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por Luigino Bruni
publicado en Mondo e Missione, mayo 2012
IEl 30 de mayo, el profesor Luigino Bruni será uno de los ponentes principales en el Congreso teológico-pastoral que se celebrará en Fieramilano City, con ocasión del VII Encuentro Mundial de las Familias. El tema lleva por título: “La familia, el trabajo y la fiesta en el mundo contemporáneo”.
Una nueva forma de hambre está afectando a nuestras sociedades consumistas y capitalistas: el hambre de tiempo. Una de las razones en que se apoyó durante milenios la prohibición de prestar dinero con interés (o usura), fue la convicción de que el tiempo no era un bien del que pudieran disponer los hombres, sino sólo Dios.
Si el tiempo es de Dios y si en un préstamo lo único que cambia entre su concesión y su devolución es el tiempo transcurrido, pedir intereses era como lucrarse con el tiempo.
[fulltext] =>Hoy, en cambio, asistimos al escenario opuesto: el tiempo es el principal recurso que se intercambia en el mercado. ¿Qué son los electrodomésticos, la comida congelada, la lavandería, los empleados del hogar, los trenes de alta velocidad y los aviones… sino compra-venta de tiempo? El «mercado del tiempo» es, con mucho, uno de los que más crecen.
Pero la pregunta crucial es: “comprar tiempo: ¿para qué?” Y aquí surge una de las principales paradojas de nuestro tiempo: nos afanamos en comprar tiempo, liberándonos de tareas que no nos gustan, pero sin tener por lo general ninguna idea sobre el buen uso que vamos a darle al tiempo liberado o comprado. Y así ocurre que el tiempo que compramos gracias a la riqueza que ganamos en el mercado de trabajo, lo invertimos en trabajar o en consumir, cayendo en un «círculo virtuoso» sin salir de la esfera económica: somos libres de ir a muchos lugares, pero esclavos del único meta-lugar que se llama mercado. En consecuencia, este hambre de tiempo no puede saciarse nunca y crea neurosis y otras enfermedades.
Una señal evidente de esta nueva enfermedad es la transformación de la fiesta en diversión. En la cultura tradicional, el ritmo del tiempo de trabajo se establecía en relación con el tiempo de la fiesta. La fiesta se celebraba porque era el fruto del tiempo de trabajo (en el campo o en la fábrica) y tanto su preparación como su celebración requerían mucho tiempo. Las fiestas religiosas, como bautismos y matrimonios, se preparaban con mucha antelación y su celebración duraba tiempo. El tiempo era su principal carburante.
La fiesta, además, no se puede comprar en ningún mercado, porque es un asunto de0 gratuidad, un bien relacional, y por eso la fiesta siempre es una experiencia lenta. Más aún, el «derroche de tiempo» es una de las características fundamentales de la fiesta, para que sea fiesta.
La cultura actual de la escasez de tiempo ya no conoce la fiesta (porque usa y consume el tiempo, pero no lo ama), sino la diversión, que puede y debe ser comprada, y no exige ni siquiera la compañía de otros. La diversión no necesita tiempo, pero debe ser rápida. Si hoy no recuperamos una sana relación con el tiempo-gratuidad y seguimos comprándolo y usándolo, seguiremos perdiendo contacto con la alegría de vivir, que no nace de la diversión (que a lo mejor conoce el placer), sino únicamente de la fiesta.
Con este artículo termina el camino de “Contra el hambre, cambio de vida” Agradecemos de todo corazón a Luigino Bruni – que seguirá colaborando con Mondo e Missione de otra forma – por sus valiosa y apreciada contribución.
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publicado en Mondo e Missione, mayo 2012
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por Luigino Bruni
publicado en Mondo e Missione, marzo 2012
«No tengo oro ni plata», leemos en los Hechos de los Apóstoles, que nos hablan de las actividades de Pedro y Pablo y de las primeras comunidades cristianas. Es una frase importante, incluso esencial para cualquiera que quiera ayudar de verdad a una persona, a una familia o a una comunidad que se encuentre en la indigencia.
En efecto, cuando se poseen «oro y plata» muchas veces se cae en la tentación de pensar que la principal contribución que puede realizarse está en los medios (dinero, recursos, tecnología…). Nos centramos en los medios y nos olvidamos de los fines, es decir, nos olvidamos de que en las personas, sobre todo si son todavía jóvenes y sanas, renazcan las ganas de vivir, de levantarse y de ponerse en camino.
[fulltext] =>Por el contrario, cuando faltan fondos y recursos, ante una persona en apuros sólo podemos darle lo que poseemos: amistad, escucha, una palabra, compartir. Entonces incluso es posible llegar a anunciar el Evangelio, que es uno de los recursos más potentes para derrotar la indigencia y la miseria, si se acoge con toda su carga detonante y subversiva.
He conocido comunidades cristianas que ayudaban durante años a grupos de familias sin dinero, acompañándolas y compartiendo la vida diaria. En un momento determinado, estas comunidades accedieron a proyectos de desarrollo, gracias a los cuales llegaron también recursos económicos. Sin que nadie lo deseara ni previera, ocurrió que esos recursos ocasionaron progresivamente tres graves daños. En primer lugar, estas comunidades cristianas aumentaron poco a poco pero progresivamente sus estándares de vida (mejores vehículos, casas con aire acondicionado…) distanciándose gradualmente del resto de la comunidad local. Además, en las personas que recibían ayuda se originó una actitud de pretensión y espera de la ayuda, puesto que ya no se veía a la comunidad cristiana como pobre-entre-los-pobres, sino como rica, no “con” ellos sino “para” ellos. Finalmente, mientras que en los tiempos de la pobreza compartida, ante cualquier petición de ayuda, al no haber otros recursos, se compartía la petición (y una crisis se convertía en oportunidad para reconstruir las relaciones comunitarias y la comunión), ahora con la llegada de los recursos económicos ante una emergencia muchas veces se caía en la tentación de “dar” en lugar de compartir, en lugar de hacer-juntos.
Así, con el tiempo, los vínculos comunitarios se van debilitando.
«Sólo un pobre puede ayudar de verdad a otro pobre», solía repetir un misionero amigo mío. El dinero y los recursos son buenos si son subsidiarios de la relación y de los lazos comunitarios; en este caso se convierten en auténtica Providencia y en multiplicadores de comunión y desarrollo humano. Pero esos mismos recursos económicos se transforman en auténticas desgracias cuando el dinero, el cash nexus, sustituye a una relación hecha de confianza y construida al compartir diariamente la vida, que cuesta más.
Creo que el presente y el futuro de la cooperación internacional se juegan también en este registro relacional.
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publicado en Nuova Umanità News online el 19/01/2012
Professor Bruni, el artículo que acaba de publicar en Nuova Umanità[1] describe usted la figura del empresario de un modo bastante diferente al habitual. ¿Nos puede explicar de dónde viene, en su opinión, esta diferencia? Es decir, ¿por qué las figuras del inversor, del directivo y del especulador han llegado a confundirse con la del empresario-innovador?
[fulltext] =>Depende en gran parte de la revolución de las finanzas, que ha afectado a la economía (praxis y teoría) durante los últimos 20 años. A finales de los años ochenta y a comienzos de los años noventa, debido a graves cambios en la geopolítica y geoeconomía mundiales por efecto de la globalización, Occidente frenó su crecimiento pero no quiso reducir el consumo. Las finanzas creativas entonces prometían una fase de crecimiento del consumo sin crecimiento de la renta, mediante nuevos instrumentos técnicos.
