La sabia prisa de las mujeres

Más grandes que la culpa/14 – Coser, sanar, actuar a tiempo por la paz

Luigino Bruni

Publicado en pdf Avvenire (49 KB) el 22/04/2018

Piu grandi della colpa 14 rid«Nosotros vemos las mercancías como medio, como los hilos de un velo debajo del cual palpitan las relaciones sociales. Pero no debemos perder de vista que las mercancías sólo trazan el perímetro del modelo y que la atención debe centrarse en el flujo de intercambios.»

Mary Douglas, El mundo de los bienes

Don es una palabra grande y por tanto ambivalente. Si no fuera ambivalente tampoco sería grande. Como ocurre con el amor, la religión, la comunidad, la vida y la muerte, que también son grandes y ambivalentes. Una posible definición de la naturaleza humana podría ser la “capacidad de dar y acoger el don”, pues el don dice libertad, autonomía, dignidad y belleza. Los dones que recibimos y entregamos marcan las etapas decisivas de nuestra vida y de la vida de aquellos a quienes amamos, desde el primer don de la vida hasta el último, cuando entreguemos ese primer don centuplicado. Tal vez solo en ese momento seamos capaces de entender todo su valor, así como el valor y el sentido de nuestro último don.

Pero en los días más dolorosos de la vida, un bisturí afilado graba en la carne los dones rechazados, la confianza ofrecida y traicionada, las personas que confunden y desvían nuestro don, manipulándolo, tergiversándolo y destruyéndolo. Los dones que funcionan activan circuitos virtuosos de correspondencia y reciprocidad generativa. Los dones malogrados producen espirales de violencia y causan siempre mucho dolor. Por otra parte, el don posee una capacidad asombrosa y tremenda para transformarse repentinamente en su contrario: Del mismo modo que el agua pasa en un instante del estado líquido al sólido, el don negado muere y renace como rencor y rabia en el momento mismo en que es negado. Como el don de Caín, que no agradó a Dios y se convirtió en el anti-don del fratricidio. Este es un efecto de la complejidad y riqueza de nuestro corazón, capaz de un inmenso amor y de un inmenso odio, porque es infinito.

El encuentro entre David y Abigail es una auténtica perla literaria, teológica, antropológica y sociológica. Va precedido de un hecho importante: «Samuel murió. Todo Israel se reunió para hacerle los funerales» (1 Samuel 25,1). Samuel está unido tanto a Saúl como a David, pues había consagrado a ambos. Su desaparición hace aún más vulnerable a David en Israel, donde sigue peregrinando de ciudad en ciudad. Llega al desierto de Maón, al Noreste del Sinaí. Allí «había un hombre de Maón que tenía sus posesiones en Carmel. Era muy rico (…) Se llamaba Nabal, y su mujer, Abigail. La mujer era sensata y muy guapa, pero el marido era áspero y de malos modales» (25,2-3). Llega la fiesta del esquileo de los rebaños, y David envía a Nabal (cuyo nombre significa “tonto”: nomen omen, como veremos) diez hombres para pedirle al rico señor algunos dones en forma de alimentos y provisiones, especialmente valiosos dada su condición de fugitivos. Es importante la motivación de la petición de David: «Cuando tus pastores estuvieron con nosotros, no los molestamos ni les faltó nada» (25,7).

David interpreta la petición a Nabal como la correspondencia a un don, como una respuesta de reciprocidad debida. En la práctica del don, es obligado responder al don recibido. David, que se había comportado correctamente con anterioridad, piensa que Nabal obedecerá la doble regla sagrada del don y la hospitalidad y corresponderá a su honradez. Pero se equivoca: «Nabal respondió a los mozos de David: “¡Quién es David, quién es el hijo de Jesé? Hoy abundan los esclavos que se escapan del amo. ¿Voy a tomar mi pan y mi agua y las ovejas que maté para mis esquiladores y voy a dárselos a una gente que no sé de dónde viene?"». (25,10-11). Nabal no solo no envía regalos a David, sino que le ofende a él y a sus hombres. No lo reconoce. La primera negación del don es negar el reconocimiento del donante. Este rechazo del don pervierte la originaria benevolencia de David, convirtiéndola en rabia y en violencia: «David ordenó a sus hombres: “¡Ceñíos todos la espada!”» (25,13). Y repite en su corazón: «¡Ahora me paga mal por bien! ¡Que Dios me castigue si antes del amanecer dejo vivo en toda la posesión de Nabal a uno solo de los que mean a la pared!» (25,21-22).

En este momento de crisis aparece en escena Abigail. Informada de lo ocurrido por uno de sus criados, se hace literalmente cargo de la situación. Inmediatamente entiende la gravedad del torpe gesto de su marido, y pasa a la acción: «Abigail reunió aprisa doscientos panes, dos pellejos de vino, cinco ovejas adobadas, treinta y cinco litros de trigo tostado, cien racimos de pasas y doscientos panes de higos, y lo cargó todo sobre los burros» (25,18). Abigail actúa aprisa. Narrativamente es muy hermosa esta rápida acción de Abigail, jalonada por esta serie de números (también los números tienen una belleza laica), que nos revela que el escritor era un buen conocedor del talento femenino. Es típico de las mujeres entender inmediatamente lo que hay que hacer ante circunstancias dramáticas, sobre todo cuando son causadas por conflictos entre varones, y acertar con los ritmos y los tiempos. En esta acción veloz vemos, en directo, el movimiento de muchas mujeres que actúan por instinto y rápidamente para salvar a sus familias a toda costa durante las crisis y las guerras.

