Mi noche no tiene oscuridad

Mi noche no tiene oscuridad

Estrella de la ausencia/1 – Páginas preciosas para que el mundo no se transforme en una jaula y la jaula en mundo. 

Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 20/11/2022

«Ester es como la estrella de la mañana que expande luz cuando las demás han dejado de brillar».
Louis Ginzberg, Las leyendas de los judíos, VI

Hoy comienza el viaje por el libro de Ester, una de las grandes mujeres de la Biblia. Un viaje nocturno, como el nuestro, en compañía de una luz auroral.

Para volver no basta con que el exilio se acabe. Es necesario tener deseos de volver; sentir la nostalgia viva y tenaz de casa, y decir: “Me levantaré, y volveré donde mi padre”. Cuando los sufrimientos duran mucho tiempo, a menudo acabamos adaptándonos a la infelicidad. Al principio sufrimos, resistimos, nos negamos a cantar los salmos de Sion en tierra extraña. Pero después, día tras día, el instinto de supervivencia y la invencible necesidad de aliviar el dolor transforman el paisaje de fuera y también el del alma. Lo que nos parecía feo y considerábamos enemigo cambia de cara, hasta hacernos llamar a los ríos de Babilonia con el dulce nombre del “Jordán”. Y así, cuando un día alguien nos anuncia: “El exilio ha terminado” (una enfermedad, una ausencia o una angustia), nosotros seguimos simplemente haciendo la misma vida de antes. Nos quedamos en la tierra del exilio y no volvemos a casa, porque ya no hay ninguna casa a la que volver: las bellotas y la pocilga se han convertido en el palacio de nuestro padre, y ya no nos levantamos. 

Las cebollas de Egipto son mejores y más sabrosas que el maná y las perdices, más dulces que la leche y la miel – nos gustan de verdad, porque el dolor ha cambiado nuestras glándulas salivares y la sensibilidad del paladar –. Después de haber esperado durante años o décadas el momento de la liberación, cuando finalmente se abre la puertecilla de la jaula no tenemos fuerzas ni ganas de levantar un vuelo libre, porque ya no hay ningún vuelo. Con tal de no morir, hemos olvidado la libertad del corazón. Los peligros más serios de los grandes dolores colectivos e individuales están en esta transformación inconsciente del mundo en una jaula y de la jaula en el mundo. Gran parte de la sabiduría que nos da la vida consiste en ser capaces de no perder nunca de vista la puertecilla, que tiende a ser cada vez menos visible, para poder seguir deseando volar el día en que al fin la puerta se abra – porque sabemos que antes o después se abrirá, porque debe abrirse, porque hay alguien que nos ama y la abrirá para nosotros –.

Muchos libros escritos durante el exilio babilónico o con posterioridad al mismo son ejercicios de esta naturaleza, intentos estupendos de mantener viva en el alma la diferencia entre la jaula y la libertad, entre Marduk y YHWH. Son una invitación a no apartar los ojos de la línea del horizonte de la tierra prometida, más allá de la reja de la esclavitud. El libro de Ester es uno de estos ejercicios, y uno de los más logrados. No todos los hebreos deportados a Babilonia volvieron a Jerusalén tras el edicto de Ciro, rey de Persia, en el 538/537 a.C., que les dio la libertad de volver. Solo volvió un “resto”, el resto profetizado por Jeremías. Otros se quedaron en Babilonia, no se atrevieron a levantar el vuelo, y muchos fueron absorbidos por aquella gran civilización extranjera y se olvidaron de todo – Dios, alianza y promesa –. Pero los que regresaron a Jerusalén, caída también bajo el dominio persa, sentían con fuerza la misma tentación de la asimilación cultural y religiosa.

El libro de Ester está ambientado en tiempos de Jerjes I, “Asuero” (486-485 a.C.), en Persia. Probablemente una primera versión del libro se compuso en un tiempo no demasiado distante de Jerjes, si bien fue completado más tarde (tal vez en el siglo III-II a.C.). El libro de Ester está incluido en el canon de todas las Iglesias cristianas (entre los libros históricos), aunque los católicos no le atribuyen gran consideración teológica ni litúrgica y los protestantes todavía menos (es famosa la frase de Lutero en sus Charlas de sobremesa (XXIV), donde afirma que hubiera preferido que el libro de Ester «no existiera»). Sin embargo, Ester es un libro muy querido por el pueblo hebreo. Es el último libro de los cinco Megillot, es decir los “rollos” que se leen durante las principales fiestas – Cántico, Rut, Lamentaciones, Qohélet y Ester –. Ester es leído y proclamado públicamente en la sinagoga durante la fiesta de Purim (entre febrero y marzo), la fiesta de las “suertes” – en el sentido de “cambiar o dar un vuelco a la suerte”, como ocurrirá en la historia narrada en el libro de Ester –, una fiesta parecida a nuestro carnaval, en la que (a partir del Renacimiento italiano) los hebreos se enmascaran y toleran algunas transgresiones (por ejemplo en el vino).

Ester es una mujer que no forma parte del “resto” de Israel. No ha vuelto a casa, se ha quedado en Babilonia, pero quiere salvar su fe y su alma. Con ello nos dice que el peligro de extravío ético y espiritual no lo corre solo quien se encuentra lejos de casa. El mismo peligro lo vive el “resto” que ha vuelto a Jerusalén – casi siempre nos perdemos dentro de casa, en los pasillos que llevan de la cocina a la habitación –. Ester se encuentra en la corte de un rey extranjero. Es una mujer hebrea habitando en medio de un pueblo con una cultura y una religión distintas de la suya, y hostiles. Es una mujer de la diáspora, una mujer fiel a su Dios y a su cultura, que resiste en tierra extranjera. Pero Ester es también una meditación y un auxilio para cualquier creyente que tenga que vivir su fe en medio de una cultura distinta, acusando la fatiga de conservar la fe mientras está rodeado de intentos cotidianos de asimilación a la cultura dominante.

