Fe (Agujeros en el tejado)

Fe (Agujeros en el tejado)

Comentario – Virtudes para recuperar y vivir/6

por Luigino Bruni 

publicado en Avvenire el 15/09/2013 

logo_avvenireHay palabrasque tienen la capacidad de expresarlo todo por sí solas. Justicia, belleza, verdad... tienen una fuerza y una entereza tal que no sentimos la necesidad de añadirles ningún adejtivo para completarlas. ¿Qué se le puede añadir a una persona verdadera, a un hombre justo o a una vida bella? Fe es una de esas pocas palabras grandes y absolutas. Se puede vivir mucho tiempo, a veces incluso bien, sin dinero ni bienes, pero no se puede vivir sin creer. Todos somos capaces de fe, porque en el espacio interior de cada persona hay una “ventana” que se abre hacia un “más allá”, un tragaluz que sigue ahí incluso cuando, al mirarnos por dentro, no vemos nada e incluso aunque lo tapemos poniendo delante una estantería o el televisor. Precisamente por ser una palabra grande de la humanidad, la fe es también una palabra de la economía.

La historia económica y civil de Europa es sobre todo una historia de fe. Lo que hace espléndida nuestra tierra son sobre todo las obras de arte y arquitectura nacidas de la fe de nuestros antepasados, que fueron capaces de dar comienzo a obras verdaderamente grandes porque estaban animados por la fe en cosas más grandes que su exitencia terrenal.

Iglesias, abadías, la capilla Baglioni, Mantua, Lisboa… florecieron a partir de una fe que hoy sigue creando puestos de trabajo en sectores que nos están salvando. Hoy recogemos los frutos de las semillas que otros sembraron en el pasado para nosotros, porque desde las ventanas de sus almas y de su tiempo supieron ver algo más grande. Así, hoy muchas personas consiguen trabajar y vivir bien gracias a todos los que en el pasado invirtieron su riqueza pensando también en un futuro lejano habitado por otros seres humanos a los que, gracias a la fe (no sólo religiosa) sintieron verdaderamente cercanos. Por este motivo, entre otros, la fe es cuerda (fides), el hilo que une entre sí a los ciudadanos y a las generaciones. Es tradición, es decir, transmisión de una alianza, de un pacto, que vive en el tiempo y en la historia. Es un hilo de oro. ¿Qué semillas estamos sembrando hoy pensando en la cosecha de las generaciones venideras? Sin fides un viejo no siembra la semilla de una encina; sin fides el horizonte del mundo se reduce al techo de la casa o la oficina, demasiado bajo para ese ser enfermo de infinito que es la persona, que desde la época de las chozas y las nuragas sentía la necesidad de agujerear las cubiertas, no sólo para que saliera el humo del fuego, sino también para que su cielo fuera más alto que su casa. A falta de esta mirada profunda que nos eleva, nos conformamos con los escenarios de la televisión, con sus cielos virtuales, que no tienen ni el calor del sol ni la profunidad del horizonte ni la brisa del aire, que entran sólo cuando abrimos la ventana de la casa. Lo contrario de la fe siempre ha sido la idolatría, que no es la actitud de quien no cree en nada, sino de quien cree en demasiadas cosas, falsas y artificiales.

