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[title] => ¿Cuál es la mejor medida económica? La política
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[introtext] => por Luigino Bruni
publicado en formiche.net el 01/10/2011
Antes de diseñar una reforma fiscal para financiar el gasto actual, hay que prever una seria retirada de la política para dejar espacio a la sociedad civil organizada, con el fin de crear valor añadido y puestos de trabajo.
Uno de los grandes mensajes de esta crisis es la necesidad de más política. Nunca como en estos años hemos podido comprender que el mito del mercado que se auto-organiza y se auto-regula es una modelo de libro de texto, que, como todos los modelos, se basa en hipótesis para resultar verosímil. Hoy estamos viendo que en la vida real el mercado necesita de instituciones, reglas y gobierno para ser civil y civilizador. Hay una fuerte demanda de política detrás de esta crisis pero, esto es lo más importante, la política que conocemos no es adecuada para los retos a los que nos enfrentamos. ¿Cuáles son los motivos?
[fulltext] => Es cierto que el mundo ha cambiado rápidamente, quizá demasiado rápidamente, pero no hay que olvidar que existe también un fenómeno interno de la clase política, que puede explicarse mediante la teoría conocida como "selección adversa", un fenómeno descubierto analíticamente por el premio Nobel de economía George Akerlof en 1970, en el artículo de teoría económica tal vez más importante del último medio siglo. Este economista norteamericano demostró que en muchas situaciones reales el mercado no premia el mérito ni recompensa a los mejores, sino que tiende a atraer y a seleccionar a los peores o, dicho con sus palabras, a los "lemons" (fiascos).
El mensaje de esta teoría puede resumirse de la siguiente manera: en un mundo real y por ello imperfecto, las instituciones (una empresa o cualquier ámbito de la vida en común) seleccionan a un tipo u otro de personas en base a las señales que emiten. Las empresas que prometen sueldos altos seleccionan por término medio a los candidatos más interesados en el dinero; una orden religiosa que busque vocaciones, evidentemente no debe prometer incentivos monetarios sino gratuidad e ideales altos si quiere atraer candidatos con motivación intrínseca; y podríamos seguir. Así pues, una sociedad como la nuestra, con una clase política (ya sea de derechas o de izquierdas) caracterizada por los privilegios, el dinero y las ventajas sociales, tiende naturalmente a atraer candidatos a entrar en la profesión de político más interesados que la media en los privilegios y prebendas y consecuentemente demasiado poco interesados en el bien común.
¿Qué podemos hacer? Un pueblo, al igual que cualquier persona y comunidad, para desarrollarse y crecer en civilización necesita de vez en cuando momentos de auténtico renacimiento ético e ideal. En el siglo XX estos momentos estuvieron provocados por “heridas” profundas (guerras, fascismo) que, sin embargo, produjeron como efecto indirecto una clase política de alta calidad moral y humana. El milagro económico y civil de la Italia de la posguerra fue fruto, entre otros, de unos políticos que estuvieron a la altura de los tiempos, porque procedían de la parte más viva e ideal de la sociedad civil. No fueron producto de los partidos, sino que fueron ellos quienes crearon los partidos que después han gobernado nuestra sociedad. Pero casi 70 años después, los partidos y en general la clase dirigente (sindicatos, asociaciones…) se han institucionalizado perfectamente, perdiendo así gran parte de su capacidad profética e innovadora. Estoy convencido de que hoy para salvar la política hay una enorme necesidad de liberar las fuerzas de la sociedad civil, es decir asociaciones, movimientos, voluntariado, que pululan en nuestra sociedad y que hacen la vida fácil y sostenible a muchas personas, sobre todo a las más frágiles. No se trata de idealizar la bondad de la sociedad civil, sino de reconocer que la sociedad civil siempre es el lugar donde crecen las células estaminales capaces de innovar el tejido social en momentos de crisis.
Para entender las crisis que estamos viviendo es necesario mirar más adentro, más allá de la Bolsa y los recortes. En Italia, en Europa y en todo occidente está en juego la naturaleza de la relación entre economía, política y sociedad civil. Resulta demasiado evidente para quienes sepan y quieran observar bien lo que está ocurriendo que detrás de todo esto hay algo viejo y obsoleto que si no cambia o no muere no nos permitirá entender lo que estamos viviendo y mucho menos gobernarlo.
Estoy convencido de que no saldremos de esta crisis sin dos grandes cambios: un nuevo protagonismo innovador y profético de la sociedad civil y un decrecimiento de la política (entendida aquí como intermediación burocrática) en ventaja de la sociedad civil y de la economía y no para provocar una retirada de la política actual que deje espacio al individuo solo y/o al mercado capitalista. Por eso, antes de diseñar una reforma fiscal para financiar el gasto actual (endureciendo los controles y las sanciones), hay que prever, si de verdad queremos el bien común, una seria retirada de la política para dejar espacio a la sociedad civil organizada, que cree, con mayor intensidad que hasta ahora, valor añadido y puestos de trabajo y no aumente el endeudamiento público.
Todo eso significa, por ejemplo, crear empresas sociales y civiles en los sectores cruciales de la energía (¿por qué deben venir los especuladores de Alemania para realizar una instalación fotovoltaica en Puglia?), de los bienes comunes (para gestionar el agua y el suelo público no está solo el “municipio” o el “mercado lucrativo”, también hay empresas civiles y cooperativas en las que los ciudadanos se hacen cargo de sus bienes), de los ancianos (que tienen que ser de algún modo también productivos y no solo un gasto y un problema).
