Lógica carismática

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Lógica carismática/10 – Hay que imaginar nuevas formas de vida en común, más nómadas y fluidas. 

Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 21/11/2021

«Y siempre mi sistema era hermoso, vasto, espacioso, cómodo, limpio y sobre todo liso. Y siempre un producto espontáneo e inesperado de la vitalidad universal, venía a lanzar un desmentido a mi ciencia pueril y anticuada, hija deplorable de la utopía».

Charles Baudelaire, Exposition Universelle, 1855.

No hay cristianismo sin comunidad, incluso cuando las comunidades enferman y se vuelven difíciles. Olvidarlo significa negar el humanismo bíblico y cristiano.

Me atrae mucho la figura del profeta Jeremías. Mientras todos – sacerdotes, reyes y profetas de la corte – negaban que los babilonios de Nabucodonosor fueran a destruir el templo y a conquistar Jerusalén, Jeremías seguía repitiendo tenazmente que Israel sería derrotado y deportado a un largo exilio. Pero después, con la misma certeza profética, añadía: al final, un resto volverá, nuestra historia continuará; porque ha terminado una historia pero no nuestra historia. 

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La iglesia ya lleva tiempo en el exilio, aunque muchos todavía no se hayan dado cuenta. Jerusalén y el templo han sido ocupados por nuevos babilonios. No han sido destruidos. Sencillamente se han puesto en renta para alimentar a los nuevos dioses insaciables del consumo y el mérito. Y dentro de nuestro exilio, Jeremías, y toda la Biblia con él, nos repite: ha terminado una historia pero no la historia, porque un resto fiel la continuará. Esta es nuestra esperanza no vana. Las otras esperanzas son ilusiones de falsos profetas, incluidos en la nómina de los babilonios.

Estas reflexiones mías sobre las comunidades carismáticas se sitúan dentro de este tiempo de exilio. Este es el espíritu con el que hay que leerlas, a orillas de los ríos de Babilonia. No he colgado la pluma de los sauces; he intentado escribir, cantar, en tierra de exilio. Estas páginas no niegan el exilio sino que intentan ver más allá de los grandes ríos. Hoy sabemos que los hebreos escribieron en Babilonia sus libros más hermosos. Allí nació la Biblia. Allí fueron capaces de hablar de Alianza y Tierra Prometida cuando ya no las veían y se habían convertido en un recuerdo amargo. También nosotros deberíamos hablar de comunidades y carismas, de sus dolores y problemas, sin apartar la mirada de la alianza y la tierra prometida.

Las comunidades que nacen en torno a un carisma se encuentran entre las realidades más sublimes y apasionantes de la tierra. Son vulnerables y frágiles, porque siempre la parte más profunda e íntima de la vida es por naturaleza vulnerable y frágil y está expuesta a la tragedia. La promesa de la Biblia y de los evangelios siempre será una promesa comunitaria, siempre se desarrollará en medio de nosotros, y no solamente dentro de nuestros corazones. Si quieres matar la Biblia y los evangelios, mata las comunidades – muchos lo están intentando, tratando de trnsformar la vida cristiana en un asunto individual sin pertenencia fuerte, en un consumismo espiritual emotivo y solitario, finalmente inocuo –.

La iglesia nace comunidad. Jesús llama a doce hombres, doce amigos, e inmediatamente después a otros hombres y mujeres. Con ellos inicia una experiencia comunitaria extraordinaria que ni la traición de Judas ni la de Pedro ni el Gólgota consiguen derrotar. El primer gesto de Jesús en Cafarnaum consiste en llamar a discípulos, a compañeros, dando comienzo a una historia colectiva, de “dos o más”. El primer nombre de los cristianos es plural. Y después vienen los apóstoles. Y después, los miles de carismas que a través de los siglos han fecundado y enriquecido la tierra con sus comunidades. La cartas de San Pablo nos hablan de comunidades con problemas no menos graves que los que se han puesto de manifiesto en esta serie (y en las cuatro de años anteriores), En sus iglesias, la cercanía histórica a Cristo y a un carismático como Pablo es el caldo de cultivo  para la aparición de excesos, errores y exageraciones de distintas clases. Por este mismo motivo, es mucho más probable que los fenómenos problemáticos de los que hemos hablado sean más frecuentes en las comunidades cuyo fundador está vivo (o recientemente desaparecido) que en las de carismas antiguos o antiquísimos.

Las vocaciones comunitarias son algo inmenso, y esa inmensidad las vuelve muy arriesgadas. Es un juego múltiple de espejos entre la persona, la comunidad y el carisma. Un juego admirable, fantástico y sublime que explica en gran parte la fuerza y el atractivo irresistible de estas experienicas. Se da una admirable coincidencia entre lo interior y lo exterior, entre el alma individual y el alma colectiva. Lo que viene de fuera se advierte como anteriormente preexistente dentro. Cuanto más se excava en el alma, más se encuentra la comunidad, y cuanto más se profundiza en la comunidad, más se halla en ella la propia alma, reconociéndola en las almas de los compañeros y compañeras. Digo “yo” y responde “nosotros”, decimos “nosotros” y escucho pronunciar mi nombre, que vuelve a mí inmenso como el mundo, infinito como el cielo. La embriaguez de estas experiencias es verdaderamente fantástica y única, y quien las vive no renunciaría a ellas por nada del mundo. Aquí está lo extraordinario de las comunidades carismáticas, junto con sus peligros y problemas, como ocurre en todas las experiencias maravillosas, ya que todas las escaladas tienen lugar al borde del precipicio.

En toda esta dinámica individual y colectiva hay un elemento importante, quizá el verdaderamente decisivo y descuidado: el tiempo. Porque la experiencia vocacional de la juventud y la de la vida adulta son distintas, muy distintas, a veces demasiado distintas. El alba y el ocaso están separados por un mediodía muy luminoso, y por eso cuesta reconocerlos como momentos del mismo día, como tonos distintos de la misma luz.

Existe una profunda afinidad electiva entre la juventud y las comunidades carismáticas. El joven es generoso, va más allá de los límites de lo ordinario, le gustan las experiencias fantásticas, radicales, exageradas y extremas, quiere saborear la vida hasta la médula. Es puro, ama y vive la gratuidad, tiene una fe genuina y no ideológica. Por eso, cuando encuentra la energía infinita liberada por un carisma, comienza a volar. Levanta el vuelo y ya no se detiene. Todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta con tal de no detener ese loco vuelo, con tal de naufragar en ese mar.

Casi siempre la vida comunitaria potencia las cualidades del joven, lo hace florecer, germinar, dar los primeros y sabrosos frutos. Pocas cosas hay en la tierra más hermosas y puras que un joven enamorado de un carisma. Sobre todo si en ese joven hay una vocación espiritual, una llamada auténtica.

Un primer efecto de una vocación espiritual, sobre todo cuando crece dentro de una comunidad, es el alargamiento del tiempo de la juventud, quizá de la infancia. La juventud – el niño evangélico – dura mucho, y algunas dimensiones suyas incluso toda la vida – cierta ingenuidad, la mirada de niño, la capacidad de emocionarse ante la belleza, el asombro por la bondad y la maldad excesivas –. Se comprende así que, a causa de la extraordinaria experiencia vivida en la juventud, es especialmente difícil hacerse adulto dentro de una comunidad carismática, y algunas veces, por no decir muchas veces, algo se rompe en el camino.

En primer lugar, en la juventud es difícil, si no imposible, comprender que la maravilla que está ocurriendo es la fiesta del día de bodas, y como tal está destinada a durar poco. Es difícil o imposible, porque si fuéramos verdaderamente conscientes de ello nos detendríamos antes de emprender el camino. Una providencial inconsciencia es esencial para ponerse en marcha. Pero si después falta un acompañamiento adecuado en los segundos años de vida comunitaria, el inevitable impacto con el principio de realidad puede ser devastador. Porque si no se vive el proceso de maduración como un paso hacia una mayor conciencia y verdad, se interpreta solo como declive y no pocas veces como traición y engaño. Cuando aparecen las primeras y necesarias grietas en la pared de la vocación juvenil y de las formas concretas que ha asumido, muy a menudo, en lugar de dejar caer la primera tapia y descubrir nuevos jardines y prados donde correr libres, llamamos a los albañiles para reparar las fisuras y restaurar la vieja construcción. De este modo, cuando llegue el día en que los remiendos ya no aguanten y el edificio se caiga, no viviremos el inevitable y repentino colapso como una posibilidad para un futuro mejor más amplio y luminoso, sino como terremoto y destrucción. El paisaje abierto por la caída, en lugar de indicar nuevos horizontes para una nueva vida madura, nos infunde temor y nos deja bloqueados en medio de los escombros humanos, psíquicos y vocacionales.

Si los razonamientos que hemos desarrollado durante estas semanas contienen algo de realidad, es necesario y urgente que las comunidades carismáticas sean valientes y se arriesguen a dejar caer estas paredes, para que puedan seguir atrayendo a personas con vocaciones y conozcan una nueva primavera, un resto después del exilio. Es necesario que sepan imaginar nuevas formas de vida en común, más nómadas y fluidas, sobre todo en la fase adulta de la vida de las personas; que generen otros modos de vivir la pertenencia fuerte a la comunidad, con fidelidad al espíritu del carisma pero estando dispuestas a cambiar las formas concretas y organizativas del pasado. La vocación es una, pero sus formas son muchas. En el tiempo de los exilios y los diluvios solo lo ágil y pequeño sobrevive.

Una última nota, una última palabra personal, susurrada. Mientras vivas el tiempo adulto del exilio no olvides nunca el tiempo del primer amor, cuando tu corazón oía palabras distintas y eternas (Os 2,16) y los ojos veían otra mirada. Porque no es mentira, solo queda lejos. Querías tocar el cielo y has tocado tu tierra, tal vez para poder amarla finalmente de verdad. No olvides el primer pacto. No olvides la gran promesa: era para ti. No olvides que en el comienzo de una vida que ahora se ha vuelto complicada hubo algo verdaderamente estupendo. Hubo una joven, un joven, que en el esplendor de sus años creyó, y se puso en marcha tras un sí incondicional. En el comienzo hubo algo maravilloso, una belleza, una gratuidad y una generosidad infinitas. Y si estaba al principio, está para siempre. Ninguna desilusión, ningún dolor, nada en el mundo, puede borrar esta infinita belleza-gratuidad-generosidad. No se lo permitas. Y después intenta resurgir.

Cuando el hijo del hombre vuelva a la tierra, ¿encontrará fe en la comunidad?

Dedicado a Friederike, que me ha enseñado que una vocación adulta puede ser más hermosa que la espléndida vocación de la juventud.

***

El domingo que viene volveré al otro aspecto de mi colaboración con Avvenire: los comentarios bíblicos. Con Oseas, un profeta difícil pero muy querido. Gracias a vosotros, los lectores, por haberme seguido en estos diez capítulos sobre las comunidades, interrumpidos por un inesperado mes de convalecencia que ha dado, tal vez, otro sabor a las palabras. Algunos las han encontrado duras, y lo comprendo. Espero que otros las hayan encontrado útiles, escritas con la misma alma con la que se le dicen a un amigo, o a uno mismo, palabras duras pero necesarias. Gracias a Marco Tarquinio, director y amigo querido, que me sigue, con valentía y confianza, en este trabajo semanal maravilloso pero no fácil, mirando al exilio.

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Lógica carismática/10 – Hay que imaginar nuevas formas de vida en común, más nómadas y fluidas. 

Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 21/11/2021

«Y siempre mi sistema era hermoso, vasto, espacioso, cómodo, limpio y sobre todo liso. Y siempre un producto espontáneo e inesperado de la vitalidad universal, venía a lanzar un desmentido a mi ciencia pueril y anticuada, hija deplorable de la utopía».

Charles Baudelaire, Exposition Universelle, 1855.

No hay cristianismo sin comunidad, incluso cuando las comunidades enferman y se vuelven difíciles. Olvidarlo significa negar el humanismo bíblico y cristiano.

Me atrae mucho la figura del profeta Jeremías. Mientras todos – sacerdotes, reyes y profetas de la corte – negaban que los babilonios de Nabucodonosor fueran a destruir el templo y a conquistar Jerusalén, Jeremías seguía repitiendo tenazmente que Israel sería derrotado y deportado a un largo exilio. Pero después, con la misma certeza profética, añadía: al final, un resto volverá, nuestra historia continuará; porque ha terminado una historia pero no nuestra historia. 

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Y en el exilio, no olvidar

Y en el exilio, no olvidar

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Lógica carismática/9 – Formar a la autonomía para encontrar la propia vocación en la vocación. 

Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 14/11/2021.

«Durante la interacción social, los hombres generan resultados que no formaban parte de sus intenciones. Los incentivos financieros pueden llevar a la caída de la producción. El endurecimiento de las medidas represivas puede conducir al aumento de la criminalidad». 

Robert K. Merton, Los cánones del antisociólogo. 

Los miembros de las comunidades carismáticas están animados por motivaciones distintas. Y los imitadores juegan un papel crucial, casi siempre infravalorado. 

Una nota característica del tema que estamos obstinadamente desarrollando desde hace varios años acerca de las comunidades y movimientos carismáticos (el primer artículo se remonta al 8 de febrero de 2015), tal vez su nota dominante, es la relación entre las buenas intenciones y los malos resultados. Muchas “trampas de pobreza” colectivas, algunas incluso oscuras y profundas, nacen de los efectos perversos de acciones realizadas de buena fe, siguiendo la idea del bien común. 

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Una de estas trampas de pobreza, demasiado poco analizada, tiene que ver con los fenómenos de imitación y conformismo que se dan en las comunidades, sobre todo en las carismáticas. Para entrar un poco en estas dinámicas complejas, con la extensión que permite un artículo, debemos simplificar el campo y distribuir idealmente los miembros de una comunidad carismática en tres categorías, en base al tipo de motivación que les ha llevado a entrar en una comunidad y a permanecer en ella (sabiendo bien que “entrar” y “permanecer” son dos verbos muy distintos).

Un primer grupo de miembros se caracteriza por una motivación intrínseca dominante o exclusiva. Son aquellas personas atraídas a la comunidad por su carisma y no por otra cosa. Respondieron a una auténtica vocación el día en que sintieron una sintonía perfecta entre su alma y la del carisma. Pero estos sujetos tienen una estructura dual: por una parte tienen una probabilidad cercana a cero de dejar la comunidad, no hacen cálculos, lo dan todo, puesto que se identifican completamente con el carisma (mientras eso sea así). Al mismo tiempo, estos miembros son generalmente los primeros en dejar la comunidad si se convencen de que esta ha traicionado su carisma. Son personas que, por ejemplo, cuando dejan una comunidad, se rebotan: dado que han entrado por motivación intrínseca, la experiencia subjetiva de la traición les resulta especialmente devastadora (más aún en las mujeres). En otras palabras, los sujetos de este grupo 1, al no tener más “incentivo” que el carisma, el día que este desaparece de su alma se quedan sin razón alguna para permanecer – y con mil para salir corriendo –.

Estas personas con motivación solamente intrínseca son generalmente pocas, y no siempre desempeñan una función positiva – aunque en este artículo no hable de los efectos perversos de las motivaciones intrínsecas, es bueno saber que existen y pueden ser muy graves, ya que las personas motivadas solo intrínsecamente no escuchan el feedback de la realidad –. Los miembros del primer grupo no coinciden con los líderes o los dirigentes. A menudo estas personas se encuentran en las periferias y desempeñan funciones poco valoradas, entre otras cosas porque su atención a las dimensiones intrínsecas les lleva fácilmente a entrar en conflicto con las exigencias de gestionar el gobierno de las comunidades: a todos los jefes les gustan las medianas, no los extremos ni los picos.

Luego están los miembros del segundo grupo, en el extremo opuesto al primero. Son personas que han entrado y permanecido en la comunidad sin vocación alguna o sin motivación ideal. Han acabado dentro por las razones más variopintas (búsqueda de compañía, interés, necesidad…). No son necesariamente personas moralmente malas, oportunistas o falsas, porque su elemento distintivo consiste en no atribuir ningún valor intrínseco al ideal o al carisma – se encuentran en esa comunidad pero podrían estar en otra –. Son personas que solo responden a los incentivos y permanecen mientras les conviene hacerlo – siempre es bueno saber que en las comunidades, incluso en las más hermosas, puede existir una cuota de miembros del grupo 2, e incluso la historia de Jesús nos recuerda que es probable que exista –.

