La traición del ideal

Las voces de los días/3 - Los carismas fundan comunidades vulnerables que, sin embargo, pueden regenerarse

de Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 13/03/2016

Logo Voci dei giorni rid“El filósofo se conoce en que tiene, inseparablemente, el gusto por la evidencia y el sentido de la ambigüedad. Cuando se limita a sufrir la ambigüedad, ésta se llama equívoco. En los grandes [pensadores] se convierte en tema y contribuye a formar certezas, en lugar de amenazarlas”

M. Merleau-Ponty, Elogio de la filosofía

Los ideales mueven el mundo, más que los intereses. Algunas veces, nosotros mismos los generamos en la parte más luminosa de nuestra alma. Otras veces son los ideales de otros los que nos ‘llaman’, hasta que un día descubrimos que ya estaban vivos dentro de nosotros y tan sólo esperaban la ocasión de encenderse.

Así comienzan las aventuras más sublimes y generativas. En muchos casos, un ideal grande e innovador, capaz de generar comunidades, nace de una persona portadora de un don o un carisma particular. Este carisma es capaz de dar vida a experiencias colectivas, a veces muy importantes, que transforman su ambiente y su tiempo. En estos casos, el ideal se encuentra profundamente entrelazado con la personalidad del ‘fundador’. Adquiere su carne. Crece y se alimenta con sus talentos y sus rasgos característicos. En este cruce entre el carisma y la personalidad del fundador se encuentra el origen y la fuerza de las ‘comunidades carismáticas’. Pero llega un momento en que la comunidad, para seguir desarrollándose sin bloquearse, debe comenzar un proceso largo y complejo de distinción entre la ‘perla’ y el ‘campo’ que la guarda, entre la personalidad del fundador y la ‘personalidad’ del carisma. Si el carisma coincide con el talento de la persona que lo encarna y lo anuncia, no tiene fuerza suficiente para continuar más allá de la persona misma. En cambio, cuando el carisma excede a la persona y por consiguiente da vida a comunidades y movimientos, esta excedencia se convierte en la fuente que alimenta a la comunidad cuando el fundador ya no está, precisamente por ser más grande que él (o ella).

Todos los grandes carismas son más grandes que las personas carismáticas. Reconocer esta excedencia y por consiguiente esta ‘distancia’ entre el carisma y la persona que lo contiene, es una operación fundamental a la que están llamados los continuadores de cualquier comunidad carismática. Este trabajo colectivo es muy difícil, pues requiere capacidad para entender que en la raíz de una comunidad concreta no está sólo el carisma-ideal, sino también su ideología.

La ideología tiene su propio ciclo vital. Nace muy pronto. Comienza con la idealización de algunas figuras clave de la comunidad: la del fundador y la de otras personas con dotes o dones particulares. Después, se pasa del ideal anunciado por el líder a la idealización de su persona, que de este modo empieza a perder contacto con las limitaciones, los errores y las sombras típicas de la condición humana de todos los demás. A su alrededor se crea un mito y una mitología que van haciendo de él una persona distinta y única, dotada de una especie de infalibilidad ética y espiritual. Como consecuencia, el círculo de personas que trabajan y dialogan con los líderes se va reduciendo progresivamente y la relación entre estos pocos se hace cada vez más asimétrica. Conocer a estos líderes o hablar con ellos se convierte en un acontecimiento raro, ritual y mítico. Y la fraternidad primera pasa a un segundo plano.

Se da la paradoja de que aquellos que han recibido un carisma de fraternidad y lo anuncian, muchas veces no pueden objetivamente vivirla en las comunidades que ellos mismos han creado. La primera víctima de la ideología es la fraternidad comunitaria originaria. Con frecuencia, en la primera fase genuina y pura de los ideales, el principio fundamental es la fraternidad que involucra a todos, incluyendo a los fundadores y a los que tienen roles prominentes o de responsabilidad. Cuando la comunidad crece en tamaño, algunas de estas figuras salen progresivamente del juego de la fraternidad y de la igualdad para verse envueltas en un estatus excepcional que casi nunca se limita únicamente a los fundadores sino a todo su entorno. Cuanto más fuertes y excepcionales son las cualidades carismáticas de los fundadores, más probable y potente será la crisis de la fraternidad y la solidaridad de las que surgió la comunidad. Las comunidades fundadas por líderes con pequeños talentos espirituales por lo general son poco innovadoras, pero siguen siendo las más fraternas. Las que han nacido de grandes talentos espirituales atraen muchas más vocaciones, pero producen con mayor rapidez ideologías que desplazan la fraternidad originaria.

