El cielo no está encima de Babel

El árbol de la vida – Fuera de la torre del imperio: desperdigados y salvados

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 30/03/2014

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“Se dedicaron muchos, muchos, años a la construcción de la torre. Era tan alta que subir hasta la cúspide costaba un año entero. A los ojos de los constructores un ladrillo valía más que un ser humano. Si un hombre caía de lo alto y moría nadie se preocupaba, pero si caía un ladrillo todos lloraban porque haría falta un año para reemplazarlo. Estaban tan ansiosos por culminar su obra que a las mujeres que fabricaban los ladrillos no les permitían interrumpir su trabajo ni siquiera cuando les llegaban los dolores del parto: daban a luz modelando ladrillos, ponían al niño en una tela atada y seguían modelando ladrillos” (L. Ginzberg, Las leyendas de los judíos).

Después del Arca, los hombres construyeron Babel, una ciudad fortificada con una alta torre en el centro. El libro del Génesis (6,15) da las medidas del arca de Noé (132 metros de largo, 22 de ancho y 13 de alto), pero de Babel sólo dice que la cúspide de la torre podría tocar el cielo (11,4). A partir de este dato, algunas tradiciones antiguas imaginaron una torre grandiosa (tal vez recordando las pirámides de Egipto o los gigantescos zigurats de Babilonia), mucho más grande que el arca en la que se salvaron los padres y las madres de los constructores de Babel. Las empresas de aquellos que construyen siguiendo una llamada de salvación no suelen ser por lo general más altas ni más poderosas que las de aquellos que construyen para forjar imperios.

Muchos son los significados que se han ido superponiendo con el paso del tiempo acerca de Babel. Significados que tienen que ver con el exilio babilonio (Babel), con el recuerdo de los “ladrillos” de la esclavitud en Egipto (<vamos a fabricar ladrillos>, 11,3), y con la eterna crítica a la idolatría (<hagámonos famosos>, 11,4).

La historia de Babel encierra una crítica radical a todos los imperios, al poder. El Génesis dice que el fundador de Babel (Nimrod) <fue el primero que se hizo poderoso en la tierra> (10,8). Babel es el símbolo de la ciudad fortificada, pero sobre todo es el símbolo del imperio. No es una crítica radical a todo poder (también Adán y Noé tienen poder), sino al poder que no se usa para salvar. Hoy el poder salvador de Noé sigue conviviendo con el poder del imperio de Babel en nuestras ciudades e instituciones. Hay quienes usan el poder que han recibido de los ciudadanos o de los accionistas dentro de un pacto-alianza (político, económico, familiar, educativo…) para salvar y hay quienes lo usan en cambio para dominar y para obtener rentas y privilegios. Hay un poder que salva y un poder que mata. Muchas veces, en realidad casi siempre, ambos poderes cohabitan en las mismas organizaciones, instituciones y empresas, en los mismos departamentos e incluso en la misma oficina, donde los constructores de arcas se sientan al lado de los constructores de Babel.

Pero la comparación entre Noé y Babel nos ofrece también otras palabras y otros mensajes de vida. El primero tiene relación con el trabajo. Tanto los constructores del arca como los de la ciudad-torre eran trabajadores y eran solidarios entre ellos. Sin alguna forma de solidaridad laboral no puede comenzar ninguna obra, sea correcta o equivocada. Esta solidaridad aparece con fuerza en la historia de Babel, porque aquí se hace explícita una acción colectiva, una obra de grupo, una comunidad de trabajo: (11,4). Hay un <ea, vamos>, un estímulo y una exhortación recíproca con vistas a la construcción de una obra. No todas las solidaridades ni todas las cooperaciones son buenas. Tampoco todos los trabajos son buenos. Los trabajos de los albañiles e ingenieros de Babel no son trabajos benditos y son dispersados. Es mejor que algunos trabajos se dispersen. Los trabajos que hoy crean los poderosos imperios de las mafias, la pornografía, los juegos de azar, las empresas que envenenas, las guerras y la prostitución, no son trabajos benditos y debemos dispersarlos. Los trabajos de los imperios, hoy como ayer, son trabajos de esclavos. Las formas de la esclavitud y las formas de los imperios cambian, pero sus señales y sus frutos siguen siendo los mismos.

