stdClass Object ( [id] => 17858 [title] => La apuesta de los nuevos empresarios [alias] => la-apuesta-de-los-nuevos-empresarios [introtext] =>por Luigino Bruni
publicado en Repubblica, sección Florencia el 18/09/2010
Ocurre algo extraño con los debates que siguen la crisis de estos dos últimos años: se pone en discusión todo, pero hoy ya nadie habla seriamente de poner en discusión la única cosa verdaderamente importante, que es el sistema económico capitalista. Después de Pasolini o Don Milani, se diría que a nuestros intelectuales les falta estatura moral para hablar de superar el capitalismo sin usar las palabras gastadas de las ideologías, sean de derecha o de izquierda, laicas o católicas. Así nos limitamos todos a hablar inocuamente de la necesidad de una economía más ética (¿alguien nos explicará alguna vez el verdadero significado de esta frase? ¿es la ética del lobo o la del cordero? ¿la ética de los titulares de las Letras del Tesoro o la de los ‘rom’?), de la responsabilidad de la empresa, de la economía social y de la filantropía, fenómenos todos ellos que, bien mirado, no solo no ponen en discusión nuestro sistema económico, sino que son necesarios y funcionales para su supervivencia. Hay que ser más atrevidos. Los intelectuales, los economistas y los científicos sociales tienen que volver a hacer su trabajo de críticos de la sociedad, también de nuestra sociedad.
[fulltext] =>Empecemos respondiendo a una pregunta: ¿estamos convencidos de que el objetivo de la actividad de cualquier empresa tenga que ser la maximización del beneficio?
Antes que nada tenemos que recordar qué es el beneficio. Limitándonos al ámbito más positivo de la economía de mercado, podemos afirmar que el beneficio es la parte del valor añadido generado por la actividad de la empresa que se atribuye a los propietarios, a los antes llamados capitalistas. Así pues, el beneficio no es todo el valor añadido, sino solamente una parte. Pongamos un ejemplo: La empresa A fabrica automóviles transformando acero, plástico, goma, componentes electrónicos, etc. en un producto terminado que se llama “automóvil”. Supongamos que la suma del coste de todas las materias primas que se utilizan para producir un automóvil sea igual a 10. Si la empresa A vende el automóvil a un precio de 30, el beneficio evidentemente no es igual a 20 (30-10). Todavía faltan importantes elementos de coste, entre los que destaca el coste del trabajo. Supongamos que el coste del trabajo sea 8 (para cada vehículo) y que los restantes costes (gastos financieros, amortizaciones…) sumen 3. El beneficio bruto (antes de impuestos) sería 9. Si después la empresa paga impuestos por valor de 4, el beneficio neto quedaría en 5. Hoy sabemos que en el valor añadido hay muchas cosas. Entre ellas se encuentran la creatividad del emprendedor, el trabajo humano, las instituciones de la sociedad civil, la cultura implícita de un pueblo e incluso la calidad de las relaciones familiares en las que crecen los niños en sus 6 primeros años de vida (como nos enseña el Premio Nobel James Heckman). Ese “5” de valor añadido no incluye solo el papel creativo de los propietarios de los medios de producción de la empresa, sino mucho más que tiene que ver con la vida de toda la colectividad. La constitución italiana es consciente de ello cuando proclama en su artículo 41 la “función social” de la empresa, función que es también de naturaleza social. De todos modos, una cosa es cierta: si la empresa A vende el automóvil a 30 con un beneficio de 5, en un imaginario mundo “sin ánimo de lucro” (con beneficio igual a 0) los automóviles costarían 25 en lugar de 30. En otras palabras, los beneficios de las empresas son también una forma de impuesto sobre los bienes que pagamos los ciudadanos y que reduce el bienestar colectivo de la población. Por eso muchas veces se ha soñado con una “economía sin lucro” y en algunos momentos históricos incluso se ha llegado a realizar a pequeña o gran escala, aunque a veces creando daños mayores que los problemas que se querían resolver, como en el caso de los experimentos colectivistas del siglo XX. Estos experimentos colectivistas no funcionaron por muchas y profundas razones. Una de ellas es que cuando se quita ese “5”, socializándolo, quienes ponen en marcha las empresas (ya sea el estado o los particulares) dejan de comprometerse en la innovación y el trabajo. La riqueza no sólo económica de la nación disminuye, todos se hacen más pobres y el valor (5) que se quería socializar termina por desaparecer. Al mismo tiempo, la gran crisis que estamos viviendo nos enseña que una economía basada en el beneficio y la especulación es igualmente insostenible. Entonces ¿qué podemos hacer?
Hay otra lectura de este movimiento de economía civil: concebir, por ahora a pequeña escala, un sistema económico donde el valor añadido, económico y social, sea repartido entre muchos (no sólo entre los accionistas), pero sin que los empresarios ni los trabajadores dejen de comprometerse por falta de incentivo, evitando caer en los mismos problemas de las economías colectivistas y socialistas. La verdadera apuesta de la nueva economía de mercado que nos espera consistirá en mostrar una nueva generación de empresarios (ya sean individuos o comunidades) motivados por razones más grandes que el beneficio.
La última fase del capitalismo (que podríamos llamar financiero-individualista) nace de un pesimismo antropológico que se remonta por lo menos a Hobbes: los seres humanos serían demasiado oportunistas y auto-interesados como para pensar que puedan comprometerse con motivaciones altas (como la del bien común). No podemos dejar que esta “derrota antropológica” tenga la última palabra sobre la vida en común. Tenemos el deber ético de dejar a quienes vienen detrás de nosotros una visión más positiva del mundo y del hombre. Pero para que todo esto no quede únicamente en el papel sino que se convierta en vida, hace falta un nuevo humanismo, una nueva educación donde nos eduquemos todos, niños, jóvenes y adultos a una economía de la sobriedad, donde aprendamos que la felicidad humana no está en consumir más mercancías sino en disfrutar todos juntos de más bienes colectivos, sociales, medioambientales y relacionales.
Los ilustrados italianos del siglo XVIII entendieron que la felicidad es pública, porque o es de todos o no es de nadie. Por eso la pusieron en el lugar más alto de la reforma de Italia. Hoy nos estamos dando cuenta, pagando un alto precio por ello, de cuán verdadera era aquella profecía dieciochesca, cuando los desafíos del medio ambiente, el terrorismo, la energía y la emigración nos dicen que con más motivo en la era de la globalización no es posible ser felices en solitario, en contra de los otros. En este desafío la gran tradición cooperativa tiene todavía mucho que decir. Nos jugamos la calidad de vida, dentro y fuera de los mercados, para las próximas décadas.
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por Antonella Ferrucci
Luigino Bruni, ¿puede explicarnos qué está ocurriendo?
Lo que está ocurriendo demuestra que, por desgracia, Europa no es todavía una “comunidad” de pueblos y de estados. Como es conocido, los bancos centrales de los diferentes países son, por norma, prestamistas de última instancia, es decir, en caso de ataques especulativos, en caso de crisis graves del estado, tienen que intervenir con sus reservas para evitar efectos acumulativos (sólo hay que recordar lo que ocurrió en Italia en 1993 cuando Ciampi era gobernador de la Banca de Italia y tuvo que devaluar la lira).El Banco Central Europeo, por reglamento, no ha querido desempeñar esta función por miedo a que los países débiles abusaran de ella. En la crisis de Grecia, en lugar de intervenir a tiempo, como haría cualquier Banco Central en estos casos, intervino con un mes de retraso después de mediaciones y compromisos. Esto ha hecho completamente ineficaz la intervención de salvamento. Ahora nos encontramos en pleno ataque especulativo sobre el euro y no tenemos los instrumentos necesarios para reaccionar adecuadamente.
[fulltext] =>Así pues, o Europa se convierte en una verdadera comunidad y empieza a razonar como un pueblo, o no saldremos de esta crisis. El euro, como cualquier otra moneda, solo muestra que detrás de la unidad monetaria hace falta algo más en el plano político y de la solidaridad. La fragilidad del euro es simplemente una foto de la fragilidad política de Europa y debemos actuar en este plano y no solo en el plano técnico y financiero.
¿Ve alguna otra cosa detrá de esta crisis?
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Sí; dicho lo anterior, es cierto que detrás de esta crisis hay también un problema real. Occidente, desde América hasta Europa, está demasiado endeudado. Los bancos no hacen otra cosa que traspasar la deuda de un sujeto a otro. Todo eso a la larga es insostenible. Pronto esta crisis se extenderá al dólar y a la libra y nos veremos obligados a hacer una devaluación mundial y global. Esto comportará adaptar nuestro consumo y nuestro estilo de vida a los ingresos reales y no a unas finanzas hinchadas. Tengo mis dudas de que consigamos superar este momento sin demasiados traumas, pero quiero ser optimista.
Profesor Zamagni, la Unión Europea tiene responsabilidad en todo esto.
Sí, la responsabilidad de la Unión Europea es fuerte y la podemos atribuir a una serie de omisiones.
La primera: antes de la crisis no se pensó en crear un fondo de garantía, un Fondo Monetario Europeo, para hacer frente a emergencias como esta.
La segunda: no se ha creado ninguna agencia europea de calificación. Todas las agencias autorizadas son americanas (Standard & Poor's, Moody's y Fitch Ratings). El resultado está a la vista de todo el mundo. Es evidente que los Estados Unidos tienen interés en desestabilizar el euro y, en consecuencia, es obvio que las agencias americanas tienden a difundir noticias con el mismo objetivo.
La tercera omisión es que, después de haber creado el BCE, la Unión Europea nunca se ha ocupado de crear una autoridad europea equivalente para atender las políticas reales (no monetarias). Esto hace que los desequilibrios financieros repercutan inevitablemente en el mundo de la empresa (causando la pérdida de puestos de trabajo, etc ).
¿Qué podría añadir sobre las causas que nos han llevado a la crisis actual?
