Regenerar las virtudes

Punto crítico - Léxico para la vida buena en sociedad/7

por Luigino Bruni 

publicado en Avvenire el 10/11/2013

logo_avvenire Hay una ley económica y social tan importante como olvidada. Es la que Luigi Einaudi llamaba “Teoría del punto crítico”, que él definió “fundamental para la ciencia, tanto económica como política” (Lecciones de política social, 1944), y que atribuía a su paisano Emanuele Sella (un economista y poeta que escribió también un tratado de economía “trinitaria”). La idea es que existe un umbral invisible pero real, un punto crítico a partir del cual un fenómeno positivo se convierte en negativo, cambiando de signo o de naturaleza. La ley del punto crítico podríamos aplicarla sin duda a las finanzas, pero también a los impuestos (que cuando superan un determinado umbral acaban por penalizar a los ciudadanos honrados que los siguen pagando).

Escribía Einaudi: “es razonable que todas las familias aspiren a tener una radio. Pero la radio puede convertirse en un instrumento perfecto para atontar a la humanidad. El paso de la radio que entretiene e instruye y hace olvidar los dolores a la radio que es causa de la imbecilidad humana es gradual”. Si cambiamos el objeto de la frase y en lugar de ‘radio’ (uno de los medios más creativos y críticos hoy) ponemos ‘televisión’, la lógica de su análisis se hace tremendamente actual y puede extenderse a todos los bienes de confort.

En las primeras fases del desarrollo, la disponibilidad de bienes que aumentan el confort es importante para el bienestar. Hay muchos ejemplos. Basta pensar en lo que ha representado la invención de la lavadora para el bienestar de nuestras abuelas y madres: aquel bien de confort se convirtió en un aliado de su bien y del bien de todos. O en la introducción de la televisión de pago que permitió ver los partidos cómodamente y sin riesgos al calor del hogar. Algo parecido ocurrió después con la llegada de las redes sociales, los teléfonos móviles, los cómodos automóviles o las grandes casas. Pero ya hay muchos estudios que afirman que los efectos de los bienes de confort sobre el bienestar cambian de signo o de naturaleza cuando se supera un punto crítico. Los alimentos precocinados son muy útiles cuando se nos hace tarde y no tenemos más que veinte minutos para preparar la cena; pero si llegan a convertirse en el único alimento que hay en el frigorífico y nos impiden la alegría de preparar una comida (sana), mejor si es juntos, probablemente la calidad de nuestra vida empeorará. Está muy bien pasar un poco de tiempo en facebook, sobre todo si es para chatear con los amigos que conocemos off-line. Pero si dedicamos seis u ocho horas diarias a Internet, el efecto de los nuevos medios sobre el bienestar cambia radicalmente. Y si el consumo de fútbol en el sofá de casa creciera hasta el punto de que los campos de fútbol se quedaran vacíos, el bienestar que obtendríamos de ver en televisión un partido jugado con las gradas medio vacías sería bien poca cosa y conduciría al final de este deporte (y de este mercado).

La pregunta crucial es: ¿Por qué caemos en estas trampas y no nos detenemos antes de superar el ‘punto crítico’? Hay muchas razones. La primera nos la indica el mismo Einaudi: la gradualidad. El punto de cambio se supera poco a poco y sin que nos demos cuenta (o nos damos cuenta demasiado tarde). La segunda explicación se llama “prominencia”: tenemos una fuerte tendencia a fijarnos más en los bienes de confort y menos en los relacionales y civiles. En el cálculo del peso relativo que los distintos tipos de bienes tienen para nuestra felicidad, sobreestimamos las mercancías y subestimamos los bienes que no son de mercado, que son más ordinarios y cotidianos (pensemos en las relaciones de familia o en la democracia) y menos visibles, menos prominentes, hasta que nos damos cuenta de su valor y de su precio cuando los perdemos. Por último está nuestro mercado capitalista: existe toda una industria, cada vez más aguerrida, orientada racionalmente a vendernos bienes de confort, pero nadie paga por una publicidad que nos invite a invertir en bienes relacionales o en libertad. Interesante es a este respecto el “spot impossibile” (youtube) ideado por mi amigo y colega Stefano Bartolini.

