Los lazos valen más que el dinero

«Sólo un pobre puede ayudar de verdad a otro pobre». Reinventar la cooperación internacional: el primer recurso es compartir

por Luigino Bruni

publicado en Mondo e Missione, marzo 2012

LOGO_Mondo_e_missione«No tengo oro ni plata», leemos en los Hechos de los Apóstoles, que nos hablan de las actividades de Pedro y Pablo y de las primeras comunidades cristianas. Es una frase importante, incluso esencial para cualquiera que quiera ayudar de verdad a una persona, a una familia o a una comunidad que se encuentre en la indigencia.

En efecto, cuando se poseen «oro y plata» muchas veces se cae en la tentación de pensar que la principal contribución que puede realizarse está en los medios (dinero, recursos, tecnología…). Nos centramos en los medios y nos olvidamos de los fines, es decir, nos olvidamos de que en las personas, sobre todo si son todavía jóvenes y sanas, renazcan las ganas de vivir, de levantarse y de ponerse en camino.

Por el contrario, cuando faltan fondos y recursos, ante una persona en apuros sólo podemos darle lo que poseemos: amistad, escucha, una palabra, compartir. Entonces incluso es posible llegar a anunciar el Evangelio, que es uno de los recursos más potentes para derrotar la indigencia y la miseria, si se acoge con toda su carga detonante y subversiva.

He conocido comunidades cristianas que ayudaban durante años a grupos de familias sin dinero, acompañándolas y compartiendo la vida diaria. En un momento determinado, estas comunidades accedieron a proyectos de desarrollo, gracias a los cuales llegaron también recursos económicos. Sin que nadie lo deseara ni previera, ocurrió que esos recursos ocasionaron progresivamente tres graves daños. En primer lugar, estas comunidades cristianas aumentaron poco a poco pero progresivamente sus estándares de vida (mejores vehículos, casas con aire acondicionado…) distanciándose gradualmente del resto de la comunidad local. Además, en las personas que recibían ayuda se originó una actitud de pretensión y espera de la ayuda, puesto que ya no se veía a la comunidad cristiana como pobre-entre-los-pobres, sino como rica, no “con” ellos sino “para” ellos. Finalmente, mientras que en los tiempos de la pobreza compartida, ante cualquier petición de ayuda, al no haber otros recursos, se compartía la petición (y una crisis se convertía en oportunidad para reconstruir las relaciones comunitarias y la comunión), ahora con la llegada de los recursos económicos ante una emergencia muchas veces se caía en la tentación de “dar” en lugar de compartir, en lugar de hacer-juntos.

Así, con el tiempo, los vínculos comunitarios se van debilitando.

«Sólo un pobre puede ayudar de verdad a otro pobre», solía repetir un misionero amigo mío. El dinero y los recursos son buenos si son subsidiarios de la relación y de los lazos comunitarios; en este caso se convierten en auténtica Providencia y en multiplicadores de comunión y desarrollo humano. Pero esos mismos recursos económicos se transforman en auténticas desgracias cuando el dinero, el cash nexus, sustituye a una relación hecha de confianza y construida al compartir diariamente la vida, que cuesta más.

Creo que el presente y el futuro de la cooperación internacional se juegan también en este registro relacional.


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