Podemos señalar otros dos “errores”, que han producido las consecuencias que hoy vemos:
El primero es técnico económico y aquí los economistas tienen una gran responsabilidad moral, porque el error es de tipo “teórico”. En la práctica se ha dado por supuesto que el riesgo financiero era de naturaleza “exógena”, es decir que al aumentar las transacciones el riesgo terminaría por anularse. Pero cualquier estudiante de primero de economía sabe que la naturaleza del riesgo es “endógena” y que el riesgo aumenta cuando aumentan las transacciones.
El segundo error es de tipo ético. Después de burlarnos durante años de la ética, diciendo que la economía no necesita lecciones de ética, nos hemos dado cuenta del error. El riesgo se ha transferido de los bancos a los ahorradores dispersos por el mundo sin tener en cuenta que la norma ética exige que el riesgo solo pueda transferirse si quien lo recibe tiene las espaldas cubiertas o, mejor dicho, “más cubiertas” que el sujeto del que procede el riesgo. Lo que ha ocurrido es precisamente lo contrario: los bancos han transferido el riesgo a los ahorradores a sabiendas de que no serían capaces de gestionarlo. Si ponemos todas estas cosas juntas, podemos obtener una clave de lectura para la situación actual.El euro está siendo objeto de ataque por parte de los especuladores. Pedimos su opinión sobre la situación a los economistas Luigino Bruni y Stefano Zamagni
por Antonella Ferrucci
Luigino Bruni, ¿puede explicarnos qué está ocurriendo?
Lo que está ocurriendo demuestra que, por desgracia, Europa no es todavía una “comunidad” de pueblos y de estados. Como es conocido, los bancos centrales de los diferentes países son, por norma, prestamistas de última instancia, es decir, en caso de ataques especulativos, en caso de crisis graves del estado, tienen que intervenir con sus reservas para evitar efectos acumulativos (sólo hay que recordar lo que ocurrió en Italia en 1993 cuando Ciampi era gobernador de la Banca de Italia y tuvo que devaluar la lira).El Banco Central Europeo, por reglamento, no ha querido desempeñar esta función por miedo a que los países débiles abusaran de ella. En la crisis de Grecia, en lugar de intervenir a tiempo, como haría cualquier Banco Central en estos casos, intervino con un mes de retraso después de mediaciones y compromisos. Esto ha hecho completamente ineficaz la intervención de salvamento. Ahora nos encontramos en pleno ataque especulativo sobre el euro y no tenemos los instrumentos necesarios para reaccionar adecuadamente.
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Entrevista de Radio Vaticano a Luigino Bruni
Redescubrir en la caridad “la fuerza propulsora del desarrollo” . La invitación lanzada por Benedicto XVI el domingo pasado durante su visita al albergue de Caritas en la estación Termini de Roma, ha tenido amplio eco. Pero sólo es posible conjugar esta indicación del pontífice con los criterios que rigen la economía si – como repite el Papa a menudo – en el centro de la economía y de las finanzas se encuentra la persona humana y no el interés. Una idea sobre la que insiste Luigino Bruni, profesor de economía política en la Universidad Bicocca de Milán, ante el micrófono de Fabio Colagrande:
"La caridad actúa en las personas, no en las estructuras. Si la economía se olvida de que el elemento propulsor – el que cambia, el que innova, el que se convierte en la medida de la verdad y de la justicia de un sistema económico – es la persona humana y no los capitales, ni las instituciones, ni las finanzas, etc., a la larga esa economía sale del ámbito de lo humano, deja de ser humana. Yo creo que esta llamada del Papa apela al humanismo de la economía: o la economía se abre a la caridad, es decir al amor pleno y total que trae el cristianismo, o la economía no sólo sufrirá crisis sino que se hará inhumana. El Papa nos recuerda que de esta crisis y de todas las crisis se sale con la caridad, que es un exceso: la personas capaz de ir más allá del deber para abrirse a la gratuidad."
[fulltext] =>Citando el segundo capítulo de la Caritas in Veritate, el Papa ha dicho: “La caridad no es sólo el principio de las micro-relaciones, sino también de las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas” Esta frase es también una llamada a las instituciones …
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"Por supuesto. Es una llamada a las instituciones y a las personas que trabajan en las instituciones, ya que si las macro-relaciones no se abren a la caridad, sencillamente se abren a su contrario. En otras palabras: no hay nada neutro en economía. Si la economía es lugar de vida humana, no es posible concebirlo como un ámbito donde se pueda actuar de manera neutral desde el punto de vista ético. O se está por la persona y la justicia o se esta por la injusticia y los abusos. Así pues, lo que dice el Papa de que las macro-relaciones o bien están encaminadas a la justicia y a la caridad o bien lo están al no-amor y a la injusticia, es un mensaje de gran relevancia para el momento actual"
Profesor Bruni, el Papa nos invita a redescubrir las dimensiones del don y de la gratuidad en un mundo en el que, según parece, prevalecen la lógica del beneficio y la búsqueda del propio interés. Pero la lógica del beneficio ¿siempre es negativa?
"Por supuesto que no. Para empezar, hay que entender bien en qué consiste la gratuidad, ya que se confunde con lo “gratis”. La gratuidad es un precio infinito y no un precio cero; es algo que tiene un valor tan alto que no puede pagarse con dinero y al que sólo se puede responder con el don. La gratuidad está más en el “cómo se actúa” en la economía y en la vida que en el “qué se hace”. Es la manera de vivir la vida económica la que nos dice lo que es la gratuidad. No va asociada al regalo ni, como decía antes, al término “gratis”. Entonces no es cierto que exista contraposición entre beneficio y gratuidad. Evidentemente si el beneficio se entiende como el fin de la economía, como el objetivo de la acción económica, entonces sí que hay oposición, ya que el beneficio es un indicador de eficiencia, un signo de la riqueza producida, pero no puede ser el fin último. Si por el contrario el beneficio es una variable más de la economía, un indicador de eficiencia, entonces ¿por qué no? Es más, si no hay beneficios hay pérdidas y una economía que no crea beneficios a la larga destruye la riqueza y creo que ninguno de nosotros desea una economía que destruya la riqueza en vez de crearla. Así pues, la gratuidad es compatible con el beneficio, siempre que el beneficio no sea el único fin de la acción económica sino un indicador de algo más amplio que se llama precisamente “valor añadido”, “riqueza”, “eficiencia”."Una reflexión sobre las palabras pronunciadas por el Papa en el albergue de Caritas en Roma
Entrevista de Radio Vaticano a Luigino Bruni
Redescubrir en la caridad “la fuerza propulsora del desarrollo” . La invitación lanzada por Benedicto XVI el domingo pasado durante su visita al albergue de Caritas en la estación Termini de Roma, ha tenido amplio eco. Pero sólo es posible conjugar esta indicación del pontífice con los criterios que rigen la economía si – como repite el Papa a menudo – en el centro de la economía y de las finanzas se encuentra la persona humana y no el interés. Una idea sobre la que insiste Luigino Bruni, profesor de economía política en la Universidad Bicocca de Milán, ante el micrófono de Fabio Colagrande:
"La caridad actúa en las personas, no en las estructuras. Si la economía se olvida de que el elemento propulsor – el que cambia, el que innova, el que se convierte en la medida de la verdad y de la justicia de un sistema económico – es la persona humana y no los capitales, ni las instituciones, ni las finanzas, etc., a la larga esa economía sale del ámbito de lo humano, deja de ser humana. Yo creo que esta llamada del Papa apela al humanismo de la economía: o la economía se abre a la caridad, es decir al amor pleno y total que trae el cristianismo, o la economía no sólo sufrirá crisis sino que se hará inhumana. El Papa nos recuerda que de esta crisis y de todas las crisis se sale con la caridad, que es un exceso: la personas capaz de ir más allá del deber para abrirse a la gratuidad."
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por Luigino Bruni
Hoy el cuerpo recibe más atenciones y cuidados que nunca. El negocio que mueve el cuidado del cuerpo (productos, masajes, spas, cirugía estética, gimnasios, lámparas bronceadoras, fármacos adelgazantes, etc.) es impresionante. Sólo en Italia mueve unos 15.000 millones de euros al año y sigue creciendo. El cuidado del cuerpo se está convirtiendo en un verdadero culto, con sus ritos, liturgias, templos y sacerdotes. Pero si nos fijamos con atención en este fenómeno, nos daremos cuenta de que la cuestión es compleja y tiene su lado oscuro. En primer lugar, el cuerpo que tratamos de cuidar es el nuestro o el de nuestros seres queridos; los cuerpos de los demás sólo nos interesan si son guapos, jóvenes, sanos, en forma, atractivos o si pertenecen a nuestros familiares.
[fulltext] =>El consumismo se está convirtiendo cada vez más en una religión que promete la eternidad. Mi automóvil dentro de unos meses ya no será nuevo, pero puedo comprar otro igual (un poco mejor) con la ilusión de tener un automóvil eternamente nuevo. Y así ocurre con todos los productos, cuerpo incluido. Nos gustaría vencer el tiempo y la vejez con cuidados, productos y cirugía. Pero, antes o después, el tiempo de la enfermedad y la fragilidad llega y esta cultura no nos ayuda a afrontarlo. Así marginamos el cuerpo enfermo, frágil, feo, viejo o muerto. Ya no se ven funerales en nuestras ciudades. De niño crecí rodeado de vida y también de muerte, que era una dimensión de la vida. En nuestras casas habitaba la vida y la muerte y crecíamos un poco reconciliados con ella (con la muerte tenemos que reconciliarnos de por vida).
Esa misma ausencia del cuerpo la encontramos hoy en las redes sociales (como facebook, por ejemplo). Si nos limitamos a “encontrarnos” con personas construidas, virtuales, y dejamos de encontrarnos con el otro con su corporeidad complicada, ambivalente, estos espléndidos inventos podrían sacarnos a la larga fuera del ámbito de lo humano, porque no existe lo humano sin cuerpo. Es sobre todo el cuerpo quien nos dice quiénes somos y dónde estamos. El cuerpo nos hace distintos, verdaderamente diversos unos de otros, y nos hace presentes nuestras limitaciones. Marginar el cuerpo o venerarlo son dos caras de la misma medalla: la ilusión de la posibilidad de vivir bien sin considerar la fragilidad ni la vulnerabilidad propia y ajena.
