Gratuidad

«Hoy en economía al que habla de gratuidad se lo toma por ingenuo. En realidad la gratuidad es una gracia para el que da y para el que recibe.»

por Luigino Bruni

publicado en missioniline.org el 29/10/2009

La victoria sobre el subdesarrollo requiere actuar no sólo en la mejora de las transacciones basadas en la compraventa, sino sobre todo en la apertura progresiva en el contexto mundial a formas de actividad económica caracterizada por ciertos márgenes de gratuidad y comunión (nº 39)

La victoria sobre el subdesarrollo requiere actuar no sólo en la mejora de las transacciones basadas en la compraventa, sino sobre todo en la apertura progresiva en el contexto mundial a formas de actividad económica caracterizada por ciertos márgenes de gratuidad y comunión (nº 39)

Una de las principales novedades de la encíclica es haber puesto el acento en el principio de gratuidad (cap. 3). Hoy al que habla de gratuidad en economía se lo toma como ingenuo o como impostor.

Por un lado se confunde la gratuidad (desnaturalizándola) con lo “gratis” o con la filantropía. Por el otro, el ‘don’ se confunde con los artículos promocionales de las empresas, que tienen la misma función que una vacuna: inyectar en el cuerpo un pedacito del virus que quieren combatir. Ponen en la sociedad “pedacitos” de don que nos inmunizan al don verdadero del que la sociedad del consumo tiene miedo.  En realidad, como nos recuerda el Papa, la palabra gratuidad se remonta al griego ‘charis’, gracia, algo que causa felicidad. En efecto, la gratuidad es gracia, causa felicidad porque no solo es don para quien recibe actos de gratuidad sino también para quien los hace. La capacidad de amar gratuitamente es algo que sucede en nosotros y nos sorprende siempre, como cuando somos capaces de recomenzar luego de un gran fracaso o de perdonar realmente errores graves de los otros (o nuestros). Es esta la gratuidad que el mercado capitalista no conoce  y que la encíclica nos pide que pongamos en el centro de nuestras relaciones económicas, políticas y sociales. Parece imposible pero ya hay muchos que la viven en la economía “civil y de comunión” (n.46)

Comprendemos entonces porque Benedicto XVI nos invita con fuerza a superar la distinción entre non-profit y for-profit: no existen ámbitos o sectores para la gratuidad. Todas las empresas, más allá de su forma, están llamadas a la gratuidad, que es la expresión de la humano. Si una empresa no está abierta a la gratuidad no puede dar frutos de humanidad. Por eso no hay que asociar la gratuidad solo con el voluntariado o con la economía social, ni confiarla a “especialistas” que se ocupan del 2% de la vida económica y social. ¿Y el 98 por ciento restante? La gratuidad, por ejemplo, tiene que estar presente no solo en los patrocinadores o en las fundaciones bancarias sino en toda la actividad ordinaria de los bancos y las empresas. La gratuidad no es el licor del postre de un almuerzo sino el modo en el que se prepara todo el almuerzo.

Entonces ¿qué es la gratuidad?

Antes que nada señalemos que la gratuidad se hace presente cada vez que hacemos algo por motivos intrínsecos y no por un objetivo ajeno al comportamiento mismo. Cuando se pone en marcha la gratuidad, el camino a recorrer es tan importante como la meta a alcanzar. La motivación intrínseca es condición necesaria, aunque no suficiente, para que podamos hablar de comportamientos humanos (solo lo humano conoce lo gratuito) inspirados en la gratuidad. La categoría antigua que mejor expresa la gratuidad es el ágape. Ni siquiera el ágape es solo gratuidad pero no hay comportamientos inspirados en él sin gratuidad. Esta condición necesaria ya sirve para distinguir la gratuidad del altruismo o de la filantropía. El don puede ser gratuidad pero también puede no serlo, si en el don prevalece la dimensión de la obligación. Una palabra que expresa también esta dimensión “necesaria” de la gratuidad es inocencia (la encontramos sobre todo en los niños: el niño que juega sin ninguna otra finalidad que el juego mismo expresa esta dimensión). La condición suficiente para que se pueda hablar de gratuidad es la orientación intencional de la acción hacia el bien. En este caso no hay que entender necesariamente el “bien” como “bien del otro” o altruismo, sino de modo más general y ontológico. Hay gratuidad también en la acción de quien, como cuenta Primo Levi, en un campo de concentración decidía hacer una “pared derecha” (y no torcida) a pesar de que no fuese utilizada por nadie y “no sirviese para nada”. La gratuidad es entonces una especie de trascendental, una dimensión que puede acompañar a cualquier acción. Por eso no es lo “gratis”, es quizás su opuesto porque la gratuidad no es un precio igual a cero sino un precio infinito al que se puede responder solo con otro acto de gratuidad (o don). En cambio toda nuestra sociedad confunde gratuidad y gratis y por eso desprecia a la primera.


Imprimir   Correo electrónico