Y Noé reconstruyó el arco iris

El árbol de la vida – El mal no gana cuando el justo construye un arca

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 23/03/2014

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En el arca también encontraron refugio dos personajes muy especiales. Uno de los que pidió asilo a Noé fue el Engaño, pero fue rechazado porque no tenía compañera. En efecto, en el arca sólo podían entrar animales con pareja. Entonces se puso a buscar consorte y encontró a la Desdicha, quien se unió a él a condición de que le dejara apropiarse de todo lo que ganara. Así los dos fueron admitidos en el arca. Cuando salieron de ella, el Engaño se dio cuenta de que todo lo que conseguía recoger inmediatamente desaparecía y fue a pedir explicaciones a su compañera. Pero ella le respondió: “¿no habíamos acordado que todas tus ganancias serían mías?”. Así es como el Engaño se quedó con las manos vacías (Midrash sobre los Salmos, en “Las leyendas de los judíos”).

La primera gran obra, la primera empresa, que nos relata el Génesis no es la Torre de Babel, sino una gran arca de salvación y alianza construida por un «hombre justo» (6,9). La dignidad y el valor civil y ético de toda técnica, de toda economía y de toda construcción humana hunden sus raíces en la justicia de Noé.

La historia de Noé (cuyo nombre significa “descanso”), el heredero de Set (el nuevo Abel), es una de las historias más bellas, populares y largas del libro del Génesis. Ocupa nada menos que seis capítulos, del 5 al 10. Su figura aparece cuando la humanidad, ya fuera del Edén, se aleja de la vocación originaria del Adam y los hijos de Caín y de Lamek prevalecen sobre los de Set. Dios (YHWH) «vio que la maldad del hombre cundía en la tierra y que todos los pensamientos que ideaba su corazón eran puro mal de continuo» (6,5). Entonces «se arrepintió de haber hecho al hombre en la tierra y se indignó en su corazón» (6,6).

Dios entonces manda el «diluvio» (6,17). Misteriosamente, junto a los seres humanos son destruidos también los animales y las plantas, que comparten la triste suerte de los hombres. Es como si ante la corrupción humana el Creador no consiguiera “ver” su creación bella y buena; como si la tierra no pudiera ser “bella y buena” cuando lo “muy bello y muy bueno” (el Adam) se corrompe, se pierde, abandona su vocación. Entonces también la creación muere para renacer en la espera de un nuevo Adán digno de cultivarla y guardarla en la ley de la reciprocidad. Así, en el arca de la alianza (la palabra “teba”, arca, es la misma que se utilizará para designar la cesta en la que fue salvado Moisés, otra historia de alianza y salvación de las aguas), Noé recibe la orden de meter una pareja de cada especie de animales, aves y reptiles, junto a sí mismo, a su mujer, a sus tres hijos y a sus nueras (la salvación del arca es también para sus constructores). Es hermoso e importante que sean un cuervo y después una paloma (que se posa en el brazo de Noé) los primeros aliados del ser humano en la nueva tierra, donde se establece una alianza con la familia y la descendencia de Noé, pero también «con toda alma viviente que os acompaña: las aves, los ganados y todas las alimañas que hay con vosotros» (9,10). En un contexto de perversión y de corrupción, la última palabra no la tiene la muerte. El centro de la escena lo ocupa un justo, el único justo sobre la tierra (7,1). Con este justo es con quien Dios establece un pacto, una «Alianza» (6,18), que es una palabra que entra en el mundo con Noé y ya no saldrá de él.

Con la historia de Noé tenemos la primera gramática de toda vocación auténtica: primero una persona recibe una llamada, después hay una respuesta, después un arca y por último un no-héroe. La llamada va dirigida a un “tú”, a un nombre. Ese “tú” es un justo y por ello responde. Cuando llega la llamada, sobre todo la llamada decisiva de la vida, el justo responde y responde en cualquier contexto y a cualquier edad: a los 20, a los 50, a los 80 e incluso a los “600 años” de Noé (7,6). Noé no responde con palabras; él no habla con Dios, sino que «camina» con Él (6,9). Muchas veces los justos simplemente caminan. No hablan sino que hacen, aman y dan la vida. Su palabra es su obra, “hablan” construyendo un arca de salvación. La vocación no es algo psicológico, no es un sentimiento, sino un ser, una construcción de salvación.

