Cuidado con los rufianes de Dios

Un hombre llamado Job/5 - El falso amor de los que defienden al Señor para alabarse a sí mismos.

por Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 12/04/2015

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"Salgamos. Pidamos que pase
todo el malestar. ¿A quién se lo pedimos?
A la viña, que es toda
una explosión de hojas nuevas,
a la rama de la acacia con espinas,
a la hiedra y a la hierba,
hermanas emperatrices que son
manto extendido y potentísimo trono."

(Mariangela Gualtieri, A mis inmensos maestros)

Muchos economistas, filósofos e intelectuales elaboran teorías que legitiman la miseria del mundo. Nos hablan de ella como de una consecuencia de la holgazanería de los pobres, tal vez inscrita en sus genes. No escuchan a Job ni su gran petición de explicaciones, sino que lo marginan y lo ridiculizan. Y cuando alguien intenta defender la verdad de los pobres y sus razones, se ve rodeado por los mil ‘amigos de Job’ que le condenan y se mofan de él. Los falsos amigos de Job no se han extinguido y con sus ideologías siguen humillando, despreciando y condenando a los pobres.

La acusación de Sofar, el tercer ‘amigo’, es clara y despiadada: Job es un falso inocente, un fanfarrón que esconde sus pecados bajo una cortina de palabras. “Sofar de Naamat tomó la palabra y dijo: ¿No habrá respuesta para el charlatán? ¿Por ser locuaz va a tener razón?” (11,1-2). Job responde: “En verdad sois gente importante. ¡La Sabiduría morirá con vosotros! Pero yo también sé pensar como vosotros, no os cedo en nada” (12,1-3). Job quiere respuestas nuevas y distintas de Dios. Las de los teólogos consumidores de sabiduría no le sirven: “Sí, yo lo sé tan bien como vosotros, no os cedo en nada. Pero es al Omnipotente a quien yo hablo” (13,2-3). Quiere oír la versión de los hechos directamente de Dios. No quiere escuchar a sus defensores de oficio. Quiere oír la voz del imputado.

Sofar, para celebrar la infinita e insondable sabiduría de Dios, agrede, condena y humilla al hombre Job. En cambio, Job permanece fiel a la tierra, totalmente solidario con la humanidad (con el Adam, el terrestre). No alaba a Dios en contra del hombre, no es un rufián. En cambio, hoy como ayer, una legión de rufianes de Dios, como Sofar y los otros amigos, defienden a Dios para alabarse a sí mismos, sin amar verdaderamente ni a Dios ni a los hombres.

Para defender a Dios, los tres amigos ofenden al hombre y niegan la evidencia (conocen a Job y saben que es justo). Su fría teología hecha de teoremas alaba a Dios para alabarse a sí misma. Es ideología, y por tanto idolatría. Por el contrario, toda teología no ideológica es antes que nada humanismo: habla a Dios bien del hombre antes de hablar al hombre bien de Dios. La verdad, la bondad y la belleza divinas no pueden ser defendidas en contra de la verdad, la belleza y la bondad humanas. Y quien así actúa, niega la humanidad, la tierra y a Dios.

La experiencia concreta y encarnada de Job, el justo injustamente desdichado, es el primer dato de la realidad que Sofar debería tomar como punto de partida. En cambio, como todos los falsos profetas y los falsos sabios, defiende a Dios, que no lo necesita, para salvarse a sí mismo y su ‘verdad’ teológica. Los diálogos entre Job y sus amigos son una crítica a la religiosidad enemiga del hombre (y de Dios), a las ideologías, a las filosofías y a la religión reducida a ética.

Job denuncia a todos los moralistas, que no ven el mundo a partir del montón de estiércol y se vuelven agresivos como Sofar. Dando un repaso a la historia y al presente, resulta impresionante la desmesurada cantidad de teólogos y filósofos moralistas que han usado y usan a Dios (su idea de Dios) para construir una pirámide, con el único fin de colocarse en la cima, al lado de Dios o incluso por encima de él (en cuanto arquitectos y constructores suyos). Así pues, el verdadero teólogo es Job, quien le pide a Dios que ‘despierte’ para estar a la altura del sufrimiento del mundo.

De la meditación de estos capítulos, que forman el corazón del libro de Job, descubrimos que el hombre llamado Job es un símbolo de muchas realidades, todas ellas decisivas. En primer lugar nos revela algunas dimensiones esenciales del misterio de la verdad. La víctima, el pobre, tiene una vía privilegiada de acceso a la sabiduría, puede acceder a una verdad más verdadera. Cuando alcanzamos la condición humana extrema, cuando todos los puentes han caído detrás de nosotros y por delante no vemos ninguna tierra prometida, sólo cabe buscar la verdad por la verdad. Y muchas veces la encontramos o, mejor dicho, nos encontramos inmersos en ella. Esta verdad, tal vez solamente esta verdad, permite que su ‘poseedor’ (o, mejor dicho, quien es habitado por ella) no la use en su provecho, no la consuma. Es como cuando descubrimos una flor rara en la montaña y, en lugar de arrancarla para perfumar y embellecer nuestra casa, la dejamos en el prado de todos. Esta gratuidad es la que hace que la verdad, toda verdad, sea humilde, casta, pura y valiosa. Agape.