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stdClass Object ( [id] => 17288 [title] => Bruni: «La comunión es el nuevo nombre de la paz» [alias] => bruni-la-comunion-es-el-nuevo-nombre-de-la-paz [introtext] =>Entrevista con Luigino Bruni
por Angelo Sconosciuto
publicado en Fermento (Quincenal de la Diócesis de Brindisi-Ostuni), año 32°, nº. 10 (15 noviembre 2009)
El año pasado publicó el libro «Bendita economía», escrito a cuatro manos para responder a una pregunta de fondo sobre el lugar que tienen en la economía la gratuidad, la “vocación”, los “carismas” y las motivaciones intrínsecas. Luigino Bruni enseña economía política en la Universidad Bicocca de Milán, es co-editor de la International Review of Economics (IREC), además de miembro del comité editorial de las revistas "Nuova Umanità", "Sophia" y "RES" y miembro del comité ético de Banca Etica. Ahora enseña economía política en el Instituto Universitario Sophia de Loppiano y es coordinador de la Comisión Internacional de la Economía de Comunión. En Internet se puede encontrar todo sobre él, incluso un dicho-programa anónimo que da que pensar: «La vida es la lección más bella».
[fulltext] =>Profesor Bruni, en su opinión ¿cuál es la verdadera novedad que aporta la Caritas in Veritate a la doctrina social de la Iglesia?
«En primer lugar, Benedicto XVI recupera para el debate actual, reconociendo su valor, el gran magisterio social de Pablo VI. En la misma introducción dice que la DSI no tiene sólo a la Rerum Novarum come piedra miliar, sino también a la Populorum Progressio, que representa el otro gran acontecimiento sobre el que se apoya la enseñanza social del pos-concilio. Esta herencia y esta valoración de la Populorum Progressio no se debe únicamente a la coincidencia reciente del 40 aniversario de la encíclica de Pablo VI, sino sobre todo a la voluntad expresa de Benedicto XVI de relanzar en la DSI los grandes temas del capitalismo, la justicia mundial y el desarrollo de los pueblos, temas que quedaron un poco en el trasfondo de las últimas encíclicas sociales. Así pues, volver a poner en el centro los temas del progreso en la época de la globalización significa que también es central, dentro de la DSI, el gran tema de la crítica al capitalismo, Podríamos resumir este primer elemento de la encíclica de la siguiente manera: si queremos salvar la aportación cívica típica de la tradición civil y de la economía de mercado (que son, también y principalmente, fruto del humanismo cristiano), cada vez es más urgente abordar la crítica a la forma capitalista que la economía de mercado ha asumido durante los dos últimos siglos.
La segunda novedad está estrechamente relacionada con la primera y se enuncia desde las primeras líneas de la encíclica, cuando Benedicto XVI afirma que la Caritas, el amor (eros, philia y agape), es el fundamento tanto de la vida espiritual, eclesial y comunitaria, como de la vida económica y política: “da verdadera sustancia a la relación personal con Dios y con el prójimo; no es sólo el principio de las micro-relaciones, como en las amistades, la familia, el pequeño grupo, sino también de las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas” (nº 2). En mi opinión, esta frase es revolucionaria. Una de las grandes constantes que hemos mantenido desde el mundo griego y romano es una visión dicotómica de la vida: cuerpo-alma, espíritu-materia, contemplación-acción, eros-agape. Esta visión dicotómica o dualista sigue siendo muy fuerte en el ámbito económico y civil, como cuando se afirma, en la teoría y en práctica, la contraposición entre gratuidad y mercado o entre don y economía. El Papa nos invita, como hizo ya en sus anteriores encíclicas, a esta nueva unidad: es el amor, un mismo amor, el que puede y debe inspirar el don y el contrato, la familia y la empresa, el mercado y la política. Todo el capítulo 3 de la encíclica habla de la necesidad de reunificar la vida desde el corazón del mensaje cristiano. La encarnación del Verbo ha superado para siempre la separación entre sagrado y profano. No hay ámbitos plenamente humanos y otros que no lo son. Podemos alcanzar la vida buena y la santidad, por supuesto a través de la vida contemplativa y la oración, pero también siendo empresarios y trabajando o comprometiéndonos en política por nuestra gente. Si el amor es la fuente tanto del don como del contrato, eso quiere decir que es posible amar también cuando se ejecuta la contraprestación de un contrato. La gratuidad no va unida al regalo, a lo que se da gratis, sino que es una dimensión que acompaña todas las acciones humanas y que, por ello, puede y debe estar presente en la vida ordinaria.»
Uno de los primeros comentarios ha sido el de Stefano Fontana, que ha hecho la siguiente observación: "La encíclica social Caritas in veritate transforma la doctrina social de la Iglesia nada menos que en la relación entre la Iglesia y el mundo". Recordando lo que escribió Juan Pablo II en el nº 41 de la Sollicitudo, le pregunto: ¿el ámbito le parece más amplio o más restringido?
«Me parece una tesis sugerente pero un poco fuerte. Es cierto que hay elementos nuevos, pero lo que hay sobre todo es una fuerte continuidad con las encíclicas sociales del siglo XX. Aunque ciertamente hay novedades en la visión de la economía y del mercado, como acabo de señalar ».
Anunciada para el 40º aniversario de la Populorum progressio, esta encíclica se ha publicado coincidiendo con una reunión del G8 convocada para tratar sobre la crisis económica mundial que alcanza su segundo año de vida. Una lectura apresurada haría pensar que está dirigida a los poderosos de la tierra, pero el Papa Benedicto la envía a “todos los hombres de buena voluntad”. ¿Qué compromisos pueden estos últimos encontrar en sus páginas?
«No se si la habrán leído, estoy casi seguro de que no. Evidentemente, eso no quiere decir que sea irrelevante, sino que la encíclica producirá efectos sobre los “grandes” y “pequeños” de la tierra, siempre que los cristianos vivamos cada día las realidades sobre las que en ella se escribe. Las encíclicas tienen fuerza porque están escritas con la sangre de los mártires, con la vida de aquellos que dan credibilidad histórica a los principios que en ellas se enuncian. Esta encíclica tendrá influencia si da vida a una nueva era de economía civil y de comunión. En caso contrario seguirá siendo un documento, importante, pero un texto de papel ».
La Iglesia no está contra el mercado, siempre que éste no se reduzca a la búsqueda del beneficio y admita la presencia de distintas formas económicas. Este parece ser el mensaje de la Caritas in Veritate ¿Qué distancia existe entre nuestra vida diaria y esta visión de la sociedad?
«Dicho con otras palabras: Quienes, como la Iglesia, aprecian y valoran la economía de mercado (sobre todo si se compara con otras formas como el colectivismo, el comunitarismo o la economía jerárquica feudal), deben criticar duramente la sociedad de mercado, es decir, la vida en común regulada únicamente por el mercado con sus mecanismos e instrumentos (competencia, contratos, incentivos, etc). Sin mercado no hay vida buena, pero sólo con el mercado la vida todavía es menos buena, puesto que se atrofian y marginan otros principios y mecanismos fundamentales para la vida en común, que no pueden reconducirse al contrato, como el don y la reciprocidad. Pero si, como nos recuerda la encíclica, la gratuidad es la dimensión en la que se funda lo humano, de ahí se deduce que el beneficio no puede ser la finalidad de la empresa, de ninguna empresa y no solo de las que no buscan el lucro, porque cuando eso ocurre (como en la reciente crisis financiera), todo en la actividad económica y empresarial se instrumentaliza, la persona, la naturaleza, las relaciones, y nada tiene valor intrínseco. Así se supera la otra gran dicotomía de la economía actual, entre empresas con y sin ánimo de lucro, o la idea del tercer sector, ya que cualquier empresa, por el hecho de serlo, tiene una vocación cívica y no solo las que operan en el tercer sector o carecen de ánimo de lucro. De ahí la referencia del Papa a la economía civil y de comunión (nº 46), cuyo significado solo se puede entender en el conjunto de la encíclica ».
Algunos medios de comunicación han hablado de la encíclica de la crisis económica. Supongamos que sea así, aunque expresamente está dedicada al “desarrollo humano integral en la verdad y en la caridad”. Cuando pase esta crisis económica, que representa la parte contingente, ¿qué quedará de estas páginas como patrimonio permanente?
«Esta encíclica fue pensada antes de la crisis, ya que, como se sabe, tenía que publicarse por el 40ª aniversario de la Populorum progressio. Así pues, no es una respuesta a los acontecimientos de septiembre de 2008. Por eso, durará bastante más que esta crisis financiera y económica, porque es una respuesta a la crisis antropológica que está debajo de esas crisis. En conclusión, al comienzo de la encíclica el Papa se plantea cómo actualizar las preguntas y los desafíos de la Populorum Progressio (nº 8). A la luz de la encíclica, sigue siendo actual la idea de que el desarrollo es la condición necesaria para la paz, pero en estos cuarenta años hemos entendido que el desarrollo económico no basta para evitar las guerras; hace falta también la comunión de los bienes y la solidaridad entre los pueblos, desde el momento en que las últimas guerras y el terrorismo muestran que este sistema capitalista que aumenta las desigualdades es insostenible. Por eso, creo que podemos interpretar uno de los mensajes centrales de la encíclica como “la comunión es el nuevo nombre de la paz”. Creo que la comunión será también el reto de la economía y de la paz para los próximos años ».
