La otra inteligencia del poder

La otra inteligencia del poder

Estrella de la ausencia/8 - Dos lecciones eternas: saber esperar y saber afrontar la prueba con dignidad.

Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 22/01/2023

«¿Has pensado bien a lo que te expones? - Sí, padre mío -respondió Sherezade-, conozco todos los peligros a los que me enfrento. Si muero, mi muerte será gloriosa, pero si tengo éxito en mi empresa prestaré un importante servicio a mi pueblo".
Las mil y una noches

 La bellísima estrategia relacional de Ester la lleva a comprender qué hay en el centro de la decisión de su rey y esposo, para actuar aprovechando el momento oportuno.

"Al tercer día, luego de ponerse esplendorosa, ... Ester tomó consigo dos siervas. Sobre una de ellas se apoyaba con aparente soltura, mientras la otra la seguía levantando su manto". (Ester 5, 1-1a). Ester, al final de su diálogo a distancia con Mardoqueo, ya hizo su elección, y desafiando el real peligro de muerte se prepara ahora para encontrarse con el rey Asuero, su esposo. El texto de la versión griega (numerado 1a,1b…2b) contiene detalles que enriquecen la narración, incluida la hermosa relación entre Ester y sus siervas:” Tenía la cara sonrosada y estaba radiante de belleza. Sin embargo, aunque se la veía alegre y amable, su corazón estaba angustiado por el miedo”. El autor bíblico describe el rostro y el corazón, el rostro que vería todo el mundo y el corazón que sólo ve el autor, que en esto comparte una prerrogativa de Dios, que es el conocedor de los misterios invisibles de los corazones. 

El rey la ve. Ester no había sido llamada por él, y sabemos que su presencia le podía haber costado la vida: "Levantado el rostro... en el culmen de la rabia la miró. La reina cayó al suelo, se desmayó, cambió de color y se inclinó sobre la cabeza de la sierva que la acompañaba". (5,1d). Ese miedo del corazón, ante la mirada colérica del rey, se traslada a todo el cuerpo, y así entendemos el (precioso) rol de las siervas que acompañaban a la reina. “El rey se precipitó del trono y la tomó en sus brazos y, en tanto ella se recobraba, le dirigía dulces palabras. Le decía: «¿Qué ocurre, Ester? Yo soy tu hermano, ten confianza. No morirás, pues mi mandato sólo alcanza a la gente ordinaria. Acércate.» (5:1e-1f). En lugar de condena, Ester encuentra en su marido aceptación y ternura. Incluso un rey pagano, al que el texto describe como manipulador, débil e incluso cruel, puede tener un momento de humanidad, de pietas, de dulzura. Lo vemos todos los días. Al igual que los buenos no son siempre y para siempre buenos, los "malos" también son capaces de ser más grandes que su estatus moral.

Tal vez esté también aquí esa imagen de Dios no borrada por el gesto de Caín y sus hermanos -hemos tenido que esperar a Asuero para leer una frase humanamente bella: un marido que se define como "hermano" de su mujer, recordándonos que la fraternidad es también una de las notas que adquiere la relación marital. Incluso un malvado puede sorprendernos con un gesto de sincera humanidad, y qué problema si así no fuera; y es en este dato antropológico y ontológico donde radica la posibilidad de redención del mal realizado, una redención que todo ser humano recibe como dote al venir al mundo, que no se borra con sus pecados y errores y que permanece vivo hasta el último día: “Entonces tomó el rey el cetro de oro, lo puso sobre el cuello de Ester, la besó y le dijo: «Háblame.» El rey le preguntó: «¿Qué sucede, reina Ester? ¿Qué deseas? Incluso la mitad del reino te será dada“ (5,2-3). Ester se enfrenta a una oferta similar a la que Herodes hará a la hija danzante de su esposa Herodías, de la que Josefo Flavio (Ant. Jud., XVIII, 136) dice que se llamaba "Salomé": "Todo lo que me pidas, te lo daré, incluso la mitad de mi reino" (Mc 6, 23). Ester es la anti-Salomé, porque no sólo su petición es una petición de vida (salvar a los judíos) y no de muerte (la cabeza de Juan el Bautista), sino porque Ester, a diferencia de Salomé, no aprovecha ese momento favorable de su marido para convencerlo. Así llegamos al segundo giro del capítulo, el decisivo.

Hay momentos en los que los hombres poderosos son vulnerables, y entre esos está el encuentro con la belleza femenina (o, en todo caso, con el eros). Allí los poderosos se conmueven, se ablandan, prometen (casi) cualquier cosa. En general, estos son los momentos más adecuados para actuar. Generalmente, pero no siempre, las mujeres, las personas, se reconocen a sí mismas por cómo viven esos momentos. "Ester respondió: “Hoy es un día especial para mí: si le place al rey, que venga con Aman al banquete que daré hoy. Dijo el rey: 'Venga pronto Aman, para que se cumpla lo que ha dicho Ester'" (5:4-5). ¿Por qué Ester no aprovecha el buen humor del rey Asuero -el texto lo muestra muy malhumorado- y pospone su pedido hasta el momento del banquete? Con un ejercicio de empatía literaria, podemos imaginar a Ester entendiendo o intuyendo que ese momento de intimidad positiva con su marido (que la besa, le toca el cuello: en el texto hebreo (5:2) hay alusiones eróticas bastante explícitas) no era el momento propicio (kairós) para su petición. El elemento clave es, de hecho, la presencia del primer ministro Aman, que había querido el exterminio y convencido al rey para que firmara el decreto. Ester sabe que él es la figura fundamental, aunque su marido sea superior a él, y por eso quiere que Aman esté presente en el momento crucial.