Por último, están los sujetos intermedios, los del tercer grupo. Son aquellos que tienen una combinación de motivaciones intrínsecas y extrínsecas.  Se sienten atraídos tanto por los ideales como por los incentivos. El rasgo más destacado del grupo 3 es que actúa por imitación. Se trata de sujetos conformistas, que se sienten satisfechos sobre todo siguiendo los rasgos culturales, espirituales lingüísticos y éticos emergentes y dominantes en la comunidad (Antoci, Bruni, Russo y Smerilli, The founder’s curse, 2020). Como no tienen suficiente autonomía vocacional, su ethos individual se convierte en el ethos de la comunidad. Así pues, imitarán a los miembros del primer grupo o a los del segundo en base al ethos colectivo dominante. Dado que para que una comunidad viva y crezca su cultura debe tener alguna sintonía con el carisma, el grupo 3 imita al grupo 1, ya que si imitara al grupo 2 la comunidad se desharía o se desnaturalizaría, puesto que un carisma es esencialmente un asunto de motivación intrínseca.

Los miembros del tercer grupo son con mucho los más numerosos en las comunidades ideales. Aunque – este es el centro de estas teorías – cada miembro de este tercer grupo se parece y a la vez es distinto de los demás: todos son conformistas, pero por debajo del mismo comportamiento hay preferencias individuales invisibles (parcialmente) distintas. Algunos están muy cerca del grupo 1, otros del grupo 2 y muchos en una zona intermedia. Dentro del grupo 3 es donde se anudan los hilos cruciales de las comunidades. En primer lugar, hay que señalar que cuando se observa una comunidad desde fuera – y muchas veces también desde dentro – no es fácil distinguir a los miembros del grupo 3 de los del grupo 1. Los imitadores se comportan como si estuvieran motivados intrínsecamente sin estarlo, o estándolo de otra manera.

El destino y la calidad de las comunidades dependen de la composición interna del grupo de los conformistas. Si en una comunidad, por ejemplo, hay demasiados miembros del tercer grupo con un nivel muy bajo de motivaciones intrínsecas, es decir amontonados cerca del umbral (igual a cero) que les separa del grupo 2, esta comunidad es muy vulnerable a las grandes crisis ideales. Los miembros del grupo 2 ya tienen motivaciones intrínsecas iguales a cero, o negativas, y por tanto estas crisis no les afectan. Los del grupo 1 las tienen altísimas, y si la crisis no toca la fe misma en el carisma (que es una crisis distinta), este grupo está protegido de una disminución media de las motivaciones. Así pues, el grupo crítico es el tercero. Y lo es por muchas razones, todas ellas cruciales.

Supongamos que la mayor parte de los miembros del grupo 3 de una comunidad determinada tienen motivaciones intrínsecas muy bajas, por ejemplo, entre 0.1 y 0.6. Estas motivaciones son suficientes para no pertenecer al grupo 2 sino al grupo 3. Si a esta comunidad le llega una crisis que baja las motivaciones intrínsecas de todos por un valor medio – pongamos – de 0.6, todos los imitadores con una dotación motivacional comprendida entre 0.1 y 0.6 acabarán teniendo motivaciones negativas o nulas. De hecho, se transforman en miembros del grupo 2.  La situación sería la opuesta si los valores motivacionales del grupo 3 se agolparan en el umbral de separación con el grupo 1.

Se comprende entonces que la capacidad de resistencia a las grandes crisis depende mucho de cómo la comunidad y sus dirigentes se relacionan con los imitadores-conformistas en los tiempos ordinarios. Hay comunidades que facilitan y desarrollan una cultura de la imitación conformista y otras que por el contrario favorecen la autonomía de cada persona. La cultura imitativa es muy tentadora, porque es rentable a corto plazo, debido a su característica de reducir las discusiones, la toma de decisiones, los costes de gestión y de agilizar los procesos. La segunda, en cambio, es más lenta, costosa y arriesgada. Formar a la autonomía significa renunciar al pleno control de las conciencias y poner a todos en condiciones de desarrollar convicciones personales acerca del carisma, de encontrar la propia vocación en la vocación, de decidir libremente si quedarse o marcharse (a veces solo se permanece por falta de libertad para marcharse), trabajar en los “porqués” y no en el “cómo”, es decir en las razones profundas del carisma y no en las técnicas. Cuando prevalece el primer tipo de formación, la mayor velocidad y eficiencia en los tiempos felices produce una enorme vulnerabilidad en los momentos críticos.

Pero hay más. En las comunidades carismáticas, el conformismo generalmente es muy premiado y alentado. Mientras que las empresas, con su pragmatismo, a veces remuneran y alientan a los miembros anticonformistas y creativos (siempre que aporten facturación y beneficios), en las comunidades carismáticas el anticonformismo es casi siempre sinónimo de infidelidad al carisma. Se le considera un comportamiento desviador que no debe estimularse, ya que generalmente no se sabe cómo gestionarlo. La fidelidad acaba identificándose con la conformidad al carisma, y la conformidad al carisma con la conformidad al ethos dominante en la comunidad. De ahí se deriva una consecuencia práctica importante: los dirigentes de estas comunidades, los que llegan a los vértices centrales y periféricos, son generalmente miembros del grupo 3, raras veces del grupo 1. Son conformistas que, sin embargo, son tomados por personas intrínsecamente motivadas como las del grupo 1.

Al confundir fidelidad y conformismo, y al premiar el conformismo, se promueven estilos de gobierno y ethos conformistas, incapaces de la creatividad e innovación que son esenciales para que una comunidad pueda tener continuidad en el tiempo. Estas “trampas” se encuentran entre las causas más comunes del declive de las comunidades ideales.

Además, cuando la cultura comunitaria forma a la imitación y al conformismo a corto plazo, ve aumentar los miembros pero no las vocaciones, porque crece atrayendo a muchas personas con culturas conformistas – aumentando el grupo 3 (y un poco el 2), con detrimento del grupo 1. Después, el éxito numérico crea la ilusión de que la estrategia formativa es correcta, y el circuito se autoalimenta con el tiempo hasta crear una perfecta “trampa de pobreza”. En comunidades de cultura predominantemente conformista, las crisis motivacionales son devastadoras, a veces fatales, porque el hecho de haber premiado y alentado el conformismo ha generado personas con baja motivación intrínseca y baja autonomía.

Las crisis entonces pueden ser vistas como pruebas de estrés que miden la naturaleza de las personas que componen una comunidad: una crisis que genera muchas defecciones puede señalar que esa comunidad ha crecido atrayendo a muchos – o casi todos – miembros imitadores. Y tal vez desde ahí intentar resurgir – a resucitar se aprende desde el Gólgota –.

Otros escenarios distintos se abren cuando las crisis son provocadas por la salida de uno o varios miembros del grupo 1, cuando los que se van no son miembros del grupo 3 ni del grupo 2, sino alguien con altísimas motivaciones intrínsecas. En estos casos los efectos son diferentes, pero de esto hablaremos en otra ocasión.

Tras los grandes éxitos de los milagros de Galilea, el Evangelio de Juan nos narra la primera gran crisis de la comunidad de Jesús: «Entonces Jesús dijo a los Doce: –¿También vosotros queréis marcharos?» (Jn 6,60). Jesús ha revelado a los suyos quién es realmente, y llega la crisis. Entre los que le seguían había una población muy diversificada, con motivaciones distintas. Muchos le abandonaron. Pero algunos de los que se quedaron fueron capaces de resistir a la crisis más grande, la de la crucifixión. Y después cambiaron el mundo.

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Lógica carismática/9 – Formar a la autonomía para encontrar la propia vocación en la vocación. 

Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 14/11/2021.

«Durante la interacción social, los hombres generan resultados que no formaban parte de sus intenciones. Los incentivos financieros pueden llevar a la caída de la producción. El endurecimiento de las medidas represivas puede conducir al aumento de la criminalidad». 

Robert K. Merton, Los cánones del antisociólogo. 

Los miembros de las comunidades carismáticas están animados por motivaciones distintas. Y los imitadores juegan un papel crucial, casi siempre infravalorado. 

Una nota característica del tema que estamos obstinadamente desarrollando desde hace varios años acerca de las comunidades y movimientos carismáticos (el primer artículo se remonta al 8 de febrero de 2015), tal vez su nota dominante, es la relación entre las buenas intenciones y los malos resultados. Muchas “trampas de pobreza” colectivas, algunas incluso oscuras y profundas, nacen de los efectos perversos de acciones realizadas de buena fe, siguiendo la idea del bien común. 

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La trampa del conformismo

La trampa del conformismo

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Lógica carismática/8 – Pequeños umbrales personales de autosegregación que pueden llevar a levantar muros. 

Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 07/11/2021

«A la raíz de nuestro malestar actual se encuentra una sutil sensación de impotencia, la idea de perseguir afanosamente algo que continuamente escapa a nuestra comprensión».

Mario Pomilio, Taccuino industriale

En la sociedad y en las organizaciones, se dan a nivel colectivo fenómenos no deseados que nadie desea a nivel individual. También en las dinámicas de las comunidades.

A nuestra civilización le gusta mucho la libertad individual, y protege con todas sus fuerzas la esfera privada de las preferencias individuales de las personas. La misma sociedad occidental moderna ha desarrollado, desde hace al menos medio siglo, teorías y análisis para estudiar también los fracasos de la soberanía del individuo, aquellos casos en los que el juego de las elecciones basadas en las preferencias individuales produce efectos colectivos perversos. Porque no siempre la “mano invisible” que transforma y agrega las elecciones individuales genera buenas transformaciones colectivas, ni para los individuos ni para la sociedad. Un pionero y un clásico de estos estudios es el premio Nobel de economía Thomas Schelling, quien mostró, entre otras cosas, que la cultura dominante en una comunidad es distinta de las preferencias de los miembros individuales que la componen. Es famoso su estudio sobre la autosegregación racial involuntaria en la elección de la vivienda ("Dynamic models of segregation", 1971), donde demostró que, para que en una ciudad se formen barrios segregados únicamente de blancos o únicamente de negros, no hace falta que las personas individuales piensen: “yo quiero estar en un barrio solo de blancos” o “solo de negros”. Basta con que los habitantes blancos (o negros) piensen: “No quiero vivir en medio de dos casas de familias de negros (o de blancos), o incluso, en algunos casos: “No quiero vivir al lado de tres familias distintas a la mía”. Estas preferencias individuales, que en sí mismas no parecen radicales, producen un resultado radical, y al final vivimos en un mundo que nadie desea. 

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Todo esto es aplicable a la segregación étnica y a cualquier otra forma de intolerancia colectiva. Una cultura radicalmente racista e intolerante puede ser generada por personas que no son tan racistas ni tan intolerantes tomadas de una en una. Mi pequeño “umbral” de cerrazón impuesto, que a mi conciencia no le parece especialmente intolerante, combinado con los pequeños umbrales de los demás acaba convirtiéndose en un muro alto. Es como si en el límite que pongo a mi tolerancia a la diversidad apareciera una carcoma que, interactuando con las carcomas de los demás, corroe la raíz de la convivencia civil. Para evitar estos resultados tristes e involuntarios deberíamos educarnos a mantener los umbrales de intolerancia muy bajos e incluso a eliminarlos – en buena parte, este es el reto educativo –. Porque estos estudios nos dicen que las colectividades amplifican las barreras de los individuos, no las reducen. La brizna en el ojo del «yo» se convierte en una viga del «nosotros»; y una vez creada, esa viga toma el puesto de la brizna e impide a todos la vista. Los análisis de Schelling siguen estando entre los más importantes de las ciencias sociales contemporáneas. Hoy se aplican también a los fenómenos climáticos y a las decisiones en materia de consumo, donde nos encontramos con resultados colectivos y globales muy graves e insostenibles aun cuando las preferencias de las personas individuales son más ecológicas. Estos resultados no dependen solo de los efectos indirectos de nuestras elecciones (nuestras “externalidades”), sino de fenómenos más complejos que se desencadenan al agregar las preferencias de los individuos.

Todo esto es especialmente relevante para las organizaciones y comunidades de cualquier tipo. Cada comunidad genera una cultura colectiva y una identidad que es muy evidente para quienes la observan desde fuera – un poco menos para quienes la ven desde dentro –. Lo que ocurre, también en este caso, es que la cultura y las prácticas que se generan están más radicalizadas que las preferencias de los miembros individuales. La cultura comunitaria que nosotros observamos no es la fotografía de la cultura de los individuos. Cada comunidad desarrolla su estilo, su personalidad espiritual, su lenguaje y su jerga, con rasgos específicos y expresiones solo comprensibles para los miembros de la comunidad; genera maneras de rezar, de moverse, guiños, gestos, una forma de vestir… que se autorrefuerzan con el paso del tiempo. Estos rasgos colectivos no son ni la media, ni la suma, ni el producto de los comportamientos individuales, ni tampoco el resultado de la imitación del líder por parte de todos (como ocurre en las modas). Ciertamente, a diferencia de lo que ocurre en otras instituciones y organizaciones, en las comunidades carismáticas el fundador desempeña un papel especial, pero la cultura colectiva no es la gigantografía del fundador. Tampoco el fundador lo quiere – en estos procesos, el fundador tiene más peso que los demás, pero no tanto como para determinar la cultura colectiva –. Las mismas corrientes internas que se forman en las comunidades, es decir los corrillos y los subgrupos, que llegan a determinar hasta la composición de las mesas en el comedor, muchas veces son resultados generados por personas que, tomadas de una en una, son más abiertas y dialogantes que los grupos cerrados que crean. El aislamiento y la autorreferencialidad, que desde fuera aparecen como rasgos importantes y característicos de las comunidades carismáticas, son a menudo fenómenos de autoaislamiento involuntario.

Para que haya comunidades segregadas, donde los miembros siempre se encuentran con las personas de su propia comunidad, no hace falta que estas personas no amen las relaciones sociales externas a la comunidad. Basta con que, de acuerdo con los parámetros del modelo de Schelling y ampliando su lógica, cada uno de sus miembros comience a pensar: “A mí me gusta relacionarme con personas de otros grupos y comunidades, pero de cada dos o tres encuentros al menos uno lo quiero hacer solo con mi comunidad”. Esta es una preferencia individual no especialmente cerrada ni antisocial que, sin embargo, puede generar involuntariamente fuertes cerrazones colectivas y autosegregaciones. Esto explica, entre otras cosas, un hecho frecuente y para muchos misterioso: Hay comunidades que, en su conjunto, parecen (y a menudo lo son) cerradas y autorreferenciales y sin embargo, cuando conoces a las personas individuales y entablas una relación de confianza con ellas, descubres que individualmente son muy abiertas y sociables. Tan es así que a veces entran ganas de exclamar: “¿Cómo ha podido terminar esta persona dentro de una comunidad semejante?” A esta exclamación, Schelling podría responder: “Mira: ¡ni siquiera la comunidad quería acabar dentro de semejante comunidad! Ha ocurrido involuntariamente”.

Pero, ¿es posible prevenir o curar estos trastornos y neurosis? En primer lugar, si queremos ser honestos, las comunidades carismáticas desarrollan estos resultados de forma casi inevitable. Son formas de enfermedades autoinmunes, que pueden ser más o menos graves en función de las medidas que se adopten. Para prevenirlas de verdad – dado que la cura ex-post es casi imposible – deberíamos tener personas con un umbral de apertura muy bajo (1 sobre 5, por ejemplo), o incluso con umbral cero. Pero ninguna comunidad puede nacer si los miembros no se encuentran entre sí y no renuncian a algún grado de libertad de su sociabilidad anterior. Cuantos más vínculos fuertes de pertenencia necesitan las comunidades, más probables son las autosegregaciones, donde el grado de apertura parcial inicial del individuo se convierte en cerrazón colectiva. Muchas personas entran en la comunidad con un deseo genuino de seguir manteniendo su pertenencia a otros mundos vitales y cultivando otras relaciones exteriores, y acaban en comunidades donde solo se encuentran con personas de su misma comunidad. Además – este punto es particularmente interesante – esto ocurre sin que las personas hayan cambiado sus preferencias individuales. Aunque también es posible y probable que con el paso del tiempo las preferencias individuales cambien inconscientemente día tras día, y se alineen con la praxis colectiva.