Abigail es un icono de la mujer sabia, concreta e inteligente, que sabe leer en las relaciones, y después actúa por el bien común. Actúa siguiendo un instinto de salvación. Experta en las relaciones y en los cuidados, trabaja por la paz. Teje tramas de bien al servicio de la vida. Y actúa en secreto («no dijo nada a su marido»), porque sabe que los hombres no entenderían su intuición distinta y pondrían obstáculos. Lo guarda en su corazón y después se pone en marcha: «En cuanto vio a David, Abigail se bajó del burro y se postró ante él, rostro en tierra. Postrada a sus pies, le dijo: “La culpa es mía, señor”» (25,23). Abigail baja de nuevo aprisa. Debe curar inmediatamente la herida. A las mujeres, mucho más que a los hombres, no les gusta quedarse en una relación deteriorada. Expertas en los tiempos de la vida y del cuerpo, saben que en las heridas relacionales el tiempo es el factor decisivo.

Abigail carga con la culpa de lo ocurrido, a pesar de ser inocente. Cuando hay que curar una relación y evitar que se desencadene una espiral de la venganza, no importa quién tiene razón y quién no. Poco importan las razones. La justicia debe dejar paso al bien y por consiguiente a la vida. Demasiadas heridas siguen sangrando en nombre de la justicia y de la verdad.

Las relaciones son un “tercero” con respecto a las personas que las generan, son una carne viva, y poco importan las razones de los que han herido el cuerpo, siempre que el “tercero-carne” se cure. Sanarlo es suficiente. Después ajustaremos cuentas, porque las “cuentas” que se hacen antes de la reconciliación son peores y muy distintas de las que se hacen después. Todos somos capaces de hacerlo, pero las mujeres saben hacerlo mejor, debido al instinto vital que les lleva a elegir la vida a cualquier precio. Después, Abigail ofrece a David sus dones: «Este es el obsequio que tu servidora le ha traído a su señor» (25,27). Es significativo que la palabra hebrea elegida para expresar el don sea brk, es decir bendición, la misma palabra-buena entregada por el ángel a Jacob después de la lucha y la herida en el Yaboc. Los dones son siempre palabras, y los dones posteriores a las heridas son siempre y sobre todo ben-diciones, palabras buenas que mendigan reconciliaciones.

Cuando se trata de relaciones primarias, el análisis coste-beneficio de las mujeres es distinto al de los hombres. Para ellas la reconciliación y el bien común de la familia son mucho más importantes. Quizá por eso, cuando el premio Nobel de la paz, Muhammad Yunus, dio vida a la mayor innovación financiera del último siglo (Grameen Bank), una de las primeras normas fue conceder los préstamos solo a las mujeres. Sabía que para las mujeres era más importante cumplir y devolver el préstamo, porque eran conscientes de que detrás de los préstamos había relaciones, familia, hijos, sangre, vida. Y tenía razón; de este modo proporcionó una vida mejor a millones de mujeres (sobre todo) musulmanas, a sus familias, a sus hijos y a sus maridos.

David fue vencido y convencido por las palabras de Abigail, que tienen la belleza y la fuerza de una oración, de un salmo. Muchas oraciones y muchos salmos han nacido de palabras-oraciones como las de Abigail, porque no existen palabras humanas más espirituales y santas que las pronunciadas por un inocente que se hace culpable para salvar a toda costa a alguien. Por eso, cuando alguien reza, antes de alabar a Dios, alaba al hombre y alaba a la mujer, porque, aunque no lo sepa, en esa alabanza está usando las palabras humanas más hermosas y santas, destiladas del dolor-amor de aquellos que han sido salvados gracias a unas palabras distintas. Palabras de hombres y palabras de mujeres. Pero, sobre todo en la antigüedad, las palabras distintas de las mujeres se pronunciaban en lo más secreto de la casa y del alma, o quedaban ahogadas en la garganta, como en la espléndida oración muda de Ana (cap. 1). Tenemos que estar agradecidos a la Biblia por habernos salvado y por habernos dado estas palabras-oraciones de mujeres, que constituyen una verdadera lápida al “soldado desconocido de la paz y las relaciones” que, como todas las lápidas, es memoria e invitación a reconocer y agradecer.

«David respondió a Abigail: "¡Bendito el Señor, Dios de Israel, que te ha enviado hoy a mi encuentro! ¡Bendita tu prudencia y bendita tú, que me has impedido hoy derramar sangre y hacerme justicia por mi mano"» (25,32). Estas hermosas palabras, en las que resuena el eco de las que le dirigió el ángel a María, bendicen la intuición  y la prisa de aquella mujer, su genio.

La historia termina con la muerte por infarto de Nabal, tras un suntuoso banquete: «A la mañana, cuando se le había pasado la borrachera, su mujer le contó lo sucedido; a Nabal se le agarrotó el corazón en el pecho y se quedó de piedra» (25,37). Al saber la noticia, David, evidentemente impresionado por la belleza y la gracia de Abigail, mandó mensajeros a pedir su mano: «Abigail se levantó aprisa y montó en el burro; cinco criadas suyas la acompañaron detrás de los emisarios de David. Y se casó con él» (25,42). Aprisa, una vez más. Y aprisa también Abigail saldrá de la Biblia. Da a David un hijo (de nombre incierto), que posiblemente muriera pronto, y después dejamos de verla. Su paso es fugaz, pero su figura permanece en la Biblia para recordarnos el talento de las mujeres, su intuición distinta, su concreción, sus tiempos y su vocación para las relaciones, la paz y la vida. Un canto y un reconocimiento alto a las mujeres que continúan, aprisa, su trabajo de paz, mientras los hombres seguimos, sin prisa, ejercitándonos en el arte de la guerra.

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