Paridad desde el principio

El árbol de la vida – Y vio Dios: no es bueno que el Adam esté solo

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 02/03/2014

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Logo Albero della vitaVendrá la muerte y tendrá tus ojos” (Cesare Pavese)

No es bueno que el Adam esté solo”. La creación se completa cuando el Adam, que era ‘muy bello y muy bueno’, se muestra como una realidad plural, se convierte en persona. El ritmo del segundo capítulo del Génesis, que va del Adam (el ser humano) al hombre y la mujer, es apasionante y riquísimo.

En primer lugar, el Adam es puesto en el jardín de Edén para cuidarlo y cultivarlo. O sea que trabaja. Hay dos árboles que tienen nombre propio: ‘el árbol de la vida’ y ‘el árbol del conocimiento del bien y del mal’.

El Adam puede comer los frutos del árbol de la vida y de los demás árboles, pero no los del segundo árbol. En ese momento Elohim exclama: “No es bueno que el Adam esté solo”. Y añade: “voy a hacerle una ayuda semejante a él” (2,18). Es la primera vez que, en una creación todavía completamente buena y bella, encontramos la expresión “no es bueno”, referida a la soledad, a una carestía relacional. A partir de ahí comienza uno de los pasajes más sugerentes y fecundos del Génesis. Ante el Adam van desfilando los animales y los pájaros del cielo y el Adam les da nombre, es decir, entra en relación con ellos, les conoce y descubre su naturaleza y su misterio. Pero al final de esta procesión de la creación no-humana, el Adam no está satisfecho, porque todavía no ha encontrado ninguna criatura que esté a su lado como un ‘semejante’.

Aquí el relato da un viraje narrativo que obliga al lector a situarse en otro plano, a entrar en una dimensión nueva de la humanidad. Aparece en escena el ezer kenegdo, una expresión hebrea que hace referencia a la mirada y a los ojos y que podríamos traducir como ‘alguien con quien poder cruzar los ojos de igual a igual’, alguien que está delante, al mismo nivel, ‘con sus ojos en mis ojos’. Es el primer encuentro humano. Los primeros ojos que ven otros ojos tan iguales y tan distintos: “Ahora sí, ¡esta vez sí!” (2,23). Y es también el debut del hombre (varón) y la mujer. Antes de este encuentro solo existía el Adam, el terrestre (adamah es la tierra).

La historia no comienza con el pecado, sino con unos ojos que se cruzan de igual a igual. El ezer kenegdo es la mujer, la isháh que está delante del ish (el varón), como el ish está delante de la isháh: “el término varón [ish] tiene una yod más que mujer [isháh], mientras que el término mujer tiene una he más que varón; si unimos estas dos letras que distinguen ambos nombres obtenemos יה o sea Yah, que es la forma breve del tetragrama sagrado del nombre de Dios” (Franco Galeone). La verdadera naturaleza humana es relacional y se encierra y se explica en la relación varón-mujer (1,27) que genera y da fundamento a las demás relaciones.

El Edén, con sus árboles y sus frutos, no es suficiente para que el Adam sea feliz. Tampoco son suficientes los animales porque no son sus ‘semejantes’ y no colman la soledad humana (aunque hoy toda una cultura, con un negocio impresionante, nos los presente como sustitutivos perfectos de los ojos del otro). Sólo pueden acompañarla, con una compañía que muchas veces es muy valiosa y ayuda a vivir, sobre todo si está integrada en las relaciones humanas. Para el placer puede bastar el Adam, para la felicidad son necesarios ish/ishàh. Y son necesarios sobre todo esos ojos especiales que nos acogen al nacer, los últimos que veremos en esta tierra, los que al final cerrarán los nuestros y los que nos gustaría volver a abrir. Pero hay que entrenarse toda la vida para buscar los ojos del otro y no nuestro reflejo en sus pupilas. Sólo cuando conseguimos encontrar y reconocer verdaderamente al otro en su verdadera diversidad, la mirada del otro nos devuelve lo mejor de nosotros mismos. La ausencia de esa mirada que nos reconoce y nos revela a nosotros mismos, es una de las formas más graves de miseria y de privación de la persona, muy frecuente donde hay grandes riquezas y poder y donde raramente se mira y se ama de igual a igual.