Eso hizo que muchos empresarios se transformaran en especuladores y se dedicaran a obtener ganancias especulando, abandonando su sector tradicional y su vocación (recordemos qué hicieron en los años noventa Fiat y Pirelli, sin salir de Italia, así como la ex Olivetti). Una segunda razón fue la progresiva uniformidad de las culturas empresariales, siguiendo la poderosa estela de la cultura anglosajona. La tradición europea e italiana en cuanto a la gestión de las empresas se caracterizaba por una fuerte atención a la dimensión comunitaria y social, a causa de la presencia de un paradigma católico-comunitario (sobre todo en los países latinos). Esto, junto a la primera causa de la revolución financiera, hizo que los directivos asumieran un rol cada vez más central en las grandes empresas, en mengua de los empresarios tradicionales. Hoy, para salir de la crisis, necesitamos muchos más emprendedores y muchos menos especuladores (y directivos súper bien pagados).
Partiendo de la Teoría del Desarrollo Económico de Schumpter[2],describe el mercado como una “alternancia virtuosa” entre innovación e imitación, donde la innovación, aportada por el empresario-innovador-, genera un nuevo bien y lo introduce en el mercado, y la imitación (que tiene una función positiva) lo hace extensible a la mayoría, haciendo que baje el precio y aumente el bienestar colectivo. Pero ya que la ganancia, para el innovador, está esencialmente circunscrita al lapso de tiempo que pasa entre la innovación y la imitación, ¿cuáles piensa que pueden ser los parámetros de referencia para evitar que esta “alternancia virtuosa” no termine en daño reciproco entre empresas?
Aquí la política y las instituciones en general desempeñan un papel muy importante: conseguir, mediante las oportunas normas que garanticen la competencia y el correcto funcionamiento de los mercados, que la alternancia sea virtuosa y no viciosa. Pero la sociedad civil también tiene un papel igualmente esencial: los ciudadanos-consumidores, con sus decisiones de compra, deben premiar a las empresas que tienen comportamientos éticamente correctos y “castigar” (cambiando de empresa) a las que tienen un comportamiento predatorio y agresivo. El mercado funciona y da frutos de civilización cuando está en continua relación con las instituciones y con la sociedad civil. En fin, traza las características de la “competencia civil” en la cual la competencia (cum-petere) no se juega en el eje Empresa A contra Empresa B para quitarse al cliente C, sino más bien en el eje Empresa A pro cliente C y Empresa B pro cliente C, donde cada empresa ofrece al cliente propuestas de beneficio mutuo y quien peor lo hace, sale del mercado o se reestructura.
¿Qué ejemplos de “competencia civil” nos puede dar? Y ¿cómo cree que se pueden apoyar y valorar, para crear esa red social de relaciones de cooperación y beneficio mutuo?
El microcrédito, la cooperación social, la economía de comunión, el comercio justo, son ejemplos “de escuela” de esta competencia civil, al menos como fenómenos microscópicos (siempre hay excepciones). Pero también hay otros fenómenos que pueden parecer lejanos y que, sin embargo, pueden ser interpretados de acuerdo con esta visión. Pensemos, por ejemplo, en la lógica de los hoteles “low cost” y en su relación con los hoteles más tradicionales. Podemos interpretar la lógica de estos nuevos hoteles de este modo: «querido cliente, te proponemos un contrato en el que nos beneficiamos mutuamente: te damos menos que otros hoteles (recepción, servicio de habitaciones, acompañamiento a los ascensores...), pero también te pedimos menos (pagas poco). Si en el hotel buscas lo esencial (dormir en un lugar limpio y sencillo) ven con nosotros; si quieres otras cosas, ve donde nuestros competidores». El mercado debería funcionar así, tratando de satisfacer cada vez mejor las necesidades de los demás, en una perspectiva de beneficio mutuo. Para sostener un mercado civil, también en este caso la política es importante. Hoy, por ejemplo, en Italia, si se extendieran a la economía civil las medidas que el Gobierno esta aprobando por ahora sólo para las empresas con ánimo de lucro, se crearían cientos de miles de puestos de trabajo. Por lo tanto, hablamos de cosas serias y relevantes para la vida de todos.
[1] «Nuova Umanità», XXXIV (2012/1) 199, pp. 1-14.
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[2] J.A. Schumpeter, "Teoria dello sviluppo economico", Sansoni, Firenze, 1971 (primera ed. alemana 1911).por Valentina Raparelli
publicado en Nuova Umanità News online el 19/01/2012
Professor Bruni, el artículo que acaba de publicar en Nuova Umanità[1] describe usted la figura del empresario de un modo bastante diferente al habitual. ¿Nos puede explicar de dónde viene, en su opinión, esta diferencia? Es decir, ¿por qué las figuras del inversor, del directivo y del especulador han llegado a confundirse con la del empresario-innovador?
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por Luigino Bruni
publicado en Mondo e Missione, febrero 2012
Amartya Sen, uno de los economistas más originales e influyentes de los últimos decenios, ganó el premio Nobel también por haber demostrado que durante las carestías la cantidad de alimentos no disminuye. Antes bien, como demuestran sus estudios sobre la India, a veces hay carestías en periodos en los cuales la disponibilidad de alimentos es particularmente alta. La carestía, en realidad, llega porque disminuye la capacidad de adquirir alimentos en los mercados. Por eso existe una relación muy estrecha entre el hambre, las relaciones sociales y la justicia global de un sistema político y civil de una nación.
Lo que empeora dramáticamente durante una carestía son las relaciones entre las personas, que no permiten ya obtener el alimento. Para comprender y tratar las carestías y el hambre es necesario tener una visión global y sistemática del problema. La miseria, antes que una condición subjetiva de indigencia, es esencialmente un asunto de relaciones equivocadas; o mejor dicho: la miseria de las personas muchas veces es un efecto de otras enfermedades sociales mucho más difíciles de vencer.
[fulltext] =>A este respecto, un tema cada vez más decisivo cuando pensamos en la pobreza, en el hambre y en la miseria es el de los bienes comunes (commons), esto es aquellos bienes que las comunidades usan conjuntamente, sin que los derechos de propiedad estén asignados a cada individuo. En nuestros tiempos se observa una tendencia muy radical a transformar los bienes comunes en bienes privados, sea sencillamente por el aprovechamiento económico de esos bienes por parte de sujetos y empresas privadas, sea por una ideología económica que considera los bienes comunes como un problema, porque su ’excesivo aprovechamiento’ tiende a destruirlos (es la conocida teoría de la “tragedia de los commons”).
Concluyo dando de nuevo la palabra a Amartya Sen: «Decidí dedicarme a la economía cuando a los 9 años vi delante de mi casa a un hombre delgadísimo, que tenía los ojos muy abiertos y las mejillas hundidas. Había carestía y él buscaba alimento. Murió de hambre y nadie logró explicarme cómo era posible que al mismo tiempo y en el mismo lugar, unos vivieran bien y otros murieran de hambre. En Bengala, no faltaban los alimentos, lo que faltaba era más bien un sistema político capaz de reconocer el derecho de acceso al alimento para cualquiera que lo necesitara.»
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por Luigino Bruni
publicado en Mondo e Missione, enero 2012
Una experiencia personal: Hace unos meses viajé a Kenia para impartir algunos cursos y conferencias. Al viajar por el país pude ver o, mejor dicho, entrever desde lejos, muchas formas de pobreza, de miseria e incluso de verdadera hambre.
Pero la imagen más fuerte que me llevé de aquel encuentro con una parte de la cultura africana no fue la de la ausencia sino, sobre todo, la de la presencia de muchos jóvenes que estudiaban de noche en las calles, amontonados bajo las farolas porque no tenían energía eléctrica en casa.
[fulltext] =>Me acordé de mis estudiantes de Milán, que estudian sin ganas porque han perdido el principal resorte que impulsa a un joven hacia la vida: el deseo de futuro, el hambre de vida. Al igual que ocurre con la pobreza, el hambre también tiene un lado positivo: la falta de algo que no tenemos pero que nos hace movernos para mejorar nosotros mismos y a los demás.
