No todo es mercancía

Capitales - Léxico para la vida buena en sociedad/6

por Luigino Bruni 

publicado en Avvenire el 03/11/2013 

logo_avvenire Está aumentando la pobreza “mala” y disminuyendo la “buena”. Nos estamos empobreciendo rápido y mal porque el deterioro de nuestros capitales civiles, educativos, relacionales, espirituales y públicos ha superado un punto crítico, desatando una reacción en cadena. Se trata de un declive capital. La pobreza que sabemos medir se manifiesta como una carestía de flujos (trabajo, renta), pero en realidad es la expresión de procesos “de capital” mucho más profundos y a largo plazo, que dependen poco de la crisis financiera del 2007-2008 o de la política alemana, que son nuestras habituales y ya empalagosas coartadas que eclipsan los verdaderos motivos de todas las cosas importantes que nos están ocurriendo.

Ya son muchos quienes denuncian que detrás de nuestra decadencia hay una carencia y un deterioro de capitales productivos, tecnológicos, medioambientales, estructurales e institucionales. Es completamente cierto. Pero no se dice que la crisis de estos capitales cruciales para el desarrollo económico es consecuencia, en su mayor parte, de haber consumido formas de capitales más fundamentales (morales, civiles, espirituales), que generaron economía, industria, civilización. La industria y antes las culturas agrícolas, marineras y artesanas de Europa, fueron generadas por todo un humanismo en un proceso que duró siglos, milenios.

Nuestra revolución económica y civil no surgió de la nada, sino que fue el florecimiento de un árbol secular, con raíces profundas y muy fecundas. No debemos olvidar que nuestras buenas clases empresariales fueron la evolución, de un modo nuevo y a más amplia escala, de decenas de millares de aparceros, campesinos y artesanos proto-empresarios. Como tampoco deberíamos olvidar otros elementos decisivos para nuestros “milagros” económicos y civiles: la enseñanza obligatoria, la emigración interior y un “consumo” enorme, casi infinito, de trabajo relacional y doméstico femenino no remunerado, que no entraba en los costes empresariales pero que ciertamente aumentaba los ingresos y los beneficios de las empresas. De vez en cuando deberíamos recordar que detrás de la “cuestión meridional”, que sigue abierta y a veces con rasgos trágicos (basta recordar los datos sobre el desempleo o el abandono escolar), hay decisiones políticas concretas relativas al tipo de capital en el que hay que invertir. Se pensó y se sigue pensado todavía hoy que eran cruciales los capitales industriales y financieros (la Cassa del Mezzogiorno), pero no hicimos lo suficiente para difundir en esas regiones las cooperativas o las cajas rurales. Llevar fábricas era sin duda una vía de civilización (aunque no residuos tóxicos, como se hizo después). Pero junto a esos capitales se debía haber realizado una gran acción política de desarrollo de la cultura y la praxis cooperativa, que hubiera permitido el desarrollo de capitales civiles. No creo que los sicilianos tengan una antropología distinta de los trentinos y que sean incapaces, por naturaleza cultural, de cooperar (o capaces únicamente de cooperaciones equivocadas). Siempre he pensado que mientras en los siglos XIX y XX los párrocos, políticos y sindicalistas del Trentino crearon cajas rurales, cooperativas y centrales cooperativas, sus colegas del Sur hacían otras cosas (con la complicidad de la política nacional), y sobre todo hacían que algunas de las grandes y luminosas figuras (como la de don Luigi Sturzo) se quedaran en estrellas claras de un alba que no llegó a convertirse en día.

Los flujos económicos nacen de los capitales morales y civiles, que después se convierten en capitales industriales y en trabajo, en renta y en riqueza. Intentemos imaginar cómo sería hoy Italia, y en cierto sentido toda la Europa del Sur, si en el siglo XX los grandes partidos, la política nacional y la misma Iglesia hubieran puesto su mayor empeño en Ia difusión capilar en el Sur del movimiento cooperativo en el consumo, en el crédito y en la agricultura, acompañado de programas escolares y de aprendizaje adecuados. En la historia sirven para poco los supuestos, pero sí que son útiles y mucho para el presente. Si nos recuperamos, la palanca de la recuperación estará apoyada en el Sur, donde yace mucha potencialidad, incluso económica, que no se ha expresado, demasiadas heridas civiles que esperan convertirse en bendiciones.

