Siempre de parte de la víctima, amando las diversidades humanas

Siempre de parte de la víctima, amando las diversidades humanas

En la encíclica Fratelli tutti, Francisco ha explicado que su fraternidad es universal.

Luigino Bruni.
Original italiano publicado en Avvenire el 06/10/2020

La palabra fraternidad no es sencilla. Hay muchas fraternidades, no todas buenas ni cristianas. Siempre ha habido personas y comunidades que, en nombre de la fraternidad entre ellas mismas, han descartado y humillado a mujeres y hombres que no cabían en ella. Para llamar hermanos a algunos, han ofendido y matado a otros, considerados no hermanos. El gran relato de Caín nos dice que la fraternidad de la sangre no garantiza la amistad, y que el primer asesino puede ser el hermano. Otras fraternidades no han visto ni querido a las mujeres, y las han eliminado en nombre de una fraternidad parcial y equivocada. Han sido muy raras las experiencias de inclusión de todos como hermanos, y aún más de todas como hermanas.

Por eso, era importante que el papa Francisco, en Fratelli tutti, nos dijera claramente cuál era su fraternidad. Y nos lo ha dicho eligiendo la parábola del buen samaritano como la principal - y en cierto sentido única - base teológica y ética de su encíclica. La elección de esta parábola supone una opción fuerte y parcial. Con ella nos dice que la suya es una fraternidad universal centrada en la víctima. Ya nos lo había dicho con su primer viaje, cuando, bajando desde su Jerusalén (Roma), eligió Lampedusa como su Jericó. Su opción es parcial porque la ética del samaritano ciertamente representa una base sólida e inequívoca para una civilización de la proximidad y de la misericordia, pero no resulta tan evidente como fundamento de una ética de la fraternidad, ya que falta la dimensión decisiva de la reciprocidad. La razón de que sea menos evidente es que la fraternidad no es solo resultado de la acción del individuo, no es solo un mandamiento dirigido a cada uno de nosotros aisladamente considerado. La fraternidad es también, tal vez sobre todo, un mandamiento que se nos dirige en cuanto comunidad, iglesia, sociedad, humanidad; un verbo conjugado en plural: “amaos unos a otros…”

La parábola del samaritano no habla de hermanos de sangre (ni pródigos ni mayores). Tampoco está directamente interesada en forma alguna de acción recíproca: hay una víctima, dos individuos que pasan de largo por separado, y un tercero, el samaritano, que se inclina y se hace cargo de la víctima. Entre los distintos protagonistas no hay forma alguna de interacción recíproca – excepción hecha, paradójicamente, de la que se produce al final entre el samaritano y el posadero.

Entonces, ¿por qué el Papa la elige como piedra angular de su discurso sobre la fraternidad y la sitúa en un lugar tan central, descuidando otros pasajes bíblicos fundamentales sobre la fraternidad en el Antiguo y el Nuevo Testamento? ¿Dónde se encuentra la “perla” de este relato de Lucas, tan valiosa como para vender cualquier otro tesoro con tal de comprar el campo que la contiene? Fratelli tutti nos lo dice muy claramente: la elección de la parábola del buen samaritano es esencial para anunciar hoy una fraternidad centrada en el contraste entre proximidad y cercanía, que, además de clave de lectura de la parábola de Lucas, es la clave de lectura de toda la tercera carta encíclica del papa Francisco. Quien se inclinó a socorrer al hombre medio muerto atacado por los bandidos no fue ninguno de los dos personajes que objetivamente estaban más cerca de la víctima y sin embargo pasaron de largo – el levita y el sacerdote eran judíos, como la víctima, y además estaban dedicados al cuidado de la sociedad, eran funcionarios del templo; eran los más cercanos, pero no se hicieron próximos [prójimos].
El que se inclinó sobre la víctima fue el más lejano, desde todos los puntos de vista (religioso, étnico, geográfico), quizá el único que pasaba por la otra acera. Se hizo prójimo el que tenía menos motivos de cercanía, y además pertenecía a un pueblo “excomulgado”. Se hizo prójimo porque decidió hacerlo, porque, durante un santo viaje, se topó con un acontecimiento inesperado, reconoció una víctima y eligió la proximidad. Nacemos hermanos de sangre, pero solo nos convertimos en prójimos y hermanos en el espíritu cuando elegimos hacerlo, más allá de cualquier razonamiento sobre los lazos de cercanía.

Escribe Francisco: «Esta parábola es un icono iluminador, capaz de poner de manifiesto la opción de fondo que necesitamos tomar para reconstruir este mundo que nos duele. Ante tanto dolor, ante tanta herida, la única salida es ser como el buen samaritano. Toda otra opción termina o bien al lado de los salteadores o bien al lado de los que pasan de largo, sin compadecerse del dolor del hombre herido en el camino. … Ya no hay distinción entre habitante de Judea y habitante de Samaría, no hay sacerdote ni comerciante; simplemente hay dos tipos de personas: las que se hacen cargo del dolor y las que pasan de largo; las que se inclinan reconociendo al caído y las que distraen su mirada y aceleran el paso» (FT 67 y 70). Este es su gran mensaje, la perla preciosa, la piedra angular de su fraternidad: el prójimo, el hermano y la hermana del Evangelio no es el cercano.

De este modo, la fraternidad de Francisco, que nace de la proximidad del Evangelio, se diferencia y se aleja de las demás fraternidades que la historia ha conocido y conoce. Por eso, estos hermanos (y hermanas) no son los compatriotas, no son los que forman parte de la misma comunidad, no son los semejantes. No es la fraternidad de los muchos “comunitarismos” y de los muchos “nosotros” que hoy ocupan con fuerza la escena de los pueblos y de la Iglesia. No es la fraternidad de los cercanos, sino la fraternidad de los lejanos. No es la fraternidad de los iguales, sino la fraternidad de los distintos. No es la fraternidad sencilla, sino la fraternidad improbable: «Los grupos cerrados y las parejas autorreferenciales, que se constituyen en un “nosotros” contra todo el mundo, suelen ser formas idealizadas de egoísmo» (89). Esta es la fraternidad de Francisco. Hasta ahora nos lo había dicho con mil gestos y muchas palabras. Ahora ha reunido las palabras en una carta dirigida al mundo entero.


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