En la postguerra, Europa fue capaz de hacer algo grande: reconstruir moral, civil y económicamente los países que una guerra fratricida entre cristianos había destruido, causando millones de muertos y ríos de escombros. Esto fue posible gracias a que aquellos pueblos sintieron con fuerza el deseo y la necesidad de construir un mundo nuevo. Cuando en las personas y en los pueblos falta este tipo de hambre (como ocurre hoy en Europa) también es mucho más difícil hacer frente con seriedad y eficacia al “hambre negativa” contra la que hay que luchar, puesto que donde no hay entusiasmo ni ganas de vivir tampoco puede hallarse la energía necesaria para ocuparse de los demás. Contra el hambre padecida, no elegida, (por la naturaleza y/o por los demás, por las guerras, por relaciones erróneas …), se lucha manteniendo viva en las personas el hambre positiva de un “todavía no” que queremos que llegue pronto y que nos impulsa a trabajar por ello.
Occidente, con su modelo de desarrollo económico y social, está mostrando toda su fragilidad y no sólo en las finanzas, sino también por un déficit antropológico que tiene mucho que ver con la ausencia de ese hambre positiva. Cuando se intenta saciar con mercancías este “hambre buena” de vida, que es expresión de la vocación de las personas a la transcendencia, en lugar de cultivar la humanidad y las relaciones, en las personas se agota el recurso más importante para cualquier economía y para cualquier sociedad: el deseo de levantarnos por la mañana para mejorar nuestra existencia.
Si el mundo mejor que esos jóvenes de Kenia sueñan no es más que la versión africana de este modelo de desarrollo, el despertar será dramático, porque será absolutamente incapaz de cumplir sus promesas.Africa y las demás zonas del mundo a las que el capitalismo sólo ha llegado en parte, hoy tienen ante sí el desafío de dar vida a una economía de mercado y a un desarrollo económico post-consumista, más solidario, más de comunión, más en armonía con el medio ambiente y menos materialista. Debemos evitar cometer el error mortal de apagar el deseo y el hambre de vida en los jóvenes, llenando ese vacío sólo con cosas. Las cosas son importantes, en algunos casos esenciales, pero sólo se convierten en “bienes” cuando no apagan el hambre buena de algo que es más importante que las cosas.
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por Luigino Bruni
Presentamos, con profundo agradecimiento – a Dios, a Chiara, a los empresarios, a las comisiones y a todos los actores de la EdC – este “Informe Anual EdC 2011”. Es la memoria de uno de los años más difíciles para la economía mundial. Pero inmediatamente debemos constatar nuestra alegría por los sorprendentes resultados. Al repasar las páginas del Informe se observa que han aumentado los beneficios así como el número de empresas que forman parte de nuestro gran proyecto (lo seguiremos llamando así mientras no encontremos otra palabra más satisfactoria). También ha aumentado la calidad de los proyectos de desarrollo realizados en todo el mundo en estrecha y eficaz colaboración con AMU, así como la comunión con las personas receptoras de las ayudas.
[fulltext] =>Pero a la vez que publicamos estos datos no podemos olvidar la difícil situación, la más grave de las últimas décadas, por la que está atravesando el sistema económico global, que complica la vida de muchas de nuestras empresas y de muchos conciudadanos, empresarios, familias y sobre todo indigentes, que están sufriendo a consecuencia de este colapso del sistema financiero y también económico de gran parte del mundo, con especial incidencia en Europa. Al mismo tiempo, la EdC en estos últimos años ha captado el interés de mucha gente: cada vez hay más invitaciones para presentarla y se la cita, a veces sin que nos enteremos, en muchas universidades y centros económicos y culturales de varios países del mundo. En otras palabras: estamos viviendo un tiempo favorable (kairos) para emprender una nueva fase de la EdC. ¿En qué sentido?
Las crisis, tanto las individuales como las colectivas, tienen dos caras: podemos salir de ellas siendo peores si durante la crisis empeoramos nuestra relación con nosotros mismos, con Dios, con los demás y con el mundo, o podemos salir siendo mejores si los momentos de prueba nos ayudan a hacer silencio y a descubrir o redescubrir nuestra vocación más auténtica, nuestro “daimon” (como diría Sócrates). Los carismas, como el de la unidad, del que nació y se nutre la EdC, son esenciales en los momentos de crisis, porque tienen la función de señalar un camino positivo en tiempos de cambio. La crisis que estamos viviendo puede y debe ser un tiempo favorable para dar un salto de escala. Así será si somos capaces de hacer un nuevo anuncio de la Economía de Comunión dentro del Movimiento de los Focolares (donde 20 años después ya hay otra generación que no tiene la cercanía de los primeros tiempos), pero sobre todo fuera de él, en la Iglesia y en el Mundo.
Pero para que esta nueva fase pueda hacerse realidad en este tiempo favorable, deben darse dos condiciones.
La primera de ellas es que la EdC sea presentada y comprendida como lo que en realidad es: una gran visión para cambiar el sistema económico en su conjunto (“ni comunismo, ni consumismo: comunión”, Chiara), una idea distinta del capitalismo. Hasta ahora la hemos presentado sobre todo como una ética y un camino para empresarios y para realizar proyectos de desarrollo fundamentalmente dentro del Movimiento de los Focolares. Hemos hecho como S. Francisco con la iglesia de San Damián en Asís. Cuando Francisco escuchó la llamada de Dios “Francisco, reconstruye mi Iglesia”, al principio la entendió como una reconstrucción física (con piedras y vigas) de la iglesia derruida de San Damián. Sólo más tarde Francisco comprendió que la Iglesia que había que reconstruir no era la de piedra sino la Iglesia de Cristo. Así también nosotros, tal vez siguiendo una lógica propia de los carismas (que comienzan por lo más concreto y realizable para llegar a comprender que la misión es distinta y más universal), hemos recogido en estos años la llamada de Chiara a dar vida a una nueva economía de comunión ocupándonos de los empresarios y de los pobres de nuestro Movimiento. Pero en los últimos tiempos, gracias, entre otras cosas, al gran evento celebrado en Sao Paulo (Brasil) el pasado mes de mayo, hemos comprendido, finalmente y todos juntos como cuerpo, que la economía nueva que Chiara quería y quiere es mucho más que eso: que la EdC es un don para todos, una contribución a una economía de comunión para todos, un acto de amor para que la vida de nuestra gente sea mejor. Es como si dijéramos – cambiando de metáfora – que nosotros hoy no vemos el árbol de la EdC sino su semilla. No hay nada malo en ello. Ver y cuidar la semilla es muy bueno, pero siempre que no pensemos que lo que hoy vemos (las poco más de 800 empresas y lo que se mueve a su alrededor) es ya el árbol y no la semilla.
Vamos con la segunda condición. Para poder dar este salto de escala – y comenzar a ver alguna hoja del árbol – se nos pide por una parte que nuestros proyectos sean cada vez más creíbles tanto desde el punto de la empresa como de la ayuda a los pobres y por otra que la comunión de bienes sea cada vez más el estilo de vida de nuestras comunidades, dentro y alrededor de las empresas. Si queremos que la iglesia se convierta en la Iglesia y que la semilla se convierta en árbol, es necesario que el ADN de la semilla sea el adecuado, porque en caso contrario o no nacerá nada o los frutos no serán sabrosos ni abundantes.