Para terminar, estos mecanismos involuntarios pueden explicar o al menos ofrecer intuiciones para otros fenómenos semejantes que ocurren a nivel de la persona individual y dentro de las comunidades. Algunas veces he entrado en contacto con comunidades religiosas donde era muy difícil “llegar” al alma de algunas personas, que preferían pasar muchas horas en oración o en adoración antes que hablar unos minutos conmigo o con los demás miembros de su comunidad. La oración se convertía así en una especie de immunitas que protegía de la communitas, una cortina invisible que inmunizaba del encuentro auténtico e inmediato con los demás. Estos resultados se pueden (en parte) explicar con la misma lógica: mientras una comunidad se encuentre solo con personas que pasan todo el tiempo libre en la capilla sin interactuar entre ellas, basta con que cada uno cultive este tipo de preferencia: “Ciertamente me gusta estar con otras personas de la comunidad, pero cada dos o tres encuentros, uno quiero hacerlo sola en la capilla”. También en este caso, unas preferencias individuales “ligeras”, una vez agregadas colectivamente, generan personas autosegregadas – otra forma de “muerte” o enfermedad grave de una comunidad –. Así se comprende también por qué es tan frecuente que los miembros de las comunidades carismáticas reduzcan con el paso de los años la red de relaciones profundas de amistad, dentro y fuera.

Las buenas reglas, las normas sociales y los reglamentos de las comunidades tienen también la finalidad de prevenir estos trastornos. Pero en un tiempo donde la soberanía del individuo y el respeto (necesario) de la privacidad se han vuelto finalmente importantes también dentro de las comunidades espirituales, cada vez es más difícil implementar acciones y normas que rompan estas trampas involuntarias. La verdadera prevención posible consiste entonces en trabajar en la toma de conciencia de la existencia de estos mecanismos de cerrazón involuntaria. Todos los miembros de una comunidad deberían preguntarse periódicamente: ¿Cuáles son los límites invisibles que he puesto a mis relaciones? ¿Cuántas relaciones estoy viviendo con “umbral interior”? ¿Cuántas comunidades vitales de ayer estoy perdiendo progresivamente? ¿Cuál es la varianza de mis relaciones? ¿Cuáles y cuántos grados de intolerancia estoy cultivando en mi interior? Estos test de autodiscernimiento son difíciles, pero no imposibles, sobre todo si la comunidad ofrece instrumentos para realizarlos, quizá juntos, aun cuando no se advierta la necesidad. En las comunidades deberían adoptarse procedimientos parecidos a los "screening" sanitarios que efectúan las personas cuando llegan a determinada edad, con independencia de los síntomas, con finalidades exclusivamente preventivas. Estas decisiones no son fáciles para los responsables, porque sienten el peligro de que alguien, después del test, descubra la enfermedad, y al responder a estas preguntas difíciles entre en crisis y tal vez acabe dejando la comunidad.

Pero ellos deberían tener una conciencia aún más fuerte de los daños que produce la falta de prevención, entre los que se encuentra la extinción de la comunidad misma. Porque, mientras en la primera fase de desarrollo de la comunidad, las preferencias de las personas individuales son menos rígidas que la cultura colectiva, a partir de la segunda generación las personas se siente atraídas sobre todo por esa cultura colectiva que se ha generado involuntariamente. De este modo, sin que nadie lo quiera, las pocas “vocaciones” nuevas que llegan son generalmente más cerradas que las de los miembros de la primera hora – una vez que nos hemos convertido en un barrio “solo de blancos” únicamente tendremos vecinos blancos –. Los recién llegados con umbrales más altos harán crecer la cerrazón de la comunidad, dando vida a círculos viciosos degenerativos. Así es como a menudo las comunidades desaparecen involuntariamente, si no se interviene a tiempo y con decisión, en dirección obstinada y contraria.

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Lógica carismática/8 – Pequeños umbrales personales de autosegregación que pueden llevar a levantar muros. 

Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 07/11/2021

«A la raíz de nuestro malestar actual se encuentra una sutil sensación de impotencia, la idea de perseguir afanosamente algo que continuamente escapa a nuestra comprensión».

Mario Pomilio, Taccuino industriale

En la sociedad y en las organizaciones, se dan a nivel colectivo fenómenos no deseados que nadie desea a nivel individual. También en las dinámicas de las comunidades.

A nuestra civilización le gusta mucho la libertad individual, y protege con todas sus fuerzas la esfera privada de las preferencias individuales de las personas. La misma sociedad occidental moderna ha desarrollado, desde hace al menos medio siglo, teorías y análisis para estudiar también los fracasos de la soberanía del individuo, aquellos casos en los que el juego de las elecciones basadas en las preferencias individuales produce efectos colectivos perversos. Porque no siempre la “mano invisible” que transforma y agrega las elecciones individuales genera buenas transformaciones colectivas, ni para los individuos ni para la sociedad. Un pionero y un clásico de estos estudios es el premio Nobel de economía Thomas Schelling, quien mostró, entre otras cosas, que la cultura dominante en una comunidad es distinta de las preferencias de los miembros individuales que la componen. Es famoso su estudio sobre la autosegregación racial involuntaria en la elección de la vivienda ("Dynamic models of segregation", 1971), donde demostró que, para que en una ciudad se formen barrios segregados únicamente de blancos o únicamente de negros, no hace falta que las personas individuales piensen: “yo quiero estar en un barrio solo de blancos” o “solo de negros”. Basta con que los habitantes blancos (o negros) piensen: “No quiero vivir en medio de dos casas de familias de negros (o de blancos), o incluso, en algunos casos: “No quiero vivir al lado de tres familias distintas a la mía”. Estas preferencias individuales, que en sí mismas no parecen radicales, producen un resultado radical, y al final vivimos en un mundo que nadie desea. 

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La viga y la brizna

La viga y la brizna

Lógica carismática/8 – Pequeños umbrales personales de autosegregación que pueden llevar a levantar muros.  Luigino Bruni Publicado en Avvenire el 07/11/2021 «A la raíz de nuestro malestar actual se encuentra una sutil sensación de impotencia, la idea de perseguir afanosamente algo que continuame...
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Lógica carismática/7 – Las comunidades siguen vivas después del fundador si se transforman de “animales” en “plantas”.

Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 31/10/2021

 «La punta de las raíces, puesto que tiene el poder de dirigir los movimientos de las partes adyacentes, actúa como el cerebro de un animal».

Charles Darwin, El poder del movimiento en las plantas.

En las comunidades carismáticas no hay empleados, sino personas con vocación y con el mismo ADN del fundador. Por eso pueden salvarse: las raíces vitales no son pasado, sino presente y futuro.

En esta época de urgente cambio ecológico y económico, algunos empiezan a fijarse en las plantas buscando nueva inspiración para salvarnos a nosotros del planeta y al planeta de nosotros. Mientras concibamos la sostenibilidad dentro del mismo paradigma, razonaremos como si pudiéramos resolver los problemas con la misma máquina que los ha producido. En particular, el sistema económico capitalista ha crecido siguiendo un modelo animal. Cuando el animal homo sapiens tuvo que imaginar la economía, la fábrica y la empresa, las diseñó a su imagen. 

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Hemos construido empresas e instituciones “animales”, con una fuerte división y especialización de funciones, con un “cerebro” y un “corazón” del que dependen todos los demás órganos. Estas “instituciones animales” han aprendido a correr a gran velocidad y se han hecho cada vez más eficientes, depredando y devorando recursos. Gracias a estas alocadas carreras de empresas y consumos, la economía y el PIB han crecido produciendo excelsos resultados. Pero un día llegaron a superar el umbral de la llamada “tragedia de los bienes comunes”, que todos, espectadores y víctimas, estamos observando juntos.

La economía no ha imitado a las plantas – como expuse en un artículo de marzo de 2016 publicado en este mismo medio, titulado “el tiempo de la tela de araña” –. Las plantas, a diferencia de los animales, están ancladas al suelo, y para responder a la enorme vulnerabilidad que implica la imposibilidad de moverse, no han desarrollado órganos especializados como los animales (si tienes corazón e hígado y no puedes escapar, un animal puede matarte si te come un órgano vital). Han aprendido a respirar, ver y sentir con todo su cuerpo. De ahí su gran resiliencia: a un animal se le mata golpeándole en el corazón; en cambio una planta puede sobrevivir aun perdiendo el 80% o el 90% del cuerpo. Incluso un tronco talado puede conocer un nuevo brote. En la Biblia la imagen del árbol, la viña y la semilla se usa muchas veces para indicar el Pueblo, la Iglesia y el Reino de los Cielos.

La vida de las plantas tiene mucho que sugerir también a las comunidades carismáticas, que nacen de uno o varios fundadores. Estos dan a la comunidad carismática una forma parecida a la del animal. El fundador es necesariamente el centro (corazón), y cada uno de los órganos y funciones depende del centro. A continuación, esta configuración se replica en todas las funciones y comunidades locales, que reproducen el mismo modelo central. En las comunidades carismáticas, a diferencia de las organizaciones burocráticas (es decir “gobernadas racionalmente por oficinas” y no por los carismas de las personas), las responsabilidades y los roles dependen directamente del fundador. Se crean en base a un reparto de confianza, por un pacto implícito de reconocimiento mutuo. Esto permite, en la primera fase de su desarrollo, que las comunidades corran a gran velocidad, vuelen a gran altura como las águilas.

Pero, tal y como nos ha enseñado Max Weber, la autoridad de tipo carismático acaba con la desaparición del líder carismático, cuando el carisma comienza a hacerse rutina y la organización comienza a ser burocrática. En siglos pasados, la fase carismática de los movimientos generalmente duraba poco tiempo, y por tanto era más fácil observar claramente las diferencias entre el gobierno de la fase carismática y el de la fase posterior. En cambio, en nuestro tiempo los fundadores permanecen largo tiempo en sus organizaciones. Lo que ocurre en estos casos es que se desarrolla cierta burocracia, mientras el fundador todavía guía a su comunidad, con el fin de que la vida comunitaria sea ordenada y racional. Es el comienzo de cierta burocracia carismática. En esta fase de proto-institucionalización del carisma es donde se concentran los desafíos decisivos para el futuro. ¿Por qué? Mientras el fundador está vivo, la organización está inevitablemente pensada en torno al papel central y único del fundador. En caso contrario no podría desarrollarse. Pero los problemas surgen cuando estas primeras formas organizativas híbridas carisma-institución pasan a la generación post-fundador como parte esencial de la herencia inmodificable del carisma. Los primeros odres y el vino se convierten casi en lo mismo. De este modo, cuando el fundador sale de escena, quien le sustituye se encuentra con una organización pensada “por y para” el fundador. Debe interpretar un papel para el que no cuenta con recursos, porque sencillamente el papel pensado por el fundador solo es posible para el fundador.

El sucesor se encuentra en el centro de todas las conexiones y circulaciones de la comunidad, sin estar en condiciones de gestionarlas. El fundador tenía dotes y características espirituales y humanas únicas, como fundador. Su sucesor, por el contrario, no puede ni debe desempeñar la misma función de corazón de su comunidad – y si lo hace crea una nueva comunidad –. Pero si debe asumir el mismo estilo de gobierno del fundador, es inevitable que haya problemas. Las decisiones se retrasan y el trabajo ordinario se acumula. La práctica totalidad de los recursos se emplea en la gestión de las dinámicas internas y no quedan energías libres para pensar estratégicamente en el futuro: un hoy imposible de gestionar se come el mañana.

Esto ocurre porque el fundador, cuando comienza a escribir la regla y por tanto el papel del presidente y el gobierno de su comunidad, tiene en mente a sí mismo y su gobierno, y toma su experiencia de fundador-presidente como modelo para diseñar la figura de los futuros presidentes y el futuro gobierno. Los expertos le recuerdan que el futuro presidente no podrá desempeñar las mismas funciones que el fundador, y a menudo el mismo fundador es consciente de ello. Pero la comunidad y el fundador no tienen otro material que el pasado y el presente. De este modo la regla comunitaria acaba inevitablemente siendo una fotografía de la realidad que la escribe.

Esta es una de las razones que explica las dificultades que encuentran hoy los movimientos y las comunidades para gestionar la fase post-fundación, para “ejecutar” la partitura recibida en herencia. ¿Qué hacer, entonces? Si queremos ser completamente honestos, debemos decir que la organización generada y querida por el fundador en cierto sentido muere el día en que el fundador sale de escena, muere con la muerte de su corazón. Esta es la primera, decisiva e inevitable vulnerabilidad de la organización animal generada en la primera fase. No muere el carisma, solo muere la primera organización que el carisma ha generado. Pero – esto es lo importante – si la primera organización no muere puede que en su lugar muera el carisma.

Para evitar equívocos, es necesario tener bien presente que en la tradición y a menudo también en la regla escrita por un fundador, hay una parte que se refiere a la forma de vida de la nueva personalidad espiritual (individual y colectiva) que el carisma trae a la tierra, que puede cambiar en el tiempo solo en aspectos muy marginales. Pero en las tradiciones escritas y orales de las comunidades espirituales (sobre todo en las modernas) casi siempre se encuentra también la descripción de las reglas de gobierno y la organización práctica de la comunidad. Esta segunda parte incluye también dimensiones carismáticas fundacionales y originales que no hay que perder (una comunidad carismática tiene una necesidad esencial de una gobernanza coherente con el carisma que la ha generado). Pero hay prácticas y reglas pensadas a medida del fundador y de su “organización animal” que, si no cambian pronto, acaban bloqueando el desarrollo de la comunidad. Es una operación fácil (quizá) de decir pero muy difícil de realizar, porque los discípulos del fundador instintivamente tienden a considerar intocable y “sagrada” la regla y tradición, sobre todo cuando las ha pensado el fundador mismo.

De ahí la propuesta. Volviendo a nuestra analogía, en la fase de transición del fundador a sus sucesores, la organización carismática debería transformarse de organización animal a organización planta. La comunidad puede sustituir al fundador con un presidente, cambiar de corazón y mantener la gobernanza anterior. Esta solución no funciona, porque no puede funcionar. Pero también puede decidir cambiar muchas cosas para salvar lo esencial. Y por tanto modificar la parte “práctica” de la regla, y crear una gobernanza vegetal. Puede distribuir las funciones, anteriormente acumuladas en el centro, por todo el cuerpo, y crear una verdadera gobernanza subsidiaria. Como la de las plantas, donde el ataque de un parásito a una hoja lo resuelve en primer lugar la propia hoja, y si esta no lo consigue le ayudan las hojas cercanas y después toda la rama y finalmente las ramas más lejanas e incluso los árboles cercanos. Aprende a respirar, pensar y sentir con todo el cuerpo.  Un inciso: las comunidades monásticas nacen de forma parecida a las plantas: su centro no es el fundador, ni mucho menos el abad. Su raíz es la regla, y por eso muchos monasterios han vivido y viven durante siglos, como los grandes árboles.

¿Cómo se asegura la unidad de una organización planta? Las plantas también tienen un gobierno, no menos eficiente que el de los animales, que está concentrado sobre todo en su código genético y, para ciertas funciones, en las raíces. En las generaciones posteriores al fundador, la unidad de la comunidad y las decisiones más importantes se confían al ADN y a las raíces del carisma. Las comunidades carismáticas pueden hacerlo, porque a diferencia de las empresas, ellas no tienen empleados: tienen personas con vocación, y por tanto con el mismo ADN espiritual del fundador (un franciscano tiene el mismo “código genético” de Francisco; no lo aprende, sino que lo descubre, porque ya estaba en su alma). Así pues, las personas son la primera garantía de que la comunidad tendrá futuro – tal es su fuerza, tal su vulnerabilidad –. Muchas de las cosas que hacía antes el corazón, ahora las podrá hacer todo el cuerpo, si el carisma se convierte en raíz. Bajo tierra, invisibles, las raíces sostienen y alimentan a todo el árbol; sienten y, como un cerebro distinto, envían mensajes a toda la planta, en diálogo con la tierra. No cometamos el error de pensar que las raíces son el pasado, tal vez inmutable y estático. Las raíces de las plantas son también el pasado, pero sobre todo son el presente y el futuro. Si un carisma logra hacerse planta será resiliente a las crisis, y será muy difícil que muera. Pero debe bajar la velocidad, desarrollar nuevos sentidos, crecer en profundidad, conocer todo el bosque y aprender nuevos lenguajes para cooperar con árboles distintos.