Es sorprendente cómo esta descripción del hombre-mujer vuela inmensamente más alta que el propio tiempo. El autor sagrado sólo veía a su alrededor y tras de sí una realidad de sumisión e inferioridad de la mujer, pero fue inspirado hasta el punto de elevarse para escribir un canto a la reciprocidad hombre-mujer. Un canto de amor pero también un juicio crítico sobre el mundo de ayer y de hoy, fruto de un desorden, de una desviación, de un decaimiento. Pero en el principio estaba el ezer kenegdo. La historia humana fuera del Edén no ha consistido sólo en la negación del Adam con Caín, sino también la traición de la reciprocidad primordial del ezer kenegdo en todos los ‘adanes’ que han profanado la paridad moral y e respeto a la igual libertad y dignidad de las mujeres.

Claro que los hombres y las mujeres han colaborado. La mujer ha sido siempre la primera ayuda del hombre y viceversa. Pero en las plazas y dentro de las casas los ojos no siempre se han cruzado de igual a igual. Las diferencias en cuanto a oportunidades laborales, educativas, cívicas, institucionales y en muchos casos de felicidad han sido demasiado grandes y en muchos lugares lo siguen siendo. Con todo, no debemos olvidar que incluso en las sociedades más machistas del pasado y del presente siempre ha habido momentos y lugares donde un hombre y una mujer han cruzado sus miradas de igual a igual. Muchas hijas se han salvado porque alguna vez han sabido descubrir en los ojos de sus padres la mirada originaria del Edén. Y siguen viéndola y buscándola, luchando para que se convierta en cultura, en política y en derechos.

La pregunta sobre la relación ish-isháh está en el corazón de cada civilización, también de la nuestra. Hay ya algunas buenas respuestas, pero también se mantienen los engaños. Un engaño muy común en nuestras empresas es creer que se alcanza la igual dignidad simplemente ‘permitiendo’ que (algunas) mujeres ocupen puestos de mando en organizaciones donde la cultura, el lenguaje, los procesos de selección, los incentivos y las reglas del juego han sido completamente escritas por ‘ish’ sin ‘isháh’. Es ingente, pero también apasionante y decisivo, el trabajo que nos espera para revisar a partir de la reciprocidad ish-isháh no solo el lenguaje, sino el sistema penal, la escuela, la política, las finanzas y la recaudación de impuestos. Cuando falta esta reciprocidad fundamental, las mujeres sufren mucho pero también sufren los hombres, porque la felicidad de todos está dentro de esta reciprocidad entre semejantes. Cuando perdemos la mirada del otro y de la otra de igual a igual, perdemos el sentido del límite, nos perdemos, nos convertimos en señores o en súbditos, no entendemos quiénes somos y se generan mil desórdenes morales y espirituales.

Así pues, son muchos los retos y las preguntas que el humanismo del ezer kenegdo plantea a nuestra economía y a nuestra sociedad. Pensemos en el trabajo. El Adam guardaba y cultivaba el jardín también en los tiempos de la soledad. Es posible trabajar solos. Pero el trabajo es experiencia plenamente humana y lugar de excelencia ética cuando no estamos solos y cuando conseguimos trabajar juntos y en igualdad de condiciones hombres y mujeres. Si los frutos del trabajo, aunque sea un sueldo millonario, no se comparten en casa ‘con mis ojos en tus ojos’, no se convierten en felicidad plena. Como mucho pueden proporcionarnos confort y algo de placer. Los ojos de la persona amada multiplican el sueldo, pueden hacer sostenible el yugo del desempleo y cuando no están incluso las mejores nóminas son pobres.

No es bueno que el Adam esté soloes también una palabra para nuestro trabajo. Hemos trabajado y trabajamos en las fábricas, en los campos, en las minas y hemos seguido siendo humanos gracias a que lo hemos hecho juntos, unos al lado de otros, cruzando nuestras miradas de igual a igual, a veces llenas de rabia o de lágrimas. Corremos peligro de que la cultura actual del trabajo y sus nuevas formas de organización nos lleven de nuevo a la época del Adam solo. No solo por el desarrollo de las nuevas tecnologías (donde muchas veces faltan ojos que mirar y cuerpos que tocar), sino antes aún por una visión antropológica que cree poder aumentar el bienestar y reducir las heridas simplemente eliminando (o procedimentando y esterilizando) los encuentros humanos entre iguales. Y así podemos terminar recreando alrededor del individuo-trabajador un Edén artificial poblado sólo por árboles y serpientes pero sin la alegría de vivir.

Cada vez que no queremos o no logramos cruzar la mirada de igual a igual, acabamos por conformarnos con miradas más bajas, por pedirnos demasiado poco a nosotros mismos y a los demás y por dejar los frutos del Arbol de la vida sin madurar. El “ish” regresa triste a un Edén sin miradas humanas y oye resonar en el jardín el eco de aquellas palabras: “No es bueno que el Adam esté solo”.

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