PIB: es hora de medir también la felicidad

por Luigino Bruni

publicado en Arcipelago Milano el 05/07/2011

logo_arcipelagomilanoEs indudable que hoy en Italia estamos asistiendo a una de esas fases que el economista Albert O. Hirschman llamaría “ciclo de felicidad pública”: tras años de retorno a lo privado, la sociedad italiana y no sólo ella (pensemos por ejemplo en Oriente Medio), está viviendo una nueva época de participación y de ciudadanía activa. A este respecto, en las teorías de Martha Nussbaum podemos encontrar algunas cosas de interés.

En su último libro, traducido al italiano por il Mulino “Non per profitto” [No por beneficio], se puede leer: “Las capacidades intelectuales de reflexión y pensamiento crítico son fundamentales para que las democracias se mantengan vivas y firmes; [sin embargo] los estudios artísticos y las humanidades son objeto de reestructuración, tanto en la educación primaria y secundaria como en la universitaria, prácticamente en todos los países del mundo. Considerados por los políticos como adornos superfluos, en una época en la que las naciones deben recortar todo lo que parezca inútil para ser competitivos en el mercado global, estos estudios están desapareciendo rápidamente de los programas curriculares, así como de las mentes y los corazones de padres y alumnos“.

La democracia es un árbol frágil, con raíces siempre poco profundas en el terreno de la historia, que necesita ser cultivado, cuidado y protegido, sobre todo en los momentos de crisis. Nussbaum ha dedicado mucho trabajo y mucha pasión civil al tema de la democracia,  mostrándonos, junto a  Amartya Sen, que el desarrollo se mide sobre todo en clave de libertades y derechos y poco y muchas veces mal en clave de PIB. Sin inteligencia crítica y sin pensamiento libre y creativo, las libertades y los derechos no crecen en nuestras civilizaciones, simplemente porque las personas no alcanzan a ver los derechos y las libertades como bienes valiosos, no luchan por ellos y los canjean sin problemas por alguna mercancía.

No hay que entender la formación en humanidades como un bien de élite, un bien de lujo accesible a unos pocos con talento y posibilidades económicas. Como Nussbaum recordó en la estupenda lección que impartió en el Instituto Universitario “Sophia” de Loppiano el pasado 6 de junio, uno de sus modelos de educador es Tagore, quien con su poesía y sus programas de formación escolar, se encuentra, al igual que Gandhi, en la base de la independencia y la democracia de la India. La belleza y la no violencia son virtudes civiles esenciales para el bien común y para la calidad de la democracia. Nussbaum propone que el arte, la literatura y la filosofía sean consideradas por la escuela y por la universidad como fundamentales para la formación del carácter de los ciudadanos, ya que sin formar el interior de las personas (tarea en la que el arte, la música y la literatura son insustituibles) nuestras sociedades no serán capaces de gestionar y orientar hacia el bien común las extraordinarias conquistas de la técnica y de las comunicaciones.

En otros tiempos de crisis y de cambio de época, las personas y las comunidades para las que el bien común era importante salvaron y relanzaron la civilización con instituciones (tanto políticas como económicas), pero también con escuelas y con el arte. Los monjes, los franciscanos, los carismas religiosos y laicos de la modernidad y el movimiento socialista, también utilizaron la belleza para “salvar al mundo”. Como hizo Olivier Messiaen, que en el campo de concentración de Goerlitz, compuso y ejecutó en una barraca con algunos músicos deportados el “Quatuor pour la fin du temps”. O como el violinista Karel Fröhlich, que en 1944 en Theresienstadt, dio un concierto para las personas que tenían que partir a la mañana siguiente hacia Auschwitz–Birkenau. El arte y la belleza siempre han luchado y siguen luchando contra la muerte y la barbarie y proporcionan instrumentos también para la liberación y el progreso civil de las conciencias y de los pueblos.

En todo eso la escuela y la educación tienen un papel fundamental. «Las naciones cada vez se sienten más atraídas por la idea del beneficio; ellas y sus sistemas escolares están acantonando, sin criterio alguno, unos saberes que son indispensables para mantener viva la democracia. Si esta tendencia se alarga, bien pronto los países de todo el mundo producirán generaciones de máquinas dóciles en lugar de ciudadanos dignos de ese nombre, capaces de pensar por sí mismos y de criticar a otros. El futuro de las democracias de todo el mundo pende de un hilo».  (Nussbaum, Non per profitto).

Todo este discurso sobre la cultura y la democracia tiene mucho que ver con el tema del bienestar y las capacidades, otro pilar del magisterio de Martha Nussbaum. En una reciente entrevista, le pregunté: “Entonces ¿el enfoque de las capacidades está orientado a medir lo que la gente efectivamente hace y no lo que siente o cree, ya que podemos ser esclavos perfectamente adaptados e incluso felices?”  Nussbaum me respondió: “Creo que sí. De hecho, como ya Mill puso de relieve, la felicidad no es un estado, sino una actividad. Hoy muchos asocian la felicidad a un estado momentáneo, a un placer, pero para Mill (y para mí), la pregunta que hay que hacer a las personas a la hora de estudiar la felicidad (al menos la aristotélica o la de Mill) no sería tanto “¿cuán feliz te sientes o te consideras?” sino “¿qué haces en la vida? ¿qué actividades consigues desempeñar?”.

Este es un aspecto central en el enfoque de Daniel Kahneman: cuando él con su método empírico intenta medir los sentimientos momentáneos, hace algo posible y quizá también interesante. Pero cuando se intenta medir la “satisfacción de la propia vida en su conjunto”, como se hace hoy en los estudios sobre la felicidad, entramos en un terreno ambiguo. En efecto, si la satisfacción con la propia vida en su conjunto es una sensación [feeling], creo que este dato no reviste demasiado interés. En cambio, si queremos medir un juicio meditado de una persona sobre su vida, la felicidad tiene poco que ver con las sensaciones. Como sabemos, la última frase de Mill antes de morir fue: ““He realizado mi tarea” (I have done my work), queriendo decir con esa frase que su vida había funcionado, había merecido la pena. Pero J. Stuart Mill se sentía triste, entre otras cosas porque había perdido a su mujer Harriet y ciertamente no era feliz en términos de feeling. Así pues, creo que hay varios problemas conceptuales a la hora de medir la felicidad.

Cuando en 1996 Kahneman me pidió opinión sobre su programa de investigación para medir la felicidad momentánea, le expresé muchas de estas dudas y él me respondió: ‘gracias, pero estas dudas no puedo tomarlas en consideración, porque ya hemos entrado en la fase operativa del proyecto’. La medición de la felicidad despegó, pero los problemas que he puesto de manifiesto continúan”. En este último párrafo sobre la falta de diálogo con Kahneman y con los estudios de los economistas sobre la felicidad, resuena la frase “calculad y no penséis”, invitación dirigida por Benedetto Croce a los economistas a comienzos del siglo XX. En realidad, como uno de los economistas que llevan tiempo involucrados en los trabajos también empíricos sobre la felicidad, estoy convencido de que las difíciles preguntas de Martha Nussbaum son muy importantes, porque con el cálculo sin pensamiento profundo no se llega muy lejos, ni siquiera en economía. Medir la felicidad también puede ser importante y relevante, pero sólo después de escuchar y tomar en consideración críticas importantes como estas de Martha Nussbaum.


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