Las plantas han desarrollado su resiliencia para responder a los desafíos del ambiente: una gran vulnerabilidad debida a su anclaje al suelo las ha obligado a dotarse de organizaciones muy distintas a las del reino animal, para poder sobrevivir. La vulnerabilidad que nace de la imposibilidad de moverse se ha convertido en su ventaja evolutiva. Cuando los fundadores desaparecen, el ambiente cambia profundamente, y se experimenta una vulnerabilidad nueva y distinta. La sabiduría de las plantas nos puede sugerir cómo transformar lesa debilidad en fortaleza, y seguir adelante con la vida: «Es como un árbol plantado junto a corrientes de agua, que da a su tiempo el fruto» (Salmo 1,3).

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Lógica carismática/7 – Las comunidades siguen vivas después del fundador si se transforman de “animales” en “plantas”.

Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 31/10/2021

 «La punta de las raíces, puesto que tiene el poder de dirigir los movimientos de las partes adyacentes, actúa como el cerebro de un animal».

Charles Darwin, El poder del movimiento en las plantas.

En las comunidades carismáticas no hay empleados, sino personas con vocación y con el mismo ADN del fundador. Por eso pueden salvarse: las raíces vitales no son pasado, sino presente y futuro.

En esta época de urgente cambio ecológico y económico, algunos empiezan a fijarse en las plantas buscando nueva inspiración para salvarnos a nosotros del planeta y al planeta de nosotros. Mientras concibamos la sostenibilidad dentro del mismo paradigma, razonaremos como si pudiéramos resolver los problemas con la misma máquina que los ha producido. En particular, el sistema económico capitalista ha crecido siguiendo un modelo animal. Cuando el animal homo sapiens tuvo que imaginar la economía, la fábrica y la empresa, las diseñó a su imagen. 

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Y el corazón se volvió raíz

Y el corazón se volvió raíz

Lógica carismática/7 – Las comunidades siguen vivas después del fundador si se transforman de “animales” en “plantas”. Luigino Bruni Publicado en Avvenire el 31/10/2021  «La punta de las raíces, puesto que tiene el poder de dirigir los movimientos de las partes adyacentes, actúa como el cerebro d...
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Lógica carismática/6 - La madurez de una comunidad está en liberarse del mito del fundador perfecto.

Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 19/09/2021

«Y tú, Moisés, ¿por qué rezas?» «Pido al Dios que está en mí que me dé fuerzas para poder hacerle las verdaderas preguntas».

Elie Wiesel, La noche.

El uso generativo (y humilde) del patrimonio pasado es un oficio decisivo para no comprometer el futuro, y por desgracia a menudo nos equivocamos al reconocer cuál es en verdad la levadura buena.

«¡Atención! Absteneos de la levadura de los fariseos y de la de Herodes» (Mc 8,15). Este es uno de los dichos (logion) de Jesús. No es fácil interpretarlo. Sobre él se han escrito muchas páginas, empezando por los Padres de la Iglesia. Levadura es una palabra fuerte en la Biblia. No hay más que pensar en el pan ácimo de la Pascua. La levadura es un símbolo de vida, pero también de contaminación. Se usa en la predicación y en la enseñanza, pero sobre todo como principio de cambio del mundo. En el Nuevo Testamento la encontramos como sinónimo del Reino de los Cielos (Mt 13,13). La referencia a la levadura de Herodes, de los fariseos o de los saduceos (Mt 16,6) tiene que ver entonces con el tipo de reino que el Mesías debía traer a la tierra. En tiempos de Jesús el mesianismo había adquirido una fuerte connotación apocalíptica, reforzada por la ocupación romana. 

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La llegada del Mesías, para los fariseos, debería ir acompañada de acontecimientos espectaculares, de señales que confirmarían la llegada inminente del nuevo reino: «Entonces algunos escribas y fariseos le dijeron: - Maestro, queremos verte hacer alguna señal» (Mt 12,38). Distinto es también el reino político anti-romano querido por Herodes. Jesús advierte con decisión a sus apóstoles, maravillados y atraídos por las señales de Jesús, para que no abracen las teorías mesiánicas y apocalípticas: «Pues surgirán falsos mesías y falsos profetas, que harán milagros y prodigios, hasta el punto de engañar, si fuera posible, a los elegidos» (Mc 13,22). Los Evangelios recogen diálogos de Jesús con sus discípulos acerca de la comprensión de su identidad ("¿quién decís que soy yo?"). Las personas más cercanas a él participan de este proceso de descubrimiento de la identidad. Jesús hace todo lo posible para evitar la espectacularidad de sus signos-milagros, y en cuanto se da cuenta de que la gente se queda con el signo y tergiversa el mensaje, se escabulle o despide a la multitud.

Hasta aquí, los Evangelios. Si la tentación de seguir la levadura equivocada ha afectado a la primera comunidad de Jesús, es probable que este fenómeno se repita en las comunidades carismáticas generadas por la Iglesia. Con otras palabras: lo de «absteneos de la levadura de los fariseos» vale para siempre. Efectivamente, no es raro que en la primera fase de las experiencias carismáticas (generalmente) se produzcan formas de teorías mesiánicas y apocalípticas, lecturas distintas acerca de cuál es la naturaleza del movimiento que está comenzando y del sentido de las “señales” que acontecen. Los grandes éxitos y los acontecimientos extraordinarios que acompañan el comienzo de muchos carismas generan varias interpretaciones sobre el destino y la tarea del nuevo “profeta” y de su movimiento. Los comienzos a menudo son extraordinarios, un eskaton anticipado, y casi inevitablemente se produce una embriaguez espiritual-carismática donde todo parece posible. Se experimenta una especie de omnipotencia, se sueñan escenarios intrépidos y se prefiguran destinos apocalípticos de salvación universal. Vuelve la levadura de Herodes (con la sensación de estar investidos de un deber de cambio político y social) y la de los fariseos, donde las señales son interpretados como signos mesiánicos de la nueva era. El final de los tiempos se siente cercano. Vistos desde fuera, estos fenómenos pueden parecer delirios, pero para quienes los viven son de lo más normal, y la incomprensión del exterior aumenta el auto-convencimiento de la tarea mesiánica.

Así pues, en los comienzos (no solo) de los movimientos carismáticos proliferan muchas “levaduras” en su interior. Pero, a diferencia de la frase de Marcos donde las levaduras de Herodes y de los fariseos son malas, en las comunidades carismáticas estas levaduras apocalípticas pueden contener también elementos positivos. Se parecen a la levadura “madre” del carisma y por eso es muy fácil confundirlas. Pero si prevalecen las levaduras apocalípticas y espectaculares, estas se vuelven muy peligrosas y se convierten en auténticas neurosis que causan muchos daños (económicos, manipulaciones, abusos), aun cuando todo se haga de buena fe. Además, en las comunidades carismáticas se da otro elemento decisivo. Los fundadores de las comunidades, generalmente – estos razonamientos siempre hay que tomarlos como tendencias y no como teoremas – no interpretan la parte de Jesús que invita a los discípulos a estar atentos a las otras levaduras. No es infrecuente que, al igual que los apóstoles, “no comprendan” y se dejen involucrar en los mismos escenarios apocalípticos.

En las experiencias históricas concretas, el primer engañado por la levadura equivocada puede ser el fundador, que, si es honesto (y generalmente lo es), emplea mucho tiempo en comprender que su “reino” no está en las cosas grandes que ha visto acontecer y que las señales son única y exclusivamente gracia; son la espléndida habitación del hotel de la luna de miel y no la habitación de casa. No comprende de inmediato que la realización de su carisma no está en conquistar el mundo, sino en disminuir, en convertirse en pequeño rebaño, en correr una carrera que acaba en el Gólgota. El fundador es el primer espectador de las señales que ve a su alrededor. Estas le dejan asombrado y atónito, encantado por sus propios encantos, curado por sus mismas curaciones. Así, los miembros de las comunidades carismáticas son las primeras víctimas de las levaduras de los fariseos, porque no tienen a nadie que los proteja, sino que todos, de común acuerdo, tratan de convencerles y de convencerse unos a otros. El fundador sabe que estas señales no son obra suya, pero también sabe que ha recibido un don-carisma sin el cual estas señales no existirían.

En la primera fase, la conciencia de ser un mero instrumento de Otro es muy fuerte. Pero después se da un paso fundamental, casi siempre sin que nadie lo quiera. El esplendor y la fuerza de las extraordinarias señales acaban convenciéndole de que, aunque él sea un pequeño y simple instrumento, el carisma es verdaderamente extraordinario y único, la respuesta definitiva a todas las preguntas. Es evidente que elogiar y exaltar el carisma es una forma de exaltar y alabar al Dador del carisma. Pero con el paso del tiempo, ese “tercero” entre el fundador y el Espíritu (el carisma) crece y adquiere vida propia. El fundador, por su parte, poco a poco acaba ensimismado con el carisma, gracias sobre todo a sus discípulos que le atribuyen todas las prerrogativas del carisma, convirtiéndolo en su hipóstasis y convirtiéndose ellos mismos en hipóstasis de la hipóstasis.  Al principio todos saben que el carisma es penúltimo, y que estar al servicio del carisma es estar al servicio divino, pero luego el carisma y el fundador crecen y crecen. Las personas que rodean al fundador, viendo las mismas señales con el mayor asombro, desempeñan la función decisiva de confirmar la convicción de que han recibido una tarea de salvación de la Iglesia y del mundo, creando un circuito de auto-convencimiento admirable e inalterable. Olvidando todos, de buena fe, que los fundadores – al igual que los profetas bíblicos – son seres humanos y por tanto se equivocan, se autoengañan y no siempre son buenos intérpretes de la “voz” que les habita, y necesitan toda la vida y muchos encuentros para aprender a reconocerla entre muchas otras voces.

La co-presencia de distintas levaduras es una fase inevitable para muchos carismas. El problema de esta fase no se encuentra en el fundador, sino en la capacidad (generalmente baja) que tienen las generaciones posteriores para distinguir entre los distintos tipos de levadura. Así el proceso continúa hasta que llega un día (si llega) en que alguien empieza a darse cuenta de que el carisma ha ocupado el lugar el Dador del carisma. ¿En qué sentido? Solo se conocen las palabras de la Escritura mediadas por el carisma, solo se rezan las oraciones del carisma, solo se conocen las “historias de la salvación” narradas por el carisma, solo se habla y se ama en las maneras y en las formas del carisma, solo se leen los libros del carisma. Estos mecanismos, de perfecta buena fe, si no se desactivan, son una de las principales causas de extinción de las comunidades carismáticas tras la desaparición de sus fundadores (a veces incluso antes), sobre todo cuando se trata de carismas muy ricos.

Hay un último aspecto decisivo. Si en los primeros días de una comunidad carismática conviven distintas levaduras, eso quiere decir que entre las palabras y los hechos de los comienzos de un carisma hay también palabras inmaduras, no hijas de la levadura madre, que – si todo va bien – el tiempo se encargará de corregir a través de encuentros, decepciones y pruebas. De ahí se deriva una consecuencia importante: cuando las generaciones posteriores vuelven al ADN del carisma para intentar las necesarias reformas, es esencial que reconozcan la levadura buena, distinguiéndola de la de los fariseos. Pero esta operación es complicadísima, porque la levadura buena está superpuesta a las otras levaduras, y todas se parecen mucho. Las otras levaduras también han generado vida y frutos. A menudo han sido etapas intermedias necesarias para los frutos buenos que han llegado después. Con el tiempo se han contaminado recíprocamente, y es necesario evitar el peligro de tomar por buenas todas las levaduras, pero también el peligro contrario de tirar todas las levaduras incluida la madre.

En las comunidades post-fundador es esencial que la reflexión sobre el núcleo bueno del carisma sea una experiencia plural y antagonista, porque las ideas sobre la levadura buena son y deben ser distintas; y a los responsables se les exige una mansedumbre específica para mantener viva esta tensión sin crear herejías y ortodoxias, ni agencias para la interpretación auténtica y única de la levadura buena. Cuando falta este diálogo pluralista interno y se afirma una sola lectura del pasado, estamos ante una creación ideológica, y esa lectura única es equivocada. La verdad es sinfónica. Los cuatro Evangelios, Pablo y las demás cartas, por no hablar de los Evangelios apócrifos, tenían varias teorías mesiánico-apocalípticas sobre Jesús, y a partir de ahí la Iglesia encontró con el tiempo su equilibrio. Por la historia de los carismas sabemos que es muy probable que la levadura madre buena no esté en los acontecimientos espectaculares, las grandes perspectivas apocalípticas, las visiones extraordinarias, el terremoto y el fuego, sino que se encuentre más bien en lo pequeño, en lo ordinario, en lo sencillo, en la “sutil voz de silencio” de Elías.

Este largo discurso tiene dos consecuencias prácticas. La primera es que entre las palabras de los fundadores se encuentran desde el principio algunas tesis equivocadas, parciales e inmaduras, y que la madurez de una comunidad consiste en ser capaz de admitir que pueden ser equivocadas (y no solo mal interpretadas). Este ejercicio decisivo libera a las comunidades del mito del fundador perfecto que casi siempre bloquea su crecimiento generativo y les impide acercarse a la humanidad del fundador velada por su mito. Equivocarse en la relación con el patrimonio de un carisma significa comprometer la calidad y la existencia del futuro. Además, el hecho de volver a las palabras de los comienzos de un carisma no supone una garantía, por sí mismo, de llegar al corazón del carisma, ya que las distintas levaduras comienzan a desarrollarse muy pronto. Las palabras más importantes pueden llegar más tarde, cuando los acontecimientos y la historia han hecho madurar al carisma. Las palabras decisivas de Jesús fueron las últimas. El discernimiento de las levaduras es el oficio más importante de las comunidades con capacidad de futuro.

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Lógica carismática/6 - La madurez de una comunidad está en liberarse del mito del fundador perfecto.

Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 19/09/2021

«Y tú, Moisés, ¿por qué rezas?» «Pido al Dios que está en mí que me dé fuerzas para poder hacerle las verdaderas preguntas».

Elie Wiesel, La noche.

El uso generativo (y humilde) del patrimonio pasado es un oficio decisivo para no comprometer el futuro, y por desgracia a menudo nos equivocamos al reconocer cuál es en verdad la levadura buena.

«¡Atención! Absteneos de la levadura de los fariseos y de la de Herodes» (Mc 8,15). Este es uno de los dichos (logion) de Jesús. No es fácil interpretarlo. Sobre él se han escrito muchas páginas, empezando por los Padres de la Iglesia. Levadura es una palabra fuerte en la Biblia. No hay más que pensar en el pan ácimo de la Pascua. La levadura es un símbolo de vida, pero también de contaminación. Se usa en la predicación y en la enseñanza, pero sobre todo como principio de cambio del mundo. En el Nuevo Testamento la encontramos como sinónimo del Reino de los Cielos (Mt 13,13). La referencia a la levadura de Herodes, de los fariseos o de los saduceos (Mt 16,6) tiene que ver entonces con el tipo de reino que el Mesías debía traer a la tierra. En tiempos de Jesús el mesianismo había adquirido una fuerte connotación apocalíptica, reforzada por la ocupación romana. 

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El discernimiento de las levaduras

El discernimiento de las levaduras

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Lógica carismática/5 – Toda comunidad depende de la evolución del ejercicio de la fidelidad.

Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 19/09/2021

«Fiel es la pared que se desmorona,
pero no lo hace sola,
sino que se desmorona con la estatua
que lleva encima...».

Vladimir Holan, Fidelidad.

Por desgracia es frecuente que las prácticas y tradiciones que permitieron el éxito de una obra carismática en la primera etapa de fundación, se transformen después de virtudes en vicios.