Hay otra forma decisiva de capital que se está deteriorando rápidamente. La economía de mercado del siglo XX estuvo generada por un gran patrimonio espiritual y ético hecho de millones de mujeres y hombres educados y acostumbrados al sufrimiento, al esfuerzo del trabajo, a las carestías de la vida y de la historia, y a las guerras; personas capaces de fortaleza y de resiliencia frente a las heridas buenas y malas. Una inmensa energía espiritual y civil que creció y maduró a lo largo de los siglos en un terreno fecundado por la piedad cristiana, la fe sencilla pero auténtica del pueblo y también por las ideologías, que muchas veces fueron capaces de ofrecer un horizonte más grande que la aspereza de lo cotidiano. Este “espíritu” popular estaba también dentro de nuestro capitalismo bueno. El capital espiritual de las personas y por tanto de las familias, las comunidades, las escuelas y las empresas, fue siempre la primera forma de riqueza de las naciones. Una persona o un pueblo pueden seguir viviendo sin implosionar durante las crisis, mientras cuenten con un capital espiritual del que alimentarse. No morirán mientras sepan ir a buscar en la noche dentro de su propia alma y la del mundo, algo o alguien a quien agarrarse para recomenzar. No es posible dar vida a una empresa, encontrar los recursos morales para aventurarse por un camino lleno de riesgos para uno mismo y para los demás, convivir con las incertidumbres, adversidades y desventuras de las que está hecha la vida empresarial, sin capitales espirituales personales y comunitarios. ¿Qué capitales espirituales, antiguos y nuevos, estamos dando y creando en las nuevas generaciones? ¿Estamos dotando a los jóvenes y a todos nosotros de recursos espirituales para las etapas cruciales de la existencia? Cuando miramos hacia dentro ¿encontramos algo que nos haga levantar la mirada? Si no encontramos una nueva-antigua fundación espiritual del Occidente, la depresión será la peste del siglo XXI. Los signos de fragilidad de la generación actual de jóvenes-adultos dice mucho, solo que deberíamos escuchar más.

Así pues, es una exigencia primaria del bien común conseguir dar vida a una nueva era de alfabetización espiritual de las masas, con todos los medios (incluida la web) y en todos los lugares (incluidos los mercados, las plazas, las empresas). La demanda de este “bien”, todavía en buena parte latente y en potencia, es inmensa. Pero hay que saber reconocerla precisamente en el vacío de espiritualidad que (parece) dominar nuestra era. Hacer como aquel fabricante de zapatos que ante el informe desconsolado del agente enviado a un país lejano (“aquí van todos descalzos”), exclamó: “Se nos abre un mercado enorme". Estamos en un momento decisivo, de cambio de era: si la demanda de bienes espirituales no encuentra una nueva “oferta” en las grandes y milenarias tradiciones religiosas que cuentan con patrimonios fecundos capaces de producir nuevos bienes espirituales y expresarlos hoy con nuevos lenguajes vitales y comprensibles, será el mercado quien ofrecerá y venderá espiritualidad, transformándola en mercancía (ya está sucediendo, no hay más que ver la proliferación de canallas sectarios que buscan el lucro). Y el remedio será peor que la enfermedad.

Debemos invertir en capitales espirituales y morales y hacer un mantenimiento extraordinario de lo que nos queda. Lo sabía bien nuestro Antonio Genovesi, cuyo mensaje civil de esperanza para Italia y para Europa será celebrado el próximo 14 de noviembre en el Instituto Lombardo: "Hay canales de comunicación físicos y morales. Los caminos firmes, fáciles y seguros; los ríos y hondonadas que cruzar; las máquinas tractoras… son los primeros. Pero hacen falta canales morales. Si el más hermoso, firme y amplio camino, como la vía Appia o la vía Valeria, está infectado por el MIEDO, la ESCLAVITUD, la RABIA, la INJUSTICIA, la PENITENCIA y la MISERIA, por él no veréis ni siquiera a las fieras".

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