Agar y sus muchas hermanas

El árbol de la vida – Ley y profecía, la trama del Génesis

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 13/04/2014

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"La primera mujer que usó faja fue la madre de Ismael, que empezó a ponérsela para disimular su embarazo delante de Saray” (Libro de dichos sobre los profetas).

El primer ángel de la Biblia fue enviado a consolar a una criada-madre, Agar, expulsada por su señora. Ante su esterilidad y la crisis de la Promesa, Saray buscó una solución: “Dijo a Abram: ‘Mira, YHWH me ha hecho estéril. Llégate a mi sierva, quizá podré tener hijos de ella’” (16,2). Así Saray “tomó a su sierva Agar, la egipcia, y se la dio por mujer a Abram” (16,3).

Saray, sintiendo su vejez cercana, dejó de creer en la verdad de la llamada y encontró una salida, al margen de la promesa, pero prevista por las leyes (como recoge también el código babilónico de Hammurabi). Pero cuando Agar “se dio cuenta de que estaba encinta, empezó a mirar a su señora con desprecio” (16,4). Algo no funcionó bien en esta solución que parecía tan sencilla. El niño no se convertirá en el ‘hijo de Saray’, sino que se seguirá siendo únicamente el hijo de Agar (y de Abraham). Cada hijo es un don y un misterio, la realización de una promesa. “Saray, entonces, la maltrató y ella huyó de su presencia” (16,6). Agar corre al desierto y en ese lugar, cargado de grandes símbolos, tiene lugar un anuncio: “multiplicaré de tal modo tu descendencia, que por su gran multitud no podrá contarse”. “Darás a luz un hijo, al que llamarás Ismael, porque YHWH ha oído tu aflicción” (16,10-11). Agar vuelve a casa de Abram y las humillaciones continúan. Y cuando Saray (convertida ya en Sara) dará a luz a Isaac de su vientre ya marchito, dirá de nuevo a su marido: “Despide a esa criada y a su hijo”. Abraham obedecerá a Sara y tomará una decisión “muy dolorosa para Abraham” (21,11).

Después de esta segunda expulsión Agar no regresa. Abandona la escena pero no el libro de la vida, donde muchas mujeres como Agar siguen llorando a gritos, siguen siendo expulsadas, pero siguen hablando con Dios. “Abraham la despidió. Ella se fue y anduvo por el desierto de Beèr-Shèbà. Como llegase a faltar el agua del odre, echó al niño bajo una mata, y ella misma fue a sentarse enfrente … pues decía ‘no quiero ver morir al niño’. Sentada, pues, enfrente, se puso a llorar a gritos” (21,14-16). En este llanto desesperado vislumbramos los llantos de todas las criadas de la tierra de ayer y de hoy, los llantos de todas las mujeres humilladas por otros hombres y mujeres poderosos, los llantos y los silencios de las víctimas y de todos los emigrantes y prófugos que atraviesan desiertos y mares. Pero en el desierto Agar se encuentra de nuevo con YHWH: “Dios oyó la voz del chico y un ángel de Dios llamó a Agar desde los cielos y le dijo: ‘¿Qué te pasa, Agar? No temas, porque Dios ha oído la voz del chico en donde está” (21, 17).