La fidelidad es esencial en toda experiencia humana. En las comunidades carismáticas, es casi todo. Se articula en varios niveles: la fidelidad del fundador o de la fundadora al carisma recibido, y la fidelidad de los miembros de la comunidad al carisma y al fundador. Pero la posibilidad de una comunidad para seguir teniendo una vida buena después de la etapa de fundación depende de su capacidad de hacer evolucionar las formas de ejercicio de esa fidelidad. 

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Al principio, cuando un carisma da vida a una comunidad, la fidelidad posee algunas notas específicas y necesarias. Los miembros de la comunidad viven su fidelidad como adhesión incondicional al carisma y al fundador. Sienten que no tienen que aportar variación alguna al carisma, tal y como les es presentado y propuesto: todos y cada uno deben ejecutar la misma partitura. En esta primera fase, la perfección y plenitud del carisma-partitura se presentan como extraordinarias y únicas, una novedad total.

Ante esta plenitud, nadie siente la exigencia de desarrollar variaciones ni notas distintas. Nada hay más útil, sabio e inteligente que poner todos los talentos al servicio de la ejecución de esa obra, única y celestial, que va a cambiar el mundo. Si al llegar a la comunidad uno sabe tocar el arpa pero en la partitura comunitaria no está prevista el arpa, inmediatamente tiene que aprender a tocar la guitarra o la flauta. La excelencia de esta primera etapa del carisma está en la búsqueda de la ejecución perfecta, sinfónica y coral del único tema comunitario. No hacen falta compositores, solo instrumentistas excelentes. La partitura original del carisma no necesita creatividad ni innovación, y el único intérprete y director de orquesta es el fundador. Eso no quiere decir que las personas no tengan talentos. A menudo tienen muchos, pero los orientan hacia la única misión común, y solo los usan si están en función de esta misión. Siguiendo el modelo propuesto por el economista Joseph A. Schumpeter, al principio el único innovador es el fundador, y todos los demás miembros son imitadores que usan sus energías para replicar la misma “empresa”.

Esta interpretación de la fidelidad absoluta está asociada con una palabra hermana: radicalidad. Cuanto más fieles, más radicales somos, y más en el fondo quedan las dimensiones personales y subjetivas, hasta que desaparecen. La radicalidad se convierte en la medida de la fidelidad. Sin esta gestión de la fidelidad y de la radicalidad es imposible que un movimiento carismático nazca y sobre todo que se desarrolle. La energía espiritual del fundador es amplificada y multiplicada por el seguimiento de los compañeros, hasta alcanzar unos niveles de eficacia y eficiencia desconocidos incluso para las empresas de mayor éxito. Es inmensa la energía que se libera de un carisma en la fase fundacional, y buena parte de ella depende de las energías morales y espirituales libremente entregadas por los seguidores del fundador, en un juego de espejos que se reflejan unos a otros hasta el infinito. Es una supernova del espíritu, una explosión estelar que libera una luz y una energía casi infinita – en pocas semanas o meses libera más energía que el sol en toda su existencia –. Quien tiene la ventura de vivir en primera persona el nacimiento de un carisma, experimenta en pocos meses una luz y una energía mayor que la de toda una vida “ordinaria”, y deja impreso su “tao” en la carne para siempre. Además, quien vive esta fidelidad radical no se siente expropiado ni manipulado, porque eso es lo único que desea hacer profunda y libremente. La reconoce como algo muy íntimo y no exterior, ya que siendo fiel al carisma es fiel a la parte más profunda y verdadera de sí mismo. Leer el origen de los movimientos espirituales con las categorías sociológicas y psicológicas al uso casi siempre produce errores interpretativos colosales – y ocurre muy a menudo –.

Pero – aquí está el problema – llega un momento en que esta forma de vivir el seguimiento fiel y radical se acaba, y es bueno que así sea, aunque casi siempre demasiado tarde. Porque si esta forma continúa en las generaciones siguientes, lo que ayer fue causa del éxito inmediatamente se convierte en causa de la irrefrenable caída de hoy y de mañana. El mismo seguimiento de Jesús por parte de los apóstoles cambió después de la Resurrección. La fidelidad y la radicalidad deben continuar y, si es posible, crecer, pero la forma del seguimiento del carisma y del fundador debe cambiar sustancialmente. Se trata de una empresa difícil, porque la única forma de fidelidad que la comunidad conoce es la de ayer, en la que se ha formado y ha crecido, permitiendo verdaderos milagros. Las personas han construido su identidad precisamente sobre esa fidelidad. Por consiguiente, a la comunidad le cuesta muchísimo imaginar otra forma de fidelidad. De este modo, al faltar el fundador, se intenta tomar un atajo: la fidelidad radical e incondicional de ayer se transfiere intacta a las palabras, hechos y obras del fundador que ya no está. Así nace el mito del fundador: es posible seguir siendo fieles al carisma hoy siempre que seamos muy fieles a cada palabra que el fundador pronunció en vida. En otros casos, la fidelidad de ayer pasa tal cual al sucesor, que es tratado como una especie de “reencarnación” del fundador. Ambos errores son muy graves, aunque casi siempre se vivan de buena fe. ¿Por qué?

La relación entre un carisma y un fundador es compleja. Ambos crecen juntos, cambian juntos, co-evolucionan. Las palabras que un fundador dice al comienzo de su experiencia casi nunca son las mismas que dice al final. El carisma es una semilla que crece en el terreno que la acoge, en una relación simbiótica con el medio ambiente y con la historia. El fundador atraviesa pruebas, cambia de idea, conoce fases regresivas e innovaciones, vive noches oscuras y comete errores. Mientras el fundador está con vida, incluso la fidelidad de sus miembros a las palabras inmaduras o a la idiosincrasia tiene sentido y valor, porque los fundadores honestos pueden cambiar de idea gracias a la fidelidad paradójica (y costosa) de aquellos que están cerca de él. Pero cuando el fundador termina su tiempo (muere o sale de escena), si los miembros de la comunidad comienzan a pensar que hoy el fundador es sus palabras y gestos de ayer, aunque no se den cuenta, dejan de creer que el carisma sigue vivo.

Así pues, cuando una comunidad cree encontrar el carisma del fundador en su pasado, es la fe del carisma la que entra en crisis. Pierde contacto con la historia. Las palabras del fundador estaban amasadas con el dolor y las esperanzas de su gente, con las preguntas de su tiempo. Volver hoy a aquellas palabras, para encontrar luz ante los problemas, significa no tomar en serio la historia, despreciar el valor del dolor y las esperanzas de los hombres y mujeres de hoy, de sus preguntas, no tomar en serio el valor teológico de la encarnación (la antigua tentación gnóstica). Por el contrario, las respuestas de hoy deben nacer del carisma vivido hoy, no hay otro camino. Todas las palabras y gestos del fundador pueden ser una inspiración, la aurora, pero nunca el final de un discurso. En esto radica casi toda la madurez y responsabilidad de una comunidad carismática. Claramente, en estos ejercicios se pueden cometer errores, porque la fidelidad roza la infidelidad, se cruzan zonas de frontera, pero solo en esta imperfección puede renacer la vida.

Ciertamente el patrimonio de escritos y gestos del fundador tiene y tendrá siempre un papel central en una comunidad carismática. Ese es uno de los lugares donde el fundador vive. Pero si solo vive ahí, en realidad el carisma muere. Porque el primer lugar donde es posible seguir encontrando al fundador después de su muerte es en su comunidad (que a menudo excede sus límites formales), en las personas que con el mismo carisma continúan su misma historia. Entonces quien sucede al fundador debería marcar una fuerte discontinuidad con el pasado – ¿qué le habría sucedido a la Iglesia si Pedro se hubiera relacionado con los doce como hacía Jesús? Los miembros más íntimos son los que hacen más difícil esta discontinuidad. La mayor resistencia a la novedad se encuentra dentro de la comunidad.

La fidelidad que ayer fue adhesión incondicional, hoy debe convertirse en fidelidad disonante, divergente, lateral, arriesgada. Para desarrollar nuevos temas en la partitura del carisma hacen falta “emprendedores-innovadores”, no más imitadores. La creatividad que ayer se puso al servicio de la ejecución de la misma obra, ahora debería orientarse hacia nuevas melodías unidas a la primera pero distintas. Hacen falta más compositores y menos instrumentistas. Pero todo eso es posible si la comunidad y sus responsables creen verdaderamente que el carisma sigue vivo, si creen que la espléndida partitura de la primera generación no es más que la primera, no la única, quizá ni siquiera la más hermosa. Es carisma es el tema dominante de todas las obras que vendrán: es semilla de futuro, es el ADN espiritual de todo lo que nacerá.

Pero también esto es enormemente difícil, porque las personas acostumbradas durante años, décadas, a una fidelidad entendida como alineación total con las palabras, directrices y pensamientos que venían ya perfectos desde fuera, no están en las mejores condiciones antropológicas y éticas para ser creativos. Aunque quieran serlo, sencillamente no saben qué hacer. Si no nos hemos ejercitado en el uso creativo de la fidelidad, cuando nos hace falta el músculo se ha (casi) atrofiado. Hemos pasado una vida entera con una fidelidad absoluta, radical, infinita, pero el viento, el hielo y las tormentas nos han desmoronado. La vida también puede ser espléndida así. Mientras nuestra pared se deshacía hemos podido ver a los ángeles, y una vez también a Dios. Pero si queremos impedir que, junto con nosotros, también se desmorone la estatua que hay sobre la pared (el carisma), debemos dedicar nuestras últimas energías a hacer que los nuevos miembros de la comunidad puedan desarrollar otra fidelidad, no menos radical, sencillamente distinta.

Una recomendación para los fundadores que todavía están en vida: no dejéis que vuestros “compositores” se atrofien, porque entre ellos se encuentra la posibilidad del tiempo que vendrá “después de vosotros”. Incluso una orquesta con pocos elementos puede ejecutar obras maestras, mientras otras están componiendo las obras maestras del mañana. Ni vuestros escritos ni vuestras palabras garantizarán el futuro. Vuestras personas, educadas en la libertad y en la confianza, os salvarán, si queda al menos una. El futuro es el nombre del hijo.

El carisma no coincide con la persona del fundador. Lo sobrepasa. Sigue creciendo, viviendo, amando, aprendiendo y enseñando incluso después de su muerte. Una “exposición personal” de las obras de un artista desaparecido se realiza con las obras que realizó en vida. Una “exposición personal” de un carisma se realiza con las obras del fundador y con las que la comunidad ha seguido creando. ¿Cuáles son las más bellas?

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Lógica carismática/5 – Toda comunidad depende de la evolución del ejercicio de la fidelidad.

Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 19/09/2021

«Fiel es la pared que se desmorona,
pero no lo hace sola,
sino que se desmorona con la estatua
que lleva encima...».

Vladimir Holan, Fidelidad.

Por desgracia es frecuente que las prácticas y tradiciones que permitieron el éxito de una obra carismática en la primera etapa de fundación, se transformen después de virtudes en vicios.

La fidelidad es esencial en toda experiencia humana. En las comunidades carismáticas, es casi todo. Se articula en varios niveles: la fidelidad del fundador o de la fundadora al carisma recibido, y la fidelidad de los miembros de la comunidad al carisma y al fundador. Pero la posibilidad de una comunidad para seguir teniendo una vida buena después de la etapa de fundación depende de su capacidad de hacer evolucionar las formas de ejercicio de esa fidelidad. 

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Futuro es el nombre del hijo

Futuro es el nombre del hijo

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Lógica carismática/4 – Los cristianos son los del camino y el encuentro, no siempre feliz pero sí decisivo.

Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 12/09/2021

«No es tan necesario educar a los niños para que se hagan pronto mayores, como educar a los mayores para que sepan hacerse niños».

Igino Giordani, La república de los críos. 

En el camino de los seguidores de Jesús no hay dinero, sino lo esencial. Y esencial es la Palabra. De ahí nace una condición de dependencia de los demás, puesto que el anuncio es don y acogida. 

Seguimos con la analogía entre los primeros tiempos del cristianismo y nuestras comunidades carismáticas o movimientos espirituales de hoy. Uso estas dos expresiones como sinónimas, en cuanto que son realidades colectivas creadas y alimentadas por un carisma y, por consiguiente, por uno o más fundadores, que son los primeros portadores de ese carisma y su primera imagen. Tal y como nos enseña la filosofía escolástica, la analogía es un paralelismo entre dos realidades, donde las semejanzas conviven con las desemejanzas, y las segundas son generalmente mayores que las primeras. El método analógico, sobre todo en historia, debe ser usado siempre con precaución. Pero, como todo método, puede ser un camino para comenzar a explorar un territorio. La analogía puede ser generativa si el término de comparación es rico y fecundo: la Biblia y las primeras comunidades cristianas sin duda lo son. La analogía sugiere, apunta, indica, siempre en voz baja y con humildad. Es el alba del discurso, siempre frágil y vulnerable. Y por tanto conoce las virtudes típicas de la vulnerabilidad. 

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¿Cómo se desarrolló la primera comunidad alrededor de Jesús? Marcos nos la describe de la siguiente manera: «Jesús recorría los pueblos vecinos enseñando. Llamó a los Doce y los fue enviando de dos en dos, confiriéndoles poder sobre los espíritus inmundos. Les encargó que no llevaran para el camino más que un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero en la faja, que calzaran sandalias pero que no llevaran dos túnicas. Y les decía:  –Cuando entréis en una casa, quedaos allí hasta que os marchéis. Si en un lugar no os reciben ni os escuchan, salid de allí y sacudíos el polvo de los pies como protesta contra ellos. Se fueron y predicaban que se arrepintieran; expulsaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los sanaban» (6,6-13).

Para Juan, los primeros discípulos vienen del movimiento del Bautista. Para Marcos y los sinópticos, Jesús les llama a orillas del mar de Galilea. Tras volver de Judea, al terminar su experiencia con el Bautista, el primer gesto de Jesús consiste en llamar a algunos discípulos, compañeros, amigos, indicándonos que esta extraordinaria historia es colectiva, comunitaria, social. Es la historia del “dos o más”, eclesial desde el principio. Jesús da comienzo a su misión asociando de inmediato su nombre a otros nombres: Pedro, Andrés, Santiago, Juan… El primer nombre de los “cristianos” es plural. Elías, muy presente en estos relatos de Marcos, llama a Eliseo al final de su misión. Sin embargo, Jesús llama a sus discípulos al comienzo. Les llama a pares, por parejas de hermanos. «Ay de los solos», cantaba pocos siglos antes el sabio Qohélet. Y si la fraternidad en el espíritu no es la de la sangre, este comienzo nos dice que algunas veces pueden encontrarse. Marcos cuenta que Jesús llama a los primeros discípulos mientras están trabajando, en su condición de pescadores. Son pescadores y por tanto trabajadores adiestrados en la acción colectiva – la pesca en el mar o en el lago es necesariamente trabajo de “dos o más” –.

En el comienzo de la comunidad de Jesús está el trabajo, en continuidad con una característica constante de la Biblia, que en esto se muestra como un humanismo del trabajo. En la Biblia, algunas llamadas decisivas acontecen mientras las personas están trabajando. Amós, Gedeón, Judit y David reciben su vocación mientras trabajan. Jesús llama a sus amigos y les invita a convertirse en “pescadores de hombres”. Jesús les pide que la habilidad técnica que han adquirido aprendiendo el difícil oficio de la pesca la usen ahora para otra tarea, para otro oficio. Anunciar el Reino es una vocación. No es una profesión, pero se asemeja a un oficio, porque necesita competencias, habilidades, compromiso y aprendizaje. No se trata de ser profesionales de la vocación, pero sí competentes. Sin personas que sepan “pescar hombres”, al menos como saben pescar peces, no nace ningún movimiento, ni ninguna aventura como la cristiana.

Los Evangelios muestran otras veces a los apóstoles pescando durante los años que viven al lado de Jesús (pensemos en la pesca milagrosa), como diciendo que dejar las redes de peces para manejar las de hombres no significa necesariamente dejar definitiva y materialmente las primeras barcas por la barca de la Iglesia. En la historia de la Iglesia, algunos apóstoles han dejado para siempre, incluso materialmente, las primeras barcas y las primeras redes. Pero otros apóstoles las han dejado solo en espíritu, y han seguido manejando los mismos barcos de antes y han recogido peces y hombres muchas veces con las mismas redes, cuando su trabajo ha seguido siendo el mismo después de la vocación. Siempre ha habido muchas maneras de ser apóstoles. También en nuestras comunidades y movimientos: sus miembros no son profesionales del espíritu, ni mucho menos empleados de una empresa; pero son competentes, algunas veces también en el trabajo, y la competencia laica del trabajo nutre y sostiene la competencia apostólica. El peligro que hay que conjurar es que la invitación a dejar las redes haga perder las viejas competencias sin generar ninguna otra nueva.