Feliz año 2012. Que este sea el año en el que empecemos a entrever esta nueva fase de la EdC, con fidelidad a las raíces y por ello proyectados hacia el “que todos sean uno”, la gran palabra del carisma de la unidad. No perdamos una sola ocasión para anunciar a todos los niveles la EdC, con el testimonio pero también con las palabras, la profecía de Chiara, nada más pero nada menos que aquel bendito mes de mayo de 1991. Felicidades a todos, verdaderamente a todos.
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por Carlo Candiani
publicado en tempi.it el 09/12/2011
«Uno de los datos de esta nueva Italia globalizada es que ya no es posible separar eficiencia y equidad, como si fueran dos polos alternativos. En tiempos de crisis, para ser eficientes, las normas deben ser también éticas» explica a Radio Tempi Luigino Bruni, profesor de economía política de la Universidad Bicocca de Milán. «Cuando este gobierno se presentó como un ejecutivo técnico y no político al presentar las medidas económicas, nos dimos cuenta de que cualquier nueva norma debe ser ética por naturaleza, ya se trate de aumentar el IVA como de tocar el patrimonio».
Escucha la entrevista completa (en italiano).
[fulltext] =>¿Pero el concepto "ética" no es demasiado vago?
«Ética, efectivamente, es una palabra gastada, de la que se ha abusado. ¿De qué ética hablamos? ¿De la de los hedge funds o de la acogida a los inmigrantes? ¿De la utilitarista, de la kantiana, de la masónica o de la católica? Yo hablo de ética en su acepción primitiva. Pongo un ejemplo: si por eficiencia amasamos una gran tarta y después decidimos cuántos trozos dar a los pobres y cuántos a los ricos pero no incluimos a los que se quedan sin nada, ya desde el principio los trozos serán más pequeños e incluso resultarán indigestos, injustos».
¿Las medidas adoptadas por Monti han conseguido unir eficiencia y equidad?
«Estas medidas reflejan los vetos que se han cruzado los partidos de derechas y de izquierdas, a los cuales el gobierno de Monti está sometido. No se puede tocar demasiado el patrimonio, ni las pensiones, porque los sindicatos y la izquierda hacen una enorme presión, ni el IRPF, ni las frecuencias de televisión, ni los grandes sueldos de los directivos públicos, ni los antiguos privilegios que deberían quedar desterrados. Pero esto no es un problema sólo de Italia. Se da en todas partes».
¿Entonces?
«Las democracias, tal y como han sido concebidas, en la era de la globalización resultan inadecuadas y lentas para tomar medidas incisivas. Esto es lo que está ocurriendo estos días en Europa. O se reduce la velocidad de los mercados o se cambia la democracia. El fracaso de la cumbre de la UE, más allá del optimismo de Draghi, es expresión precisamente de eso: democracias lentas y mercados on-line en tiempo real. La política no puede seguir intervenida por las finanzas mucho más tiempo: o ganan las finanzas y entonces los gobiernos cada vez serán más técnicos y los parlamentos menos importantes, o la política consigue poner reglas serias a las finanzas para reducir su velocidad y el peso que han adquirido durante los últimos 30 años. Necesitamos unas finanzas nuevas y una política nueva».
En sus últimos editoriales en Avvenire, habla de la neuro-economía, que estudia la buena o mala recepción de las medidas por parte de la gente, hasta el punto de anular su eficacia. ¿Puede explicar mejor qué es eso?
«Supongamos los sujetos A y B. Al sujeto "A" le damos 100 euros y le pedimos que le de una parte al sujeto "B". Si este último acepta, se reparten el dinero, pero si no acepta ambos se quedan sin nada. Según la teoría económica normal, el movimiento racional de "A" consiste en darle un euro a "B", quien debería aceptarlo aunque sea poco, porque eso es mejor que nada».
¿Qué se pretende demostrar?
«Que la gente prefiere causarse un perjuicio y quedarse sin nada con tal de castigar un comportamiento que considera injusto. Es decir, mejor 0 que 20, si el otro se lleva 80».
¿Y qué tiene esto que ver con las medidas de Monti?
«Ya lo creo que tiene que ver. Si yo percibo un aumento del IVA como injusto, prefiero no pagarlo, no emitir factura, arriesgarme a que me pongan una multa y pagarla si me pillan. Cualquier cosa antes que pagar; prefiero causarme un perjuicio antes de aceptar una oferta que considero injusta. El mensaje es el siguiente: la equidad es fundamental si queremos que la gente no eluda las normas y las respete».
¿Este es el peligro que acecha a las medidas, tal y como han sido concebidas y comunicadas?
«El peligro es menor de lo que parecía al principio. La comunicación ha sido buena. El llanto no intencionado de la ministra Fornero, un acto de vulnerabilidad pública, ha sido el acto de comunicación más eficaz del gobierno, que ha demostrado que tiene una participación emotiva en las decisiones económicas. Si se mantiene la imagen de un grupo de personas serias y se cierra el paso a las maldades y a las peleas, como por ejemplo, la polémica sobre el IBI y la Iglesia católica, una especie de guerra entre pobres; si se mantiene la reputación junto al miedo de caer en el abismo de Grecia, entonces las medidas se aceptarán. En caso contrario, como ya ha ocurrido otras veces, las normas se eludirán».
¿Por qué la guerra que afecta a la Iglesia y al IBI es una guerra entre pobres?
«He escrito al director de La Repubblica, Ezio Mauro, preguntándole si de verdad cree que el problema de estas medidas está en el oratorio que no paga el IBI o en el bar de la parroquia que no paga IVA. Esta es una parte sana del país con la que es conveniente aliarse. Esta polémica no tiene ningún sentido, porque así se hace el juego a los "poderes fuertes", que se llevan su patrimonio a los paraísos fiscales y a los que habría que prestar mayor atención. No digo que no haya un problema del IBI en relación con el Vaticano, pero eso no es el centro del debate político actual. Si se convierte en el centro del debate y no lo digo porque busque su bien, maleamos las relaciones entre laicos (de derechas y de izquierdas) y católicos, dos almas que, cuando van unidas, como ha ocurrido en otros momentos delicados de nuestra historia, pueden sacar a Italia de la crisis. En caso contrario correríamos el riesgo de hacer como los capones de Renzo en "Los Novios", que mientras se los llevaban a Azzeccagarbugli para que se los comiera en la mesa, iban peleando».
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stdClass Object ( [id] => 17774 [title] => El hambre del corazón y las respuestas del consumismo [alias] => el-hambre-del-corazon-y-las-respuestas-del-consumismo [introtext] =>Contra el hambre, cambiar de vida – Cuanta más soledad, más se llena la vida de cosas. Pero condenar no basta…
por Luigino Bruni
publicado en Mondo e Missione, diciembre 2011
El hambre no se refiere sólo a la falta de alimentos. Su raíz latina remite al concepto de indigencia, de ausencia, de falta de algo necesario. Así también la experiencia del hambre es más grande que la falta de comida, de recursos o de derechos.
Meses atrás comenzamos nuestro pequeño viaje a través del continente “hambre”, empezando por los aspectos directamente relacionados con el hambre de comida y con la falta o indigencia de recursos materiales y de derechos fundamentales. Era necesario hacerlo así, ya que antes de hablar, como haremos ahora, de otras formas de hambre que podemos llamar “opulenta”, es un deber civil, moral e intelectual recordarnos a nosotros mismos y a los demás que el hambre debida a la miseria existe y es un escándalo, para no caer en el error en el que caemos muchas veces cuando leemos artículos de estudiosos que ponen en el mismo plano el hambre de pan y el hambre de sentido.
[fulltext] =>Yo no creo que sean iguales. El hambre de comida es más grave y escandalosa que cualquier otra. Solo siendo conscientes de ello es posible y necesario decir hoy que no se muere sólo por falta de pan, derechos o bienes materiales, sino que a veces se enferma y se muere también por hambre de bienes relacionales, de bienes espirituales y de ganas de vivir.
