La hija más linda de la gratuidad

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Raíces de futuro/11 - Dos mundos equivocados: el País de los Juguetes y la Isla de las Abejas Industriosas. 

Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 13/11/2022

"El niño es un artista, es un enamorado de la vida. ¡Y ay de los enamorados que murmuran contra el objeto de su amor, ay de los que muestran los aspectos menos bellos y más crueles!"

Vincenzina Battistelli, La moderna letteratura per l’infanzia, 1925

Termina la reflexión sobre Pinocho, con la revelación de que un pueblo no es suficiente para criar a un niño: se necesita todo el universo. Y se termina esta serie de artículos, con un discurso sobre el trabajo de los niños y la reciprocidad.

Uno de los muchos dones exclusivos de la infancia y la niñez es la capacidad de relacionarse, que supera la nuestra. Los niños son capaces de conversar con los insectos, los pájaros, los árboles. Es como si en el paquete con el que llegan a la tierra hubiera también una mirada y un oído diferentes, más profundos para ver las cosas y entender los lenguajes que luego se desvanecen de adultos. Son tal vez los sonidos y las palabras de Adán antes de Caín, voces e imágenes de esa tierra prometida que vislumbramos de niños y que luego olvidamos, pero con la que todavía soñamos algunas noches -y el sueño nos encanta-. Ahí está la raíz de la verdadera reciprocidad entre adultos y chicos. Tienen algo menos que nosotros, pero también tienen algo de más, que, si sabemos reconocerlo, nos protege del paternalismo equivocado y crea uno de los espectáculos más bellos bajo el sol: la auténtica fraternidad entre grandes y pequeños. Francisco de Asís fue capaz de sentir esta fraternidad con todas las criaturas vivas porque, por un loco amor al Evangelio, había conseguido por gracia volver a ser niño. Los amigos de Francisco quieren mucho a Pinocho, porque en él ven algo del "juglar de Dios", de esa libertad que sólo los niños (naturales o evangélicos) poseen.  

Pinocho habla con mirlos y luciérnagas, con grillos y peces. Entre sus experiencias decisivas de reciprocidad están las que vivió con la paloma que lo lleva a cuestas durante mil kilómetros, o con el atún que lo rescata en el mar. El perro mastín Alidoro, salvado por Pinocho cuando estaba en peligro de ahogarse, le revela un precioso secreto: 'En este mundo lo que se hace se devuelve'. Es la ley de oro fundamental de la vida, la reciprocidad, y es un perro el que se la revela, para después poder vivirla: cuando Pinocho estaba a punto de ser freído en la sartén del pescador verde (capítulo XXVIII), es Alidoro quien lo "muerde" y lo salva. Pinocho nos dice que un pueblo no es suficiente para criar a un niño: se necesita todo el universo. La sociedad en la que nació Pinocho era muy diferente a la nuestra. Las familias y la Iglesia formaban a los niños y a los jóvenes con una idea muy concreta del mundo. Las normas educativas eran claras y compartidas, por lo que Collodi podía ser transgresor poniéndose del lado de Pinocho, que desobedecía y escapaba de casa. Hoy, en cambio, cuando observamos a los niños y niñas nos damos cuenta inmediatamente de que una de sus pobrezas es su incapacidad para desobedecer, debido a la falta de reglas compartidas y claras que desafiar. Esta es la primera experiencia de muchos profesores. Sin embargo, si conseguimos ir más allá de esta primera dimensión, podemos descubrir algo más. 

Después de haber intentado, en vano, nadar hasta Geppetto en medio del mar, Pinocho nada hasta la Isla de las Abejas laboriosas (capítulo XXIV): "Las calles hormigueaban de gente que corría de un lado a otro por sus asuntos: todo el mundo trabajaba, todo el mundo tenía algo que hacer. No se podría encontrar a un ocioso o a un vagabundo, ni buscándolo con una lámpara. No es un país industrial: es un país industrioso. Así que no es una imagen del capitalismo naciente, sino la de una sociedad frenética sin tiempo libre, de un país sin ociosidad. El uso de la metáfora de las abejas era muy común para hablar de una buena sociedad. La "Fábula de las abejas", del moralista francés Fénelon, describía un mundo en el que "la ociosidad y la pereza fueron desterradas", y "el mérito es el único camino que lleva a la cima" (Les Abeilles, fines del siglo XVII). Al leer este capítulo, no se percibe la simpatía de Collodi-Pinocchio por esta sociedad de puro trabajo y sin tiempo libre; tal vez le gustaba más la "fábula de las abejas" de Mandeville, con su elogio al vicio. Pero la crítica de Collodi no se dirige a la sociedad de los adultos: se preocupa por la sociedad de los niños.

Pinocho llega a la isla y exclama: "Ya entendí: ¡este país no es para mí! En realidad, es un lugar muy parecido al País de los Juguetes: en el País de los Juguetes no hay escuela ("las vacaciones de otoño comienzan el primer día de enero y terminan el último de diciembre": capítulo XXX), sólo juegos; y en el de las abejas laboriosas no hay tiempo libre, sólo trabajo. Dos mundos diferentes equivocados. No es cierto que los chicos no quieran trabajar. Sólo quieren "trabajar" a veces, a su manera y en su propio mundo. 

