Dios también se sorprende

Dios también se sorprende

El misterio revelado/17 – El Señor es el primer garante de la verdad y la libertad de la historia humana. 

Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 24/07/2022

«“Los humildes heredarán la tierra y gozarán el placer de mucha paz”. Interpretación: La asamblea de los pobres que aceptan el tiempo determinado de la aflicción será liberada de todos los peligros».

Escritos de Qumran, Comentario al Salmo 37

La relación entre religión, historia y libre arbitrio es uno de los grandes temas de la fe y de la cultura en el undécimo capítulo del libro de Daniel, donde también nos aguardan pasajes inesperados.

Si la partitura de la historia estuviera ya escrita en el cielo y nosotros fuéramos simples ejecutores, o si esta partitura no fuera al menos de jazz, donde los intérpretes desempeñan un papel libre y creativo, el mundo sería un espectáculo en el que todos nos pareceríamos al joven Truman. Y Dios, creador de nuestro escenario, pasaría el tiempo viendo una obra teatral idéntica a la que ha escrito. Fingidos serían también el sí de Abraham y de Jeremías, la escena del monte Moria, la justicia de Noé y la lealtad de José el egipcio. Falso sería el pecado de David con Urías, falsa la vigilia de Rispá sobre el cuerpo de sus hijos y falso su dolor. Ficción serían los arrepentimientos de Dios. Y simple teatro el abandono del crucificado en el Gólgota y de todos sus hermanos y hermanas crucificados. Dios no se sorprendería nunca. No le dirían nada la lealtad de Daniel y de sus amigos, nuestras lealtades silenciosas ni nuestras infidelidades, ni siquiera la de Judas. Y los millones de años de vida en la tierra y los milenios de historia humana no añadirían ni una coma al libro de la verdad guardado en el seno de Dios. Todo sería tremendamente aburrido. Nosotros no seríamos libres y nuestras acciones no tendrían ningún valor ético. Y el primer aburrido sería Dios. 

«Yo te comunicaré lo que está escrito en el libro de la verdad» (Daniel 10,21). El “libro de la verdad” es una expresión común en la literatura apocalíptica judía y, con distintas expresiones, en el resto de la literatura mítica medio oriental. En el libro de Daniel, el pasado y el futuro se entrelazan, porque los acontecimientos que en el texto aparecen como profecía y futuro (y por tanto escritos con el tiempo verbal en futuro), para el autor que escribe el libro son ya crónica – no olvidemos que las historias de Daniel están ambientadas en el siglo IV a.C. mientras que su autor escribe el siglo II. Pero su ficción narrativa se basa en una visión teológica: la historia humana ya está escrita en el “libro de la verdad” que se encuentra ante Dios. Nosotros descubrimos esta historia mientras la vivimos. Los profetas prevén algunos de sus pasajes, pero su proceso consiste en el descubrimiento de lo que ya ha sido decidido y no puede ser de otra manera.

Esta extraña teología de la predestinación ha tenido influencia en la historia europea. En primer lugar, porque la idea arcaica del destino nunca ha salido de la piedad popular. Es una clave de lectura sencilla, que todos entienden y sirve para consolar o aliviar muchos dolores inconsolables (“era su destino” … “estaba destinado”). El consuelo en las desventuras es una necesidad primaria de los seres humanos, tal vez un derecho fundamental, tan fundamental que llegamos a producir muchos consuelos falsos con tal de no morir. El gran sociólogo Max Weber nos ha enseñado que sin la versión calvinista de la teología de la predestinación no habríamos conocido este capitalismo, o habría sido distinto. La angustia, según él, de poder estar entre los predestinados al infierno y la certeza teológica de que las buenas obras no pueden cambiar nada de lo que ya está escrito en el “libro de la verdad”, hicieron interpretar el éxito en los negocios como una señal de que el propio nombre se encontraba entre los elegidos: un concepto que hoy ha vuelto a ser popular gracias al llamado “evangelio de la prosperidad”. La Biblia es mucho más que una religión: es historia, cultura y raíz donde se encuentra el “cerebro” de nuestro árbol. Pero para entenderlo y sacar consecuencias (por ejemplo, estudiándola en la escuela como gran literatura) hace falta una verdadera laicidad que no existe.

