Olivetti, una historia italiana que hay que entender para volver a empezar

Olivetti, una historia italiana que hay que entender para volver a empezar

Las raíces, la intuición y la lección actual de la «empresa civil»

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 29/10/2013

logo avvenireA Italia le falta desde hace demasiado tiempo un código simbólico e ideal compartido capaz de reconstituir una unidad civil, ideal y espiritual en la que basar un nuevo desarrollo, también económico. Hace demasiado tiempo que las historias colectivas que contamos, incluidas las historias políticas, han dejado de convencernos. Son demasiado frágiles, superficiales, miopes y carentes de carga simbólica, porque les falta el soplo vital que es capaz de reanimar los huesos que pueblan los modernos pero áridos valles de nuestra vida civil y económica.

Y sin embargo a Italia no le faltan historias, narrativas ni mitos, grandes, populares y cargados de símbolos vitales (adjetivos de todas las historias capaces de generar resurrección) y por tanto capaces de futuro. La aventura humana, económica, espiritual e industrial de Adriano Olivetti (a la que Rai1 dedica, entre ayer y hoy, una mini-serie de dos capítulos) es una de ellas.

Olivetti no es una gloriosa excepción en una historia económica italiana distinta, ni tampoco un héroe o un caballero solitario. Muy al contrario, fue una expresión del mejor genio italiano. Nos mostró que la empresa puede ser al mismo tiempo solidaria y situarse en la frontera de la innovación tecnológica, puede ser líder mundial y estar radicada en un territorio y en una comunidad, puede ser de gran tamaño y estar centrada en las personas, puede ser un laboratorio intelectual y hablar en dialecto, puede incluir a los pobres y generar muchos beneficios. La tradición económica italiana a la que algunos llamamos Economía Civil, fue excelente y un faro para el mundo entero, al saber conjugar estos elementos que el capitalismo actual, incluso el nuestro, tiende a contraponer deliberada y sistemáticamente.

Efectivamente, en estas últimas décadas hemos dado vida a un sistema económico y social dicotómico y separado, es decir, literalmente dia-bólico. Y así hoy tenemos grandes empresas que ven al territorio y a sus instancias como una amenaza para su propia eficiencia (y se deslocalizan), mientras que la economía social se ve relegada, muchas veces segregada, al mundo de “lo pequeño es hermoso”. En las grandes empresas ya no se habla en dialecto, ni tampoco en inglés auténtico ni en italiano, porque se han perdido las lenguas vitales antiguas, las de la economía campesina y artesana y no hay tiempo ni cultura para aprender (bien) otras.

Finalmente, aunque podríamos añadir muchas más cosas, quienes trabajan en los sectores de la gran innovación tecnológica (y son muchos, también en Italia) no tienen ningún contacto con quienes trabajan en el ámbito social y tienen que enfrentarse a la pobreza. Eso es exactamente lo contrario a lo que hizo, pensó, vivió y soñó Adriano Olivetti, junto con los demás empresarios civiles de su generación, que la gravemente herida Italia de la posguerra, fue capaz de generar.

Hay muchas y complejas razones (todavía poco exploradas) para explicar por qué la economía italiana traicionó el paradigma de Olivetti. Las vicisitudes de la empresa Olivetti después de Adriano jugaron sin duda un papel importante. Pero a la Italia de las últimas décadas le ha faltado también capacidad cultural y de pensamiento para concebir y reconstruir una vía civil a la empresa y a la economía. Las ideologías de derecha y de izquierda han sido culturalmente incapaces de entender que detrás del experimento de Adriano Olivetti se escondía algo de extrema importancia para Italia: la posibilidad de idear y poner en práctica una economía de mercado que no fuera la capitalista que se estaba consolidando en los Estados Unidos ni tampoco la colectivista rusa, ni la sueca, ni la japonesa, ni la alemana.

La economía de Olivetti era sencillamente la economía italiana, es decir, la heredera de la economía de los Comunes, del Humanismo Civil, de los artesanos artistas, de los cooperadores… La “tercera vía” de Olivetti era demasiado italiana para ser reconocida por los italianos, porque ponía a producir en plena post-modernidad los rasgos más típicos y mejores de nuestra vocación: creatividad, inteligencia, comunidad, relaciones, territorios. Un “espíritu del capitalismo” italiano y europeo, distinto del americano que estaba ya dominando el mundo, donde lo social empieza fuera de las puertas de la empresa y el empresario crea una fundación filantrópica “para” los pobres. El capitalismo de Olivetti se ocupaba de lo social y de los pobres durante la actividad de la empresa. La inclusión productiva es una de las palabras clave del humanismo olivettiano, una palabra hoy casi inexplorada.

Así, el capitalismo italiano después de Olivetti se perdió. Una parte de él se apropió del alma social y solidaria (la que hoy llamamos economía non-profit o tercer sector, expresiones ajenas a nuestra historia) y los empresarios industriales se convirtieron con demasiada frecuencia en pálidas imitaciones, a veces caricaturas, de sus colegas de ultramar, porque carecían de las virtudes calvinistas esenciales para hacer funcionar, a su manera, ese capitalismo distinto. Tal vez hayan pasado ya demasiados años desde la prematura muerte, en el lejano 1960, de Adriano.

Demasiados años como para pretender retomar hoy el hilo de un discurso económico y civil interrumpido, que llegó vivo a lo largo de los siglos desde los mercaderes medievales hasta Ivrea. Nuestra historia es la que conocemos y no la que imaginó y realizó Adriano. Pero un pueblo puede salir del desierto si sabe mantener viva la memoria, recordar y reconocer antes que nada la existencia y la enseñanza de sus patriarcas. Aunque la historia no va hacia atrás, siempre podemos corregir o invertir la ruta.


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