El hambre del corazón y las respuestas del consumismo

Contra el hambre, cambiar de vida – Cuanta más soledad, más se llena la vida de cosas. Pero condenar no basta…

por Luigino Bruni

publicado en Mondo e Missione, diciembre 2011

LOGO_Mondo_e_missioneEl hambre no se refiere sólo a la falta de alimentos. Su raíz latina remite al concepto de indigencia, de ausencia, de falta de algo necesario. Así también la experiencia del hambre es más grande que la falta de comida, de recursos o de derechos.

Meses atrás comenzamos nuestro pequeño viaje a través del continente “hambre”, empezando  por los aspectos directamente relacionados con el hambre de comida y con la falta o indigencia de recursos materiales y de derechos fundamentales. Era necesario hacerlo así, ya que antes de hablar, como haremos ahora, de otras formas de hambre que podemos llamar “opulenta”, es un deber civil, moral e intelectual recordarnos a nosotros mismos y a los demás que el hambre debida a la miseria existe y es un escándalo, para no caer en el error en el que caemos muchas veces cuando leemos artículos de estudiosos que ponen en el mismo plano el hambre de pan y el hambre de sentido.

Yo no creo que sean iguales. El hambre de comida es más grave y escandalosa que cualquier otra. Solo siendo conscientes de ello es posible y necesario decir hoy que no se muere sólo por falta de pan, derechos o bienes materiales, sino que a veces se enferma y se muere también por hambre de bienes relacionales, de bienes espirituales y de ganas de vivir.

Occidente está enfermo (y la crisis económica que estamos viviendo es una clara expresión de ello) porque ya no somos capaces como cultura de saciar con la comida el hambre de relaciones, de amistad, de belleza, de vida y de Dios que padecen todos los seres humanos. Cuando esta hambre no se satisface, para evitar la muerte se buscan y se encuentran cada vez más sustitutos de bajo precio, gracias a los cuales el mercado con sus crisis ha crecido enormemente durante las últimas décadas.

Cuanto más sola, vacía y triste está la gente, más llena su vida de cosas. A propósito de esto, hay dos aspectos importantes que señalar. Hoy el mercado post-moderno se ha preparado para ofrecer mercancías que simulan relaciones, amistad. Basta pensar en la televisión, que vende pseudo bienes relacionales o en el crecimiento hipertrófico de “centros de bienestar”  a los que cada vez se va menos por la salud y más para “comprar” caricias. Además, el consumismo, más aún que el comunismo y el fascismo, se presenta como una religión, puesto que nos vende (es una ilusión) la idea de eternidad: este PC con el que estoy escribiendo dentro de algunos meses o años estará viejo, pero entonces podré comprarme otro igual o mejor. La cirugía estética vende tiempo y años, otra característica típica de las religiones («el tiempo es de Dios»).

Pero también hay un desafío positivo, de vida, detrás de esta cultura consumista. En primer lugar, debemos reconocer que lo que nos impulsa a comprar de manera cada vez más compulsiva es el hambre de vida y de relaciones. Así pues, si amamos nuestro tiempo no debemos combatir ni demonizar la cultura del consumo. Hace poco asistí en Filipinas a un experimento: en algunos supermercados se habían instalado capillas. Me gustó porque es expresión de una actitud positiva y valiente, que no critica a quienes no van a la iglesia sino que lleva la iglesia a los nuevos lugares de la vida en común.
El consumismo es peligroso y mortífero porque llena con cosas el hambre de relaciones y de vida; por eso sólo puede superarse respondiendo mejor y con mayor profundidad a esas mismas preguntas.


Imprimir   Correo electrónico