Occidente está enfermo (y la crisis económica que estamos viviendo es una clara expresión de ello) porque ya no somos capaces como cultura de saciar con la comida el hambre de relaciones, de amistad, de belleza, de vida y de Dios que padecen todos los seres humanos. Cuando esta hambre no se satisface, para evitar la muerte se buscan y se encuentran cada vez más sustitutos de bajo precio, gracias a los cuales el mercado con sus crisis ha crecido enormemente durante las últimas décadas.
Cuanto más sola, vacía y triste está la gente, más llena su vida de cosas. A propósito de esto, hay dos aspectos importantes que señalar. Hoy el mercado post-moderno se ha preparado para ofrecer mercancías que simulan relaciones, amistad. Basta pensar en la televisión, que vende pseudo bienes relacionales o en el crecimiento hipertrófico de “centros de bienestar” a los que cada vez se va menos por la salud y más para “comprar” caricias. Además, el consumismo, más aún que el comunismo y el fascismo, se presenta como una religión, puesto que nos vende (es una ilusión) la idea de eternidad: este PC con el que estoy escribiendo dentro de algunos meses o años estará viejo, pero entonces podré comprarme otro igual o mejor. La cirugía estética vende tiempo y años, otra característica típica de las religiones («el tiempo es de Dios»).
Pero también hay un desafío positivo, de vida, detrás de esta cultura consumista. En primer lugar, debemos reconocer que lo que nos impulsa a comprar de manera cada vez más compulsiva es el hambre de vida y de relaciones. Así pues, si amamos nuestro tiempo no debemos combatir ni demonizar la cultura del consumo. Hace poco asistí en Filipinas a un experimento: en algunos supermercados se habían instalado capillas. Me gustó porque es expresión de una actitud positiva y valiente, que no critica a quienes no van a la iglesia sino que lleva la iglesia a los nuevos lugares de la vida en común.
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El consumismo es peligroso y mortífero porque llena con cosas el hambre de relaciones y de vida; por eso sólo puede superarse respondiendo mejor y con mayor profundidad a esas mismas preguntas.Contra el hambre, cambiar de vida – Cuanta más soledad, más se llena la vida de cosas. Pero condenar no basta…
por Luigino Bruni
publicado en Mondo e Missione, diciembre 2011
El hambre no se refiere sólo a la falta de alimentos. Su raíz latina remite al concepto de indigencia, de ausencia, de falta de algo necesario. Así también la experiencia del hambre es más grande que la falta de comida, de recursos o de derechos.
Meses atrás comenzamos nuestro pequeño viaje a través del continente “hambre”, empezando por los aspectos directamente relacionados con el hambre de comida y con la falta o indigencia de recursos materiales y de derechos fundamentales. Era necesario hacerlo así, ya que antes de hablar, como haremos ahora, de otras formas de hambre que podemos llamar “opulenta”, es un deber civil, moral e intelectual recordarnos a nosotros mismos y a los demás que el hambre debida a la miseria existe y es un escándalo, para no caer en el error en el que caemos muchas veces cuando leemos artículos de estudiosos que ponen en el mismo plano el hambre de pan y el hambre de sentido.
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por Luigino Bruni
publicado en Tempi el 3/11/2011
Lo que está ocurriendo estas últimas semanas en el tema de la crisis económica, financiera, política y civil de Italia y de Europa, es muy confuso y de difícil, si no imposible, interpretación. De todos modos, hay un mensaje que cada vez es más fuerte y claro: la crisis que estamos afrontando no es transitoria y coyuntural, como muchas de las que hemos vivido en el siglo XX. Estamos asistiendo (sin darnos cuenta) a la muerte de un determinado capitalismo, basado en las finanzas, en los estados sociales y en la deuda pública, un capitalismo fruto de los últimos 70 años de historia occidental y mundial, pero todavía no entrevemos qué va a ocupar su lugar. La situación que estamos viviendo se parece a la de un empresario, consciente de que el producto principal de su empresa ha dejado de funcionar en el mercado, pero sin que haya conseguido todavía idear otro mejor.
[fulltext] =>El proyecto de la Europa del euro no funciona porque sigue careciendo de un proyecto político fuerte, capaz de aguantar los golpes de una economía y de unas finanzas que se han globalizado. La fragilidad del Banco Central Europeo no es otra cosa que una fotografía de todo esto. Además, esta crisis de Europa se sitúa dentro de otra crisis más general y estructural del capitalismo contemporáneo. El desarrollo se ha financiado con una deuda que ha crecido sin medida en las últimas décadas, contaminando a los principales bancos del mundo. El traspaso de la deuda de los bancos privados a la deuda pública de los estados produce el mismo efecto que un veneno en el cuerpo: no desaparece simplemente porque lo hagamos circular de un órgano a otro. Entonces ¿qué podemos hacer? En primer lugar debemos recordar que detrás de las crisis a veces se ocultan cosas importantes, muchas de las cuales son invisibles a los ojos de quienes no saben ver más allá de las apariencias. Las crisis individuales y colectivas sin duda son “heridas”, pero a veces pueden convertirse en “bendiciones”. Entonces la verdadera pregunta que debemos hacernos es: ¿cómo conseguir que del ocaso de este sistema económico financiero mundial pueda surgir una época mejor que la anterior?
La primera operación es fundamental: dotarse de ojos capaces de ver lo que parece invisible, saber descubrir en el horizonte de nuestra civilización la novedad que se abre camino. Como San Agustín, que en la caída del imperio romano intuía el alba de la Cristiandad. Si viéramos nuestro sistema económico y social desde fuera, con la perspectiva de un supuesto observador imparcial de otro planeta, el primer dato que aparecería con nitidez es que occidente, gracias, entre otras cosas, a las finanzas creativas de las últimas décadas, ha crecido demasiado y demasiado mal. Esto lo vemos no sólo en el medio ambiente, herido y humillado, sino también en el creciente empobrecimiento de las relaciones sociales en nuestras ciudades, en el rencor intercultural que acompaña a la globalización multiétnica y por último, aunque no menos importante, en la invasión de la vida de las personas por la economía. Esta invasión está, por una parte, transformando la vida civil en un único hipermercado abierto 24 horas, donde debe llenarse cada segundo de tiempo libre de cosas que se venden (un aspecto muy original para este observador imparcial que viera la televisión o diera una vuelta por nuestras ciudades, sería observar cómo constantemente alguien intenta venderle algo a otro); y por otra parte está reduciendo, cuando no eliminando, los tiempos de la gratuidad, de la reflexión, de la oración, tiempos ocupados ahora por la esfera económica (ya es habitual llenar los momentos de espera o de descanso con el teléfono móvil). Para poder ver la novedad que asoma por el horizonte no es tan importante que decrezca el PIB, como alguna escuela de pensamiento propugna, como que decrezca el peso y el espacio de lo económico dentro de la vida social: recuperar espacios enteros de vida rescatándolos de los intercambios económicos y monetarios que poco a poco los han ido conquistando.
Ya sabemos que la economía es importante y el mercado es un lugar para la libertad y la creatividad, pero si queremos salvaguardar los lugares de civilización llamados empresa, mercado, bancos, debemos hacer que ocupen su puesto, que no es el único, en la vida en común. Cuando el mercado se hace hipertrófico y tiende a abarcarlo todo, termina por devorarse a sí mismo, porque el contrato de mercado no se puede mantener sin un pacto social más amplio que el puro aspecto económico.
