A Europa le falta espíritu

A Europa le falta espíritu

Comentario – Mercaderes y monjes: la lección del pasado para la crisis de hoy

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 10/06/2012

logo_avvenireA Europa le falta un proyecto grande porque le falta espíritu. Cuando nació la primera comunidad europea, después de la segunda guerra mundial, las tragedias y el enorme dolor que acompañaron y precedieron a las dos guerras mundiales habían creado las precondiciones ideales y espirituales para poder concebir y después intentar hacer realidad una tierra común de paz y prosperidad. Aquel gran proyecto europeo hoy se está alejando cada vez más de nuestro horizonte. Para entender por qué, hoy debemos hacer el ejercicio, muy difícil, de liberarnos de las crónicas cotidianas y de la lógica del corto plazo, para volver al origen y así comprender hoy nuestra naturaleza, nuestra vocación y nuestro destino. Quienes hicieron Europa fueron sobre todo los mercaderes y los monjes y la hicieron juntos. Los mercaderes, las grandes ferias, los intercambios y los tratados comerciales medievales no hubieran dado lugar a ninguna idea de Europa sin la acción conjunta, complementaria y coesencial de los monjes y, después, de Francisco y Domingo.

El cristianismo y sus carismas (que heredaron, reelaborándola, una parte de la cultura clásica y judía) facilitaron el soplo vital y el respiro que generó y nutrió a Europa, incluyendo su economía de mercado, su sistema de bienestar (que fue inventado por los carismas religiosos, no por el Estado) y sus bancos.

En la modernidad, a este espíritu cristiano se le añadieron, en parte como brotes suyos, otras tradiciones ideales, que siguieron nutriendo y desarrollando Europa y su civilización. El nuevo proyecto europeo de la posguerra tenía raíces muy profundas: católica, socialista y liberal, tres tradiciones que aparecen, aunque en distinta proporción, en la visión económico-social en la que se apoya la Constitución italiana, que nació a la vez que el proyecto europeo y que no debe ser interpretada sin él.

Este espíritu, uno y triple, de la economía europea, fue capaz de alimentarla y vivificarla, haciéndole alcanzar resultados extraordinarios. Europa hoy está en crisis, pero no sólo por la falta de una política fiscal común y por la deuda pública, sino sobre todo por la caída de estas tres tradiciones ideales que alimentaron su espíritu durante siglos. Tradiciones que siguen vivas en el subsuelo, aunque con distinta vitalidad, pero las faldas han perdido contacto con sus canales y acuíferos y ya no sacian la sed de la tierra ni de sus habitantes. Su espíritu original es cada vez más débil y no se ven aparecer por el horizonte otros “espíritus” capaces de desempeñar la misma función vital y vivificante.

La gestión de la crisis griega es un claro signo de que el espíritu europeo es demasiado débil. Pero, como nos enseñó hace cien años MaxWeber y hoy Luc Boltanski y Mauro Magatti, también la economía de mercado moderna y postmoderna tienen una necesidad esencial de un espíritu para poder vivir y crecer. El espíritu, como nos recuerda la cultura bíblica, es el soplo vital, es lo que nos hace vivir y lo que nos dice que seguimos vivos. Por eso, cuando una cultura pierde su espíritu, su desarrollo cívico y económico se interrumpe. La carestía de espíritu es hoy la primera forma de miseria que está bloqueando Europa, apagando en sus ciudadanos el sueño y la idea misma de Europa. Hoy a Europa hoy le faltan sobre todo “nuevos monjes” y “nuevos monasterios”; le falta orar para recrear las precondiciones del trabajar. Y al faltar monjes y espíritu, el vacío dejado por ellos en el alma de las personas y de los pueblos (que hoy no son menos animales espirituales que ayer), lo llenan los magos, los horóscopos, los juegos y las apuestas; es decir la nada, pero no la nada de Juan de la Cruz, sino la nada mortal del vacío.

Sin embargo, estoy convencido de que estos nuevos monjes y monasterios existen, conozco muchos de ellos, pero ya no somos capaces de verlos ni escucharlos colectiva y políticamente, buscándolos en los lugares tradicionales (muchos monasterios y conventos siguen vivificando hoy como ayer el mundo y la vida civil) y en los muchos lugares nuevos que, desde abajo, generan y regeneran cada día también la vida civil y económica.

Nunca hubiéramos salido de la gran crisis que marcó la caída del imperio romano sin el monacato, que transformó aquella gran herida en bendición. Europa no saldrá fortalecida de esta gran crisis sin una nueva etapa espiritual, si no es capaz de encontrar ese espíritu que ayer la fundó y hoy puede refundarla: «Pero esta vez los bárbaros no esperan al otro lado de las fronteras; hace tiempo que nos gobiernan. No estamos esperando a Godot, sino a un nuevo San Benito›› (A. Mclntyre).

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