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por Angelo Sconosciuto
publicado en Fermento (Quincenal de la Diócesis de Brindisi-Ostuni), año 32°, nº. 10 (15 noviembre 2009)
El año pasado publicó el libro «Bendita economía», escrito a cuatro manos para responder a una pregunta de fondo sobre el lugar que tienen en la economía la gratuidad, la “vocación”, los “carismas” y las motivaciones intrínsecas. Luigino Bruni enseña economía política en la Universidad Bicocca de Milán, es co-editor de la International Review of Economics (IREC), además de miembro del comité editorial de las revistas "Nuova Umanità", "Sophia" y "RES" y miembro del comité ético de Banca Etica. Ahora enseña economía política en el Instituto Universitario Sophia de Loppiano y es coordinador de la Comisión Internacional de la Economía de Comunión. En Internet se puede encontrar todo sobre él, incluso un dicho-programa anónimo que da que pensar: «La vida es la lección más bella».
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por Marco Minghetti
publicado en nova100.ilsole24ore.com el11/11/09
Más aún: ¿qué responsabilidad tienen las empresas y también las familias en la crisis económica global?
El totem de la maximización del beneficio ¿puede ser discutido?
¿Hay una demanda efectiva de ética por parte de los individuos y de las empresas o quienes hablan de ella lo hacen solo como un vano ejercicio de retórica?A estas y otras preguntas responde el Vicedirector de EconomEtica Luigino Bruni en este video.
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publicada en www.giovanipace.org , septiembre 2009
¿Qué relación existe entre agape, economía y bien común?
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La tradición italiana de la felicidad pública concebía la economía en vista del bien común. El bien público, que corresponde al término inglés common (bien colectivo), es una relación directa entre los individuos y el bien consumido. El bien común es exactamente lo contrario: es una relación directa entre personas, mediada por el uso de los bienes en común. Para la Doctrina Social de la Iglesia el bien común es la “dimensión social y comunitaria del bien moral”, y por esto es “indivisible porque solamente juntos es posible lograrlo”, como afirma el n. 164 del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. El agape, una forma de amor que hace su aparición con el cristianismo, ha quedado acantonado en la definición moderna de bien común. Por una parte ha sido relegado a la esfera privada de la familia y por la otra ha sido confiado al Estado a través del estado de bienestar, o bien, en la cultura anglosajona, a la filantropía, que son dos formas públicas que recogen sólo una parte de la riqueza de la dimensión del amor agápico. A la civilización se le presenta el reto de volver a poner el ágape en el centro de la vida de la ciudad.¿Pero es que puede leerse la historia económica en clave agápica?
La historia de la economía no es sólo la historia de los contratos, ni sólo la historia de la intervención pública y de las acciones filantrópicas. La historia que va desde los Montes de Piedad de los franciscanos en el Medioevo hasta la economía de comunión y el comercio justo y solidario de hoy, no puede ser comprendida en su plenitud si no se toma en consideración el agape que está en la base de su nacimiento y desarrollo. En este sentido, creo que hay que revisar también en clave agápica el principio de subsidiaridad, que hasta ahora sólo se veía verticalmente, esto es en la relación entre los diversos niveles de la administración pública. Considero necesaria una nueva declinación de este principio fundamental de la vida civil.¿Cómo?
No hace el contrato lo que puede hacer la amistad y no hace la amistad lo que puede hacer el agape. Es bueno recordar al jurista aquilés Giacinto Dragonetti, discípulo de Antonio Genovesi, quien en la introducción al libro ‘De las virtudes y de los premios’ (1766) escribía: “Los hombres han hecho millones de leyes para castigar los delitos, pero todavía no han establecido ninguna para premiar las virtudes”. Para Dragonetti la virtud está asociada al bien público y el agape es la piedra angular de la ciudad.
Así pues, ¿el agape está ligado a la felicidad, que es el fundamento de la economía civil?
La economía civil es una antigua tradición italiana, que tiene su origen en el humanismo civil. En el ‘400 italiano las regiones de la Toscana, Umbría y Las Marcas fueron muy importantes para el desarrollo económico y comercial. Después, en el siglo XVIII, en Nápoles surgió una nueva primavera con el pensamiento económico de Antonio Genovesi, quien decía que el propósito último de la economía no era la riqueza, sino la felicidad pública. Desde esta perspectiva, el crecimiento de un país es importante sólo en la medida en que mejora el bienestar de las personas. Si el PIB (Producto Interior Bruto), aunque crezca, nos empobrece porque se contamina el medio ambiente o las relaciones interpersonales empeoran, la economía - diría Genovesi - hace el mal, porque la economía es buena cuando mejora la calidad de vida. Por lo tanto hoy la economía civil está volviendo a ponerse de moda en un mundo, como el nuestro, donde los bienes ambientales y sociales son escasos y donde tenemos muchas mercaderías y pocas relaciones. Esta antigua tradicion italiana es muy importante y muy actual. Junto con otros autores, la estamos relanzando en la praxis y en la teoría económica contemporánea.
Un retorno a la felicidad pública, que es una palabra que ya no está de moda…
No está de moda, porque se ha perdido el significado público de la felicidad. Cuando ocurrió el terremoto en Abruzzo comprendimos lo que quiere decir que un país también tiene un cuerpo. Cuando vivimos en la normalidad, en la abundancia, nos olvidamos de que el país es una comunidad, un cuerpo y de que la felicidad nos concierne a todos. Cuando hay una calamidad natural resurge el sentimiento de pertenencia a una dimensión más grande que nuestra familia. La felicidad pública dice que esta dimensión debe ser la normalidad y no la excepción: concebir el país como una familia, donde si no están bien todos no está bien ninguno y donde existen más intereses comunes que conflictos de intereses. En cambio, en los últimos decenios, se ha deshilachado el tejido social que mantenía unido al país y hoy se ve al otro como un rival y no como un aliado. Esto es una señal de decadencia que es absolutamente necesario rectificar.
La felicidad pública implica también la idea de don.
El don, con su ambivalencia, es una experiencia compleja. El don en cierto sentido obliga. Hay que recuperar esta idea en una civilización que no hace ya dones o que no los quiere ya aceptar, salvo que se trate de los conocidos regalos promocionales u ofertas en las rebajas. Nadie quiere ya el don verdadero, porque tiene miedo de exponerse al otro. Es una civilización que se entristece. La gran señal de que algo no funciona hoy es la falta de alegría, que era típica de un mundo donde la dimensión de la relación con el otro era importante. Pero yo soy optimista: sigamos adelante, lo conseguiremos.
¿Qué tiene que ver con todo esto la economía de comunión?
Tiene que ver porque es una parte de la economía civil, ya que apunta a la felicidad pública y se ocupa de las palabras clave del humanismo cristiano y civil. La Economía de Comunión es un proyecto importante e innovador de empresarios, trabajadores, dirigentes, consumidores, ahorristas, ciudadanos, estudiosos y otros operadores económicos, lanzado por Chiara Lubich en mayo del 1991 en Sao Paulo (Brasil). Su objetivo es construir y mostrar una sociedad humana donde, a imitación de la primera comunidad de Jerusalén, “no haya entre ellos ningún necesitado”. Las empresas son el eje portante del proyecto. Estas se comprometen libremente a poner en comunión las ganancias para tres finalidades a las que se presta igual atención: ayudar a las personas desfavorecidas, creando nuevos puestos de trabajo y atendiendo a sus necesidades básicas, con proyectos de desarrollo; mantener la empresa, que no debe dejar de ser eficiente y competitiva por el hecho de estar abierta a la gratuidad; y difundir la cultura del dar y de la reciprocidad. La economía de comunión nace de una espiritualidad de comunión vivida en la vida civil; conjuga eficiencia y solidaridad; apunta a la fuerza de la cultura del dar para cambiar los comportamientos económicos; y no considera a los pobres como un problema, sino como un recurso precioso.
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publicada en www.giovanipace.org , septiembre 2009
¿Qué relación existe entre agape, economía y bien común?
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La tradición italiana de la felicidad pública concebía la economía en vista del bien común. El bien público, que corresponde al término inglés common (bien colectivo), es una relación directa entre los individuos y el bien consumido. El bien común es exactamente lo contrario: es una relación directa entre personas, mediada por el uso de los bienes en común. Para la Doctrina Social de la Iglesia el bien común es la “dimensión social y comunitaria del bien moral”, y por esto es “indivisible porque solamente juntos es posible lograrlo”, como afirma el n. 164 del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. El agape, una forma de amor que hace su aparición con el cristianismo, ha quedado acantonado en la definición moderna de bien común. Por una parte ha sido relegado a la esfera privada de la familia y por la otra ha sido confiado al Estado a través del estado de bienestar, o bien, en la cultura anglosajona, a la filantropía, que son dos formas públicas que recogen sólo una parte de la riqueza de la dimensión del amor agápico. A la civilización se le presenta el reto de volver a poner el ágape en el centro de la vida de la ciudad.
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por Luigino Bruni
El perdón es una de las experiencias humanas más profundas y universales. A pesar de ello, creo que se reflexiona demasiado poco sobre la naturaleza de esta experiencia fundamental, si bien es cierto que autores como Jankelevitch o Derrida han dedicado páginas memorables al perdón.
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El punto de partida de cualquier discurso sobre el perdón es la relación tan profunda que existe entre don y perdón y que se expresa en muchos idiomas. Por ejemplo, en inglés, la sugerente tensión que existe entre forgive y forget nos da una primera idea de lo que el perdón es en realidad: no es un acto que se realiza para quitarse un peso, para dejar de sufrir o para olvidar. No consiste en tomar (get) sino en dar (give). Este tipo de perdón, el perdón para olvidar, es muy común, potente e importante, pero no es suficiente para construir una buena vida en común.Hay un segundo tipo de perdón, que se expresa con las palabras: “Te perdono de verdad, pero es la última vez”. Este perdón contiene ya una cierta gratuidad (se perdona de verdad) y es muy frecuente en la amistad, sobre todo en las relaciones de pareja, donde existe una reciprocidad directa “yo-tu”. Este tipo de perdón también es importante, pero tampoco agota la experiencia del perdón.