¿Por qué Jesús manda a sus apóstoles que no lleven para el viaje «ni pan, ni alforja, ni dinero...»? Jesús está creando un nuevo tipo de hombre y por tanto un nuevo tipo de comunidad. Ahora entendemos por qué a los cristianos al principio se les llamaba “los del camino”, los que caminaban. La comunidad de Jesús era móvil, era seguimiento, caminar detrás, hacerse de nuevo “arameo errante”. Tienda, campamento, precariedad, no sedentarismo. Así fueron durante décadas las comunidades cristianas, décadas que cambiaron la historia.

Cuando se camina mucho, es fundamental decidir bien qué ropa y qué equipaje llevar. Nosotros lo sabemos. Cuando tenemos que empezar un largo viaje o una peregrinación, sabemos que lo mejor es llevar solo lo esencial. Y cuanto más largo es el viaje, más esenciales debemos ser. Para que un viaje largo sea sostenible solo hay que llevar lo verdaderamente necesario, no lo superfluo. Por eso, es fundamental saber reconocer lo esencial y distinguirlo de lo superfluo. El viaje de los apóstoles era algo parecido: lo esencial que llevaban era el anuncio de una Palabra distinta, la llegada de otro Reino. No partían como los mercaderes, para vender y comprar, no eran soldados, ni temporeros, ni representantes de una empresa a comisión. Lo esencial, entonces, era una sola túnica, no dos. No llevaban pan porque el Dios bíblico provee el pan de cada día, como hizo en el desierto, y como sigue haciendo con sus “operarios”, que tienen derecho a su salario. Es fuerte el imperativo de no llevar dinero, que está a la base del carisma de San Francisco, quien, para imitar esta dimensión del apostolado, prohibía a sus frailes llevar dinero en su mendigar.

Estas exigencias del apostolado crean una condición de dependencia de los demás, que es tal vez el mensaje más importante. Si no tienes casa y no llevas contigo pan ni dinero, para vivir necesitas la hospitalidad de alguien que te acoja y te dé de comer. El mensaje cristiano es entonces esencialmente una experiencia de reciprocidad desde el principio: los apóstoles llevan el anuncio del Evangelio, el verdadero tesoro, y reciben un jergón y un mendrugo de pan. Esta reciprocidad de bienes materiales es parte de la experiencia del apóstol, y si falta, no puede ni debe anunciar el Evangelio. Por eso, donde no se da esta reciprocidad, «salid de allí y sacudíos el polvo de los pies». Porque si quien debe recibir el anuncio del Evangelio no se pone de inmediato en una actitud de acogida y de don no puede entender el Evangelio anunciado. El Evangelio del amor se abre a quienes ya están en el amor. Y el mandamiento nuevo, el del amor recíproco, se vive ya desde el anuncio: el discípulo necesita la reciprocidad del que escucha, que lo ama antes incluso de convertirse, sencillamente escuchando y acogiendo. Y si no lo hace, pasa de largo. En caso contrario es un tesoro desperdiciado.

Tal reciprocidad es casi tan esencial como el mensaje. Quien escucha el Evangelio primero debe dar. Quien anuncia el Evangelio sabe que el primer don que puede dar a quien escucha es la posibilidad de dar para poder recibir y después, tal vez, comprender. Quien anuncia el Evangelio sabe que es un mendigo de esta reciprocidad: En la oikonomia del Evangelio el donante tiene una necesidad esencial del receptor. Una habilidad grande de todo anuncio consiste en poner a las personas a las que se quiere donar una buena noticia en actitud de donación.

Estas indicaciones misioneras pertenecen a las fuentes de Marco, y probablemente se remontan a las enseñanzas primitivas de Jesús. Nos dicen una cosa importante para nuestras comunidades. El primer Evangelio se vivía sobre todo con los pies: partir, ser enviados. No hay que hacer demasiado énfasis en el seguimiento. En cuanto los apóstoles empezaban a seguir a Jesús, él los enviaba “de dos en dos”, y ellos empezaban a hacer con otros exactamente lo mismo que estaba haciendo él. La primera comunidad crecía por gemación, plural, diversificada; hasta tal punto que inmediatamente después de la muerte de Jesús, acaecida muy pocos años después del comienzo de su vida pública, las comunidades ya eran distintas, con características y “teologías” específicas, donde los apóstoles y los discípulos dejaban la impronta de su personalidad. La primera Iglesia no nació monolítica y compacta, porque Jesús mandaba a sus discípulos a caminar, los hacía nómadas y no sedentarios, como él mismo.

La comunidad, esa comunidad, no era una corte mesiánica, ni una comunidad esotérica, sino una comunidad misionera y nómada, que de vez en cuando se reunía, pero para volver a ponerse en marcha de inmediato. Era una comunidad de anunciadores, donde el mensaje y la experiencia propia eran las que fundaban la comunidad, no la cohabitación ni el asentamiento en el mismo terreno. No estaban juntos para buscar el calor de la casa, preferían el frío de la calle y no la zona de confort del hogar. Y por ese camino desnudo y pobre los discípulos, enviados de dos en dos, evangelizaban y curaban. No partían soñando con el regreso a Ítaca. Su Ítaca era el camino. Por eso, hay mucho humanismo cristiano en el Ulises de Dante, aunque este lo sitúe en el Infierno, porque toda la Divina Comedia es paraíso gracias a la mirada de pietas de Dante.

Solo así podía nacer una Iglesia capaz de llegar pronto a todos los rincones de la tierra. Sus columnas fueron formadas en el arte de la calle. Las comunidades espirituales, ciertamente las más auténticas y sanas, nacen en la calle. Pero con el paso del tiempo es casi inevitable que el calor de la casa venza al frío de la calle y, de este modo, poco a poco, pasen de ser comunidades hechas de anunciadores a comunidades de consumidores de bienes espirituales. A veces este consumo interno se hace tan importante que ya no se siente el frío de aquellos que están en la calle. Así es como las comunidades mueren, pero pueden resurgir si un día vuelven a aprender la disciplina de la calle. Cuando la comunidad se convierte en un laberinto del alma, o se levanta el vuelo como Ícaro (asumiendo todos los peligros del vuelo) o se busca dentro del carisma una Ariadna que haya dejado un hilo de salvación.

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Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 12/09/2021

«No es tan necesario educar a los niños para que se hagan pronto mayores, como educar a los mayores para que sepan hacerse niños».

Igino Giordani, La república de los críos. 

En el camino de los seguidores de Jesús no hay dinero, sino lo esencial. Y esencial es la Palabra. De ahí nace una condición de dependencia de los demás, puesto que el anuncio es don y acogida. 

Seguimos con la analogía entre los primeros tiempos del cristianismo y nuestras comunidades carismáticas o movimientos espirituales de hoy. Uso estas dos expresiones como sinónimas, en cuanto que son realidades colectivas creadas y alimentadas por un carisma y, por consiguiente, por uno o más fundadores, que son los primeros portadores de ese carisma y su primera imagen. Tal y como nos enseña la filosofía escolástica, la analogía es un paralelismo entre dos realidades, donde las semejanzas conviven con las desemejanzas, y las segundas son generalmente mayores que las primeras. El método analógico, sobre todo en historia, debe ser usado siempre con precaución. Pero, como todo método, puede ser un camino para comenzar a explorar un territorio. La analogía puede ser generativa si el término de comparación es rico y fecundo: la Biblia y las primeras comunidades cristianas sin duda lo son. La analogía sugiere, apunta, indica, siempre en voz baja y con humildad. Es el alba del discurso, siempre frágil y vulnerable. Y por tanto conoce las virtudes típicas de la vulnerabilidad. 

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La reciprocidad es la que convierte

La reciprocidad es la que convierte

Lógica carismática/4 – Los cristianos son los del camino y el encuentro, no siempre feliz pero sí decisivo. Luigino Bruni Publicado en Avvenire el 12/09/2021 «No es tan necesario educar a los niños para que se hagan pronto mayores, como educar a los mayores para que sepan hacerse niños». Igino G...
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Lógica carismática/3 – Las comunidades siguen vivan si los encuentros del camino las convierten. 

Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 05/09/2021

«Hay noches
que nunca acontecen
y tú las buscas
moviendo los labios.
Después te imaginas sentado
en el lugar de los dioses.
Y no sabes decir
dónde está el sacrilegio».

Alda Merini, Hay noches que nunca acontecen.

Hasta Jesús cambia de idea, como en el episodio de Tiro. Y la civilización que el Evangelio sigue generando enseña fidelidad y superación a lo largo del camino, que es la historia.

Siguiendo nuestra analogía entre las comunidades carismáticas actuales y la primera comunidad cristiana, examinamos hoy un conocido episodio del Evangelio de Marcos: «Desde allí se puso en camino y se dirigió a la región de Tiro. Entró en una casa con intención de pasar inadvertido, pero no lo logró. Una mujer que tenía a su hija poseída por un espíritu inmundo se enteró de su llegada, acudió y se postró a sus pies. La mujer era pagana, siro-fenicia de nacimiento. Le pedía que expulsase de su hija al demonio. Jesús le respondió: –Deja que primero se sacien los hijos; no está bien quitar el pan a los hijos para echárselo a los perritos. Ella replicó: –Señor, también los perritos, debajo de la mesa, comen de las migas que dejan caer los niños. Le dijo: –Por eso que has dicho, puedes irte, que el demonio ha salido de tu hija» (7,24-30). Marcos nos dice que Jesús se encuentra en tierra pagana (Tiro) sin intención de evangelizar, y es localizado por una mujer siro-fenicia que le pide la curación de su hija. En el diálogo entre ambos resuena un problema muy importante para las primeras comunidades cristianas: el vínculo entre la nueva comunidad cristiana y los no judíos (o gentiles). Este es un tema inmenso, que atraviesa todo el Nuevo Testamento, en una tensión nunca resuelta del todo. 

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También en esta ocasión, como en el caso del endemoniado de Gerasa (Mc 5), un pagano sale al encuentro de Jesús, sin ser buscado por él. Aquí aparece el primer mensaje: Jesús no ha ido a esa región con el objetivo de hacer milagros o evangelizar. La mujer se presenta delante de Jesús y le pone ante una elección. La tradición da nombre a estas dos mujeres: Husta la madre y Bernike la hija (Pseudo-Clemente, Homilías) – gran parte de la tradición cristiana ha dado nombres a los personajes de los Evangelios, continuando de este modo el amor que Jesús sentía por ellos –. La frase pronunciada por Jesús ante la petición de una madre nos sigue pareciendo, también hoy, muy dura. Llamar a los no judíos perros (o “perritos”, que tampoco es un apelativo cariñoso), puede que fuera un lenguaje común en tiempos de Jesús, pero hoy nos molesta, aunque sea Jesús quien lo diga. Evidentemente, nos encontramos ante un pasaje reflejo de las acaloradas discusiones de la época. Pero entre sus líneas podemos leer un mensaje importante: nosotros no podemos usar todas las palabras de la Biblia, ni siquiera todas las de los evangelios, para decir nuestras mejores palabras. Algunas de ellas, como hijas de su tiempo, han sido cristianizadas a lo largo de los siglos por la historia irrigada por el acontecimiento cristiano, que ha hecho “más cristianas” las palabras mismas de los Evangelios. Gracias al desarrollo de la humanidad y gracias a la maduración de las palabras de Jesús en la Iglesia y en la historia, nosotros ya no usamos la palabra “perros” para referirnos a personas de otras creencias. También el Evangelio, y las palabras de Jesús, han sido mejoradas por la historia fecundada por la revelación, hasta el punto de olvidar algunas de ellas – aunque solo fuera esta –. La Biblia contiene muchas palabras mejores que las nuestras. La historia fecundada por esas palabras mejores nos ha hecho, con el tiempo, capaces de mejorar otras palabras bíblicas que han dejado de estar a la altura de la civilización generada por el Libro.

Un día, mi sobrina Beatrice leyó por primera vez en un cuadro de casa la motivación de la medalla de oro “premio a la bondad” que su madre recibió de niña. Dentro de este texto estaba la expresión “compañero de escuela minusválido”. Beatrice lanzó una especie de grito, porque la palabra minusválido para ella era una especie de palabrota. Una sola generación ha sido suficiente para que una palabra antes buena haya pasado a la lista de palabras malas. Algo parecido ha ocurrido con algunas palabras bíblicas, que la humanidad mejorada por la linfa espiritual de la propia Biblia ha hecho más bellas. Esta es una maravillosa ley de la historia. Es muy probable que esta misma historia, dentro de algunas décadas, haga aumentar mañana el número de palabras de los Evangelios superadas por el espíritu evangélico. Para algunos, esta superación supone una buena noticia. En realidad, muestra la misteriosa reciprocidad que existe entre la palabra de Dios y nuestras palabras: son hijas de la Palabra, pero, como todos los hijos buenos, si no se convierten en padres y madres de sus padres acaban siendo sus asesinos o, lo que es lo mismo, olvidándolos en la indiferencia. «El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán». Pero, gracias al Evangelio, nos damos cuenta de que no podemos usar algunas de esas palabras que no pasan si no queremos traicionarlo.

Si para decir nuestras cosas buenas no podemos usar todas las palabras de la Biblia, ni siquiera todas las palabras de Jesús, entonces, con mayor motivo, las comunidades carismáticas no pueden ni deben usar todas las palabras de sus fundadores. La sabiduría de cada generación de miembros de una determinada comunidad espiritual también radica en saber reconocer qué palabras usar y cuáles no, aun conservándolas todas en la tradición (como ha hecho la Iglesia). Pero mientras que las palabras de Jesús, que la propia maduración del cristianismo nos ha enseñado a dejar de usar, son verdaderamente muy pocas, las palabras de los fundadores que no deben usar las generaciones posteriores son muchas. Aquí el orden se invierte: las palabras “eternas” son pocas y las que esperan ser superadas son muchas. Cuando una comunidad no hace distinción y considera que todas las palabras de ayer están dotadas del mismo valor carismático, acaba, sin querer, haciendo envejecer rápidamente todas las palabras de los comienzos. Las palabras teóforas, además, son sal en la masa de todas las demás palabras. No existe un criterio para reconocer estas palabras-sal, y casi siempre nos equivocamos cuando intentamos reconocerlas, porque nos dejamos algunas de sal en la masa y viceversa. Pero el error verdaderamente mortal consiste en no intentar esta operación, y en combatir contra quienes lo intentan. A fin de cuentas, sabemos que la sal y la masa juntas forman el pan bueno, pero solo en la combinación adecuada.

En este episodio evangélico hay muchas más cosas. Jesús cambia de idea gracias a los encuentros que tiene al recorrer sus caminos. El camino, dimensión esencial de su misión, no es el telón de fondo sino el contenido de su paisaje existencial, que le enseña cosas nuevas. En este caso se encuentra con una mujer que le habla de su hija enferma y, gracias a esa mujer pagana con la que entra en diálogo, Jesús descubre una nueva dimensión de su misión: la universalidad. Cambia de idea. La insistencia de una mujer le hace cambiar de idea. No tenemos buenas razones exegéticas para pensar que este relato haya sido compuesto por Marcos y no se remonte a la antigua tradición oral. Si incluso el Hijo del hombre ha cambiado de idea dialogando con su gente, entonces el diálogo debe hacernos cambiar de idea también a nosotros. No cambiar nunca de idea no es una buena señal cristiana.