Ester es, pues, también un libro de resistencia ética y espiritual frente a cualquier imperio y cualquier ideología, por parte de aquellos que no se rinden, aun a riesgo de la propia vida. Y en esto Ester es “hermana” de José y de Daniel, otros dos hebreos que ocupan puestos de responsabilidad en cortes de soberanos extranjeros, pero resisten y salvan. Aunque, bien pensado, Ester es también imagen de la condición de todos los que en la vida san seguido una voz, una vocación. Al principio la experiencia es colectiva y vivimos en compañía, pero después, un día, nos encontramos solos, en medio de gente a la que repentinamente no reconocemos, aunque sean las mismas personas con las que hemos crecido. Nuestra fe se nos presenta muy distinta, demasiado, de la de los demás habitantes del “palacio” y sin embargo sentimos que no podemos escapar, que debemos permanecer, y al final descubrimos que todo ese dolor es el enredo de la trama de una misteriosa salvación.

Ester es un libro elegido para la fiesta de Purim también por su estilo narrativo (apremiante, teatral, cautivador, con golpes de escena), que contiene episodios humorísticos entrelazados con otros dramáticos. Nos recuerda que durante las diásporas y las persecuciones, el humor, con respecto a nosotros mismos y a nuestros opresores, es un recurso valioso para las personas y las comunidades. Una tradición hebrea tardía ha querido relacionar el libro de Ester con las máscaras, basándose en una (posible) etimología del nombre de Ester que haría referencia a la idea de “esconderse” (str).

La idea de esconderse, en todo caso, juega un papel importante en Ester. Es el único libro bíblico donde, en la versión original hebrea, no aparece nunca el nombre de Dios. El nombre queda escondido, tal vez, para impedir que los persas abusaran de él y lo profanaran, o quizá para mantener vivo el deseo de Dios en el tiempo de su ausencia. La Biblia ha aprendido a reconocer a Dios cuando desaparece, a encontrarlo donde no debería estar, donde no está. La Biblia es muchas cosas a la vez. También es el espacio libre de los hombres y de las mujeres creado por Dios al retirarse. En la tierra siempre ha existido la religión del lleno: del templo, de los sacrificios, de las liturgias, del culto que llena el espacio sagrado con sus símbolos, imágenes y objetos sagrados. Pero en la tierra, gracias a la Biblia, también está la fe que vacía los templos, que libera el espacio humano de los objetos de Dios para que, un día, alguien pueda escuchar una sutil voz de silencio. La Biblia ha conservado este espacio libre, tan libre que lo ha liberado, en algunos libros, del mismo nombre de Dios, para que, tal vez, sintiéramos la nostalgia de oírlo resonar dentro de nuestro corazón.

Ester se encuentra entre esas páginas liberadas, donde el hecho de que Dios no hable se convierte en una hermosa ocasión para que hablen las mujeres y los hombres, de justicia, de buen uso del poder, de riqueza y de bienes. A veces la Biblia parece olvidar el lenguaje sobre Dios para invitarnos a recordar el lenguaje del hombre, sobre todo el lenguaje de los pobres; hace callar el grito de Dios para que, en el silencio, podamos escuchar el grito de nuestros semejantes. Quizá podamos encontrar un sentido nuevo y antiguo de la fe y de la espiritualidad si en esta profunda noche colectiva y epocal aprendemos a ver y a oír a Dios dentro de su ausencia. Y en este gesto, Ester puede ser una preciosa compañera de viaje.

Ester no es un nombre hebreo – el antiguo autor del texto hebreo es bien consciente de ello y le da también otro nombre hebreo: hadassa, es decir “mirto” (Ester 2,7). Ester es el nombre de la divinidad más importante del panteón babilónico: Isthar, Astarté, cuyo significado remite a “estrella”, estrella de la mañana (Venus). Ester es una de las grandes mujeres de la Biblia, una bellísima figura de mujer, fiel, fuerte, reina, mujer de salvación, figura mesiánica. En la mujer del Apocalipsis que lleva «en la cabeza una corona de doce estrellas» (Ap 12,1) la Iglesia ha visto una referencia a María. Pero en esas estrellas se puede intuir también una llamada a Ester, que la tradición cristiana ha asociado a la Virgen, también ella reina y “llena de belleza”. Y en un verso de la versión griega de Ester (5,1f) incluso se ha encontrado una base bíblica para la Inmaculada Concepción: «La norma vale para otros, no para ti».

Ester es la pequeña y luminosa luz de la mañana en una noche sin Dios, como era la noche de la ocupación persa para los hebreos, como es la noche de nuestro tiempo, donde el eclipse de Dios está generando un cada vez más oscuro eclipse del hombre y por tanto de los pobres y los débiles. Y es importante que quien aclara esta noche oscura sea una mujer. Es hermoso que esa luz matinal que nos permite dar el próximo paso dependa de la linterna de una presencia femenina. En la liturgia de las Vísperas de San Lorenzo, el 10 de agosto, la noche de mitad del verano, en la antífona del Magnificat se lee: «Mi noche no tiene oscuridad, sino que todas las cosas resplandecen en la luz». Ester es la estrella de la ausencia, que marca el comienzo de un nuevo día.

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