Si es verdad que don y perdón van juntos (no existe el uno sin el otro), entonces podríamos resumir de este modo la tercera dimensión de una experiencia solo humana o tal vez más que humana (como dice Derrida) del perdón: “Te perdono y sigo creyendo en la relación contigo con toda su fragilidad”. En otras palabras, es como si dijéramos, no al otro sino a nosotros mismos: “Te perdono y estoy dispuesto a perdonarte también mañana si vuelves a herirme”.
Este es el verdadero “per-dón”. Este perdón tiene además una característica extraordinaria. A diferencia de las dos formas anteriores (que podrían asociarse la primera de ellas al eros y la segunda a la philia), esta tercera forma de perdón, que requiere la fuerza del agape, cura la fragilidad del otro, que puede incluso dejar de equivocarse si nuestro don le cura interiormente. Es un perdón terapéutico.
La ausencia de este perdón es la que muchas veces acaba con las parejas, comunidades o amistades importantes, cuando no somos capaces de per-donar verdaderamente, de volver a apostar y arriesgar de nuevo en esa relación. Su presencia, en cambio, es la que nos hace capaces de superar las grandes pruebas de la vida.Pero ¿dónde se aprende este perdón? ¿En qué escuelas? ¿Con qué maestros?
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En conclusión, los tres tipos de perdón son necesarios, porque cada uno de ellos desempeña una función diferente en las distintas etapas de la vida. Pero el tercer per-dón, el del agape, es el más precioso, ya que es raro y no surge espontáneamente. Cuando la vida en común se juega sólo sobre los registros de los otros dos perdones, falta la alegría, que es el gran signo que acompaña siempre al per-dón, de quien lo recibe y de quien lo da.Muchas veces en la EdC hablamos de dar, de cultura del dar, de don. En este breve texto Luigino Bruni reflexiona sobre el vínculo que existe entre don y per-dón.
por Luigino Bruni
El perdón es una de las experiencias humanas más profundas y universales. A pesar de ello, creo que se reflexiona demasiado poco sobre la naturaleza de esta experiencia fundamental, si bien es cierto que autores como Jankelevitch o Derrida han dedicado páginas memorables al perdón.
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El punto de partida de cualquier discurso sobre el perdón es la relación tan profunda que existe entre don y perdón y que se expresa en muchos idiomas. Por ejemplo, en inglés, la sugerente tensión que existe entre forgive y forget nos da una primera idea de lo que el perdón es en realidad: no es un acto que se realiza para quitarse un peso, para dejar de sufrir o para olvidar. No consiste en tomar (get) sino en dar (give). Este tipo de perdón, el perdón para olvidar, es muy común, potente e importante, pero no es suficiente para construir una buena vida en común.
stdClass Object ( [id] => 17703 [title] => Gratuidad [alias] => gratuita-es-es-1 [introtext] =>«Hoy en economía al que habla de gratuidad se lo toma por ingenuo. En realidad la gratuidad es una gracia para el que da y para el que recibe.»
por Luigino Bruni
publicado en missioniline.org el 29/10/2009
La victoria sobre el subdesarrollo requiere actuar no sólo en la mejora de las transacciones basadas en la compraventa, sino sobre todo en la apertura progresiva en el contexto mundial a formas de actividad económica caracterizada por ciertos márgenes de gratuidad y comunión (nº 39)
La victoria sobre el subdesarrollo requiere actuar no sólo en la mejora de las transacciones basadas en la compraventa, sino sobre todo en la apertura progresiva en el contexto mundial a formas de actividad económica caracterizada por ciertos márgenes de gratuidad y comunión (nº 39)
[fulltext] =>Una de las principales novedades de la encíclica es haber puesto el acento en el principio de gratuidad (cap. 3). Hoy al que habla de gratuidad en economía se lo toma como ingenuo o como impostor.
Por un lado se confunde la gratuidad (desnaturalizándola) con lo “gratis” o con la filantropía. Por el otro, el ‘don’ se confunde con los artículos promocionales de las empresas, que tienen la misma función que una vacuna: inyectar en el cuerpo un pedacito del virus que quieren combatir. Ponen en la sociedad “pedacitos” de don que nos inmunizan al don verdadero del que la sociedad del consumo tiene miedo. En realidad, como nos recuerda el Papa, la palabra gratuidad se remonta al griego ‘charis’, gracia, algo que causa felicidad. En efecto, la gratuidad es gracia, causa felicidad porque no solo es don para quien recibe actos de gratuidad sino también para quien los hace. La capacidad de amar gratuitamente es algo que sucede en nosotros y nos sorprende siempre, como cuando somos capaces de recomenzar luego de un gran fracaso o de perdonar realmente errores graves de los otros (o nuestros). Es esta la gratuidad que el mercado capitalista no conoce y que la encíclica nos pide que pongamos en el centro de nuestras relaciones económicas, políticas y sociales. Parece imposible pero ya hay muchos que la viven en la economía “civil y de comunión” (n.46)
Comprendemos entonces porque Benedicto XVI nos invita con fuerza a superar la distinción entre non-profit y for-profit: no existen ámbitos o sectores para la gratuidad. Todas las empresas, más allá de su forma, están llamadas a la gratuidad, que es la expresión de la humano. Si una empresa no está abierta a la gratuidad no puede dar frutos de humanidad. Por eso no hay que asociar la gratuidad solo con el voluntariado o con la economía social, ni confiarla a “especialistas” que se ocupan del 2% de la vida económica y social. ¿Y el 98 por ciento restante? La gratuidad, por ejemplo, tiene que estar presente no solo en los patrocinadores o en las fundaciones bancarias sino en toda la actividad ordinaria de los bancos y las empresas. La gratuidad no es el licor del postre de un almuerzo sino el modo en el que se prepara todo el almuerzo.
Entonces ¿qué es la gratuidad?
Antes que nada señalemos que la gratuidad se hace presente cada vez que hacemos algo por motivos intrínsecos y no por un objetivo ajeno al comportamiento mismo. Cuando se pone en marcha la gratuidad, el camino a recorrer es tan importante como la meta a alcanzar. La motivación intrínseca es condición necesaria, aunque no suficiente, para que podamos hablar de comportamientos humanos (solo lo humano conoce lo gratuito) inspirados en la gratuidad. La categoría antigua que mejor expresa la gratuidad es el ágape. Ni siquiera el ágape es solo gratuidad pero no hay comportamientos inspirados en él sin gratuidad. Esta condición necesaria ya sirve para distinguir la gratuidad del altruismo o de la filantropía. El don puede ser gratuidad pero también puede no serlo, si en el don prevalece la dimensión de la obligación. Una palabra que expresa también esta dimensión “necesaria” de la gratuidad es inocencia (la encontramos sobre todo en los niños: el niño que juega sin ninguna otra finalidad que el juego mismo expresa esta dimensión). La condición suficiente para que se pueda hablar de gratuidad es la orientación intencional de la acción hacia el bien. En este caso no hay que entender necesariamente el “bien” como “bien del otro” o altruismo, sino de modo más general y ontológico. Hay gratuidad también en la acción de quien, como cuenta Primo Levi, en un campo de concentración decidía hacer una “pared derecha” (y no torcida) a pesar de que no fuese utilizada por nadie y “no sirviese para nada”. La gratuidad es entonces una especie de trascendental, una dimensión que puede acompañar a cualquier acción. Por eso no es lo “gratis”, es quizás su opuesto porque la gratuidad no es un precio igual a cero sino un precio infinito al que se puede responder solo con otro acto de gratuidad (o don). En cambio toda nuestra sociedad confunde gratuidad y gratis y por eso desprecia a la primera.
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por Luigino Bruni
publicado en missioniline.org el 29/10/2009
La victoria sobre el subdesarrollo requiere actuar no sólo en la mejora de las transacciones basadas en la compraventa, sino sobre todo en la apertura progresiva en el contexto mundial a formas de actividad económica caracterizada por ciertos márgenes de gratuidad y comunión (nº 39)
La victoria sobre el subdesarrollo requiere actuar no sólo en la mejora de las transacciones basadas en la compraventa, sino sobre todo en la apertura progresiva en el contexto mundial a formas de actividad económica caracterizada por ciertos márgenes de gratuidad y comunión (nº 39)
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publicado el 11 de octubre de 2009 en Gente Veneta, n. 39/2009
«No son las encíclicas, como tales, las que cambian la historia ni la vida de las personas. Cambian la historia si se escriben con la sangre de los mártires. Es el testimonio de quienes la ponen en práctica el que hace que la fuerza de una encíclica pueda ser una fuerza de transformación de la historia ». Así comenzaba el martes pasado Luigino Bruni, profesor de economía en la Universidad Bicocca de Milán, invitado a inaugurar en el Laurentianum de Mestre, con una comentario a la nueva encíclica de Benedicto XVI “Caritas in Veritate”, el vigésimo curso de la Escuela de Formación en el Compromiso Social y Político del Patriarcado de Venecia. Había unas cien personas presentes, entre las que se encontraba Mons. Beniamino Pizziol, obispo auxiliar de Venecia, que entregó los diplomas finales a veinte estudiantes del último bienio.
[fulltext] =>«Siempre es la vida el banco de pruebas, la lección más grande. Y este documento da la palabra a quienes escriben la historia con sangre » añadió Bruni. «Una bonita definición de la “Caritas in Veritate”, podría ser la de “amar de verdad”. La palabra latina caritas contiene, en efecto, los conceptos de gratuidad, fraternidad y don. Así entendida, la caritas es una fuerza de transformación que actúa en las personas y les permite comprometerse también en el ámbito económico y social ». De este modo se recupera en la economía la centralidad de la persona, que «con sus actos da vida a las instituciones. Las instituciones nacen de las personas, pero después adquieren una vida propia que a veces es necesario cambiar. Igual que las instituciones buenas dan vida a estructuras de gracia, las malas originan estructuras de pecado ».
Al comentar el tema de la “gratuidad”, que ocupa un puesto central en la nueva encíclica, Bruni dijo: «Gratuidad no es igual a gratis. Significa añadir algo más, en términos de atención al otro y de deseo de hacer las cosas bien, que no tiene precio en la relación de intercambio. Si hubieran llevado dentro un poco de gratuidad, las paredes de Messina y de L’Aquila no se habrían caído ».