La segunda fase de la ideología, que sigue natural y lógicamente a la primera fase de la idealización del fundador, es la coincidencia entre el carisma que el fundador encarna y anuncia y su propia persona. Dado que siempre existe una relación, necesaria y especial, entre un carisma y la persona que lo encarna, es muy difícil que los fundadores de comunidades carismáticas y sobre todo sus seguidores, sean capaces de distinguir el ideal que proponen de la idealización ideológica de las personas carismáticas. La excedencia de la experiencia ideal con respecto a la persona carismática está compuesta por el carisma y por la ideología. Pero en la fase de fundación, la fuerza de la personalidad del líder cubre su ideología, que muchas veces se convierte incluso en un elemento esencial para el crecimiento y el desarrollo de la primera generación de la comunidad. También la comunidad, no sólo el fundador, desarrolla y potencia la ideología. La no intencionalidad y la buena fe de los fundadores y los seguidores hacen que todo el proceso sea aún más complicado. Pero cuando se pasa de la primera a la segunda y siguientes generaciones, es esencial identificar y distinguir el carisma originario de la ideología que produce. Si no se intenta esta delicadísima operación quirúrgica y no se corona con éxito, la ideología bloquea el desarrollo futuro del carisma y muchas veces decreta su fin.

Las crisis de las comunidades ideales están producidas por la ideología, no por el ideal. Por consiguiente, sólo pueden ser superadas por la eliminación de la ideología. Pero la ideología actúa primeramente haciéndonos incapaces de verla, porque se reviste de ideal.

Por esta razón las ideologías odian las crisis y las niegan radicalmente durante mucho tiempo, hasta que se hacen demasiado evidentes (cuando generalmente ya es demasiado tarde para intentar una cura). Una nota crucial de la ideología es la exclusión del horizonte de los eventos futuros de la misma posibilidad de la crisis o el declive. Todo es luz, pero buena parte de esta luminosidad global no es más que luz ideológica artificial (la verdadera realidad es siempre ambivalente). Así, cuando en la segunda o tercera generación la ideología del carisma pone en crisis al carisma, la comunidad no cuenta con las categorías necesarias para ver, leer, entender y superar la crisis. El primer paso para superar esta crisis es adquirir conciencia de que lo que está en crisis no es el mensaje originario de la comunidad (el carisma) sino la ideología que ha crecido a partir de él. Saber identificar la naturaleza ideológica de la crisis es muy difícil, precisamente porque la creación ideológica es intrínseca a la fase de la fundación y tiene que ver con algunas opciones, palabras y actitudes de los mismos fundadores. La cura requiere libertad de interpretación del carisma y de su ideología. Sin embargo, eso es precisamente lo que la ideología elimina cuando se desarrolla. Muchas comunidades carismáticas terminan simplemente así. Habrían podido salvarse si hubieran intentado penetrar con el bisturí en la carne viva, tratando de remover la ideología para salvar el carisma. 

Aquí se abren distintos escenarios, de los que está llena la historia de las religiones y de los movimientos de naturaleza ideal. Estos escenarios recuerdan algunas dimensiones que están presentes en los paradigmas de dos grandes ‘herejías’ cristológicas de los primeros siglos del cristianismo: el monofisismo y el pelagianismo.

El escenario ‘monofisita’ (cuando sólo se reconoce la naturaleza divina y se niega la humana) es el más sencillo y común: al no querer o al no lograr admitir también la dimensión humana y por consiguiente ideológica en la persona del fundador, no se distingue el ideal originario de su ideología y todo se convierte en carisma. De esta manera, todas las palabras, todas las acciones y todos los episodios de la figura histórica del líder carismático adquieren el mismo peso fundacional y la misma naturaleza. La ideología no se ve y la enfermedad se hace incurable porque crece sin que nos demos cuenta.

El otro escenario es el que nos recuerda mucho al pelagianismo, que fue el gran enemigo teológico de San Agustín. El espíritu de Pelagio vuelve cuando una parte de la comunidad empieza a pensar que puede ‘salvarse por sí sola’, imaginando una salida a la crisis desconectada de la figura histórica del fundador y de su carisma originario. Se vislumbra una salvación sin ‘salvador’. Frente al malestar que nace de la incapacidad de liberar al carisma de su ideología, se interpreta la crisis como crisis del carisma y por consiguiente de la figura del fundador (no de su ideología). Al fundador se le aparta o se le usa como una vaga y lejana referencia ética y simbólica, perdiendo contacto con su persona concreta e histórica. En estos casos, la comunidad/movimiento también puede seguir viviendo pero se convierte en algo sustancialmente distinto de la primera comunidad.

En cambio, las comunidades que logran crecer en el tiempo sin caer en las nuevas versiones de estas dos ‘herejías’, entran con confianza en el corazón de la experiencia histórica de la fundación, del fundador o de su mito, asumiendo todo el riesgo que comporta una operación tan delicada como esa. Quieren hacerlo porque, en un momento determinado, muchas veces debido a la intervención de auténticos ‘reformadores’, entienden que no hay otro escenario si quieren seguir viviendo.

Las comunidades ideales y carismáticas permanecen vivas en el tiempo si cada generación tiene el valor de intentar que renazca el ideal de las cenizas de su ideología. Pero antes deben conseguir verla, entenderla, acogerla, amarla y pedirle que muera.

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