Un Occidente harto que ha perdido la esperanza

Sólo se puede luchar contra el “hambre no elegida” manteniendo viva en las personas el “hambre buena” del “todavía no”

por Luigino Bruni

publicado en Mondo e Missione, enero 2012

LOGO_Mondo_e_missioneUna experiencia personal: Hace unos meses viajé a Kenia para impartir algunos cursos y conferencias. Al viajar por el país pude ver o, mejor dicho, entrever desde lejos, muchas formas de pobreza, de miseria e incluso de verdadera hambre.

Pero la imagen más fuerte que me llevé de aquel encuentro con una parte de la cultura africana no fue la de la ausencia sino, sobre todo, la de la presencia de muchos jóvenes que estudiaban de noche en las calles, amontonados bajo las farolas porque no tenían energía eléctrica en casa.

Me acordé de mis estudiantes de Milán, que estudian sin ganas porque han perdido el principal resorte que impulsa a un joven hacia la vida: el deseo de futuro, el hambre de vida. Al igual que ocurre con la pobreza, el hambre también tiene un lado positivo: la falta de algo que no tenemos pero que nos hace movernos para mejorar nosotros mismos y a los demás.

En la postguerra, Europa fue capaz de hacer algo grande: reconstruir moral, civil y económicamente los países que una guerra fratricida entre cristianos había destruido, causando millones de muertos y ríos de escombros. Esto fue posible gracias a que aquellos pueblos sintieron con fuerza el deseo y la necesidad de construir un mundo nuevo. Cuando en las personas y en los pueblos falta este tipo de hambre (como ocurre hoy en Europa) también es mucho más difícil hacer frente con seriedad y eficacia al “hambre negativa” contra la que hay que luchar, puesto que donde no hay entusiasmo ni ganas de vivir tampoco puede hallarse la energía necesaria para ocuparse de los demás. Contra el hambre padecida, no elegida, (por la naturaleza y/o por los demás, por las guerras, por relaciones erróneas …), se lucha manteniendo viva en las personas el hambre positiva de un “todavía no” que queremos que llegue pronto y que nos impulsa a trabajar por ello.

Occidente, con su modelo de desarrollo económico y social, está mostrando toda su fragilidad y no sólo en las finanzas, sino también por un déficit antropológico que tiene mucho que ver con la ausencia de ese hambre positiva. Cuando se intenta saciar con mercancías este “hambre buena” de vida, que es expresión de la vocación de las personas a la transcendencia, en lugar de cultivar la humanidad y las relaciones, en las personas se agota el recurso más importante para cualquier economía y para cualquier sociedad: el deseo de levantarnos por la mañana para mejorar nuestra existencia.

Si el mundo mejor que esos jóvenes de Kenia sueñan no es más que la versión africana de este modelo de desarrollo, el despertar será dramático, porque será absolutamente incapaz de cumplir sus promesas.

Africa y las demás zonas del mundo a las que el capitalismo sólo ha llegado en parte, hoy tienen ante sí el desafío de dar vida a una economía de mercado y a un desarrollo económico post-consumista, más solidario, más de comunión, más en armonía con el medio ambiente y menos materialista. Debemos evitar cometer el error mortal de apagar el deseo y el hambre de vida en los jóvenes, llenando ese vacío sólo con cosas. Las cosas son importantes, en algunos casos esenciales, pero sólo se convierten en “bienes” cuando no apagan el hambre buena de algo que es más importante que las cosas.


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