Así pues, no debemos tomarnos demasiado en serio la doctrina del “libro de la verdad” contenida en el libro de Daniel, porque si lo hacemos acabaremos negando las partes más hermosas del mismo libro. Antes bien, debemos leerlo como un dispositivo narrativo hijo de la religión de su tiempo, ciertamente, pero que en todo caso nos quiere decir algo importante: la historia humana no está en manos del dominio de la casualidad ni del caos. Hay un hilo dorado de amor que guía los acontecimientos, pensado y querido para nuestra salvación. Las vicisitudes humanas están sostenidas en la palma de la mano de la Providencia. Nosotros sabemos hoy que Dios escribe el “libro de la verdad” junto con nosotros, y lo escribe mientras se desarrolla nuestra vida (ni antes ni después), porque Dios es el primer garante de la verdad de la historia humana, el primer centinela de nuestra libertad no fingida.

El capítulo 11 del libro de Daniel repasa las hojas de ese libro escrito en los cielos, y comienza a leernos los acontecimientos que desde el final del imperio babilónico llegan hasta los “romanos” (11,30), repitiendo, en forma de crónica, las historias que ya nos había contado en los primeros capítulos con el lenguaje de las visiones y de los símbolos (estatua de metales y fieras). No es difícil comprender el efecto que estos pasajes han ejercido durante muchos siglos en los hebreos y en los cristianos, que leían esta narración histórica como una profecía y una previsión perfecta de los acontecimientos futuros. Esta ignorancia y esta ingenuidad también han contribuido al esplendor de Europa, de nuestro arte y nuestra literatura, y han dado a nuestros abuelos sueños hermosos, ciertamente más hermosos que nuestros sueños desencantados y sin colores.

Es interesante notar cómo nos presenta a Alejandro Magno la escuela de escribas que compuso el libro de Daniel (11,3-5). La historia oficial lo presenta como un difusor de la gran cultura griega por buena parte del mundo conocido (Aristóteles fue su preceptor), creando la koiné que, entre otras cosas, siglos después favoreció también el desarrollo del cristianismo. Sin embargo, para Daniel en aquella dominación no había nada bueno. En la Biblia Alejandro no es más que un dominador sediento de poder. Quien domina y expande su imperio a veces puede estar movido (en parte) por la convicción de que tiene el deber de exportar valores y civilización, pero para los pueblos ocupados solo hay opresión, violencia y voluntad de poder. Entonces, la Biblia es también un gran ejercicio ético de historia escrita por los vencidos. Es el mundo visto desde la perspectiva de las víctimas – son los adolescentes quienes deberían juzgar hoy los éxitos del imperio capitalista, y tal vez donde nosotros vemos progreso ellos vean ante todo un planeta devastado y un horizonte de futuro aminorado –. A lo largo de los siglos, los libros bíblicos se han convertido en textos de minorías proféticas amenazadas, en libros sagrados con los que iniciar una liberación.

También la escritura del libro de Daniel, compuesto o terminado en alguna cueva donde grupos de judíos fieles se refugiaban durante la persecución de Antíoco IV Epífanes, fue un ejercicio de resistencia espiritual y civil con respecto a un imperio que quería eliminarlos o asimilarlos a la gran cultura griega. A lo largo de la historia, otras comunidades lo han retomado tratando de resistir y no morir frente a los nuevos imperios – quizá también en estos días, en Ucrania, Myanmar, Nigeria o Palestina nuevas comunidades humanas estén encontrando en las páginas de Daniel palabras para seguir esperando y creyendo en una salvación –.

