Respetar a los jóvenes

Respetar a los jóvenes

Comentario - Reinventar la vida adulta

por Luigino Bruni

publicado e Avvenire el 12/08/2012

logo_avvenire Si comparamos el espectáculo de las Olimpiadas con los datos sobre el desempleo juvenil, inmediatamente nos daremos cuenta de que a nuestra sociedad le gusta la juventud, pero no los jóvenes. Y mientras aprecia cada vez más los valores asociados a la juventud, a la salud y a la forma física, cada vez comprende menos, incluso despreciándolos, los muchos valores que tiene la vejez, a la que trata de eclipsar a toda costa, alejándola de un horizonte que con ello se ve empobrecido y entristecido. Una civilización que no valora a los ancianos y no sabe envejecer es tan estúpida como la que no comprende ni valora a los verdaderos jóvenes. Nuestra sociedad es la primera que está sumando estas dos insensateces. Que nuestra cultura no ama a los jóvenes se ve por cómo les trata en el mundo del trabajo, en las instituciones y en los partidos políticos, donde los jóvenes están cada vez más ausentes y se les mantiene a distancia.

Esta es la paradoja de un mundo adulto que quisiera ser siempre joven y de unos jóvenes que no consiguen convertirse en adultos, dando lugar a una patología social que complica la vida de los adultos y de los jóvenes. Mi madre no vivió el 68, aunque por entonces tenía 25 años, porque en la campiña de Las Marcas todavía no existía la juventud. Es cierto que existía la edad biológica correspondiente, en la que los jóvenes se enamoraban y soñaban; pero no existía esa especie de categoría o grupo social que hoy llamamos "juventud". En cierto sentido, la “juventud” la inventaron el rock, los Beatles y el 68. Antes, con el matrimonio y con el servicio militar, se pasaba directamente de muchachos a adultos. La juventud ha sido una de las más grandes invenciones sociales de la historia, que ha cambiado la sociedad, la política y la economía. Hoy, sin embargo, es urgente reinventar la vida adulta, porque una persona no se hace plenamente adulta hasta que no trabaja de verdad, hasta que no comienza efectivamente la edad de la responsabilidad, comprendida esa alta forma de responsabilidad individual y social que se asume con el matrimonio. Pero un trabajo que llega tarde, y que – si llega – es demasiadas veces inseguro, fragmentario, precario y frágil, no hace otra cosa que alimentar artificialmente y prolongar la juventud más allá de su horizonte biológico. Todo ello causa una pérdida importante para la economía y las instituciones: la falta de la energía vital y moral fundamental que proviene de los jóvenes, a quienes les resulta demasiado accidentado y peligroso el proceso fundamental que debería conducir con rapidez del estudio al trabajo de verdad.

No es sencillo salir de esta trampa colectiva de nuestra época. Ante todo debemos verla y, después, reflexionar más, adultos y jóvenes juntos, a todos los niveles. Es necesario repensar profundamente el sentido del trabajo y lo que para un joven significa hoy trabajar. Hay que cambiar dos tradiciones consolidadas. La primera está muy enraizada y es la convicción de que cuando un joven decide qué estudios emprender debería preguntarse qué necesita el mercado de trabajo y actuar en consecuencia. Esta práctica de sentido común, que a lo mejor funcionaba en un mundo más estático y tradicional, está perdiendo poco a poco relevancia efectiva, aunque a las empresas y a las familias nos cueste darnos cuenta de ello. La probabilidad de que exista una correlación significativa entre mi elección de hoy y el trabajo que tendré dentro de 5-7 años es cada vez más baja, por la sencilla razón de que en ese lapso de tiempo el mundo económico habrá cambiado demasiado velozmente y yo también. Cuando un amigo me pregunta cuál es la mejor facultad para su hijo, le respondo con una convicción cada vez mayor: «La que más le guste, la que más le atraiga; y si tu hijo/a todavía no lo sabe, dedícale más tiempo, escúchale, escúchala, y sobre todo invítale a escucharse con más atención y más profundidad. Y después, cualquiera que sea su elección, lo único importante de verdad es que estudie bien y con seriedad». No se puede decidir emprender una profesión solamente, o sobre todo, porque a lo mejor el mercado dentro de algunos tiene necesidad de algo, Cuando pensamos y actuamos así acabamos por parecernos sin querer a los siervos, cuando no a los esclavos. La búsqueda genuina de la propia vocación en la vida y en el trabajo es la búsqueda más importante de toda la existencia.

Pero aquí es donde hay que introducir el segundo cambio cultural que completa lo que hemos dicho antes y que se refiere a la relación que debemos aprender a tener con los estudios y con los títulos. Un consejo que deberíamos dar a un recién graduado, sobre todo en estos tiempos de crisis, es el siguiente: «No dejes que el título que acabas de conseguir se convierta en un obstáculo. Considera lo que has estudiado sobre todo como una inversión en ti mismo, que te será muy útil para tu libertad y tu felicidad, pero no dejes que se convierta en una pretensión para aceptar sólo los trabajos que consideres adecuados. Si logras encontrar pronto el trabajo que sientes como tuyo y para el cual has estudiado, bien; pero si no lo encuentras de inmediato, acepta cualquier trabajo que sea útil para la sociedad y para quien te paga; pero mientras trabajas con seriedad y esfuerzo, no dejes de cultivar tus esperanzas profundas, tus sueños, tu daimon».

El "mercado de trabajo" del mañana cada vez estará menos ligado a los títulos académicos y más a nuestra capacidad de responder y adelantarnos a las necesidades y a los gustos de los demás, demostrando a nuestros interlocutores que, aquí y ahora, tenemos algo valioso y útil para intercambiar con ellos, en relaciones de mutuo provecho, dignidad y reciprocidad.

Pronto tendremos jardineros humanistas, artesanos con un doctorado y empresarios filósofos y los años de estudio y los títulos serán sobre todo inversiones en libertad, oportunidades y cultura, y cada vez estarán menos asociados al "papel" y al puesto de trabajo. Estas transformaciones son muy profundas y complejas, y no debemos dejar solos a los jóvenes a la hora de cruzar este vado. En caso contrario, nos seguirá gustando la juventud, pero haremos muy difícil el presente y el futuro de nuestros jóvenes.

 


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