Por eso, detrás de las medidas económicas de estos días están en juego cosas más importantes: dar vida a un nuevo pacto social nacional, europeo e internacional que sepa estar a la altura de la globalización económica y cultural del mundo y que sea capaz de salvar al mercado de sí mismo. Todo eso tiene nombre concretos. Se llaman nuevas instituciones (hay que reformar totalmente el Banco Central Europeo), nuevas leyes (¿cuándo estará operativa una Tobin Tax o algo parecido?) y serias reformas fiscales, no demasiado vinculadas a los territorios nacionales que ya no son adecuados en la era de los mercados globales (¿cómo explicaremos el día de mañana a nuestros hijos sin avergonzarnos que nosotros inventamos los paraísos fiscales?). Para terminar, la novedad que aparece por el horizonte no se hará nunca realidad sin una nueva etapa educativa, que vuelva a poner a los jóvenes también en el centro de la economía y las finanzas. Los jóvenes –hay que recordarlo en estos tiempos- no son el futuro, como muchas veces se dice en tono paternalista, sino una forma distinta de entender y vivir el presente. Cuando esta “forma distinta” falta, la economía y la sociedad dejan de funcionar, porque les falta el entusiasmo, la pasión, la creatividad, la energía y el futuro, características típicas de los jóvenes que son esenciales para el bien común. Si los jóvenes se quedan al margen del mundo, el mundo no funciona; el mundo económico y político tampoco. Si sabemos darnos estos ojos nuevos y tenemos el valor de mirar con optimismo hacia delante, poniendo a los jóvenes en el centro, de esta “herida” podrá nacer una “bendición”.
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por Luigino Bruni
publicado en Mondo e Missione, noviembre 2011
«Para un hombre con el estómago vacío, el alimento es dios», decía Gandhi, que, como gran maestro en humanidad, conocía los distintos significados de la pobreza y el hambre. Sabía bien, porque así lo había experimentado en su propia piel y en la de su pueblo, que cuando una persona tiene hambre, cuando no consigue el alimento para si y para sus hijos, sufre por el hambre pero también por otras formas de miseria y alienación.
Hay que luchar contra el hambre y la miseria, porque mientras haya una persona o una comunidad bajo su dominio, la falta de libertad para alimentarse y vivir esconde la no menos grave falta de libertad del yugo de quienes pueden dar o simplemente prometer esos alimentos.
[fulltext] =>La miseria y el hambre se presentan en el mundo como un racimo formado por muchas formas de indigencia: de recursos alimenticios, de derechos, de libertades, de oportunidades, que hacen que una persona vulnerable desde el punto de vista del derecho fundamental al alimento y a la vida, en realidad se revele vulnerable y vulnerado desde los demás puntos de vista de la existencia.
Cuando nos falta el alimento, estamos dispuestos, o por lo menos tentados, a negociar con todo lo que tenemos, ya sea alienable o inalienable. En la historia de la humanidad, hoy como ayer, hay abundantes relatos de personas que quedaron reducidas a la esclavitud por liberarse a sí mismos o a sus hijos de la necesidad de comer y beber. Quien está obligado a vender un riñón suyo o de un hijo para que sus cinco hijos no mueran de hambre, se encuentra ante una decisión trágica. Uno de las deberes más altos de la política nacional e internacional es no darse por vencido mientras en el mundo haya una sola familia que tenga que afrontar una decisión semejante (esclavitud en un lado; comida en el otro).
Por eso el derecho al alimento debe ser considerado como un derecho fundamental de la persona humana, porque si ese derecho no se satisface, todos los demás derechos quedan sustentados en bases demasiado frágiles y nunca llegan a ser efectivos ni eficaces. Un derecho al alimento que, junto a otros derechos sociales fundamentales (como el derecho al trabajo, a la educación y a la participación civil...), deben ser anunciados, gritados e incluidos en las constituciones de todos los pueblos de la tierra, incluso aunque no sea posible reivindicar aquí y ahora el correspondiente “deber perfecto” por parte de los ciudadanos y las instituciones.
La lista de los derechos anunciados y proclamados puede y debe seguir abierta y debe ser más amplia que la lista de los derechos exigibles con su correspondientes deberes, puesto que, como nos recuerda el economista indio y premio Nobel de economía Amartya Sen, anunciar y reconocer un nuevo derecho tiene un alto valor cultural y simbólico, que puede ser el primer paso hacia el reconocimiento futuro de su correspondiente deber. Si en las constituciones que surgieron en la aurora de la modernidad no hubiéramos proclamado que «todos los hombre son iguales ante la ley», solo porque gran parte del mundo real seguía sin ser libre ni igual, con toda probabilidad habríamos frenado la marcha de los pueblos hacia la libertad y la igualdad básicas.
Entonces, no nos cansemos nunca de gritar, anunciar y escribir en todas partes que morir de hambre es un escándalo y que el derecho de toda persona humana al alimento es un derecho fundamental de todo niño que nace y crece en el planeta tierra. Y no cejemos mientras ese sacrosanto derecho no se convierta en pan.
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por Luigino Bruni
publicado en Mondo e Missione, noviembre 2011
«Para un hombre con el estómago vacío, el alimento es dios», decía Gandhi, que, como gran maestro en humanidad, conocía los distintos significados de la pobreza y el hambre. Sabía bien, porque así lo había experimentado en su propia piel y en la de su pueblo, que cuando una persona tiene hambre, cuando no consigue el alimento para si y para sus hijos, sufre por el hambre pero también por otras formas de miseria y alienación.
Hay que luchar contra el hambre y la miseria, porque mientras haya una persona o una comunidad bajo su dominio, la falta de libertad para alimentarse y vivir esconde la no menos grave falta de libertad del yugo de quienes pueden dar o simplemente prometer esos alimentos.
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entrevista con Luigino Bruni, publicada en lutheranworld.org, el 13 de octubre de 2011
Más de 40 delegados, incluyendo una docena de musulmanes, eclesiásticos, economistas y activistas sociales laicos, se reunieron a finales de septiembre de 2011 en Kota Kinabalu, Malasia para tratar la cuestión de la avaricia estructural. El dr. Luigino Bruni, profesor de economía política en la Universidad de Milán (Italia) y miembro del movimiento de los Focolares, fue uno de los participantes en el Departamento de expertos en Teología y Estudios.
[fulltext] =>¿Qué esperaba de esta reunión?
Mis expectativas sobre este encuentro eran muy altas, porque yo creo que en estos momentos de crisis, las religiones tienen algo nuevo que decir. Esta crisis no es simplemente económica y financiera, sino antropológica y ética. Como en cualquier otra crisis, la reserva más valiosa es la de tipo ético porque la ética proporciona motivaciones profundas para la acción: la voluntad de iniciar algo nuevo. En estos momentos de crisis, sobre todo en Europa, nos falta entusiasmo para poner en marcha nuevas empresas, en general porque nos falta el entusiasmo de vivir.
¿Qué ha aprendido de este encuentro?
He conocido personas muy interesantes que hacen cosas nuevas, relacionadas con mi actividad. He descubierto nuevos puntos de vista sobre la economía a partir de las tradiciones luterana, islámica y oriental. Me voy de este encuentro con la profunda esperanza de que si estamos unidos como religiones en estos momentos de crisis, podremos lanzar un mensaje importante al mundo.
¿Cómo pueden ayudarse los cristianos y los musulmanes a vivir la vida sin que les afecten tanto las estructuras de avaricia?
La primera ayuda es dialogar para comprender mejor el punto de vista del otro. En el mundo de hoy hay un sentimiento profundo y arraigado de desconfianza y falta de entendimiento entre las culturas islámica y cristiana. Dedicar tiempo a entender al otro es el primer paso. Necesitamos formar nuevas alianzas que muestren que hay nuevas esferas en la economía que surgen tanto del contexto cristiano como musulmán, tales como la economía de comunión, el comercio justo, etc. Necesitamos mostrar que hay una nueva vitalidad en la sociedad civil de ambos contextos. Más aún, es vital que la religión contrarreste el pesimismo y aporte un mensaje positivo. Necesitamos llevar un mensaje de esperanza que muestre la visión de un nuevo mundo. Juntos podemos transformar las estructuras de avaricia en estructuras de gracia.