En efecto, hacia el final del relato de los acontecimientos “pasados” – las guerras y las alianzas entre helenistas (Seléucidas) y egipcios (Tolomeos) – el autor del libro describe su presente histórico, y aquí encontramos una referencia a la misma comunidad que está escribiendo esas páginas, y por tanto al conflicto interno entre los hebreos que colaboran con los griegos y los que intentan, entre persecuciones, permanecer fieles: «A los violadores de la alianza [Antíoco IV] los corromperá con halagos … Los maestros del pueblo instruirán a la multitud; mas sucumbirán bajo la espada y la llama, la cautividad y la expoliación, durante algún tiempo … Entre los maestros sucumbirán algunos, para que entre ellos haya quienes sean purgados, lavados y blanqueados, hasta el tiempo del fin» (11,32-35).

Los escritores de libros saben que las páginas más difíciles son aquellas donde el autor irrumpe en escena, convirtiéndose en un personaje entre sus personajes. Raramente se trata de páginas felices, por su falta de ligereza. Los libros más grandes son aquellos donde el autor entra en las páginas que escribe y nosotros, sus lectores, le pedimos que no las deje: como en algunas obras maestras del renacimiento italiano, donde la presencia del rosto del pintor en algún detalle solo aumenta su esplendor.

Para terminar, dentro de la larga narración de siglos de luchas e intrigas políticas de hombres encontramos a dos mujeres, dos reinas que en Daniel permanecen en el anonimato. La primera es la egipcia Berenice (282-246 a.C.), que fue dada en matrimonio por su padre Tolomeo II a Antíoco II (griego). Antíoco repudió a su mujer Laodice, pero a la muerte de Tolomeo, Antíoco volvió a tomarla consigo y repudió a Berenice. Posteriormente Laodice hizo matar tanto a Antíoco como a Berenice junto con su niño: «No subsistirá ella ni su descendencia y será condenada a muerte» (11,6). La segunda es Cleopatra (215-176 a.C.), a la que no hay que confundir con otra Cleopatra más famosa, amante de Marco Antonio. Esta era la hija de Antíoco III, dada en matrimonio al egipcio Tolomeo V, esperando «arruinarlo» a través de su hija. Pero, continúa Daniel, «esto no se logrará ni resultará así» (11,17).

Otras dos mujeres escondidas en la Biblia, dos mujeres anónimas a las que he querido poner nombre. La primera, como muchas otras mujeres, es usada como mercancía de intercambio político, víctima de intrigas cortesanas. La enésima mujer víctima, el papel femenino dominante en la Biblia. No saldremos inocentes de la lectura de la Biblia si no nos detenemos ante estas víctimas como ante una lápida. La segunda, por su parte, nos revela otro elemento que encontramos a menudo cuando las mujeres entran en la Biblia. Esto no se logrará ni resultará así: Efectivamente, Cleopatra fue leal a su nueva familia egipcia e hizo saltar los planes políticos. Esta mujer no ejecutó la partitura que el padre había escrito para ella, superó el pequeño recinto de libertad que los varones de su sociedad habían preparado para ella, su casa ética fue más grande que su oikos natural. Como Abigail, como la madre del niño resucitado por el profeta Eliseo, como Mical, la mujer de David, como María, como la mujer de Tecua, como las parteras de Egipto: «Las parteras temieron a Dios: no hicieron lo que les había ordenado el rey de Egipto y dejaron vivir a los niños» (Es 1,17).
Nunca ha sido fácil usar hombres como meros ejecutores de planes de muerte escritos por los poderosos, sencillamente porque somos materia ética, y por tanto la libertad siempre será una tentación que puede volverse invencible. Pero aún es más difícil usar a las mujeres, porque su alianza natural con la vida las protege de las maniobras de muerte. Muchas cosas siguen “sin lograrse ni resultan así” porque una mujer decide no ejecutar la partitura escrita para ella. Y así sorprende también a Dios.


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