Sin esta nueva centralidad de la sociedad civil para una nueva política seguiremos buscando recursos en los lugares equivocados, seguiremos haciendo leyes financieras tapagujeros, seguiremos cargando pesos insoportables sobre las personas honradas, porque seguiremos viendo el mundo con las gafas equivocadas.
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El hambre es una experiencia fundamental en la vida de cualquiera. Durante cientos de miles de años los hombres han luchado contra ella. Yo pertenezco a esta pequeña porción “feliz” de mundo que no ha conocido nunca el hambre, a no ser el hambre buena que nos prepara a gozar de la comida esperada y cierta.
Gobiernos llenos de deudas, bolsas en picado, paro en aumento. El sistema económico basado en el libre mercado está atravesando una de las peores fases de su historia. Hay quien afirma que ha llegado al final de su recurrido. También hay quien piensa que puede salvarse, pero siempre que cambie sustancialmente.
Ya es evidente que el sistema capitalista está viviendo su crisis más grave. Lo que esta “segunda oleada” nos muestra es que no se trata únicamente de un fracaso de los mercados financieros (como se creía en 2008-2009) ni tampoco de una fase natural de recesión del ciclo económico. Hoy está en juego la naturaleza misma del capitalismo que hemos mantenido en pie durante las últimas décadas. Un capitalismo que ha crecido apalancado sobre una enorme deuda privada y pública que se ha hecho insostenible.
Aunque tímidamente, la palabra familia ha resonado incluso en las conversaciones del sábado pasado entre Berlusconi y Tremonti. Entre mil desconfianzas y dudas (del Cavaliere hacia su ministro), a ambos les une su disposición a razonar sobre la propuesta del Tercer Polo que, en las últimas horas, comienza a abrirse camino entre los miembros del PDL, sobre todo entre aquellos que más trabajan, como Cicchitto y Lupi, por acercarse a la oposición moderada, con vistas a la aprobación de la medida.
Es indudable que hoy en Italia estamos asistiendo a una de esas fases que el economista Albert O. Hirschman llamaría “ciclo de felicidad pública”: tras años de retorno a lo privado, la sociedad italiana y no sólo ella (pensemos por ejemplo en Oriente Medio), está viviendo una nueva época de participación y de ciudadanía activa. A este respecto, en las teorías de Martha Nussbaum podemos encontrar algunas cosas de interés.
“Las capacidades intelectuales de reflexión y pensamiento crítico son fundamentales para que las democracias se mantengan vivas y firmes. Sin embargo, prácticamente en todos los países del mundo los estudios artísticos y las humanidades están siendo objeto de reestructuración, tanto en la educación primaria y secundaria como en la universitaria. Los políticos los ven como un adorno superfluo, en una época en la que las naciones deben recortar todo aquello que parezca no servir para seguir siendo competitivos en el mercado global, por lo que están desapareciendo rápidamente de los programas de estudio, así como de las cabezas y los corazones de padres y alumnos”. Me parece que esta frase resume la tesis central del último libro de la filósofa americana Martha Nussbaum, titulado: “No por beneficio” y traducido al italiano por Il Mulino. ¿Por qué necesitan las democracias una cultura humanista?
“La Economía de Comunión dice que la empresa debe cambiar. No se trata de ocuparse de los pobres sin cambiar las estructuras económicas, sino de hacer empresas distintas que no tengan la ganancia como objetivo, que incluyan a los pobres, para evitar que mañana siga habiendo pobres”, explica el economista italiano Luigino Bruni. Según él, la Economía de Comunión “es una propuesta radical para cambiar la estructura del sistema económico a través del cambio de su institución principal: la empresa”.
Lo que más me sorprende en estos días de discusión sobre el agua, es que todo el debate sigue enteramente centrado en el binomio y en la contraposición Estado-mercado. Sobre la gestión del agua se han formado dos partidos: el de los que quieren mantener la gestión pública (esto es, a cargo de la administración pública) y el de los que quieren dejarla en manos del mercado. Los partidarios de lo público afirman que el agua no es una mercancía y que no se pueden obtener ganancias de los bienes comunes, pues pronto se convertirían en un impuesto para los ciudadanos (verdad sacrosanta, por lo demás); los partidarios del mercado dicen que lo público significa desperdicio, corrupción e ineficiencia.
Loppiano (Florencia) - Martha Nussbaum es uno de los pocos filósofos que han conseguido alcanzar dos objetivos en su actividad investigadora: dialogar seriamente con la ciencia económica y ocuparse de temas directamente relacionados con la vida de las personas, en particular de las más desfavorecidas. Hacía 40 años que no venía a la Toscana. Ahora ha vuelto para dar una conferencia en el Instituto Universitario Sophia, en la ciudadela de Loppiano del movimiento de los Focolares. En su conferencia ha hablado sobre “emociones públicas y sociedad decente”. Se trata de un tema de enorme relevancia también para la sociedad italiana: las emociones que hay que apoyar y estimular para que la sociedad pueda desarrollar sentimientos generalizados de simpatía entre sus miembros. Antes de la conferencia ha departido durante algunas horas con los estudiantes.