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por Carlo Candiani
publicado en Tempi.it el 12/10/2011
Sobre la posibilidad de introducir otra amnistía fiscal, sugerida por algunos miembros del gobierno para encontrar la manera de hacer caja, ya se ha pronunciado la Unión Europea en sentido negativo. Así pues, parece difícil que el gobierno la vaya a poner en práctica. A pesar de ello, el debate “amnistía fiscal si, amnistía fiscal no” sigue vivo entre políticos y economistas. La duda es bastante sencilla: ¿hay que actuar sea como sea para hacer caja o hay que tener en cuenta el problema ético que surge cuando se plantea una amnistía fiscal?
[fulltext] =>«A propósito de la amnistía fiscal, he escrito algunas reflexiones en Avvenire, a partir de un ejemplo que he estudiado – dice a Radio Tempi el profesor de economía política Luigino Bruni, de la Bicocca de Milán –. Hace algún tiempo en Haifa, dos economistas hicieron un experimento en diez guarderías, en las que los padres se retrasaban a la hora de recoger a sus hijos; en seis de ellas se puso una multa por el retraso y en las cuatro restantes no. Se comprobó que después de la multa los retrasos crecieron en 100% y después de quitarla ya no disminuyeron, ni siquiera volvieron a niveles anteriores. ¿Cuál es el sentido de este experimento? Que “la multa es un precio”».
«Cuando se introduce la moneda en ámbitos regidos por otras normas sociales - continúa -, se crea un mercado: la gente compra y paga. La multa y en nuestro caso la amnistía fiscal, transforma un ámbito en el que se razona en términos no siempre monetarios y una vez que la relación se convierte en mercancía, lo hace para siempre. Efectivamente, después de cada amnistía fiscal aumenta el número de quienes dejan de razonar en términos de virtudes cívicas, para hacerlo en términos de coste-beneficio y esto tiene su reflejo incluso en las relaciones diarias (la amistad, la solidaridad): es como si la sociedad irreversiblemente se convirtiera en un supermercado».
¿Entonces usted se opone a la amnistía fiscal desde el punto de vista ético?
Lo hago desde el punto de vista económico, pero viendo la economía no sólo como un problema de caja, que se limita a cubrir una necesidad contingente.
Otros economistas, colegas suyos, en este tema de la amnistía fiscal tienden a pasar por alto el dato ético y dan más importancia a la conveniencia económica.
Si reducimos las relaciones económicas a mero intercambio monetario, con el tiempo las mismas relaciones dejarán de funcionar como tales porque el pacto social, que va más allá de la matemática del dar y recibir, debe construir entre los sujetos una relación de confianza. Lo repito: si transformamos nuestras relaciones civiles y económicas en un tema de caja, transformamos la vida civil en un supermercado; y este no es un escenario especialmente apasionante: la economía funciona si se apoya en un pacto social que, por desgracia, es un hilo demasiado tenue y se puede romper con facilidad.
No faltan quienes justifican la amnistía fiscal levantando el dedo contra la injusta fiscalidad italiana, que obliga a algunos a salir de la legalidad, en espera de que este instrumento de recuperación de caja pueda enmendar su posición.
Este análisis es más razonable, porque pone el acento en un problema estructural. Pero sigue siendo una denuncia de un fracaso económico, no ético. En pocas palabras: la amnistía fiscal es una pésima respuesta a un legítima demanda de un sistema más justo. Al final, la amnistía fiscal, además de que muchas veces es ineficaz, cuando se repite es totalmente inútil: una amnistía fiscal que pille a los ciudadanos con el paso cambiado podría tener algún efecto, pero a partir de la segunda vez, nada de nada.
Póngase por un momento en el lugar del gobernante de turno: ¿qué haría para hacer caja?
Hay dos palabras muy claras: patrimonio y pensiones; no hay mucho que discutir. Patrimonio: pedir una contribución adicional pero no a las rentas del trabajo o a la empresa, al IRPF o al IVA, puesto que intervenir sobre el IVA quiere decir empobrecer a la clase media y el IRPF ya grava el trabajo, sino del patrimonio constituido por rentas de posición. Es de sentido común. La segunda palabra clave son las pensiones: debemos comprender que el mundo ha cambiado, vivimos hasta los 90 años y el pacto social que nos dimos en los años 50, cuando vivíamos hasta los 60-70 años ya no funciona. Si no reformamos estos aspectos, podremos hacer mil amnistías fiscales, pero siempre estaremos en situación de emergencia económica y no ética: la ética es intrínseca a la economía y no extrínseca.Escucha la entrevista completa
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Efectivamente, después de cada amnistía fiscal aumenta el número de quienes dejan de razonar en términos de virtudes cívicas. Para hacer caja, mejor el patrimonio y las pensiones»
por Carlo Candiani
publicado en Tempi.it el 12/10/2011
Sobre la posibilidad de introducir otra amnistía fiscal, sugerida por algunos miembros del gobierno para encontrar la manera de hacer caja, ya se ha pronunciado la Unión Europea en sentido negativo. Así pues, parece difícil que el gobierno la vaya a poner en práctica. A pesar de ello, el debate “amnistía fiscal si, amnistía fiscal no” sigue vivo entre políticos y economistas. La duda es bastante sencilla: ¿hay que actuar sea como sea para hacer caja o hay que tener en cuenta el problema ético que surge cuando se plantea una amnistía fiscal?
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por Luigino Bruni
Este hombre extraordinario nos deja sobre todo tres grandes mensajes.
El primero de ellos es que las grandes innovaciones en economía se deben siempre a las personas. Las personas son quienes producen las grandes innovaciones y no los capitales, el dinero o la tecnología. Steve Jobs ha sido capaz de hacer grandes cosas porque era una gran persona y no porque tuviera grandes capitales y medios. Esto nos recuerda que la economía progresa cuando hay personas que ven más lejos y ven cosas distintas. Las grandes innovaciones nacen de una mirada distinta sobre el mundo y por ello nacen de las personas.
[fulltext] =>El segundo mensaje que nos deja Steve Jobs es que no es cierto que las empresas sólo triunfen cuando responden a las necesidades de los consumidores. Esta idea de que las empresas y sus productos tengan que responder a las necesidades de las personas es un poco escolástica, estática y sobre todo no es aplicable a las innovaciones verdaderamente importantes. Nadie tenía necesidad del Ipad ni del Iphone. Steve Jobs, con su empresa, los creó antes de que se convirtieran en necesidades, inventó símbolos y creó sueños, mensajes, estilos de vida. Las grandes empresas que innovan de verdad son capaces de hacer algo que a nadie se le había ocurrido antes y que ni siquiera era una necesidad no expresada. Un empresario como Jobs primero “vio” algo y después hizo que la realidad se convirtiera en eso que él había visto. Eso es algo que los verdaderos empresarios tienen en común con los grandes artistas y con los grandes científicos.
El tercer mensaje de Steve Jobs es, en mi opinión, un gran himno a la vida. Una de las últimas frases que ha dicho es “los años más hermosos y brillantes están delante de nosotros y no a nuestras espaldas... ”. Era un hombre muy enfermo, se estaba muriendo, y sin embargo miraba hacia delante. A los jóvenes les decía: “tened siempre hambre de vida”. Las grandes personas, capaces de realizar grandes cosas, nunca son nostálgicas, siempre miran más lejos y piensan que el futuro será mejor que el pasado, incluso en tiempos de crisis. Son capaces de mantener un gran optimismo y de articular en torno a este optimismo grandes proyectos. También hoy los empresarios que mueven el mundo son optimistas, con capacidad de futuro, convencidos de que “lo mejor todavía está por venir”.
