado movimiento juvenil, el gran desafío del siglo XXI consistirá en mantenerlas juntas. Aquí es donde se percibe mejor el sentido del evento The Economy of Francesco (La Economía de Francisco, a finales de marzo de 2020), un proceso puesto en marcha para ofrecer a los jóvenes una patria ideal (Asís) de la que partir para encontrar una relación integral con el oikos. Una nueva ecología solo es posible junto a una nueva economía. Si el oikos es uno solo, no resulta concebible ni realizable una ecología integral sin una economía integral.

La sostenibilidad del capitalismo es multidimensional. A la sostenibilidad más estrictamente ecológica hay que añadir inmediatamente la dimensión de la desigualdad y por tanto las distintas formas de pobreza que siguen clamando justicia. No podemos concentrarnos solo en el aspecto más urgente y visible de la insostenibilidad (la del medio ambiente natural) olvidando las otras, de las que en el fondo depende. Por ejemplo, a las organizaciones de la sociedad civil que nacieron en años y decenios pasados para hacer frente a los desafíos de la pobreza y la inclusión social, hoy les resulta más fácil sobrevivir y crecer accediendo a las subvenciones públicas para luchar contra el cambio climático, pero de este modo corren peligro de sufrir un mission shift (un cambio de objetivos), guiado por los incentivos públicos y privados. El clamor de la Tierra no puede ni debe tapar el clamor de los pobres, sino amplificarlo. Las insostenibilidades de nuestro mundo son muchas. Junto al CO2 de la desigualdad hay una creciente insostenibilidad de cierta cultura y praxis en la gestión de las grandes instituciones económicas y financieras. Mientras, por una parte, se anuncia, a menudo sinceramente, una política empresarial más respetuosa con el medio ambiente natural y, a veces, con la inclusión social, paralelamente los trabajadores se ven aplastados por un estilo de gestión que les pide cada vez más tiempo, energía y vida. Gracias, entre otras cosas, a las nuevas tecnologías, ha saltado por los aires los límites entre el tiempo de trabajo y el tiempo de no trabajo. Las empresas piden y a menudo obtienen el monopolio del alma de su gente. No tiene mucho futuro una generación que, por una parte, pide al sistema una nueva sostenibilidad y una reducción de la explotación de la Tierra para permitirle “respirar”, y por otra parte, cuando entra en los lugares de trabajo, se ve sometida a ritmos insostenibles y acelerados que no le dejan respirar.

Renunciar o atenuar la maximización del beneficio no basta para ser sostenible. Aunque la empresa decida maximizar otras variables, además del beneficio, mientras no libere espacio y tiempo para sus trabajadores, nunca será un ámbito de vida a medida de las personas, amigo de la gente y de la Tierra. El primer problema de la “maximización del beneficio” es la categoría de maximización, que sigue siendo un problema, aunque se maximicen otras cosas. Si las empresas no distienden las relaciones internas de trabajo, si no liberan y dan tiempo y vida a los trabajadores, si no se retiran de los territorios del alma que han ocupado durante estos años, es imposible que puedan exteriormente respetar y salvar el planeta. La sostenibilidad relacional, profundamente unida a la sostenibilidad espiritual de las personas (el espíritu solo vive si logra salvar lugares de libertad y de gratuidad “no maximizados”), será uno de los grandes temas del mundo del trabajo para los próximos años. Hay una frase del profeta Joel que el papa Francisco ha citado muchas veces durante este año que termina: «Vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán, vuestros ancianos soñarán sueños» (3,1). Es una frase espléndida, que solo un profeta podía escribir. Hoy podemos leerla también de este modo: los jóvenes profetizarán si los ancianos sueñan sueños. No solo hemos dejado a nuestros hijos e hijas un planeta depredado, sobrecalentado y contaminado. También les hemos dejado un mundo empobrecido de sueños grandes y colectivos. El primer regalo que podemos hacer a nuestros jóvenes consiste en volver a soñar. Esta es la riqueza que verdaderamente necesitan.


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