Y aquí surge un rasgo de la sabiduría de las mujeres de la Biblia. Lo hemos encontrado en Abigail, que consigue evitar la guerra de David contra su torpe marido; en Noemi, que enseña a su nuera Ruth a conquistar a su futuro esposo Booz, o en la sabia madre de Tecoa (2 Sam 14,5-7), que convence a David de repetir sobre su hijo fratricida la "señal de Caín" para así salvarlo. La Biblia nos muestra a menudo una inteligencia diferente de las mujeres, caracterizada por una perspicacia especial en el cuidado de las relaciones y de la vida que se antepone a las razones, a los intereses, al poder, a la religión y, tal vez, incluso a Dios. Quizás Sara no habría ido al monte Moria con Isaac y habría dicho a la voz: "No puedes ser el verdadero Dios de la vida si me pides que mate a mi hijo".

Podemos leer en este episodio de Ester una nueva dimensión de esta inteligencia emocional y relacional, particularmente valiosa a la hora de tratar con el poder (varonil). Ella intuyó que convencer a su marido en ese momento de "debilidad" sincera habría sido un paso en falso. Esa promesa no habría sido fiable, porque el rey, en contacto directo con Aman, un hombre astuto y de fuerte personalidad, no habría sido capaz de mantener su palabra. Se dio cuenta de que si hablaba inmediatamente, habría fracasado en su misión, porque habría calculado mal su difícil intervención. "Hay un tiempo para todo" no sólo forma parte del repertorio del sabio Qohelet, sino que es el corazón de la sabiduría bíblica, centrada en la relación justa con el tiempo de las personas y de la vida. Es entonces cuando Ester entiende que la presencia simultánea de su marido y de Aman es el momento y la forma adecuada para su pedido.

Muchas acciones de salvación no consiguen el objetivo porque nos equivocamos de tiempo y de ritmo. Un error muy común en las dinámicas de poder es pensar que convencer al "de la posición más alta" basta para conseguir el objetivo, porque pensamos que "en el más está contenido el menos". Así que hacemos todo lo posible para llegar directamente al jefe (presidente, director), e intentamos convencerle con todos nuestros medios, a veces incluso lo conseguimos. Pero si la persona clave era otra, el proceso se empantana ya que pronto llega el momento en el que los que han sido eludidos o ignorados encontrarán la manera, por medios más potentes que los nuestros, de hacer cambiar de opinión al rey o de bloquear el proceso. Si la morfología de un problema tiene su centro en una (o varias) personas concretas, para resolverlo debo, tarde o temprano y en la forma y momento adecuados, afrontar a esas personas; eludirlas o saltárselas yendo directamente a la cima, significa casi inevitablemente engañarse a uno mismo y prepararse para una decepción segura.

Demasiadas buenas acciones acaban mal por culpa de este tipo de "ingenuidad jerárquica". Nos engañamos pensando que el poder sigue el organigrama de esa organización y nos olvidamos de dos verdades socio-antropológicas esenciales: a) que un inferior en rango, que sin embargo posee una cuota de poder, hace todo lo posible para bloquear la decisión tomada por el superior cuando se siente “puenteado”; b) que el "superior" al que me dirigí tiene su propia y muy precisa "estructura de incentivos", en la cual no contradecir a sus primeros colaboradores pesa mucho más que la lealtad a esa conversación ocasional (quizá sincera) que mantuve con él; y así, frente al potencial conflicto que entrevé entre la fidelidad a la palabra que tuvo conmigo y el buen funcionamiento de su oficina, casi inevitablemente termina prefiriendo lo segundo.

Por eso, para elegir el momento y la forma de actuar, sobre todo cuando lo que nos mueve es el deseo del bien (los "hijos de las tinieblas" conocen muy bien estas dinámicas), primero hay que estudiar y comprender la morfología relacional del poder, identificar dónde están los verdaderos nudos, que casi siempre son distintos a los del organigrama y los del "job description", y después, puros como palomas y astutos como serpientes, actuar. Al igual que Ester. Así que el rey y Aman van al banquete de la reina, y he aquí un tercer giro: un nuevo aplazamiento: "El rey se volvió hacia Ester y le dijo: '¿Qué pasa, reina Ester? Todo lo que pidas te será concedido". Ella respondió: 'Si cuento con la benevolencia del rey, ven también mañana con Aman al banquete que daré'" (5:6-8). Ester, por alguna razón que nos sigue resultando misteriosa, intuye que aquel primer banquete no era el tiempo ni el momento adecuados para hablar.

Más allá de sus posibles razones psicológicas, el ritmo narrativo del relato gana con este segundo aplazamiento (no olvidemos nunca que estamos dentro de una forma de novela histórica). Y así se nos entrega otro buen episodio con Mardoqueo como protagonista: “Amán salió del banquete muy contento y satisfecho; pero se llenó de ira al ver a Mardoqueo, que estaba a la puerta del palacio, y que no se levantaba y ni siquiera se movía al verle pasar”. (5,9). Mardoqueo, a pesar de su crisis debida a la conciencia de los gravísimos efectos que su gesto de dignidad había procurado a su pueblo (el exterminio), sigue todavía ahí, continuando con el stabat. No sólo no se inclinó ante Aman: esta vez, agrega el texto hebreo, cuando pasó Aman, "no se levantó ni tembló", que eran los gestos típicos de los súbditos ante los poderosos. El dolor por los efectos de su gesto no lo habían convencido para detenerlo. El edicto había sido promulgado, cierto, pero tal vez había otro mensaje en el gesto de Mardoqueo: cuando se empieza a resistir para salvar la propia dignidad no debemos detenernos, cuando uno ha conseguido levantar la cabeza una vez debemos tenerla alta para siempre.

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