Muchos son los mensajes que nos llegan de estos capítulos llenos de belleza, humanidad y dolor. El primero hace referencia a los conflictos y a la forma de resolverlos. Sara no reconoce nunca a Agar como un ‘tú’. En el texto no la llama nunca por su nombre, sólo la llama ‘criada’. Sólo JHWH la llama Agar. Sin el reconocimiento del otro no se puede salir bien de ningún conflicto. El estatus de Sara, como matriarca y señora, aquí puede más que la solidaridad entre mujeres que tantas veces se impone superando el estatus. El conflicto se interrumpe (pero no se resuelve) con el uso del poder desnudo, con la expulsión de la más débil, que se convierte en víctima. La no solución de Sara sigue siendo muy frecuente en nuestras instituciones y empresas. Pero no es el único camino del que nos hablan estos episodios del Génesis. Al llegar a Canaán, de vuelta de Egipto, Abraham entra en conflicto con su sobrino Lot: “ya la tierra no les permitía vivir juntos, porque su hacienda se había multiplicado” (13,6). Los bienes y la abundancia, es decir, el objeto de la promesa de JHWH, se convierten en motivo de un conflicto familiar. Pero Abram encuentra una solución: “No haya disputas entre nosotros … pues somos hermanos. Apártate de mi lado. Si tomas por la izquierda, yo iré por la derecha” (13,8-10). Aquí Abram evita el conflicto realizando una acción generosa: deja que Lot elija la tierra mejor (13,10). No es raro que sean precisamente los dones recibidos de la vocación (la misión, la tierra, el éxito, el talento…) los que se convierten en motivo de conflicto y rivalidad con los restantes compañeros de viaje. Y cuando la tierra (la empresa, el proyecto, la comunidad…) es demasiado pequeña en relación a la abundancia de bienes y talentos, la salvación puede llegar a través de una separación, emprendiendo caminos distintos.

Pero no acaban aquí las preguntas difíciles, paradójicas y trágicas de estos grandes relatos. Sara significa princesa. En cambio, el nombre de Agar remite al movimiento de emigrar. Agar es egipcia, posiblemente (según algunos midrash) hija de faraón. Egipto no es sólo la imagen del exilio y la esclavitud; es también el lugar al cual Saray emigra con Abram tras la sequía de la tierra prometida y donde es entregada al harem del faraón, el cual al descubrir el engaño (es esposa y no hermana de Abram) la aleja (12,19). También Saray había sido emigrante, criada, víctima, alejada. Agar, por su parte, es sierva y víctima, pero recibe al primer ángel y, al igual que los grandes reyes y profetas, habla con Dios, y se le anuncia una gran descendencia. Sara y Agar intercambian los papeles. Una se difumina en la otra. Sigue habiendo víctimas y criados, señores y poderosos, pero estos estupendos capítulos del Génesis nos quieren decir algo más profundo.

En la comedia-tragedia de la vida, los personajes llevan siempre más de una máscara, y cada persona esconde más de un personaje. Pero la historia de Agar nos dice sobre todo que si queremos entender algo del misterio de la Biblia y de la vida, es indispensable que leamos la historia de la salvación desde el punto de vista de Sara y de Isaac, pero también desde el punto de vista de Agar e Ismael. Sólo leyéndolas juntas, estas historias se nos abren y nos pueden dar ‘la inteligencia de las escrituras’.

El Génesis, y en cierto sentido toda la Biblia, está atravesado por una tensión radical entre ley y profecía, entre obligación y libertad, entre institución y carisma. Se reconocen las leyes-instituciones de la primogenitura y el patriarcado y sobre ellas se constituye el pueblo y la Ley. Pero al mismo tiempo se redimensionan, se apagan y a veces se vuelven del revés con la predilección de un no primogénito (Abel, Jacob, José, David…), con una criada que habla con Dios, con un patriarca que obedece a su mujer. La trama horizontal de los patriarcas y los reyes se cruza con la trama vertical de los rechazados de ayer, hoy y siempre. Por sus huecos pasa la ‘lanzadera’ de la historia, formando el tejido de la vida. Podemos leer el libro de la historia desde la perspectiva de los padres y los herederos, pero todo adquiere más verdad y más belleza si intentamos ponernos también de parte de los vencidos, si miramos con atención y piedad también los senderos interrumpidos.

El ejercicio necesario para reconocer este intrincado y vital trenzado Saray-Agar e Isaac-Ismael, no debe impedirnos realizar un ejercicio espiritual mucho más importante: intentar decidir a qué mirada queremos darle el primer lugar. Nunca es indiferente si la primera mirada sobre nuestras vidas y sobre nuestras ciudades es la de Agar o la de Sara. Si los ojos de Agar llegan primero puede entenderse que la mirada más fecunda sobre el mundo no es la de las princesas y los poderosos, sino la que parte de las periferias bíblicas y existenciales. Las habitadas por Agar, Noemi, Dinàh, Maria, y por sus muchas hermanas de ayer, hoy y siempre.

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