La primera respuesta que Jesús da a la mujer es una afirmación de sentido común, a partir del derecho natural de todas las civilizaciones: no es ético dar de comer a los más alejados sin haber alimentado antes a los cercanos; ocuparse de los demás sin haber resuelto los problemas de la familia. Es la praxis del buen padre de familia, de las madres, de las comunidades, de aquellos que no dan de comer a los que están fuera si no pueden alimentar a los que están dentro, de quienes no dan limosna en dinero si con ese dinero tienen que comprar lo necesario para un hijo. Sin embargo, Jesús, en el Evangelio de Lucas, narrará la parábola del Buen Samaritano, construida exactamente sobre la tesis contraria a esta del sentido común: el prójimo no es el cercano (los más cercanos a la víctima eran el sacerdote y el levita), y el deber de amar al prójimo no sigue la jerarquía de la cercanía afectiva o natural. Aquella mujer pagana, aunque no lo supiera, estaba contándole a Jesús la parábola del buen samaritano. Y Jesús se dejó convertir por su Evangelio contado por una madre.

El Evangelio y, después, la Iglesia están llenos de personas que se convierten a las palabras de Jesús. En este relato es Jesús quien se convierte (cambia su mirada) a las palabras de una mujer pagana. Y lo ha seguido haciendo a lo largo de la historia, cada vez que su Evangelio se ha convertido, a través de los siglos, a las palabras de mujeres y hombres que, cristianos o no, han explicado a la Iglesia su mismo Evangelio, con palabras que hablaban de derechos humanos, de respeto, de igualdad y de fraternidad. Y algunas veces la Iglesia ha aprendido, se ha convertido a su Evangelio, que se ha hecho “más cristiano” gracias a esas palabras en tierra “pagana”. La Iglesia no diría las palabras que dice hoy sobre las mujeres sin el movimiento feminista, que, a veces desde fuera, ha recordado a Pablo: «No hay hombre ni mujer», y lo ha explicado. Muchos economistas cristianos no entenderían hoy qué es la pobreza sin el magisterio laico de Amartya Sen y Muhammad Yunus. Es la espléndida reciprocidad entre tierra y cielo de la que habla el humanismo bíblico, donde el hombre aprende el cielo de Dios y Dios aprende la tierra de los hombres y de las mujeres.

Las comunidades descubren su carisma encontrando gente a lo largo de los caminos, sobre todo en los caminos más allá de las fronteras. Si leemos sus historias más hermosas, nos daremos cuenta de que casi siempre los fundadores han comprendido cosas nuevas, a veces opuestas a las que creían al principio, en los encuentros con personas concretas, que les han recordado y desvelado su propio ideal. Han comprendido dimensiones nuevas de su carisma porque alguien les ha contado parábolas del buen samaritano antes de que fueran escritas. Y las comunidades seguirán siendo igual de vivas y generativas si se dejan convertir por la gente que encuentran en el camino, si son capaces de cambiar de idea aun cuando estas conversiones parezcan llevarlas lejos de las palabras de los primeros tiempos, incluidas las palabras que ya fueron escritas como fruto de las conversiones de los fundadores. En cambio, las comunidades mueren, o declinan, si dejan de encontrar a las madres siro-fenicias fuera de sus fronteras, o si, sencillamente, dejan de salir de casa. Por miedo a escuchar las historias equivocadas y traicionar las raíces, no escuchamos a nadie y traicionamos el futuro. Las comunidades solo necesitan hijos capaces de amar a los “padres” ayudándoles a ser más grandes que sus palabras, viviendo con ellos la reciprocidad entre iguales que en vida casi nunca conocieron. ¿Quién sabe cuántas mujeres “paganas” nos están narrando hoy parábolas evangélicas, sin que nos enteremos? Y los demonios no dejan dormir a nuestros hijos: «Se volvió a casa y encontró a su hija tendida en la cama; el demonio se había ido».

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Lógica carismática/3 – Las comunidades siguen vivan si los encuentros del camino las convierten. 

Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 05/09/2021

«Hay noches
que nunca acontecen
y tú las buscas
moviendo los labios.
Después te imaginas sentado
en el lugar de los dioses.
Y no sabes decir
dónde está el sacrilegio».

Alda Merini, Hay noches que nunca acontecen.

Hasta Jesús cambia de idea, como en el episodio de Tiro. Y la civilización que el Evangelio sigue generando enseña fidelidad y superación a lo largo del camino, que es la historia.

Siguiendo nuestra analogía entre las comunidades carismáticas actuales y la primera comunidad cristiana, examinamos hoy un conocido episodio del Evangelio de Marcos: «Desde allí se puso en camino y se dirigió a la región de Tiro. Entró en una casa con intención de pasar inadvertido, pero no lo logró. Una mujer que tenía a su hija poseída por un espíritu inmundo se enteró de su llegada, acudió y se postró a sus pies. La mujer era pagana, siro-fenicia de nacimiento. Le pedía que expulsase de su hija al demonio. Jesús le respondió: –Deja que primero se sacien los hijos; no está bien quitar el pan a los hijos para echárselo a los perritos. Ella replicó: –Señor, también los perritos, debajo de la mesa, comen de las migas que dejan caer los niños. Le dijo: –Por eso que has dicho, puedes irte, que el demonio ha salido de tu hija» (7,24-30). Marcos nos dice que Jesús se encuentra en tierra pagana (Tiro) sin intención de evangelizar, y es localizado por una mujer siro-fenicia que le pide la curación de su hija. En el diálogo entre ambos resuena un problema muy importante para las primeras comunidades cristianas: el vínculo entre la nueva comunidad cristiana y los no judíos (o gentiles). Este es un tema inmenso, que atraviesa todo el Nuevo Testamento, en una tensión nunca resuelta del todo. 

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Liberemos a los hijos de los demonios

Liberemos a los hijos de los demonios

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Lógica carismática/2 – El valor de la primera y de la segunda vocación en las experiencias comunitarias. 

Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 29/08/2021

«Herodes buscaba a Juan y mandó criados a decir a Zacarías: ¿dónde has metido a tu hijo? … Y Herodes lleno de furia dijo: su hijo está destinado a reinar en Israel».
Protoevangelio de Santiago, XXIII.

La analogía con los primeros tiempos del cristianismo ayuda a ver algunas dimensiones nuevas de las comunidades nacidas como salida de la comunidad originaria.

La relación entre Jesús y Juan el Bautista es esencial para comprender el nacimiento del cristianismo. Según el Evangelio de Juan (a diferencia de los Evangelios sinópticos), Jesús no solo frecuentó el movimiento del Bautista, sino que algunos de los primeros apóstoles también eran discípulos de Juan (entre ellos Pedro, Andrés y el anónimo “discípulo amado”: Jn 1,40-42). En un antiguo texto etíope se lee: «Un discípulo de Juan dijo que el Mesías era Juan y no Jesús» (Pseudo-Clemente, Ritrovamenti I,60, editado por Silvano Cola). El Apolo del que habla Pablo a propósito de algunos altercados en Corinto – «yo soy de Apolo, yo de Cefas, y yo de Cristo» (1Cor 1,11-12) – era un discípulo del Bautista (Hch 18, 24-25). Señal de que el diálogo-polémica entre los dos movimientos se extendió mucho más allá de la muerte de los fundadores. Por el Evangelio de Juan sabemos que también Jesús y sus discípulos bautizaban en Judea (3,22).

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La actividad de Jesús como bautista es un dato muy incómodo para la teología de Juan. Poco después incluso lo rectifica: «Aunque no era Jesús mismo el que bautizaba, sino sus discípulos» (4,2). La rectificación es señal de la existencia de controversias sobre este aspecto (el hecho de bautizar) dentro de las comunidades cristianas, donde confluyeron muchos (no todos) discípulos del Bautista: «Es seguro que Jesús actuó como bautista al lado de Juan durante un tiempo» (Il Battista e Gesù, A. Destro e M. Pesce, p. 165). No sabemos cuánto duró la fase “bautista” de Jesús, pero de los Evangelios podemos deducir que no fue breve – probablemente bautizó durante toda la vida, dado que los apóstoles siguieron bautizando también después. Quizá, en un primer momento, Jesús compartió la vida selvática de Juan, como puede sugerir el relato de las tentaciones en el desierto. En Marcos leemos otro detalle importante: Jesús dejó la comunidad del Bautista y regresó a Galilea «después que Juan fue arrestado» (Mc 1,14). El arresto, de cuya historicidad da testimonio el historiador judeo-romano Flavio Josefo (A.J., XVIII), supuso un cambio radical en la relación entre Jesús y el Bautista. El Evangelio de Juan da otra explicación del regreso de Jesús a Galilea, pero también vinculada a la relación con el Bautista: «Cuando Jesús se enteró de que había llegado a oídos de los fariseos que él hacía más discípulos y bautizaba más que Juan ... abandonó Judea» (4,1-3).

Hasta aquí Juan y Jesús. Hay comunidades que nacen ex novo. Otras, en cambio, van precedidas de un discipulado, de un tiempo de seguimiento que puede ser incluso largo. Es difícil ser buenos guías sin haber aprendido antes a seguir a alguien. En estos casos, al principio, la persona está sinceramente convencida de que permanecerá para siempre en la comunidad donde se ha incardinado su vocación. No vive la comunidad como algo transitorio, porque al principio las vocaciones auténticas se encuentran en un eterno presente, donde no hay lugar para nada que no sea “para siempre”. Es el don de la inocencia, niños espirituales sin pasado ni futuro. La persona se reconoce perfectamente en el carisma, siente una consonancia espiritual ontológica absoluta. No se siente invitada, sino en casa, a veces dueña de la casa. No es el mar ni el desierto. Es la tierra prometida. Allí comienza su vida espiritual, allí aprende el abecedario de la vida comunitaria y la gramática de la “voz”. Y si esta vocación genera mañana otra comunidad, en la comunidad futura habrá huellas de la primera, aunque la persona no sea plenamente consciente de ello o, si la salida ha sido difícil, incluso lo niegue (o lo nieguen los discípulos).

Anjezë entró de niña en el Instituto de la Beata Virgen María (o hermanas de Loreto) en Albania. Allí tomó el nombre de Teresa. Allí permaneció dieciocho años, hasta que el 10 de septiembre de 1946, en un polvoriento tren, «abrí los ojos al sufrimiento y comprendí a fondo la esencia de mi vocación». En aquel momento Teresa intuyó la esencia de su vocación. Penetró más profundamente, hasta tocar el corazón del corazón. Necesitó dieciocho años. En 1950 fundó las Misioneras de la Caridad. Teresa no volvió a cambiar de nombre, se quedó con el de la primera vocación. Como Silvia Lubich, que siguió siendo Chiara, el nombre que había tomado al entrar en la Tercera Orden Franciscana de Trento, cuando años después comprendió la esencia de su vocación y dio vida a una nueva comunidad. La esencia no quiere un tercer nombre; le basta el segundo, y a veces el primero. Porque la nueva vocación es penetración en la esencia de la primera, hasta sentir su perfume único. Teresa dejó a las hermanas de Loreto para fundar algo conforme a su esencia, pero en las Misioneras de la Caridad hay huellas de las hermanas de Loreto. Allí conoció la India, se enamoró de ella, dio su sí a los pobres. Allí aprendió el arte del seguimiento. Si en la teofanía del bautismo de Jesús hay un recuerdo de algo histórico (es probable), es más fácil que fuera la manifestación de la primera vocación de Jesús, no de la segunda.

El descubrimiento de la esencia de la propia vocación adquiere varias formas, algunas traumáticas. Algunas veces genera una nueva rama del mismo árbol –no hay más que pensar en los cientos de familias franciscanas, o en los reformadores de las comunidades–. Otras veces la salida hace nacer un nuevo árbol, que crece al lado del primero, a menudo unidos por las raíces. Otras veces el árbol crece fuera del bosque, y aumenta el oxígeno de todos. El descubrimiento de la esencia es una experiencia de gran luz y de gran dolor a la vez. Muchos la viven con una sensación de traición que puede durar años y a veces convertirse en una herida-cicatriz para toda la vida. Pero llega un día, un momento determinado, en que se comprende que ha llegado la hora de partir. Es un momento decisivo, porque si no se parte en el momento adecuado y el proceso de coexistencia entre vocación y esencia de la vocación dura demasiado, la segunda vocación puede estropearse. El proceso nunca es fácil, porque los que se quedan hacen de todo para detener al que desea partir, con argumentos como: “¿Qué te falta aquí para hacer lo que quieres hacer?”. Estas palabras son muy eficaces, porque son verdaderas para muchos pero son casi verdaderas para quien tiene una segunda vocación. El difícil discernimiento consiste en ser capaz de ver la diferencia entre la verdad y la casi verdad, una diferencia imperceptible sin una vocación específica –y sin expertos y honestos acompañantes–.

La analogía entre Juan y Jesús nos sugiere que el punto de viraje puede estar en la salida de escena de la persona que personalizaba el primer carisma. Entonces la persona se encuentra en una condición objetiva de libertad para poder levantar el vuelo, sin temor a decepcionar a aquel o aquella a quien tanto amaba. Si la persona tiene grandes talentos espirituales (a menudo es así), la primera comunidad tiene sobre ella proyectos, expectativas y esperanzas que se convierten en otros tantos lazos que pueden detener el vuelo hacia otros proyectos y esperanzas. No se trata de la consabida necesidad del hijo de matar al padre para poder hacerse adulto. En las dinámicas de comunidad también se dan estas cosas, pero no es el caso que estamos analizando. Aquí la persona que busca su propia esencia tras la salida del fundador no mata a ningún padre. Es la condición objetiva de ausencia de la persona clave en la primera comunidad la que crea el espacio necesario para comenzar la nueva. Es lo que ocurre cuando una enfermedad, no querida ni buscada, nos engendra a una nueva madurez que tal vez no habríamos alcanzado sin esa enfermedad. 

Pero la muerte del Bautista puede sugerirnos algo más. Es un hecho que la muerte o la salida de escena del fundador da comienzo a un periodo en el que un gran número de personas (en comparación con la situación anterior) deja la comunidad. Lo hacen por distintos motivos, muchos de ellos relacionados con el nuevo espacio creado por la ausencia. Entre los que se van puede haber “Teresas” que lo hacen para fundar una nueva y estupenda aventura colectiva –aunque sea “solo” una familia–. Y, tal y como nos sugiere el acontecimiento de Jesús, a menudo el descubrimiento de la nueva vocación hace que se vayan también algunos compañeros y compañeras de la primera comunidad –un motivo más de sinsabores y tensiones–.

De aquí deriva un mensaje. Los fundadores no deberían esperar a su muerte o jubilación para crear este espacio de libertad. Demasiadas comunidades (también empresas) nacidas en el siglo pasado tienen hoy muchas dificultades porque han crecido como un tronco único, sin ramas y sin haber generado otros árboles. Porque cuando divisan un “alma bella”, es demasiado fuerte la tentación de aprovecharla para el desarrollo de la comunidad. Y de este modo, se orientan los mejores talentos a las necesidades organizativas, y toda su creatividad se dirige hacia los objetivos marcados detalladamente por el fundador. Mientras que esta operación es (casi) inevitable en la primera generación, si continúa también en la segunda y posteriores las comunidades se convierten en troncos aislados y pelados, que pierden progresivamente sus hojas, flores y finalmente frutos. Solo un bosque carismático mañana puede salvar el primer árbol de hoy. Pero el bosque, metáforas aparte, no se forma sin una “política de personal” que permita a Jesús – un hombre que no era solo un hombre – florecer también fuera del movimiento del Bautista. Entre otras cosas, es raro que los fundadores actúen solo tres años, como ocurrió con Juan y con el mismo Jesús –no hay que excluir que la gran generatividad y variedad de la Iglesia primitiva dependiera también de esto–.

El nombre de esta política es “castidad comunitaria”, que permite ver llegar a una persona buena, nutrirla mientras está con nosotros y después ayudarla a entender quién es verdaderamente, dentro o fuera de la primera comunidad. Esta castidad es dificilísima, porque algunas personas a las que se deja libres de salir ya no vuelven. Pero también habrá ramas del tronco y árboles del mismo bosque que permitirán al carisma continuar su florecimiento. Sin desperdiciar, en una generosa sobreabundancia, una parte de la semilla, ninguna semilla del carisma alcanza la buena tierra. Cuando un fundador sabio ve llegar a una persona nueva, el primer objetivo que debería plantearse es reconocer cuál es la rama o el árbol que esta persona podrá generar, y no ponerla inmediatamente a hacer de jardinero del único y gran hermoso árbol de la comunidad presentado como árbol ya realizado e inmodificable que solo necesita mantenimiento y agua –aunque la persona riegue muy bien–. Muchas crisis, marchitamientos y salidas no generativas habrían podido evitarse si las personas hubieran tenido cerca a alguien capaz de leer en su malestar el esfuerzo por llegar a la esencia de su vocación. En el Reino de los cielos los florecimientos son libres, variados, excesivos, coloreados, plurales y sinfónicos.