La gratuidad debe convivir con el deber y por eso puede tener espacio también en los contratos, porque es un “trascendental”, como la belleza, la bondad y la justicia. ¿Y la fraternidad, otro punto importante de la nueva encíclica? «Te hace vivir con más alegría, pero también te hace sufrir más, porque te expone a la presencia de los otros, que siempre implica la posibilidad de que te hagan daño, de que te hieran. Por eso la gratuidad no le gusta a la economía. Prefiere la filantropía, que te permite ser solidario con un africano que se muere de hambre pero no te exige tenerlo a tu lado, no te expone a su presencia » siguió diciendo el estudioso, que concluyó con estas palabras: «La “Caritas in Veritate” es una carta para todos los hombres, no sólo para los creyentes. La apuesta auténtica, más allá de la fe, es reconocer que en toda persona hay una vocación a la gratuidad, a la fraternidad y al don. Al final, aunque oculto tal vez bajo una espesa coraza, el otro es siempre un aliado, porque todo ser humano está hecho a imagen y semejanza de Dios ».
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Luigino Bruni
La publicación de la encíclica Caritas in Veritate es un acontecimiento importante para los cristianos y para toda la sociedad civil. Por una parte, la encíclica es una continuación del magisterio social de la Iglesia y de los Papas, que comenzó con la Rerum Novarum (aunque en realidad la Doctrina Social de la Iglesia –DSI– comenzó mucho antes, con los Evangelios, siguiendo con los Padres y los grandes carismas, hasta hoy). Por otra parte, representa una importante innovación en cuanto a la manera de acercarse al mercado, a la economía y a la vida civil en general. Quiero reflexionar sobre dos de los muchos temas importantes y relevantes de la encíclica.
En primer lugar, Benedicto XVI revaloriza y recupera para el debate el gran magisterio social de Pablo VI. Ya en la introducción dice que la única piedra miliar de la DSI no es sólo la Rerum Novarum, sino también la Populorum Progressio, que representa el segundo gran acontecimiento sobre el que se apoya la enseñanza social del post-concilio. Esta herencia y revalorización de la Populorum Progressio no se debe al hecho contingente de que la encíclica haya cumplido recientemente cuarenta años, sino sobre todo a la voluntad explícita de Benedicto XVI de relanzar en el seno de la DSI los grandes temas del capitalismo, la justicia mundial y el desarrollo de los pueblos.
[fulltext] =>“El desarrollo es el nuevo nombre de la paz”. Este fue el gran tema de la Populorum Progressio, que, junto al destino universal de los bienes y a la necesidad de conjugar solidaridad y crecimiento económico, representaron y siguen representando los pilares de la ética económico-política de la Iglesia. Poner de nuevo en el centro los temas del progreso en la era de la globalización, significa que también el gran tema de la crítica al capitalismo vuelve a ser central dentro de la DSI. Podríamos resumir este primer elemento de la encíclica de la siguiente manera: Si hoy queremos salvaguardar la contribución cívica de la tradición civil y de la ética del mercado (que son, también y sobre todo, fruto del humanismo cristiano), una crítica a la forma capitalista que la economía de mercado ha asumido en los dos últimos siglos cada vez es más urgente.
Dicho con otras palabras: quien, como la Iglesia, aprecia y valora la economía de mercado (sobre todo en comparación con otras formas como el colectivismo y el comunitarismo, o como la economía jerárquica-feudal), tiene que criticar con dureza el advenimiento de una sociedad de mercado, esto es, de una vida en común regulada únicamente por el mercado con sus mecanismos e instrumentos (competencia, contratos, incentivos, etc.). Sin mercado no hay vida buena, pero sólo con mercado la vida todavía se hace menos buena, puesto que se atrofian y marginan otros principios y mecanismos en los que se funda la vida en común y que no pueden reducirse al contrato, como son el don y la reciprocidad.
El segundo punto está estrechamente ligado al primero y se enuncia en las primeras líneas de la encíclica, cuando Benedicto XVI afirma que la Caritas, el amor (eros, philia y ágape) es el fundamento tanto de la vida espiritual, eclesial y comunitaria, como de la vida económica y política: “Ella da verdadera sustancia a la relación personal con Dios y con el prójimo; no es sólo el principio de las micro-relaciones, como en las amistades, la familia, el pequeño grupo, sino también de las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas” (nº2). Desde mi punto de vista, esta frase tiene un alcance revolucionario.
Una de las grandes constantes que se repite desde la época griega y romana, es una visión dicotómica de la vida: cuerpo-alma, espiritual-material, contemplación-praxis, eros-agape. Esta visión dicotómica o dualista sigue siendo hoy muy fuerte en el ámbito económico y cívico, al afirmarse en la teoría y en la práctica, la contraposición entre gratuidad y mercado, entre don y economía. El Papa, en continuidad con sus encíclicas anteriores, nos llama a esta nueva unidad: es el amor, el mismo amor, el que puede y debe inspirar el don y el contrato, la familia y la empresa, el mercado y la política. Todo el capítulo tercero de la encíclica habla de la necesidad de reunificar la vida, partiendo del corazón mismo del mensaje cristiano: la encarnación del Verbo ha superado para siempre la separación entre lo sagrado y lo profano, entre un ámbito plenamente humano y otro que supuestamente no lo es. Puede alcanzarse la vida buena, la santidad, ciertamente en la vida contemplativa y en la oración, pero también siendo empresario y trabajando o comprometiéndose en política por la propia gente. Se comprende así que si el amor es la fuente tanto del don como del contrato, entonces es posible amar también cuando se ejecuta la prestación de un contrato. Así pues, la gratuidad no se asocia al regalo (gratis), sino que es una dimensión que acompaña a todos los actos humanos y que por ello puede y debe estar presente en la vida ordinaria.
Este tema está unido a los del beneficio y la empresa, a los que se les da mucha importancia en el capítulo dedicado al mercado. Si la gratuidad es la dimensión en la que se funda lo humano, de ahí coherentemente se deriva que el beneficio no puede constituir el objetivo de la empresa, de ninguna empresa, no solo de aquellas que no tienen ánimo de lucro. Cuando esto ocurre (como en la reciente crisis financiera) todo en la actividad económica y empresarial se convierte en instrumental: las personas, la naturaleza, las relaciones, y nada tiene valor intrínseco. Así se supera la otra gran dicotomía de la economía actual, que distingue entre empresas sin ánimo de lucro y empresas con ánimo de lucro, o la idea del tercer sector, puesto que todas las empresas, en cuanto tales, tienen una vocación cívica y no solo las que operan en el tercer sector o en el ámbito no lucrativo. De ahí la referencia que hace el Papa a la economía civil y de comunión (nº 46), cuyo significado solo se percibe en el marco global de la encíclica.
En la introducción, el Papa se plantea actualizar las preguntas y los desafíos de la Populorum Progressio (nº 8). A la luz de la encíclica, la idea de que el desarrollo es condición necesaria para la paz sigue siendo actual, pero en estos cuarenta años hemos comprendido que no es suficiente el desarrollo económico para evitar las guerras (como ocurría en tiempos de Pablo VI). Es necesaria la comunión de los bienes y la solidaridad entre los pueblos, desde el momento en que las recientes guerras y el terrorismo muestran que el sistema capitalista, que produce cada vez más desigualdades, es insostenible. ‘La comunión es el nuevo nombre de la paz’. Con estas palabras podríamos conjugar uno de los mensajes centrales de la encíclica, que es también el desafío de la economía y de la paz para los próximos años y que debe interpelar también al G8 y a los grandes de la tierra. En estos días me vienen a la cabeza los nombres de algunos personajes que habrían disfrutado con esta encíclica: Luigi Sturzo, Luigi Einaudi, Adriano Olivetti, pero también Adam Smith y Antonio Genovesi, es decir todos aquellos que han amado al hombre y al mercado como expresión de humanidad y de vida buena.
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Comentario a la encíclica "Caritas in Veritate", en la que Benedicto XVI hace referencia a la economía civil y de comunión
Luigino Bruni
La publicación de la encíclica Caritas in Veritate es un acontecimiento importante para los cristianos y para toda la sociedad civil. Por una parte, la encíclica es una continuación del magisterio social de la Iglesia y de los Papas, que comenzó con la Rerum Novarum (aunque en realidad la Doctrina Social de la Iglesia –DSI– comenzó mucho antes, con los Evangelios, siguiendo con los Padres y los grandes carismas, hasta hoy). Por otra parte, representa una importante innovación en cuanto a la manera de acercarse al mercado, a la economía y a la vida civil en general. Quiero reflexionar sobre dos de los muchos temas importantes y relevantes de la encíclica.
En primer lugar, Benedicto XVI revaloriza y recupera para el debate el gran magisterio social de Pablo VI. Ya en la introducción dice que la única piedra miliar de la DSI no es sólo la Rerum Novarum, sino también la Populorum Progressio, que representa el segundo gran acontecimiento sobre el que se apoya la enseñanza social del post-concilio. Esta herencia y revalorización de la Populorum Progressio no se debe al hecho contingente de que la encíclica haya cumplido recientemente cuarenta años, sino sobre todo a la voluntad explícita de Benedicto XVI de relanzar en el seno de la DSI los grandes temas del capitalismo, la justicia mundial y el desarrollo de los pueblos.
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Antonella Ferrucci: ¿Qué espera de la nueva encíclica, desde el punto de vista de la EdC?