El error radical de Babel fue buscar la salvación encerrándose con los semejantes: todos tenían (11,1). Construyeron una ciudad-torre (11,4). Desperdigarse fue el mandato que recibieron los salvados del diluvio: (9,7). En cambio, al desplazarse hacia oriente, la comunidad humana llegó a un valle y allí se estableció (11.2).
Bruegel Torre Babele 1563 rid Buscaron la salvación no en caminar sino en detenerse al abrigo de los peligros de la multiplicidad y la vida pululante. Aquella comunidad humana hizo una torre-imperio (11.4) porque ya (11,1) hablaba una sola lengua y usaban todos los mismas palabras. Una única lengua, un único “labio” es lo que produce la fortificación de Babel. Construir un imperio es el último acto de un grupo humano cuando pierde la biodiversidad y se achata alrededor de un único lenguaje, cuando la lengua y el pensamiento se empobrecen convirtiéndose en un “uno”, pero no después de lo múltiple sino antes, en una unidad que niega la diversidad.

El grave error de Babel fue pensar que la salvación se encontraba en la creación de otros muros, en dar vida a una comunidad cum-moenia (de muros comunes) olvidándose del cum-munus (don-obligación recíprocos). Nuestra historia siempre ha sido una alternancia y una intersección de ciudades-muralla y ciudades-don, pero cuando las murallas han matado a los dones, las civilizaciones nunca han vivido días felices.

Dios intervino para salvar a los habitantes de Babel de una pseudo-salvación. También Babel es una historia de salvación: JHWJ sigue obstinadamente salvando a una humanidad que obstinadamente sigue queriendo salvarse de la forma equivocada y en el lugar equivocado.

En el arca, la salvación llegó con una construcción. En Babel la salvación nació de una destrucción, de una dispersión. La primera dispersión salvadora acontece en las familias, que salvan a los hijos cuando los ponen en condiciones de “desperdigarse” por el mundo, cuando los dejan volar y no los “consumen” en relaciones “incestuosas”. Muchas empresas se salvan porque son capaces de detenerse ante la tentación del imperio. En los tiempos de crisis no se enrocan sino que son capaces de reemprender el camino y de afrontar los riesgos de la exploración de territorios desconocidos. Muchas comunidades y muchas empresas se salvan cuando sus directivos no caen en la tentación de rodearse de semejantes en lenguaje y palabras y expulsar a los que hablan otros lenguajes. O cuando entienden a tiempo que no deben seguir creciendo en “altura” y en poder y tienen la sabiduría y el valor de perder pedazos de imperio. Y después, libres y benditos, vuelven a ponerse en camino hacia una tierra. El gran mensaje del mito de Babel es una invitación a no caer en las trampas del comunitarismo (la patología de la comunidad), a no encerrarse dentro de los muros de la no diversidad.

La bendición fecunda está en poblar nuevos mundos. Está en la variedad y en la biodiversidad de lenguas y culturas, de talentos y vocaciones. La corola de la flor es fecunda cuando sus esporas se desperdigan. La tentación de Babel llega puntualmente al salir del diluvio o cuando se teme que venga otro. En lugar de salir y desperdigarse, mirando hacia delante y alrededor con esperanza, en lugar de buscar aliados entre los distintos para realizar intercambios mutuamente provechosos, se abandona la tienda y se construye una torre. Pero en esas torres no nacen hijos. La casa de la humanidad es una tienda. Hoy en Europa, en estos tiempos de post (¿o pre?) diluvio, está volviendo la tentación de Babel. Debemos seguir esperando una dispersión salvadora. En el valle de Babel los hombres no entendieron que el “cielo” que hay que alcanzar no estaba en lo alto sino delante de ellos, en el camino hacia lo múltiple. No entendieron que una pobre tienda nómada es más fuerte que una torre tan alta como el cielo.

Fuera del Edén, en el jardín de la historia, un solo lenguaje no basta para decir palabras de vida. A la necesidad de unidad y a la morriña de casa no se responde negando la dispersión en lo múltiple, sino saliendo a su encuentro y acogiéndola. No encontraremos el nuevo lenguaje del Adam volviendo hacia atrás o deteniendo la historia en torres habitadas por semejantes. Sólo la encontraremos caminando tras una voz, un arco iris, una estrella, un arameo errante.

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