"¿Qué quieres ser de grande?" - preguntó mi amigo profesor, Matteo, a un alumno de quinto curso. "Descansar", respondió. Nuestros hijos están sobrecargados de "trabajo": colegio, deberes, gimnasio, música, danza, piscina, catecismo... Una gestión del tiempo que deja muy poco espacio al dulce hacer nada, que en los niños es, sin embargo, esencial. Es en ese tiempo libre, hecho de largas horas de juego, de charlas con un juguete o con un gato (un tiempo que hoy en día hay que liberar también de los smartphones), donde se desarrolla la imaginación, crece la creatividad y el deseo de hacer cosas diferentes. Es la tierra sin cultivar, donde los niños pueden y deben pastar salvajemente. Me eduqué con las matemáticas y la poesía, pero algunas de las cosas más importantes las aprendí en las interminables carreras por los prados, en los largos veranos que pasé haciendo zambullidas y clavados en el arroyo, construyendo casas en los árboles. Largas horas sin padres, madres, maestros, educadores... y en mi hermoso "país de los juguetes" me hice grande. Los adultos podemos vivir (mal) sin el shabbat: los chicos no, se mueren en el alma sin un séptimo día diferente.

Pinocho tiene hambre (siempre tiene hambre): "Sólo le quedaban dos maneras de romper el ayuno: pedir un poco de trabajo, o mendigar un céntimo o un bocado de pan". Pero "pedir limosna le daba vergüenza", porque Geppetto le había enseñado que "sólo los viejos y los enfermos tienen derecho a pedir limosna.... Todos los demás están obligados a trabajar". Es demasiado evidente que este mundo no es el que Collodi amaba -hay que estar atentos para identificar dónde está el pensamiento del autor: casi nunca está en la moral explícita de sus personajes. En el periódico Il Fanfulla, Collodi escribía: "En Florencia, la mendicidad pública está severamente prohibida. Y eso está bien. En los países civilizados no se pide limosna. En los países muy civilizados, no sólo no se pide limosna, sino que ni siquiera se hace. Y es precisamente gracias a esta prohibición tan estricta que siempre se encuentra un mendigo en cada calle de Florencia" (1874). 

La marioneta se encuentra con un primer transeúnte: "Un hombre todo sudado y jadeante, que tiraba con gran esfuerzo dos carros cargados de carbón. Pinocho se le acercó y, bajando los ojos avergonzados, le dijo en voz baja: "¿Por caridad podrías darme un céntimo, porque me muero de hambre? - Un centavo no, contestó el carbonero, sino que te daré cuatro, siempre que me ayudes a llevar a casa estos dos carros de carbón. - ¡Me sorprende! - respondió la marioneta casi ofendida - ¡yo no sirvo para hacer de burro, nunca he tirado de una carreta!". Pinocho pide, en voz baja, "caridad", y el hombre le ofrece un contrato. Pinocho no acepta. Luego se encuentra con un albañil: "Acompáñame a traer cal, y en lugar de un céntimo, te daré cinco". Aquí las monedas son cinco, pero Pinocho no acepta los contratos de los hombres y se pone a pedir limosna. Tampoco ahora sigue las recomendaciones de su padre y del mundo de los adultos, sino que transgrede: "En menos de media hora pasaron otras veinte personas, y a todas ellas Pinocho les pidió un poco de limosna, pero todos le respondieron: - ¿No te da vergüenza?... ¡aprende a ganarte el pan!”.

Pinocho prefiere la mendicidad al trabajo, prefiere la vergüenza al contrato. El derecho a la comida y a los bienes de los niños no nace de una relación do ut des. No: nuestro deber de alimentarlos nace única y exclusivamente de su condición de niños. Su pan no debe ser merecido. La renuncia al contrato de Pinocho y de los chicos nos señala entonces un horizonte de lo humano más amplio que el del mérito y el comercio: valemos más, mucho más. Y en esto los niños se parecen mucho a Dios, y Dios a ellos. 

Al final de su estadía en la isla, Pinocho acabará haciendo un trabajo: "Finalmente pasó una buena mujercita que llevaba dos jarras de agua. - ¿Se contenta, buena mujer, con que tome un sorbo de agua de su jarra? - preguntó Pinocho, que ardía de sed. - ¡Bebe, mi niño!" El diálogo con esta mujer comienza con un regalo. Esta mujer, que luego resulta ser su hada, responde a la primera petición de Pinocho de un vaso de agua con un "sí" incondicional: no le pide que se gane el agua, se la da. 

Con los niños, la buena reciprocidad es sólo la que se activa con el regalo, es la hija linda de la gratuidad. Pinocho continúa: "¡Se me ha quitado la sed! ¡Si así pudiera saciar mi hambre! - Si me ayudas a llevar una de estas jarras de agua a casa, te daré un buen trozo de pan. - Pinocho miró la jarra y no respondió ni sí ni no". Aquí el discurso de la mujer se asemeja a los diálogos anteriores con los hombres. Y, de nuevo, Pinocho no acepta. Pero aquí está el giro: 'Y junto con el pan te daré un buen plato de coliflor sazonado con aceite y vinagre...'. Y después de la coliflor te daré un buen dulce relleno de rosolio'”. Esta mujer supera el intercambio de equivalentes. La reciprocidad de los niños surge del excedente asimétrico. El intercambio contractual de los adultos es poco para ellos: "A las seducciones de este último manjar, Pinocho no supo resistir”. La reciprocidad diferente de los niños comienza con el regalo y sigue con el exceso. Así es como, el día de mañana, aprenderán bien el arte de la diferente y necesaria reciprocidad de los contratos.

Con esta obra maestra de Collodi concluyen esta serie "Raíces de futuro" y nuestros diálogos con algunos grandes autores; espero retomarlos en el futuro. A partir del próximo domingo volveré a los comentarios bíblicos con el Libro de Ester. Cada vez que llego al final de un recorrido en "Avvenire", mi primer agradecimiento es para su Director, el primer compañero y protagonista de mis viajes siempre nuevos, que se desarrollan dentro de las heridas y alegrías de nuestro tiempo - dificilísimo y tremendo, pero siempre maravilloso porque es el único tiempo que tenemos para amar.


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