Una nueva capacidad creativa para salir de una crisis infinita.

Hace falta más creatividad y un pensamiento no ideológico para no ver al empleador como un «patrón» malvado y explotador y, por otro lado, para no ver a los trabajadores como vagos y holgazanes. Hoy la innovación ya no es prerrogativa de los empresarios. También los trabajadores deben innovar, probar y arriesgarse más.

Luigino Bruni

Original italiano publicado en Toscana oggi el 20/09/2019

Destrucción creadora. Esta es la conocida expresión que encontramos en el centro de la idea de competencia propia del gran economista austriaco J.A. Schumpeter. El mercado crea y destruye. Pero, como vemos todos los días, el mercado no crea y destruye simultáneamente, en los mismos lugares y de las mismas formas.

La globalización económica hoy crea oportunidades en China, India o Bulgaria. Crea menos en Europa y concretamente en Italia, donde la competencia muestra toda su fuerza destructora y no creadora (o no muestra la suficiente). Más allá de la retórica de todos los gobiernos acerca del «final de la crisis», quienes observan atentamente la realidad saben que la crisis no ha terminado.

Las empresas siguen cerrando, los trabajadores siguen perdiendo su puesto de trabajo y demasiadas familias siguen sufriendo. Detrás de un trabajo perdido hay una situación financiera que se agrava, un préstamo que se pidió cuando había trabajo y que hay que devolver sin el sueldo con el que se contaba.

El trabajo no es un contrato más, no es una mercancía. Es la precondición de todos los contratos y de todas las mercancías que una persona y una familia necesita. Cuando falta el trabajo, entra en crisis el crecimiento humano de una persona, no solo su economía. No en vano hemos puesto el trabajo como fundamento de nuestra Constitución, porque el trabajo es la vida de las personas. Por eso, una sociedad no puede ni debe considerar el trabajo como un asunto del que solo debe ocuparse el mercado. El mercado nunca es suficiente, sobre todo cuando se trata del trabajo.

En el «mercado» de trabajo (no olvidemos nunca escribirlo entre comillas) las partes no se encuentran en el mismo plano en cuanto a poder y fuerza. El trabajador, por ejemplo, no puede despedir al empleador, y hacen falta muchas mediaciones, empezando por la política. Pero la ideología liberal dominante en todo el mundo en nombre del libre mercado (¡quién lo diría!) está reduciendo drásticamente las mediaciones ajenas al mercado en las crisis y en los conflictos empresariales.

A esto hay que añadir la fragilidad de muchas empresas, que también son víctimas de una economía frágil e incierta. No es raro que hoy una crisis empresarial implique una relación entre varios sujetos frágiles, sobre todo los trabajadores pero también las empresas, que a veces son filiales de multinacionales donde los directivos están sometidos a fuertes presiones de unos dueños invisibles y muy lejanos. Debemos inventar políticas industriales nuevas para un mundo que ha cambiado. Ahora la política es lejana y confusa, las empresas son líquidas y los sindicatos no son suficientes, y usan muy a menudo categorías del siglo XX con las que es muy difícil gestionar las crisis del XXI.

Hace falta lo antes posible un nuevo pacto social y económico entre trabajadores, empresas, sindicatos, política y sociedad civil, que tome como punto de partida la conciencia de que todos somos más frágiles que hace décadas, que la crisis de 2008 ha roto verdaderamente el equilibrio del sistema y todavía no hemos conseguido crear otro nuevo. Un mundo se ha terminado y el nuevo mundo exige instrumentos nuevos.

Los conflictos y las mesas ya no son adecuados, son lenguas muertas que ya no hablan, o hablan poco y mal. Hace falta más creatividad y un pensamiento no ideológico para no ver al empleador como un «patrón» malvado y explotador y, por otro lado, para no ver a los trabajadores como vagos y holgazanes. Hace falta más respeto y estima recíproca. Pero sobre todo más capacidad creativa, en todos.

Hoy la innovación ya no es prerrogativa de los empresarios. También los trabajadores deben innovar, probar y arriesgarse más. En estas «destrucciones» se necesita más capacidad «creativa».

 


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