Job es un icono muy elevado de la fe bíblica: una continua e incesante petición de verdad. Pero si queremos que sea auténtica, que sea amor, debemos gritarla con Job, sentados sobre los montones de estiércol de la tierra, sin dejar nunca de sentirnos hermanos y hermanas de todos y de todo.

Pero Job es también un paradigma de los que reciben una vocación verdadera, ya sea religiosa, laica o artística. Cuando nos ponemos en camino siguiendo la llamada de una voz buena (que nos habla desde fuera y desde dentro), inevitablemente llega la etapa de Job. Llega un momento en que nos encontramos sentados sobre nuestra basura y la basura de la ciudad, y entonces sentimos nacer una necesidad absoluta de verdad acerca de nuestra historia, de Dios y de la vida. Ya no nos conformamos con pequeñas verdades y respuestas fáciles. Tras haberlo dado todo, se puede y se debe pedir también todo. Con Job comprendemos que las respuestas a nuestra demanda de verdad no son para nosotros mismos, sino para todos. Así surge una amistad con los hombres, las mujeres y la naturaleza que no es fruto de las virtudes, sino única y exclusivamente don.

Es espléndido el canto cósmico final de Job. En su condición de amante pobre y desinteresado de la verdad, Job experimenta en su carne herida la unidad y la comunión con toda la creación. Incluye en su canto a los animales, a la tierra, a las plantas y a la paja. Los comprende, los ama y los hermana: “Interroga a las bestias, que te instruyan, a las aves del cielo, que te informen. Te instruirán los reptiles de la tierra, te enseñarán los peces del mar” (12,7-9). Desde el montón de estiércol todo se ve vivo, todo habla, todo reza. Pero para ver esta vida y esta profunda oración del universo, es necesario amar la verdad por sí misma. Así y sólo así se llega a vislumbrar una fraternidad cósmica, y del dolor del mundo florece una comunión con la hierba, con el ruiseñor, con la roca, con la estrella, con el onagro y con el anciano que se apaga en una cama de hospital. Así se aprende a ver y contemplar la inocencia y la verdad de los animales y de toda vida no humana. Sólo los hombres saben ser falsos, aduladores e idólatras; no los animales ni las plantas. En el mundo verdadero de Job hay una verdad más radical que el cosmos: las rocas, el agua, los árboles, las raíces y las hojas componen el único canto de la tierra, que se convierte en palabra en la garganta ronca pero vivísima de Job. La fragilidad de la efímera condición humana hace que sintamos aún más a Job como criatura. La muerte del hombre es más desesperada que la del árbol (que talado aún puede retoñar e innovar – 14,7), es la hermana pobre de la muerte del río y del lago que se secan por falta de agua (14,11). Toda la creación es vulnerable y caduca (la montaña se derrumba, la roca es erosionada por el agua – 14,19-20). Como todo, como nosotros.

Pero esta vulnerabilidad cósmica, esta especie de dolor universal por el sufrimiento inexplicable de los animales, las plantas y la tierra, le da a Job una base más sólida para su disputa con Dios. Job se convierte en el portavoz extremo y verdadero de la tierra, y le pide a Dios razón de un mundo creado por él donde hay demasiado sufrimiento sin razón.

Nos encontramos con una admirable reciprocidad entre Job y la naturaleza: la naturaleza le ofrece a Job una evidencia y una fuerza mayor para su proceso con Dios, y él le presta su voz a la naturaleza, pidiéndole al Eterno explicación también en nombre de las rocas, los animales y los árboles. Cada día, desde las plantas, los animales y los hombres se eleva una fuerte demanda de justicia y de verdad, si sabemos escucharla.

La presencia de Job, o de alguien que lleve bien su máscara en el drama de la vida, es imprescindible para toda persona, comunidad, sociedad o pueblo que no quiera caer en las ideologías y por tanto en los regímenes, construidos siempre en base a razonamientos parecidos a los de los ‘amigos de Job’, que usan los grandes ideales y a Dios mismo para oprimir a los pobres y justificar la opresión.

Por el contrario, son verdaderos hermanos de Job los (raros) poetas y artistas que, por vocación y carisma, no tienen miedo de llevar hasta el límite sus preguntas sobre la verdad de la vida, sin detenerse ante la casi invencible tentación de buscar y encontrar otro consuelo distinto al consuelo de la verdad. Si en la vida no encontramos a Job o a un poeta amante como él de la verdad desnuda (como Leopardi, por ejemplo), no conseguiremos liberarnos de las ideologías y nos veremos sometidos a algún ídolo que de respuesta fácil a nuestras aún más fáciles preguntas.

Estamos viviendo una profunda indigencia de preguntas grandes. Nos estamos acostumbrando rápidamente a los diálogos de las tertulias televisivas y olvidamos que nos hicimos mayores preguntando mil ‘porqués’ a nuestros padres, y que para envejecer bien tendremos que ser capaces de volver a los grandes ‘porqués’ de los niños. Dios volverá a hablarnos cuando sepamos interrogarle, con Job y como Job, con nuevas preguntas capaces de ‘despertarle’.

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