Luigino Bruni: No espero una encíclica sobre la crisis financiera. Si así fuera, pronto quedaría superada. Estoy convencido de que la crisis de la que hablará la encíclica, retomando los grandes temas de la Populorum Progressio y de la Centessimus Annus, tendrá que ver con la valoración crítica de los fundamentos éticos y antropológicos del capitalismo. El mercado es una institución que surge en el corazón de la cristiandad medieval, a partir del pensamiento franciscano, hebreo, tomista. En cambio, el capitalismo es solo la forma que toma la economía de mercado en la modernidad. La Iglesia se encuentra en el origen del mercado y reconoce su valor cívico, pero no puede aceptar que el mercado se convierta en el único criterio sobre el que construir la vida en común, como supone la lógica típica del capitalismo. Así pues, espero una crítica al capitalismo para salvar la economía de mercado, que es una gran herencia del humanismo cristiano. La crítica más importante que se dirige hoy al capitalismo, que va más allá de la Centessimus Annus y recupera algunas instancias muy presentes en la Populorum Progressio, es de tipo antropológico: el ser humano es mucho más que consumidor o ahorrador y más también que empresario o ciudadano. Es persona. Es más grande que cualquier ideología, incluida la capitalista. Para apreciar hoy, como hace la Iglesia con sus instituciones y carismas, las conquistas cívicas de la economía de mercado (sobre todo en comparación con la economía planificada o la feudal), hay que ser críticos con respecto a ese fundamentalismo del capitalismo, que es la religión atea más radical de la postmodernidad, puesto que elimina de raíz la necesidad misma de Dios.
[fulltext] =>A.F.: En este contexto ¿qué significado tiene la EdC?
L.B.: La EdC representa una propuesta importante y estoy convencido de que su experiencia se verá reforzada desde el punto de vista cultural. Es cierto que la EdC no se sitúa fuera del mercado, sino que se mueve dentro de él. Pero, al mismo tiempo, el hecho de proponer que los beneficios sean puestos en comunión, supone una crítica radical al postulado principal de la economía capitalista: la obtención privada del beneficio de la empresa. Desde 1991, la EdC (que nació a la vez que la última encíclica social) vive el mensaje del concilio en la economía, puesto que concibe la economía como expresión de un pueblo, como expresión de fraternidad, reciprocidad y laicidad responsable y solidaria.
A.F.: ¿Cuál podría ser el mensaje más destacado de la encíclica?
L.B.: No he leído la encíclica, pero a juzgar por la obra de Benedicto XVI y por el debate que ha ido preparando a lo largo de los últimos años la aparición de este documento, espero que vuelvan a situarse en el centro del mercado y con él de la sociedad (hoy ya no es posible separar el mercado del ámbito civil y político), dos principios fundantes de la tradición cristiana: la gratuidad y la reciprocidad. El cristianismo inventó la gratuidad, que es una declinación del ágape y la gracia (charis) y puso la reciprocidad en el centro del nuevo pueblo: “amaos unos a otros”. La clave del cristianismo no está ni el altruismo ni en la filantropía, sino en la reciprocidad. Estas dos categorías (gratuidad y reciprocidad) han sido las más combatidas por el capitalismo. Yo espero que vuelvan a situarse en el centro de los mercados y las empresas. Sin gratuidad, no queda espacio para la vida espiritual; sólo para el nihilismo. La gratuidad, las prácticas de gratuidad, son el “músculo” para vivir la vida interior y con ella la fe. Sin reciprocidad no hay comunidad y sin comunidad agápica no hay cristianismo. Yo espero que aquellos que, al igual que la EdC y gran parte de la economía civil y social, han encauzado su propia vida económica en torno a la gratuidad y la reciprocidad, encuentren en esta encíclica dignidad teórica y un fuerte impulso para seguir adelante.
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Gerolamo Fazzini
entrevista publicada en el diario Avvenire del 30 de abril de 2009«El modelo económico de las dos últimas décadas, basado en la especulación, es criticable».«Es urgente una política mundial que relance el consumo a nivel global, en los países africanos y asiáticos más que en los occidentales, que ya están hartos de consumismo»
Profesor de economía política en la Universidad de Milán – Bicocca y miembro del comité ético de Banca Etica, además de valorado ensayista, Lui¬gino Bruni es uno de los académicos más interesados en la relación que existe entre las dimensiones económica y social. Teóri¬co de la economía de comunión, promovida por el movimiento de los Focolares, Bruni responde a las preguntas de Avvenire desde Brasil, donde está participando en un encuentro nacional de empresarios vinculados al proyecto.
[fulltext] =>Para explicar las raíces profundas de la crisis económica actual, el papa Benedicto ha incomodado a muchos usando un término, tan fuerte como poco habitual, que es el de ‘codicia’ ¿Por qué?
«Porque estamos viendo los resultados que produce una economía y unas finanzas dejadas al albur de sus propias pulsiones. Es como si toda la socialidad se jugase únicamente en el registro del eros, sin referencia alguna a la philia y al agape con sus típicas instituciones. Metáforas aparte, detrás de la crisis actual hay una crisis moral de la que no escapan ni nuestra relación con los bienes ni nuestros estilos de vida. Es cierto que los bancos y las finanzas tienen una responsabilidad directa, pero las familias y los ahorradores “ávidos” tienen también una parte de responsabilidad cuando van al banco y le dicen: ‘haz lo que quieras con este dinero pero dame un interés más alto que el de las letras del tesoro’. No debemos olvidar nuestra responsabilidad como ahorradores. Por eso hay que recordar que aquí está en juego la ética, la confianza entendida como fides, que en latín significa ‘cuerda’, lo que mantiene unida a la sociedad.».
Varios economistas y políticos están diciendo que hay señales de una tímida recuperación, que se ve la luz al final del túnel y cosas por el estilo. ¿No tiene la impresión de que se quiere pasar página demasiado aprisa, evitando una lectura en profundidad de las causas de la crisis? ¿No nos estamos contentando con un maquillaje superficial mientras que haría falta una intervención quirúrgica?
«Estoy de acuerdo. Es probable que veamos alguna señal de recuperación del PIB en los próximos meses, pero esto no implica que salgamos de la crisis, si es cierto que esta es una crisis del ethos del mercado (que no por casualidad es el título de mi último libro). Se trata de una cultura que lleva dos años centrada en la immunitas y en el individuo. La relación personal con el otro es el gran mal que se quiso expulsar de la esfera pública. Hemos sustituido los bienes relacionales por protocolos, contratos e instrumentos que se han convertido en grandes mediaciones que impiden o dificultan el vínculo entre las acciones y las personas que sufren sus efectos. De esta crisis de relaciones humanas no se ve ninguna salida; más bien estamos al comienzo. La disminución de la felicidad en las sociedades occidentales no es más que una señal de esta crisis de relaciones y de sentido, de la que no se sale ganando unos puntos porcentuales del PIB. Pero si no curamos esta herida de nuestra cultura de mercado, las crisis como la que estamos atravesando, serán recurrentes y cada vez más graves».
¿Qué es lo que no funciona: el capitalismo o toda la economía de mercado?
«Hoy se tiende a confundir capitalismo y economía de mercado. Como la segunda no es discutible, tampoco se discute el capitalismo. Pero realmente la economía de mercado no coincide con el capitalismo; nace mucho antes y ha conocido distintas formas no capitalistas que han convivido con el capitalismo (por ejemplo el movimiento cooperativo) y sin duda le sobrevivirán. Si hoy queremos salvar la economía de mercado (gran herencia del humanismo cristiano medieval y moderno) tenemos que volver a criticar el modelo de capitalismo financiero que hemos construido sobre todo en las últimas dos o tres décadas. El mercado y las finanzas solo pueden ser lugares de civilización si están sujetos a una sistemática crítica civil y cultural».
Usted escribió hace algún tiempo en una revista misionera: «Esta crisis nos está diciendo dramáticamente que el ‘capitalismo financiero’ necesita un nuevo Bretton Woods que diseñe la nueva arquitectura del capitalismo de tercera generación. Esperemos que los nuevos acuerdos esta vez sean democráticos, que tomen seriamente en cuenta a Africa, Asia y Sudamérica ». Sin embargo, hoy no se sabe si hay mucha gente interesada en cambiar estas cosas. ¿No debería ser éste un tema relevante para el próximo G8?
«Por supuesto. Pero no creamos que los políticos y los jefes de gobierno puedan seguir siendo en solitario los protagonistas de esta nueva alianza mundial. Esta crisis nos dice también que la política ya no es capaz por sí sola de entender ni mucho menos de gestionar la crisis. Hoy sabemos que la suerte del capitalismo depende de millones de sujetos con distinto peso relativo, pero no hay ninguno (ni siquiera la FED) con un peso tan grande como para determinar por sí mismo la suerte del mundo ».
Cuál es el espacio que le queda entonces a la política?
«Lo que el G8 (o, mejor aún, una 'cumbre glo¬bal' de geometría variable en función del tema tratado, sin número fijo) puede y en mi opinión debería hacer urgentemente es lanzar una política de reactivación del consumo a nivel mundial y global. En Europa y en Estados Unidos ya estamos hartos y entristecidos por el consumismo. Cosa bien distinta sería una política redistributiva mundial que ponga a millones de africanos y asiáticos en condiciones de tener una casa y otros bienes primarios. Este plan aumentaría el bienestar mundial a la vez que relanzaría la economía. Si la crisis es global, las recetas también tienen que ser globales y traspasar las fronteras nacionales. Pero para ello sería necesaria una visión política mundial de mundo unido, que hoy no se ve en el horizonte ».
El economista Yunus, fundador del Grameen Bank, es aclamado como un nuevo gurú. Pero las finanzas actuales se guardan mucho de acudir a su escuela...
«Yunus siempre dice que el acceso al crédito es un derecho humano fundamental, ya que si no se satisface, las personas no logran realizar sus propios proyectos ni salir de las muchas trampas que tiene la miseria. Si esto es cierto, de ahí se deduce que la banca especuladora debería ser la excepción y no la regla, aunque no fuese más que porque los capitales que arriesga son de las familias».
Usted escribió hace tiempo que «si esta crisis sirve para que nazca un nuevo pacto social planetario por una economía más ética, entonces será una felix culpa». ¿Le parece que de esta crisis está surgiendo algo nuevo o cree que no?