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Lógica carismática/2 – El valor de la primera y de la segunda vocación en las experiencias comunitarias. 

Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 29/08/2021

«Herodes buscaba a Juan y mandó criados a decir a Zacarías: ¿dónde has metido a tu hijo? … Y Herodes lleno de furia dijo: su hijo está destinado a reinar en Israel».
Protoevangelio de Santiago, XXIII.

La analogía con los primeros tiempos del cristianismo ayuda a ver algunas dimensiones nuevas de las comunidades nacidas como salida de la comunidad originaria.

La relación entre Jesús y Juan el Bautista es esencial para comprender el nacimiento del cristianismo. Según el Evangelio de Juan (a diferencia de los Evangelios sinópticos), Jesús no solo frecuentó el movimiento del Bautista, sino que algunos de los primeros apóstoles también eran discípulos de Juan (entre ellos Pedro, Andrés y el anónimo “discípulo amado”: Jn 1,40-42). En un antiguo texto etíope se lee: «Un discípulo de Juan dijo que el Mesías era Juan y no Jesús» (Pseudo-Clemente, Ritrovamenti I,60, editado por Silvano Cola). El Apolo del que habla Pablo a propósito de algunos altercados en Corinto – «yo soy de Apolo, yo de Cefas, y yo de Cristo» (1Cor 1,11-12) – era un discípulo del Bautista (Hch 18, 24-25). Señal de que el diálogo-polémica entre los dos movimientos se extendió mucho más allá de la muerte de los fundadores. Por el Evangelio de Juan sabemos que también Jesús y sus discípulos bautizaban en Judea (3,22).

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Descubriendo la esencia

Descubriendo la esencia

Lógica carismática/2 – El valor de la primera y de la segunda vocación en las experiencias comunitarias.  Luigino Bruni Publicado en Avvenire el 29/08/2021 «Herodes buscaba a Juan y mandó criados a decir a Zacarías: ¿dónde has metido a tu hijo? … Y Herodes lleno de furia dijo: su hijo está destin...
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Lógica carismática/1 – Comienza aquí la exploración de la «gramática» de los movimientos y de las realidades comunitarias.

Luigino Bruni

Original italiano publicado en Avvenire el 21/08/2021

«La madre de Jesús y los hermanos le decían: Juan el Bautista bautiza para la remisión de los pecados: vayamos y hagámonos bautizar por él».

El evangelio de los hebreos, Evangelios apócrifos, p. 266

Hace falta una nueva pobreza: renunciar a la posesión de las personas. Y hace falta formar personas que no sigan hoy por los compromisos adquiridos ayer, sino por los sueños de mañana.

La palabra comunidad se ha vuelto central. La invocamos en la soledad y en la enfermedad. La buscamos y anhelamos cuando las “comunidades” virtuales nos agotan y sentimos la necesidad de respirar. Sus lazos cálidos y fuertes nos llaman y no nos dejan en paz. Pero la comunidad está cambiando de forma tan rápidamente que ya (casi) no la reconocemos. La metamorfosis se está dando en todas partes, pero resulta mucho más evidente en el ámbito de las religiones y las Iglesias, que sin comunidad mueren para convertirse en un estéril consumismo psicológico y emocional. Dentro de las Iglesias y las religiones es, efectivamente, donde más se advierte la nostalgia y la enfermedad de la comunidad, donde más fuerte se oye su grito de llamada, su SOS, su clamor. Ningún fruto de la experiencia espiritual y religiosa puede prescindir de una profunda reflexión, honesta, radical y valiente para llegar hasta sus últimas consecuencias, sobre la comunidad. Esto es lo que intentaremos hacer con esta nueva serie de artículos, en los que exploraremos la gramática de las comunidades, especialmente las nacidas de carismas espirituales. En años anteriores ya hemos hilvanado algunas piezas de este trabajo. Ahora continuamos, tomando como inspiración y punto de partida también la tradición bíblica, una mina de oro inagotable.

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Hoy podemos afirmar casi con certeza que Jesús comenzó su actividad en el seno del movimiento de Juan el Bautista, donde permaneció durante un periodo no breve (meses o tal vez años). Jesús no era solo uno de los muchos bautizados por el Bautista, sino que también él bautizaba (Jn 3,22-24). Y a diferencia de lo que ocurría en la contemporánea comunidad esenia estable de Qumrán, en el Mar Muerto (cuya Regla ha llegado hasta nosotros), construida en torno a normas de vida en común muy concretas y estrictas, el movimiento de Juan era una realidad fluida, nómada, provisional, donde las personas iban y venían sin una auténtica vida en común. Quienes se acercaban al Bautista se preparaban para el bautismo, y una vez bautizados comenzaban una vida nueva en su ambiente, o en otro lugar. El bautismo los liberaba para levantar su propio vuelo libremente.
Cuando empezaron a florecer los monasterios, en los primeros siglos cristianos, estos imitaron a Qumrán (quizá sin siquiera conocerlo) y no al movimiento del Bautista, ni tampoco al de las primeras décadas del cristianismo. Aquellos que entraban en un monasterio se convertían en miembros de una institución, gracias a un vínculo muy fuerte de pertenencia. Se les ataba en corto, muy corto. Siglos después nació el movimiento franciscano, y realizó algo radicalmente distinto al monacato: una vida comunitaria no residencial sino mendicante; en el centro no estaba la regla sino la “forma de vida”. Francisco y sus compañeros se parecían mucho a Jesús, pero también se parecían mucho al Bautista. Los frailes no eran monjes pero más sencillos y pobres. Eran algo nuevo y distinto. Nadie, al principio, confundía sus comunidades con los monasterios. Era imposible.

La segunda mitad del siglo XX conoció una nueva “edad axial” de los carismas de la Iglesia, comparable al siglo XIII mendicante. Nuevos movimientos y comunidades trajeron importantes innovaciones (por ejemplo: el protagonismo de los laicos, los jóvenes y las mujeres), pero para los miembros más comprometidos (o “consagrados”) el paradigma de referencia seguía siendo el de los monjes y demás órdenes religiosas (con los siglos cada vez más parecidas a los monjes), hasta tal punto que tomaron de ellos los tres votos. Innovaron, pero poco en las formas de la vida comunitaria y en la relación individuo-comunidad. Por eso no debe sorprender que los movimientos y las comunidades, nacidos y florecidos hace solo unas décadas, afronten hoy la misma crisis que las órdenes religiosas tradicionales. Ciertamente todavía tienen alguna vocación más, una edad media un poco más baja y algunos jóvenes a su alrededor. Pero la tendencia es la misma, con algunos años de diferencia. ¿Por qué? Por muchos motivos, como sabemos.

Pero debemos reflexionar sobre un elemento específico y puntual. Muchos movimientos espirituales de la segunda mitad del siglo XX fueron concebidos en fuerte continuidad con el pasado. Sus fundadores eran hijos e hijas de la Iglesia y de la sociedad de su tiempo, y con perfecta buena fe pusieron el vino nuevo de sus carismas en odres organizativos e institucionales viejos. De este modo, frente a los cambios epocales de estas dos o tres últimas décadas, los nuevos movimientos y comunidades son poco capaces de responder a los nuevos desafíos y a las nuevas necesidades espirituales. Sus innovaciones han sufrido una obsolescencia muy rápida, hasta tal punto que, para un observador externo, una comunidad de vida consagrada de Comunión y Liberación o de focolarinos no resulta hoy sustancialmente distinta de una casa salesiana o de una comunidad de monjas paulinas.
De ahí deriva un primer mensaje: las viejas y nuevas comunidades deseosas de tener futuro deberían comenzar a plantearse muy en serio la urgencia de un cambio importante en la vida comunitaria. Sin embargo, pocas lo hacen, creyendo que la renovación necesaria consiste en una vuelta al carisma de los primeros tiempos, o en una nueva radicalidad espiritual. De este modo, invierten las pocas energías que les quedan en batallas secundarias que acaban convirtiéndose en las únicas – cuando hay pocas fuerzas, equivocarse de batalla resulta fatal –. Hacen falta nuevas formas de vida comunitaria, más parecidas al movimiento del Bautista que a Qumrán. Pero no es fácil comprenderlo, porque la escasa “demanda” de vida comunitaria hoy procede muchas veces de personas frágiles que buscan una pertenencia fuerte, atraídas por el recuerdo de las comunidades de ayer. Sin embargo, en el nuevo ecosistema espiritual del siglo XXI solo sobreviven las realidades más líquidas y menos estructuradas, más descentradas y menos compactas, deltas y no estuarios, que no agregan a las personas mediante reglas y vínculos jurídicos sino con la fuerza del mensaje del carisma y de la experiencia concreta. Más tienda y menos palacio, más campamento y menos institución, más espíritu y menos ley, más huéspedes y menos dueños, más provisionales y menos estables, más promesas y menos votos.

Comunidades donde se ayuda a las personas a alcanzar una condición subjetiva de libertad y por tanto de autonomía con respecto a la comunidad misma. Comunidades que no buscan una identificación total y totalizadora con el carisma comunitario. Porque cuando esto ocurre (y ha ocurrido muy a menudo), pronto llega el día en que la persona, a base de decir “nosotros” ya no sabe decir “yo” y por tanto no sabe responder a la pregunta crucial: “¿quién soy yo?”. Ayer “soy un fraile” podía ser una respuesta suficiente. Hoy ya no, y no porque haya disminuido el carisma de Francisco, sino porque la historia, fecundada también por el cristianismo y por sus carismas, ha aumentado las personas y su conciencia. Así pues, al “soy un fraile” (que sigue siendo válido) hay que añadir otra cosa, algo íntimo que ninguna comunidad puede ofrecer en nuestro lugar y que cuando lo hace crea neurosis y burn-out.

La pregunta crucial es entonces la siguiente: ¿es posible dar vida a comunidades compuestas por personas libres y autónomas, pero evitando la disolución de la comunidad? La pregunta no es retórica, porque afecta al primer vulnus de las comunidades de ayer que, para sobrevivir como comunidades, debían reducir la autonomía de sus miembros. El origen de la palabra latina communitas oscila entre dos etimologías distintas y opuestas: cum-munus, es decir don común, y cum-moeni: muros comunes. Las comunidades (empezando por la familia patriarcal) han edificado sus construcciones colectivas usando precisamente los ladrillos de la escasa o inexistente autonomía de sus miembros. Libremente cada uno entregaba su propia libertad, que una vez entregada dejaba de existir, como en toda verdadera entrega. Y estas entregas acababan construyendo muros para “protegerlas”. Las comunidades levantaban alrededor de sus personas barreras de salida muy altas. Así, las personas que entraban no salían casi nunca (salvo con un coste muy elevado, insostenible para las mujeres). Muros físicos, espirituales y psicológicos. Aunque la puerta de la jaula se abriera, el pájaro se quedaba dentro, sin fuerzas para levantar el vuelo a un mundo demasiado desconocido, y a lo mejor por la puerta se colaba el gato.

Las comunidades de hoy tendrán vida si bajan las barreras hasta eliminarlas, transformando los muros en puentes, porque por esos puentes es por donde podrán entrar las nuevas vocaciones. Hay una necesidad urgente de una nueva pobreza, que se expresa como renuncia a la posesión de las personas. Esta es la pobreza más difícil de vivir en las comunidades, porque las personas son su única riqueza: cuanto más se vive la pobreza de los bienes, más crece la no-pobreza de las personas. Tendrán vida las comunidades que sepan habitar al borde de su propio precipicio. Una buena comunidad carismática en el siglo XXI solo puede ser una comunidad trágica, que se acuesta cada noche sin saber si al día siguiente se va a despertar como comunidad, y cada mañana da las gracias por seguir existiendo. Una comunidad que hace propia esta regla de oro: si quieres tener personas generativas, creativas y libres, debes generar una cultura donde las personas sean tan libres que no puedas controlarlas en los aspectos más importantes de su vida. Debes aprender a vivir en medio de un gran ir y venir de gente, que entra y que sale. Porque generar personas libres significa ponerlas en condiciones de que un día puedan incluso marcharse. Las comunidades, sobre todo las espirituales e ideales, deberían plantearse como objetivo formar personas que no se queden hoy por los compromisos adquiridos ayer, sino por los sueños de mañana. Es el futuro y no el pasado el espacio de las promesas capaces de liberar verdaderamente a las personas. No seguimos adelante por el recuerdo de un pasado que nos ha aprisionado, sino porque imaginamos un futuro que nos sigue liberando a nosotros y a los demás. Los “para siempre” que nos permiten vivir bien son los que miran hacia delante, porque los que miran hacia atrás solo saben crear estatuas de sal.

Un buen fundador de comunidades – al igual que un padre, un directivo o un profesor – deberían alegrarse cuando ven a “sus” mejores personas levantar el vuelo, sin consumirlas para sus propios (importantísimos) proyectos. Un indicador de la calidad ética y espiritual de una comunidad carismática es la relación entre las personas excelentes que han pasado por ella y las que se han quedado durante mucho tiempo: cuanto más alta, mayor es la calidad; cuanto más cercana a uno, más narcisistas son las comunidades. Siempre es muy triste ver líderes rodeados durante mucho tiempo de sus mejores alumnos, a veces hasta la jubilación – y aún es más triste ver a esos mejores alumnos de ayer apagarse con los años por falta de aire abierto y horizontes amplios –. Un día, un indefinido día, Jesús de Nazaret dejó el movimiento del Bautista para seguir su propia vocación, para dar vida a su comunidad distinta. La “comunidad” libre de Juan fue un terreno tan fértil como para generar la libertad infinita de Jesús. El Reino de los cielos es el lugar de las comunidades in-finitas.

 

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Lógica carismática/1 – Comienza aquí la exploración de la «gramática» de los movimientos y de las realidades comunitarias.

Luigino Bruni

Original italiano publicado en Avvenire el 21/08/2021

«La madre de Jesús y los hermanos le decían: Juan el Bautista bautiza para la remisión de los pecados: vayamos y hagámonos bautizar por él».

El evangelio de los hebreos, Evangelios apócrifos, p. 266

Hace falta una nueva pobreza: renunciar a la posesión de las personas. Y hace falta formar personas que no sigan hoy por los compromisos adquiridos ayer, sino por los sueños de mañana.

La palabra comunidad se ha vuelto central. La invocamos en la soledad y en la enfermedad. La buscamos y anhelamos cuando las “comunidades” virtuales nos agotan y sentimos la necesidad de respirar. Sus lazos cálidos y fuertes nos llaman y no nos dejan en paz. Pero la comunidad está cambiando de forma tan rápidamente que ya (casi) no la reconocemos. La metamorfosis se está dando en todas partes, pero resulta mucho más evidente en el ámbito de las religiones y las Iglesias, que sin comunidad mueren para convertirse en un estéril consumismo psicológico y emocional. Dentro de las Iglesias y las religiones es, efectivamente, donde más se advierte la nostalgia y la enfermedad de la comunidad, donde más fuerte se oye su grito de llamada, su SOS, su clamor. Ningún fruto de la experiencia espiritual y religiosa puede prescindir de una profunda reflexión, honesta, radical y valiente para llegar hasta sus últimas consecuencias, sobre la comunidad. Esto es lo que intentaremos hacer con esta nueva serie de artículos, en los que exploraremos la gramática de las comunidades, especialmente las nacidas de carismas espirituales. En años anteriores ya hemos hilvanado algunas piezas de este trabajo. Ahora continuamos, tomando como inspiración y punto de partida también la tradición bíblica, una mina de oro inagotable.

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La era de la comunidad infinita

La era de la comunidad infinita

Lógica carismática/1 – Comienza aquí la exploración de la «gramática» de los movimientos y de las realidades comunitarias. Luigino Bruni Original italiano publicado en Avvenire el 21/08/2021 «La madre de Jesús y los hermanos le decían: Juan el Bautista bautiza para la remisión de los pecados: vay...