En resumen, Steve Jobs nos hace ver que las grandes innovaciones económicas se convierten también en grandes innovaciones civiles. Sus productos y la filosofía que puso dentro de ellos, han cambiado la vida de las personas, su relación con el espacio, con la música, con la creatividad. Han sido mucho más que “buenos productos”, han desplazado hacia adelante las fronteras y los límites de la vida civil. Toda gran innovación es siempre una innovación civil que aumenta la libertad, las oportunidades y la capacidad de las personas. El nos recuerda que la economía es vida, que la empresa es un trozo de vida en común que funciona cuando es expresión de creatividad, pasión y deseos de futuro: nada más, pero nada menos, que vida.
Creo que Steve Jobs es un estupendo modelo de empresario civil que hace una economía para el bien común, una economía que, precisamente por ser verdaderamente innovadora, es amiga de la ciudad y de la gente. Sin este tipo de empresarios no hay bien común. Por eso Steve Jobs nos deja una profunda nostalgia del futuro.
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publicado en formiche.net el 01/10/2011
Antes de diseñar una reforma fiscal para financiar el gasto actual, hay que prever una seria retirada de la política para dejar espacio a la sociedad civil organizada, con el fin de crear valor añadido y puestos de trabajo.
Uno de los grandes mensajes de esta crisis es la necesidad de más política. Nunca como en estos años hemos podido comprender que el mito del mercado que se auto-organiza y se auto-regula es una modelo de libro de texto, que, como todos los modelos, se basa en hipótesis para resultar verosímil. Hoy estamos viendo que en la vida real el mercado necesita de instituciones, reglas y gobierno para ser civil y civilizador. Hay una fuerte demanda de política detrás de esta crisis pero, esto es lo más importante, la política que conocemos no es adecuada para los retos a los que nos enfrentamos. ¿Cuáles son los motivos?
[fulltext] =>Es cierto que el mundo ha cambiado rápidamente, quizá demasiado rápidamente, pero no hay que olvidar que existe también un fenómeno interno de la clase política, que puede explicarse mediante la teoría conocida como "selección adversa", un fenómeno descubierto analíticamente por el premio Nobel de economía George Akerlof en 1970, en el artículo de teoría económica tal vez más importante del último medio siglo. Este economista norteamericano demostró que en muchas situaciones reales el mercado no premia el mérito ni recompensa a los mejores, sino que tiende a atraer y a seleccionar a los peores o, dicho con sus palabras, a los "lemons" (fiascos).
El mensaje de esta teoría puede resumirse de la siguiente manera: en un mundo real y por ello imperfecto, las instituciones (una empresa o cualquier ámbito de la vida en común) seleccionan a un tipo u otro de personas en base a las señales que emiten. Las empresas que prometen sueldos altos seleccionan por término medio a los candidatos más interesados en el dinero; una orden religiosa que busque vocaciones, evidentemente no debe prometer incentivos monetarios sino gratuidad e ideales altos si quiere atraer candidatos con motivación intrínseca; y podríamos seguir. Así pues, una sociedad como la nuestra, con una clase política (ya sea de derechas o de izquierdas) caracterizada por los privilegios, el dinero y las ventajas sociales, tiende naturalmente a atraer candidatos a entrar en la profesión de político más interesados que la media en los privilegios y prebendas y consecuentemente demasiado poco interesados en el bien común.
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¿Qué podemos hacer? Un pueblo, al igual que cualquier persona y comunidad, para desarrollarse y crecer en civilización necesita de vez en cuando momentos de auténtico renacimiento ético e ideal. En el siglo XX estos momentos estuvieron provocados por “heridas” profundas (guerras, fascismo) que, sin embargo, produjeron como efecto indirecto una clase política de alta calidad moral y humana. El milagro económico y civil de la Italia de la posguerra fue fruto, entre otros, de unos políticos que estuvieron a la altura de los tiempos, porque procedían de la parte más viva e ideal de la sociedad civil. No fueron producto de los partidos, sino que fueron ellos quienes crearon los partidos que después han gobernado nuestra sociedad. Pero casi 70 años después, los partidos y en general la clase dirigente (sindicatos, asociaciones…) se han institucionalizado perfectamente, perdiendo así gran parte de su capacidad profética e innovadora. Estoy convencido de que hoy para salvar la política hay una enorme necesidad de liberar las fuerzas de la sociedad civil, es decir asociaciones, movimientos, voluntariado, que pululan en nuestra sociedad y que hacen la vida fácil y sostenible a muchas personas, sobre todo a las más frágiles. No se trata de idealizar la bondad de la sociedad civil, sino de reconocer que la sociedad civil siempre es el lugar donde crecen las células estaminales capaces de innovar el tejido social en momentos de crisis.
Para entender las crisis que estamos viviendo es necesario mirar más adentro, más allá de la Bolsa y los recortes. En Italia, en Europa y en todo occidente está en juego la naturaleza de la relación entre economía, política y sociedad civil. Resulta demasiado evidente para quienes sepan y quieran observar bien lo que está ocurriendo que detrás de todo esto hay algo viejo y obsoleto que si no cambia o no muere no nos permitirá entender lo que estamos viviendo y mucho menos gobernarlo.
Estoy convencido de que no saldremos de esta crisis sin dos grandes cambios: un nuevo protagonismo innovador y profético de la sociedad civil y un decrecimiento de la política (entendida aquí como intermediación burocrática) en ventaja de la sociedad civil y de la economía y no para provocar una retirada de la política actual que deje espacio al individuo solo y/o al mercado capitalista. Por eso, antes de diseñar una reforma fiscal para financiar el gasto actual (endureciendo los controles y las sanciones), hay que prever, si de verdad queremos el bien común, una seria retirada de la política para dejar espacio a la sociedad civil organizada, que cree, con mayor intensidad que hasta ahora, valor añadido y puestos de trabajo y no aumente el endeudamiento público.
Todo eso significa, por ejemplo, crear empresas sociales y civiles en los sectores cruciales de la energía (¿por qué deben venir los especuladores de Alemania para realizar una instalación fotovoltaica en Puglia?), de los bienes comunes (para gestionar el agua y el suelo público no está solo el “municipio” o el “mercado lucrativo”, también hay empresas civiles y cooperativas en las que los ciudadanos se hacen cargo de sus bienes), de los ancianos (que tienen que ser de algún modo también productivos y no solo un gasto y un problema).
Sin esta nueva centralidad de la sociedad civil para una nueva política seguiremos buscando recursos en los lugares equivocados, seguiremos haciendo leyes financieras tapagujeros, seguiremos cargando pesos insoportables sobre las personas honradas, porque seguiremos viendo el mundo con las gafas equivocadas.por Luigino Bruni
publicado en formiche.net el 01/10/2011
Antes de diseñar una reforma fiscal para financiar el gasto actual, hay que prever una seria retirada de la política para dejar espacio a la sociedad civil organizada, con el fin de crear valor añadido y puestos de trabajo.
Uno de los grandes mensajes de esta crisis es la necesidad de más política. Nunca como en estos años hemos podido comprender que el mito del mercado que se auto-organiza y se auto-regula es una modelo de libro de texto, que, como todos los modelos, se basa en hipótesis para resultar verosímil. Hoy estamos viendo que en la vida real el mercado necesita de instituciones, reglas y gobierno para ser civil y civilizador. Hay una fuerte demanda de política detrás de esta crisis pero, esto es lo más importante, la política que conocemos no es adecuada para los retos a los que nos enfrentamos. ¿Cuáles son los motivos?
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