«Las crisis siempre tienen dos caras. Los sistemas económicos cambian cada vez que la parte humana supera a la económica. Tengo la fuerte impresión de que hoy estamos asistiendo a algo parecido: el individuo surgido de la revolución económica, industrial y cultural de la modernidad se está dando cuenta de que una economía y un mercado basados en intereses individuales y en la búsqueda del beneficio, que ‘consumen’ comunidad, bienes relacionales y ambientales, está produciendo habitats tristes en los que el ‘animal social hombre’ vive mal. Una vez más serán la sed de vida y el deseo de felicidad de las personas los que encuentren la solución a esta crisis y a este capitalismo ».
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Gerolamo Fazzini
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Profesor de economía política en la Universidad de Milán – Bicocca y miembro del comité ético de Banca Etica, además de valorado ensayista, Lui¬gino Bruni es uno de los académicos más interesados en la relación que existe entre las dimensiones económica y social. Teóri¬co de la economía de comunión, promovida por el movimiento de los Focolares, Bruni responde a las preguntas de Avvenire desde Brasil, donde está participando en un encuentro nacional de empresarios vinculados al proyecto.
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[fulltext] =>Después de esta premisa, quisiera detenerme en tres aspectos de esta crisis.
Primero: La crisis financiera actual está mostrando la radical fragilidad y vulnerabilidad del capitalismo de tercera generación. En el sistema económico tradicional (desde las ciudades medievales hasta la Europa moderna) una crisis como la actual no podría ni siquiera imaginarse. En aquellas economías el consumo se basaba y estaba ligado a la producción real. La renta de los individuos y de los países era un indicador muy importante, porque decía claramente y sin equívocos cuánto una familia y un país podían gastar e invertir. La renta era el límite natural del consumo y del ahorro. La renta no consumida se depositaba a menudo (cuando existían y eran seguros), en bancos donde, gracias al interés que el dinero generaba, el valor del capital no se deterioraba con el paso el tiempo. En aquel mundo, o capitalismo, las crisis económicas (como la del ’29) solo podían darse por una crisis de la economía real (sobre todo quiebras de empresas…), que producían desocupación, y por lo tanto una reducción de la renta real. Este sistema económico tradicional entró en crisis en el siglo XX, con el nacimiento del capitalismo financiero, que cambió radicalmente la naturaleza del sistema económico y de nuestras vidas. Este cambio produjo algunas cosas interesantes, pero a un costo muy alto, ya que dejó un sistema económico tremendamente frágil. John M. Keynes fue el economista que mejor comprendió y denunció proféticamente (en 1936), la naturaleza financiera del nuevo capitalismo y su fragilidad estructural. Un autor al que hoy deberíamos volver a leer y meditar profundamente. Las crisis como esta que estamos viviendo son por lo tanto la regla, no la excepción del capitalismo financiero, sobre todo hoy cuando la globalización amplifica los efectos de las crisis. La inestabilidad y la fragilidad son sólo la otra cara de un modelo de desarrollo que permite que cien dólares de renta real se conviertan en mil o más, sin ninguna relación entre ese dinero y el trabajo humano.
¿Tendremos que acostumbrarnos a las crisis como ésta o todavía más devastadoras? Temo que sí, al menos mientras este capitalismo no evolucione hacia algo distinto. En el corto plazo, sin embargo, sería necesario abrir una reflexión profunda sobre el capitalismo. Una reflexión no sólo económica y financiera, sino también política y cultural; una reflexión global y mundial que hoy está todavía "anclada" en los acuerdos de Bretton Woods de la posguerra. Keynes, que fue uno de los promotores de esos acuerdos, estaba convencido de que, dada la nueva naturaleza del capitalismo, era necesario un nuevo “pacto social”, con nuevas reglas y nuevas instituciones (económicas y políticas) para administrar esta nueva realidad. El FMI y el Banco Mundial son el resultado, muy parcial y en parte traicionado, de aquel pacto. En las últimas décadas algo se ha movido, y a finales de los años noventa en la conciencia cívica global estaba madurando la convicción de que había que regir y gobernar el capitalismo de una forma diferente y más atenta. La Tobin tax y el debate que surgió en torno a ella, desarrolló una función de catalizador de un proceso social que llegó a su culmen con el G8 de Génova en julio de 2001. Después, el 11 de septiembre distrajo durante años la atención de la sociedad civil internacional de los problemas de la nueva arquitectura del capitalismo financiero, para orientarla sobre los temas de seguridad y terrorismo. Hoy nos damos cuenta de que en estos siete años de "distracción" el proceso explotó (¡basta mirar los datos sobre el crecimiento del endeudamiento de la banca en este ultimo decenio!), y de improviso estamos tomando conciencia de que había otra "guerra" y otra "seguridad" no menos graves y urgentes que los controles de pasajeros en los aeropuertos, problemas que se ciernen como amenazas sobre la "post-economía de mercado" de todas las familias del globo. Esta crisis actual nos está diciendo dramáticamente que el "capitalismo financiero" requiere un nuevo Bretton Woods que diseñe la nueva arquitectura del capitalismo de tercera generación, si queremos que estas crisis no hagan implosionar el frágil sistema mundo. Esperemos que esta vez los nuevos acuerdos sean democráticos y que tengan en cuenta seriamente a África, Asia, y Sudamérica.
Y llegamos así al segundo punto. Con el advenimiento del capitalismo financiero, la naturaleza de la banca y las finanzas ha ido cambiando progresivamente. Cada vez más se han convertido en sujetos especuladores, cuyo objetivo principal es el beneficio (¡y cuanto más, mejor!), perdiendo así día a día la función social que la banca y las finanzas desde siempre habían desempeñado y desempeñan todavía hoy. Las instituciones bancarias y financieras son indispensables para la economía moderna. Como he tenido ocasión de decir también en el Osservatore Romano (28.9.08), la grave enfermedad del capitalismo contemporáneo es la progresiva transformación de los bancos de instituciones en especuladores. El especulador es un sujeto cuyo propósito es maximizar el beneficio. La actividad que desarrolla no tiene ningún valor intrínseco; es sólo un medio para el enriquecimiento de accionistas y ejecutivos. El economista Yunus, Nóbel de la paz, fundador del Grameen Bank, recuerda siempre que en la economía de mercado el acceso al crédito es un derecho fundamental del hombre, porque si no se satisface este derecho, las personas no logran realizar sus propios proyectos y salir de las muchas trampas de la miseria. Si esto es verdad, entonces la banca especuladora debe ser la excepción y no la regla en la economía de mercado, entre otras cosas porque los productos que la banca gestiona son siempre de alto riesgo, y, sobre todo, porque los capitales que ella arriesga son de las familias. Estoy convencido de que una reforma radical que debería surgir de esta crisis, es la transformación de los bancos en instituciones más cercanas a la empresa sin ánimo de lucro que a la empresa especuladora, puesto que la banca es una institución que tiene un vínculo de eficiencia y de economicidad, que debe salvaguardar los intereses de muchos sujetos. No es casualidad que, desde los Montes de Piedad de los franciscanos del siglo XV hasta los bancos cooperativos, la banca siempre se había concebido sin ánimo de lucro, precisamente porque los intereses que debía satisfacer eran muchos. Así pues, las quiebras de estos días nos enseñan que la banca es una institución de gran valor social y de gran responsabilidad, que no puede quedar abandonada al arriesgado juego de la búsqueda de ganancias.
Y finalmente el tercer aspecto. Detrás de esta crisis hay también una crisis moral, que tiene que ver también con nuestra relación con los bienes y nuestro estilo de vida. Endeudarse por encima de nuestras posibilidades reales de renta (en Estados Unidos y cada vez más en todo el mundo opulento), es una forma de doping similar al que tiene presos a los “jugadores de azar” de las finanzas. Endeudarse para el consumo es un acto de alto riesgo, porque mientras que endeudarse para invertir es algo sano y natural, en base a la hipótesis de que si la inversión es buena el valor agregado remunerará también el interés bancario, endeudarse para disfrutar de unas vacaciones exóticas o para tener una casa de lujo puede ser un acto similar al de Pinocho que, siguiendo los consejos del Gato y la Zorra, sembraba dinero esperando verlo un día crecer multiplicado en los árboles. Evidentemente, no quiero negar que, dentro de ciertos límites, el crédito al consumo de las familias pueda ser virtuoso para la economía y para el bien común. Pero es aún más cierto que los bancos que prestan demasiado y a las personas equivocadas son igual de incivilizados que los que prestan demasiado poco a las personas justas. Si los banqueros y los consultores financieros se comportan como el Gato y la Zorra, todos al final vivirán, al revés que en los cuentos, “infelices y descontentos”. Una última consideración. Hay un aspecto importante en toda esta "tempestad" que los medios nunca ponen de relieve. Aquellos que durante estos años han hecho inversiones éticas (en Banca Etica, por ejemplo, o también en muchos bancos cooperativos) hoy se encuentran con un resultado que es, al mismo tiempo, ético, económicamente rentable y muy seguro. Esta crisis está poniendo en tela de juicio el sistema de incentivos y está cambiando los valores en juego, incluso los puramente económicos. Como ha ocurrido muchas veces en la historia, un cambio climático puede determinar la extinción de grandes mamíferos y el desarrollo de organismos más pequeños y ágiles, que en el precedente clima se encontraban en desventaja. Si esta crisis, a pesar de su gravedad y del gran dolor que está causando (el dinero es importante cuando sirve para vivir), sirve para que surja un nuevo pacto social planetario por una economía más ética, amigable y abierta a la gratuidad, entonces habrá sido una “felix culpa”. Si en cambio nos limitamos a ver en nuestras cómodas casas los debates televisivos sobre la crisis, alternando las noticias sobre la caída de bancos con la espera de las colosales ganancias en la lotería, convencidos de que la culpa es solamente de los malos Gato y Zorra de Wall Street o de Piazza Affari, entonces dentro de algunos meses olvidaremos todo, y nos zambulliremos en el doping del consumo. Esperando la siguiente crisis.
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