La voz interior y el Focolar

La voz interior y el Focolar

Chiara Lubich contada por el economista que trabajó con ella. 

Luigino Bruni

 Publicado en Donne Chiesa Mondo n.102 de julio 2021

El paradigma de referencia para hablar de cualquier mujer que haya desempeñado un papel profético en la Iglesia es, también en este caso, la Biblia. En la Biblia, con frecuencia las mujeres están presentes durante las crisis profundas, aportando perspectivas distintas, como los profetas. Entre la profecía y el talento femenino existe una amistad. Ambas son concretas, ponen en marcha procesos, no ocupan espacios, hablan con la palabra y con el cuerpo y, por un instinto invencible, eligen siempre la vida, creen en ella y la celebran hasta el último aliento. La historia de Chiara Lubich es la de una de esas mujeres que llevaron un manantial de agua viva a una sociedad italiana que vivía entre el fascismo y dos guerras mundiales, y a una iglesia anclada en una eclesiología y una teología del antiguo régimen. 

La historia de Chiara es la historia de una mujer laica, que siguió una voz exterior que era a la vez su parte más íntima y verdadera. Durante mucho tiempo, estas dos voces fueron la misma y Silvia Lubich (su nombre secular) y Chiara eran la misma persona. Pero antes de 1943 estas voces eran distintas, y después de 2004, en la última fase de su vida, volvieron a distinguirse de nuevo en ella, cuando, bajo la sombra de una prueba espiritual en cuyo seno concluyó su vida luminosa, algunos la oyeron decir: «Chiara ya no está, queda solo Silvia».

Todo “carismático”, toda persona que recibe un don-carisma para una fundación espiritual, vive en una tensión continua entre una voz suya y no suya, entre palabras suyas y no suyas, entre un “nombre” suyo y no suyo – hasta el final. Conocí a Chiara personalmente y trabajé en estrecho contacto con ella durante los últimos diez años de su vida, que fueron también los primeros diez años de mi vida profesional adulta, como profesor y como economista. La vi luchar para salvar la libertad de la primera voz que la había llamado, para marcar la diferencia entre lo que ella llamaba el Ideal y el movimiento de los Focolares, para dejar un espacio generativo entre la Ley y el espíritu, de modo que por esa grieta pudiera seguir soplando, libre, el espíritu de los primeros días. Inevitablemente, esta batalla solo la gano en parte, porque las batallas de los fundadores nunca se pueden ganar del todo – cada fundador es un Jacob que, aunque salga vencedor del combate nocturno y acuático con el ángel, lleva siempre su herida y sigue cojeando (Génesis 32). Pero si su movimiento sigue todavía vivo – y lo está – y sobre todo si su carisma sigue siendo vivificante para jóvenes y adultos, quiere decir que la herida del ángel no ha sido mortal. Aun cojeando, ella y su movimiento no han dejado nunca de caminar, de vivir el seguimiento.

En los últimos años de su Vida, Chiara adquirió una conciencia mayor del peligro que suponía que el éxito de su movimiento pudiera sofocar la pureza y la fuerza de la primera voz que la había llamado en Trento. Y este peligro, que ella percibía como grave y amenazador, es tal vez el elemento que más le pesó en su última noche, cuando el 14 de marzo de 2008, se apagó a la edad de 88 años. Entonces ¿quién era Chiara? Nació en Trento, de padre socialista y madre católica practicante. Allí, antes y durante la segunda guerra mundial, se formó en la acción católica y como terciaria franciscana. Después, a partir de 1943, fundó su Movimiento de los Focolares, y a comienzos de los años cincuenta se trasladó a Roma y poco después a Rocca di Papa, donde vivió y dese donde guio a los focolarinos esparcidos literalmente por el mundo entero.

El carisma que ha generado todo este movimiento alrededor de Chiara es femenino, mariano. Está centrado en la unidad evangélica y en ese momento decisivo en el cristianismo que es el grito de abandono de Jesús en la cruz. Este último punto, tan querido por Chiara como para convertirlo en el primer ideal de su vida –«tengo un solo esposo en la tierra, Jesús abandonado»: verano de 1950 – llevó a su movimiento a hacerse cargo sobre todo de los dolores espirituales, de las divisiones y separaciones, y a buscar a Dios donde no está. Siempre tuvo gran importancia la dimensión social, en particular la política y la economía. Y esto no debe sorprender, dada la profunda laicidad del movimiento, del que nacieron en los años noventa el Movimiento Político por la Unidad y la Economía de Comunión.