Así pues, la primera señal de la justicia de Noé es la respuesta a la vocación. Pero la segunda, la verdaderamente decisiva, es la construcción de un arca, que da contenido y verdad a esa llamada personal. Cuando en una vocación no se siente, entre otras cosas, la llamada a construir un arca, siempre hay que preguntarse por la autenticidad de la llamada. Sin una tarea de “construcción”, la vocación se reduce a una mera experiencia de “consumo” que no salva a nadie, ni siquiera al llamado. Detrás de las “llamadas en las que no hay un arca de salvación” siempre se esconden autoengaños e incluso neurosis. Las comunidades humanas, las empresas, el mundo, se salvan cada día de situaciones degradadas, depravadas, de crisis radicales, porque hay personas que sienten una llamada de salvación y responden. Al menos una persona. Una sola persona puede ser suficiente para una historia de salvación. La salvación llega porque alguien siente una llamada a salvarse y a salvar y sobre todo porque construye un arca. Crea una obra de arte, da vida a una cooperativa, una empresa, un sindicato, una asociación, un movimiento político. Forma y custodia una familia, un hijo, un oficio. Consigue llevar largo tiempo una cruz fecunda.

En todas las historias de salvación individual y colectiva hay un “justo” y un “arca”. Uno de los espectáculos espirituales, morales y estéticos más asombrosos de la tierra es la presencia de personas que han recibido una vocación y la visión de las obras que nacen de esta vocación (a veces aparentemente “muda”). La tierra está llena de personas que construyen “arcas” para salvar a su generación. Estas obras, estas arcas, se distinguen claramente de las demás obras, grandes y pequeñas, que pueblan la tierra y la economía. El final del relato de Noé nos descubre un signo distintivo de estas arcas de salvación: al terminar su tarea Noé se vuelve un hombre corriente. A diferencia de lo que ocurre con Gilgamesh y con los protagonistas de tantos relatos sumerios y acadios del diluvio, Noé no es un héroe ni un semidios: es simplemente un hombre, un hombre corriente, pero un hombre justo. Terminada su obra, el Génesis nos muestra a Noé como un campesino que planta la primera viña de la tierra, se emborracha con su vino (la ambivalencia del vino y de la vida), se desnuda en la tienda (9,20-21) y es objeto de las burlas de Cam, uno de sus hijos (9,22). Noé es también el paradigma de todos los portadores de un carisma auténtico, de los que construyen un arca sin sentirse héroes sino simples “lápices” (Madre Teresa) y saben entender cuándo ha acabado su tarea.

Antes o después, a lo largo de la vida, muchos justos escuchan la llamada a construir un arca de salvación para ellos mismos y para otros. Esta llamada puede llegar de distintas formas, pero si la vida crece y madura en la justicia, un día llega la cita crucial, cuando el “justo” se da cuenta de que si no construye un arca no puede salvar a su gente ni salvarse a sí mismo. En otros casos, no menos relevantes, uno se convierte en justo precisamente porque en un momento decisivo de su vida reconoce en una voz la llamada y responde construyendo un arca. Esa construcción se convierte en la salvación de su constructor (y después, de muchos otros). Es el arca la que “construye” a Noé. Hay otros casos, en los que uno busca un arca para salvarse y salvar a otros, pero sin oír (o sin reconocer) ninguna voz ni ninguna llamada. Empieza a construir algo, casi siempre interrogado por el dolor del mundo, pero sin saber claramente el sentido de esa obra. Pero trabaja y espera una voz. A veces esta voz-sentido llega durante la construcción, pero otras veces hay que esperarla trabajando toda la vida. En este caso el arca es la voz y la llamada, y este Noé “sin voz” no es menos justo. Pueden existir y existen arcas sin llamada, pero no deben existir llamadas sin arca.

La historia de Noé se cierra dentro de un horizonte cósmico, en una tierra en fiesta: «Yo pongo mi arco en las nubes, y servirá de señal de la alianza entre yo y la tierra» (9,13). Cada vez que un justo construye un arca se renueva la primera alianza. Nos seguimos salvando y con nosotros se salva el mundo. Noé el justo sigue viviendo entre nosotros, toda la tierra está en fiesta, se nos da un nuevo arco iris.

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