El escrito de Einaudi toca otro ámbito: “Una sociedad de personas obedientes pronto se convierte en víctima del tirano o de funcionarios y mandarines. Lo que S. Benito, S. Francisco y otros grandes fundadores dieron a las órdenes monásticas se llamaba ‘regla’. Mientras los conventos fueron pobres, solo entraban en ellos los hombres dispuestos al sacrificio. Pero los conventos prosperaron, comenzaron a afluir donaciones de fieles y muchas personas deseaban donar sus bienes e incluso sus familias. Pero la riqueza engendra  corrupción. … Más o menos cien años después de la fundación, siempre se reproduce la misma situación”. Aquí la superación de un punto crítico produce la desnaturalización de un elemento bueno que con el tiempo se transforma en su contrario (sujeción, acumulación de riqueza…) Esta es una expresión de una antigua regla de oro: los comportamientos viciosos muchas veces no son más que primitivas virtudes pervertidas por haber querido salvar la forma y no la sustancia que las generó (el prudente ahorro convertido en avaricia o el justo beneficio evolucionado en renta parasitaria). Por ejemplo, la fidelidad incondicional a la letra del fundador de un movimiento cultural o espiritual, que en la primera generación es un elemento vital y esencial para el nacimiento y crecimiento de esa experiencia, en un momento determinado desencadena un mecanismo autodestructivo que impide la necesidad vital de renovación y de reforma, hasta llegar a la muerte en nombre de antiguas virtudes (fidelidad) transformadas gradualmente en vicios (inmovilismo). Los movimientos monacales franciscano o dominico siguen viviendo siglos después porque fueron capaces de generar muchos reformadores creativamente fieles.

Existen, en efecto, algunas previsiones que pueden adoptarse para evitar o por lo menos gestionar estas crisis, que a veces se convierten en auténticas ‘muertes por superación del punto crítico’. Una primera regla fundamental consiste en tomar conciencia individual y colectiva, cuando los tiempos son todavía felices, de que el punto crítico existe y que puede ser superado sin que nos demos cuenta. Saber que se puede caer con facilidad en esas trampas es el primer antídoto, sobre todo si se convierte en regla de gobierno y prudencia institucional. Pero todavía más importante es la presencia o la introducción de una cultura jubilar. En el pueblo de Israel, cada 50 años los bienes volvían a sus antiguos propietarios y las deudas se cancelaban. Si los movimientos y las comunidades nacidas de ideales se volvieran periódicamente pobres, desmovilizando y volviendo a poner en circulación los bienes acumulados durante décadas y se volvieran a poner “en camino”, allí encontrarían la fuerza profética que perdieron naturalmente con el paso del tiempo. Allí, en las periferias, encontrarían también a muchos que buscan los mismos ideales que ya no encuentran en los lugares de la vida ordinaria de su tiempo.

Para terminar, no es difícil darse cuenta de que en Occidente ya hemos sobrepasado algunos puntos críticos, probablemente sin darnos cuenta o sin escuchar a quienes nos lo decían a veces a gritos. A veces, cuando se supera el punto crítico, éste desaparece del horizonte visual de las civilizaciones y queda a sus espaldas. Lo hemos sobrepasado o estamos muy cerca de hacerlo, en el medio ambiente natural, en los capitales espirituales, en el uso del agua, en el consumo de suelo público, en muchos tejidos comunitarios, en el uso de los incentivos, los controles y la competencia, y en la capacidad de soportar la injusticia del mundo. Desde luego, hemos superado el punto crítico en la vida exterior (consumo, mercancías, técnica) y así nos parece normal nuestra gran carestía e incapacidad de interioridad, de meditación y de oración, en la que hemos caído gradualmente. La misma suerte ha corrido la inmunidad. La buena conquista moderna de espacios y momentos de vida privada inmunes a los poderosos y a los patrones, se ha transformado en un ‘cultura de la inmunidad’ donde no se abraza ni se toca, que está marchitándolo todo y a todos. Así una riada de soledad está inundando nuestras ciudades y nuestras vidas. Nos estamos acostumbrando a sufrir solos, a morir solos, a hacernos mayores solos, en habitaciones cerradas, vacías de personas amigas pero llenas de demonios que nos roban a nuestros hijos.

Hablar juntos de estos grandes temas civiles es un primer paso decisivo para adquirir conciencia y para no traspasar otros puntos críticos que asoman por el horizonte. Para detenernos e incluso retroceder. En algunos raros pero luminosos casos los pueblos han sido capaces de hacerlo.

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