Chiara ha sido una de las mujeres más significativas de la Iglesia del siglo XX. Pero a su manera. Fue rebelde también a su manera, una manera tan suya y distinta que no parece tal. Por ejemplo, ella y su movimiento – compuesto durante los primeros años solo por mujeres jóvenes – siempre han tenido un rasgo femenino y feminista, pero la “tridentinidad” de Chiara y por tanto su radical catolicidad, unida a un carácter que no amaba los conflictos ni las polémicas, produjeron un feminismo sui generis. Por una parte, las focolarinas, el tipo de mujer originado en el Movimiento, desde siempre se han caracterizado por una fuerte autonomía e independencia de los varones, incluso de los sacerdotes; una autonomía parecida y por momentos más acentuada, que la del mundo religioso femenino, debido, entre otras cosas, al liderazgo indiscutido y al prestigio eclesial de Chiara (sobre todo a partir de los años sesenta, con el pontificado de Pablo VI). Pero, por otra parte, no encontramos en los escritos ni en los gestos de Chiara posiciones de punta sobre la cuestión femenina, y en los grandes temas candentes de su tiempo (sacerdocio femenino, mujer y poder en la Iglesia, ética familiar), Chiara y su movimiento siempre han expresado tesis ortodoxas y alineadas con el magisterio oficial de la Iglesia católica. Así pues, el genio de Chiara no se expresó en la propuesta de novedades institucionales para la mujer en la Iglesia. Entonces ¿dónde se expresó? Ciertamente en la mística. Chiara pertenece a la gran tradición mística de la Europa moderna. Su experiencia hay que leerla junto a la de Clara de Asís, a la que tanto quería y de la que tomó el nombre, pasando por Teresa de Ávila, para llegar a figuras más recientes como Edith Stein o Etty Hillesum.

Tenía un don extraordinario de sensibilidad para la espiritualidad, una vocación al mismo tiempo contemplativa y activa, una espiritualidad que ella definía como “colectiva”, donde el cristianismo se mostraba y vivía en cuanto comunidad, reciprocidad y comunión. En el verano de 1949, en las Dolomitas, vivió dos meses dentro de una experiencia mística decisiva (conocida como Paraíso del 49), que marcó decisivamente su vida y la fundación y la naturaleza de su movimiento y de su espiritualidad. Chiara sentía además una fuerte atracción por la teología, desde adolescente. Aunque no era una teóloga de oficio ni había realizado estudios especializados, tenía una gran intuición teológica, que podríamos considerar un verdadero genio teológico. He trabajado con ella durante años en el centro de estudios Abbá y he podido verla en acción desde este punto de vista, y era verdaderamente impresionante. En particular, destacaba en la penetración del misterio de la pasión de Cristo y de la visión trinitaria del cristianismo, en sus implicaciones culturales y existenciales.

Además de una auténtica genialidad para los diálogos difíciles e improbables con las iglesias no cristianas y con las demás religiones, la originalidad de Chiara se ha expresado también en el plano del pensamiento y de la cultura. En 1990 sintió la urgencia de crear un centro de estudios y convocó a los mejores teólogos y expertos de su movimiento. Porque decía que un carisma que no se convierte en cultura, no tiene incidencia profunda en el mundo ni en la Iglesia. Estimaba inmensamente la cultura y a los hombres y mujeres del pensamiento – ella tuvo que renunciar en 1939 a la universidad a causa de la guerra, y este deseo de cultura nunca se apagó. Desde 1990 a 2004, Chiara dedico todos los sábados del año, y algunas semanas de las vacaciones estivales, a fundar y cultivar este cuerpo de pensadores, de todas las disciplinas, convencida de que se trataba de un paso esencial para la maduración futura del propio carisma.

Para terminar, la profecía de Chiara se expresó también en la gestión, en la dirección de su movimiento. Desde el punto de vista organizativo, lo que hicieron Chiara y sus primeras compañeras – a las que deberíamos llamar discípulas y a las que a partir de 1950 se les añadieron compañeros y discípulos – resulta verdaderamente fantástico. Chicas jóvenes, no monjas, en una iglesia tridentina preconciliar donde todo se declinaba en masculino, consiguieron dar vida a un movimiento que en pocos años se extendió por toda Italia y después, en los años cincuenta, por los continentes. El método era el de la dantesca “rosa mística”: cada pétalo de la rosa madre (Focolar de Trento) se separaba y se convertía a su vez en rosa con otros pétalos, que se separaban y así sucesivamente. Cada pétalo-rosa tenía la misma forma y naturaleza que la primera rosa. Y de este modo la experiencia, la espiritualidad y la cultura que se vivía en Trento se vivía también en Sicilia, después en Brasil (gracias a Ginetta, una de sus primeras compañeras), en Argentina (Lía), en la RDA (Natalia), adonde estas mujeres jóvenes iban generalmente solas. Aun permaneciendo durante años sin contacto físico con Italia y con escasos contactos por carta, consiguieron replicar la misma vida que habían vivido en Trento. Y Chiara tenía dotes extraordinarias para esta dirección. Un modelo no jerárquico ni subsidiario, sino tal vez trinitario. Un elemento de este éxito fue la capacidad-talento que tuvo Chiara para atraer a los mejores jóvenes de su tiempo, que se convirtieron en pilares y dirigentes del movimiento. Chiara hizo todo esto usando sobre todo la palabra – las palabras del evangelio, sus palabras. Palabras totalmente impregnadas de cristianismo, que encantaban, incitaban y vinculaban para toda la vida. El logos es el primer enemigo de thánatos. Como Sharazad, las mujeres alejan la muerte y por tanto alargan la vida, regalándonos palabras e historias. Así lo han hecho y lo siguen haciendo muchas mujeres. Así lo ha hecho y lo sigue haciendo Chiara Lubich.


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