Pero la fides-fe fue también esencial para el nacimiento de los mercados. Proporcionó la base para el comercio, respondiendo a la pregunta principal de toda economía de mercado: ¿por qué debería fiarme de un desconocido? En el alba de nuetra economía, cuando los mercaderes pasaban de una ciudad a otra o se encontraban en las ferias a lo largo de los grandes ríos europeos, los sistemas jurídicos, los tribunales y las penas eran muy frágiles, muchas veces inexistentes. Para realizar operaciones comerciales complejas, arriesgadas, largas y costosas, hacía falta un verdadero acto de confianza en la otra parte. La principal garantía para creer que el otro haría su parte y enviaría la mercancía la proporcionaba la fe:; era posible fiarse de un desconocido porque en el fondo no era del todo desconocido. Tenía la misma fe (cristiana), y por ello podía darle confianza, porque era fiel. Así la fides (fe y confianza) hizo de la gran Europa una comunidad parecida a la polis griega de Pericles y se convirtió en una nueva forma de philia para poder realizar intercambios. Pero era una polis muchísimo más amplia, con mercados muy extensos que multiplicaron la riqueza y los encuentros comerciales, civiles y religiosos. La fe se convirtió en confianza y la confianza generó mercados y riqueza. Europa fue el fruto de esta fides-confianza-cuerda-creer-crédito. Pero cuando, con la reforma protestante y la contrarreforma católica, esta fides se rompió, nació el capitalismo, que inventó poco a poco una nueva fides, la de los bancos centrales y las finanzas. Esta revoluión cultural refundó Europa y después los Estados Unidos, que la encarnaron en plenitud, dando vida a un capitalismo de la nueva “sola fides”. Pero entre la primera y la segunda fides hay diferencias cruciales.

La primera fides, por ejemplo, era un bien relacional, porque – aunque existían monedas, títulos y bancos – Niccolò se fiaba de Miguel, y el intercambio se producía gracias a una apertura de crédito a una persona de carne y hueso. Era una experiencia intrínsecamente frágil y vulnerable, expuesta al abuso y por ello humana. La invención de la nueva fe-religión capitalista ya no tuvo necesidad de esta confianza relacional y personal. Desencadenó la despersonalización de las relaciones económicas, que creció hasta explotar literalmente en la última crisis de nuestro tiempo, que tiene mucho que ver con la construcción de un sistema financiero muy lejano e independiente de las relaciones humanas de confianza que generan los bienes económicos. Así, la respuesta de un banco capitalista a la petición de financiación de una buena empresa con dificultades la da muchas veces un índice resultante un algoritmo, sin ningún “crédito” y ningún encuentro entre personas, de forma in–humana. Nuestra crisis nos está diciendo que debemos volver a encontrarnos y a fiarnos de las personas y de su vulnerabilidad, porque cuando la economía y las finanzas pierden contacto con el rostro del otro, se convierten en lugares inhumanos. Si hoy no conseguimos reencontrar y reactivar todas las dimensiones de la fides, empezando por el territorio, no habrá plan gubernamental que nos pueda salvar de verdad.

Pero el lazo fundamental entre fe y confianza no es el único. Hay otra declinación o dimensión esencial de la fe que es la fidelidad, como nos recuerda el anillo de bodas (alianza). La fe tiene mucho que ver con la fidelidad, porque toda experiencia auténtica de fe es en primer lugar una historia de amor, la adhesión a un pacto,  y por tanto es también virtud. La fe florece plenamente cuando somos fieles en la noche de la fe, cuando nos agarramos a esa cuerda, cuando seguimos confiando en un encuentro-alianza que aparece muy lejano y desenfocado, casi como un autoengaño consolador o cuando llevamos demasiado tiempo viendo la niebla al otro lado de la ventana y dejamos de recordar las formas del antiguo paisaje y nos entran ganas de no abrirla más y encender la televisión del falso cielo. Después descubrimos que en esas noches hemos sido fieles gracias sobre todo a la parte más verdadera y profunda de nosotros mismos. Es posible llegar a ser justos y verdaderos sin fe, pero nunca sin fidelidad.

Quienes viven esta dimensión fiel de la fe son capaces de un verdadero diálogo y de una verdadera fraternidad con quienes no tienen fe, con quienes la han perdido o con quienes tienen otras fes, e incluso saben mover montañas porque no las mueven para sí mismos. Esta es la fe que conduce a cumbres altísimas de humanidad, de economía y de empresa, donde la fe sigue todavía generando cosas extraordinarias. Las personas fieles son siempre importantes para el bien común y para la belleza de la tierra, pero son indispensables para salir de cualquier crisis, porque saben señalar un horizonte más grande. Saben abrir agujeros en el techo de la casa común y mostrar un cielo más alto, para volver a empezar.

Los comentarios de Luigino Bruni publicados en Avvenire se encuentran en el menú Editoriales Avvenire  


Imprimir   Correo electrónico