«Asegurados» pero no seguros

«Asegurados» pero no seguros

Comentario – El rechazo total de la vulnerabilidad, la extensión de los contratos y la crisis de los pactos

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 24/06/2012

logo_avvenire La principal dificultad para salir de la crisis no está en las decisiones de las instituciones ni en la política ni en Europa, sino en nuestro estilo de vida que,  en los últimos años, ha sufrido un cambio radical. Por eso es tan difícil encontrar el camino de salida: mientras nos quejamos con las palabras, con nuestros comportamientos seguimos alimentando día a día el modelo de desarrollo del que nos quejamos y que causa tantos sufrimientos a muchas personas (no a todas). Tal vez sea esta la principal paradoja de esta fase del capitalismo.

Tomemos como ejemplo significativo los seguros. Es evidente que los seguros desempeñan una importante función en orden al bien común: la posibilidad de asegurarnos frente a determinados riesgos e incertidumbres generalmente mejora el bienestar de las personas y el bien común.

Un hipotético mundo sin seguros sería peor, desde todos los puntos de vista y, sobre todo, sería peor para los más frágiles. Pero, como en todas las cosas buenas de la vida, es crucial encontrar la justa medida, reconocer el umbral o el punto crítico que no hay que superar para que el bien no se transforme en mal.

A este respecto, deberíamos reflexionar más acerca del creciente fenómeno que podríamos llamar ‘aseguramiento del mundo’, es decir: la progresiva y rápida ampliación de la parte de vida social cubierta por los contratos de seguro. Esto lo vemos no sólo en las pólizas de vehículos, que en pocos años han pasado de cubrir simplemente la RC a cubrir actos vandálicos, situaciones atmosféricas anormales o la necesidad de un “técnico” para poner las cadenas en caso de una nevada imprevista. Pero lo vemos cada vez más en los profesores que tienen que asegurarse contra posibles accidentes de los estudiantes durante una excursión escolar y en muchas otras situaciones. Alguien podría decir que eso es bueno porque con estos nuevos seguros podemos hacer cosas que no haríamos si no existieran estos nuevos contratos. Yo digo que hay que tener cuidado, porque este proceso, además de aumentar no poco el gasto de las familias, tiende a deteriorar las relaciones interpersonales y a crear nuevas inseguridades para las que nos propondrán nuevos contratos y así sucesivamente.

Más aún. Si el ciudadano sabe que un determinado lugar de la vida social está cubierto por un seguro, tenderá, al menos eso nos dicen los datos (y nuestra experiencia), a aumentar las peticiones de indemnización, los litigios y los conflictos. Mientras no salgamos del ámbito de los vehículos, todo eso, aunque grave (bien lo saben las aseguradoras), no siempre es central y crucial para nuestra vida. Pero si estos fenómenos (litigios, reclamaciones de daños, azar moral…) empiezan a extenderse a la sanidad, la educación y la vida civil, sus efectos pueden empezar a ser muy preocupantes, como ya está sucediendo, si queremos verlo. Por no hablar de la lógica que hay detrás de los títulos derivados (una de las principales causas de inestabilidad financiera), que son formas sofisticadas de seguro (o, mejor dicho, de apuesta) donde se obtienen ganancias de las desgracias ajenas.

La hiper-cobertura del seguro produce otro efecto que tiene que ver con el corazón de la vida social y relacional. Hace años, un amigo mío sufrió el incendio de una parte de su casa. Empezaron a llegar amigos y a ofrecerle ayuda, pero en cuanto supieron que estaba asegurado volvieron tranquilamente a casa puesto que ‘alguien’ se ocuparía del asunto. Pero el tiempo que se pasa con los amigos para reconstruir un trozo de casa es una inversión en un capital relacional que después da frutos en muchos otros ámbitos de la vida, un capital que la hipertrofia aseguradora tiende hoy a dañar y reducir. Así, nuestro capital social (y financiero) disminuye, la soledad aumenta y el mercado nos ofrece nuevos contratos para nuevos acontecimientos inciertos (¿llegará el día en que nos aseguremos contra el riesgo de no ser queridos, amados, por nuestros familiares y compañeros?), cayendo en una trampa social cuyos efectos son mucho más graves para los más pobres, que sufren como todos el deterioro del patrimonio cívico, pero sin tener la posibilidad financiera de asegurarse.

¿Qué podemos hacer? Yo veo dos caminos: uno dentro y otro fuera del mundo de los seguros. No debemos olvidar que los seguros nacieron como instrumentos en garantía sobre todo de los más frágiles y de los más vulnerables. Al principio fue así. Hoy es necesario relanzar una nueva etapa del seguro ético, siguiendo la estela del Nobel M. Yunus, que está inventando seguros para los pobres, con primas de unos pocos dólares. Las sociedades de seguros deberían ser por naturaleza empresas civiles, es decir sin ánimo de lucro, precisamente porque los contratos que venden tienen que ver con un bien primario: protegerse contra la vulnerabilidad negativa y devastadora y hacerla más sostenible. Un bien que es un derecho fundamental de toda persona. Y no debería especularse con los derechos fundamentales del hombre. Esto no es ciencia ficción (como podría pensarse viendo a quienes dirigen las grandes aseguradoras), sino democracia y libertad.

El segundo camino es más cultural y ético: debemos reaccionar ante el peligroso sueño de querer construir una vida en común ‘con riesgo relacional cero’, porque este sueño pronto se transforma en pesadilla. La vida civil está hecha de contratos (incluidos los seguros), pero también y sobre todo de pactos (en la familia, en la ciudadanía, pero también en la empresa) y el pacto no puede evitar una cierta vulnerabilidad, porque los pactos implican confianza y la confianza auténtica siempre está abierta al riesgo y a la traición. En caso contrario no sirve para nada o para muy poco. Pero la cultura dominante ha dejado de entender el sentido del riesgo y del inevitable dolor asociado a la vida con los demás (como bien saben las familias) y persigue el sueño ingenuo y monstruoso de un mundo con vulnerabilidad cero, una ilusión que nos hace verdaderamente vulnerables ante las grandes heridas de la vida.

Solo acogiendo y dando espacio a las pequeñas vulnerabilidades de la vida en común, seremos (como ocurre en la medicina homeopática) capaces de protegernos de las grandes vulnerabilidades de la existencia. Por el contrario, cuando rechazamos acoger las pequeñas vulnerabilidades y las heridas ‘buenas’, nos encontramos muy indefensos frente a las grandes vulnerabilidades que, cuando llegan, destruyen. Los buenos contratos de seguros son subsidiarios de los pactos, los malos contratos los sustituyen, los deterioran y, a la larga, los destruyen. De esta crisis saldremos con más pactos, con menos contratos malos y con más contratos buenos, también en los seguros.

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